miércoles, 9 de octubre de 2013

Grazalema, "Sangre y Amor en la Sierra" II



¡El bandolerismo romántico ha llegado hasta nosotros gracias a las plumas de viajeros románticos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX como Gautier "Un viaje por España",  Merimée "Carmen", Washington Irving "Cuentos de la Alhambra", o la poesía de Fernando Villalón "Diligencia de Carmona", quien cantó como nadie a los bandoleros de su época. 

"De Puente Genil a Lucena, de Loja a Benamejí"...

En 1830 existía un trayecto en diligencia desde Madrid con destino a Gibraltar que pasando por Despeñaperros transitaba por Écija, Osuna, Ronda y Algeciras. Las partías de bandoleros se dividían el territorio para no entrar en conflictos unos con otros.

Desde Gibraltar hasta Ronda y Grazalema o desde Antequera hasta Sierra Morena sin olvidar los Alcores del Viso, Utrera, Badolatosa, Corcoya, Jauja, Alameda han sido territorios donde ejerció su zona de influencia el bandolerismo andaluz de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que estuvo ligado a la opresión y al descontento social como caldo de cultivo. Personajes como Diego Corrientes, Tragabuches, El Tempranillo, Pasos Largos, Curro Jiménez (el barquero de Cantillana) ó Pernales como el último bandolero entre otros, han creado una especie de halo sobre sus figuras, dando lugar a leyendas cargadas de estampas pintorescas que contrastan entre el bien y el mal.

Los bandoleros han sido considerados como rebeldes con causa, personas sin formación alguna y con algún pleito con la justicia, posiblemente insignificante en la mayoría de los casos, se vieron obligados a echarse a la sierra para salvar la vida y enfrentarse a la opresión de su época, con lo cual fueron considerados fuera de la ley.


Los bandoleros eran grandes conocedores del terreno que pisaban hostigando con sus trabucos incluso a los gabachos, -considerados el mejor ejército de la época-, al que atacaban practicando la guerra de guerrillas entre atajos y emboscadas provocando numerosas bajas a un ejército acostumbrado a luchar en campo abierto.


En torno al mundo de los bandoleros los sentimientos estuvieron  polarizados. Para la aristocracia, caciques y señoritos andaluces de la época eran considerados bandidos, ladrones ó asesinos mientras que para la gran masa de jornaleros, gente humilde y campesina eran una especie de héroes en unos tiempos donde el campesinado estaba desposeído de todo derecho social y anclados en la pobreza, injusticia y exclusión social más absoluta por el poder establecido que mantenía estructuras sociales ancladas en el Paleolítico social de la historia. 


Un marco social tremendamente injusto con la figura del bandolero, en la que detrás posiblemente existiera una razón de orden sociológico, al ser empujados por la miseria bajo el amparo sin fisuras de una justicia corrompida. No hace falta recordar que el cacique en las áreas rurales estaba sostenido por sus altas influencias políticas y designaban alcaldes, controlaban a jueces locales y funcionarios públicos, actuando con toda la arbitrariedad posible.


La figura del bandolero como héroe social despertaba cierta admiración y respeto entre la gente humilde en aquélla España absolutista del siglo XVIII y comienzos del XIX, muy agitada de manera especial con la Guerra de la Independencia (1808-1813) y con las inmensas desigualdades sociales.


Tal vez  haya sido la poesía de Fernando Villalón pionera en facilitarnos esa visión romántica del bandolero como héroe social en su “Diligencia de Carmona”, una especie de “Robin Hood” con el “Tragabuches, Juan Repiso, Satanás y Mala-Facha, José Candio y el Cencerro y el capitán Luís de Vargas”, el que a los pobres socorre y a los ricos avasalla…a los que hay que sumarle José María Hinojosa “El Tempranillo”, que se echó al monte demasiado joven -con sólo 15 años-, para evitar el presidio por matar a un hombre en una reyerta a navaja para vengar a su padre, encabezando su propia partida, ganándose el respeto de los humildes y excluidos, lo que le garantizó la supervivencia.  


El bandolero moría generalmente joven ya que su vida estaba siempre junto al filo de la navaja, evitando ser esclavo de presidio, con su inseparable compañera la faca en su faja y el trabuco amartillado entre tabernas, ventas y posadas, con las botas y polainas puestas arreando su corcel con las cinchas apretadas y muy cortos los estribos, con sus patillas de boca de hacha. A lo lejos se observa con la vida pendiente de un hilo, una silueta de bandolero justo, bueno y con oficio, que viene desde la garganta del Tajo entre senderos y riscos.


Otra figura importante de aquélla época eran los arrieros acompañados de sus alforjas para las provisiones junto con la bota de cuero para el vino o el agua. Con sus reatas de mulas atravesaban extensos territorios  para transportar mercancías como el trigo, el aceite, la lana, paños, vino, etcétera en unos tiempos donde los caminos brillaban por su ausencia. Era un trabajo de valientes al tener que bregar con los animales y al mismo tiempo soportar las inclemencias meteorológicas como la lluvia, el fuerte viento o el frío invernal con una manta en el suelo con la albarda por almohada. Había que llegar a tiempo con las bestias de carga, aún a riesgo de perder su vida, subiendo y bajando montañas. La solidaridad entre ellos era indispensable en unos tiempos donde los caminos estaban frecuentados por bandoleros y otros amigos de lo ajeno.


Existe un refrán popular que dice,“¡Arrieros somos y en el camino nos encontraremos”!. La ruta transitada por bandoleros, estraperlistas, arrieros y románticos desde Ronda hasta Gibraltar fue considerada como “El Camino Inglés”.

También es importante resaltar como efecto colateral que se ponen en valor los pueblos y sus productos dando a conocer a los miles de visitantes los productos y la buena gastronomía de la zona como los quesos, la miel, las chacinas, sopas de espárragos, tagarninas revueltas y un largo etcétera…sin olvidar las famosas mantas como una de las mayores huellas artesanales de tiempos ancestrales junto con la cestería y el esparto.


En definitiva, un magnífico domingo que disfrutamos con nuestras familias en Grazalema, en el recinto de los Asomaderos y en la Plaza de España degustando las tapas típicas como las migas, el chorizo o el potaje servido por camareros vestidos de bandoleros acompañado siempre del vaso de cerámica para la cerveza fresquita evitando así la contaminación de plástico en un magnífico entorno natural.


Por la tarde, en viaje de vuelta divisamos de nuevo la Sierra de Líjar degustando con los amigos un buen café con exquisitos dulces en otro bello pueblo blanco -Algodonales-. Desde la Iglesia de Santa Ana  se observa en el horizonte el castillo de Zahara de la Sierra como testigo de la historia. De vuelta avanzada ya la jornada, hicimos una visita al Museo de la Cal de Morón, Patrimonio de la Humanidad, pero eso ya pertenece a otra historia…

Desde el magnífico marco natural de Grazalema para el Blog de mis culpas...






P.D. Este hecho que voy a relatar se lo he escuchado a mi padre,-con 87 años en la actualidad- desde hace ya muchos lustros.

Su madre le contaba que su madre -abuela de mi padre-, era recovera y visitaba los cortijos de la zona para llevar productos del pueblo para cambiarlos a su vez por huevos, queso y otras cosas del campo para suavizar un poco su maltrecha economía. 

Como la inmensa mayoría de las mujeres de su época, vestía de negro. Un día se le echó la noche encima y anduvo todo lo ligera que pudo para llegar a su casa. En el silencio de la noche, escuchó tras ella el trote de un caballo, lo que le hizo aligerar aún más el paso, posiblemente por el miedo. Cuando el jinete la alcanzó le preguntó, ¡señora, de donde se viene!, a lo que la mujer temerosa le contestó, ¡de buscarme la vida, soy recovera, vendo por los cortijos y hoy se me ha hecho tarde!. El jinete le preguntó si no lo conocía a lo que le respondió la señora, ¡no, señor!. El jinete a su vez le manifestó, ¡no diga que me ha visto!, ¡yo soy Pernales! y le entregó dos pesetas en plata, para que se ayudara un poco.

Este hecho tuvo lugar en una vereda cercana a Morón, llamada "Los Melonares", entre la antigua finca del Pernal y el Piojo, lo que demuestra que el célebre bandolero Pernales considerado como el último bandolero, anduvo también por el término de Morón.

Con lo que en parte se cumplía el dicho de una copla popular dedicada a su memoria:




Ya mataron al Pernales.
Ladrón de Andalucía.
El que a los ricos robaba.
Y a los pobres socorría.



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