jueves, 30 de marzo de 2017

El Centro de Interpretación “Judería de Sevilla”. Un lugar para la reflexión entre la nostalgia y la esperanza.

Cuadro "Expulsión de los judíos de Sevilla" de Joaquín Turina y Areal

Si el año 1492 fue un “annus mirabilis” o de los milagros para España con la unificación peninsular configurando un modelo de nación junto al Descubrimiento del Nuevo Mundo, fue al mismo tiempo un “annus horríbilis” para la población sefardí condenada a la Diáspora el 31 de marzo de 1492, preludio de lo que más tarde ocurriría con la expulsión de los moriscos a partir del 9 de abril de 1609.

Paseando bajo el sol de primavera por el casco histórico de la antigua Sevilla entre los efluvios que emanan de la flor del azahar mientras el incienso impregna nuestros sentidos y las reminiscencias andalusíes se proyectan desde las murallas del Alcázar “antigua Dar al-Imara” hacia los Jardines de Murillo, nos introducimos sin prisas, por el Callejón del Agua que desemboca en la Fuente de la Judería.


Casi sin darnos cuenta, entre la angostura de sus sinuosas callejuelas, historia viva de un época, nos encontramos en el corazón de Sevilla -en el Barrio de Santa Cruz- donde visitamos el Centro de Interpretación “Judería de Sevilla” para conocer "in situ" un poco más de aquélla Sevilla de tiempos pretéritos donde el Tribunal de la Inquisición brillará desafortunadamente con luz propia "a la luz de las hogueras".
Una ruta que posteriormente será complementada por las calles por donde transcurriera la “antigua procesión de los reos de la Inquisición” cuyo itinerario transcurría desde el Castillo de San Jorge en el Altozano, atravesando el Puente de Isabel II, la calle Reyes Católicos para torcer a la derecha por la calle Zaragoza hasta llegar a la Plaza de San Francisco donde el reo con el sambenito colocado escuchaba la sentencia y posteriormente, en función de su “delito” seguirían en procesión hasta el Quemadero del Prado de San Sebastián, donde se encuentra actualmente ubicada la estatua ecuestre en bronce del Cid Campeador. 



En un rincón del Ayuntamiento que da a la Plaza de San Francisco se encuentra una Cruz que recuerda el Santo Oficio. 

Aunque la Memoria sea efímera, es necesario poder dedicarle un pequeño y simbólico recuerdo a la tradición judía que habitó desde tiempos muy pretéritos la antigua Sevilla. Muchos corazones hebreros latieron aquí y con tanto dolor abandonaron Sefarad mediante la Diáspora, conservando su cultura y sus costumbres. Un marco para la reflexión donde el juicio de valor junto con el abuso de poder provocaron miles de víctimas inocentes.

Al igual que la Casa de Sefarad en Córdoba, la judería de Sevilla como otros centros de interpretación similares intentan rescatar la Memoria del pueblo sefardí en la antigua Sevilla, poniendo en valor desde viejos manuscritos de la Inquisición, estatutos de limpieza de sangre y el simbólico cuadro “Expulsión de los Judíos de Sevilla” de Joaquín Turina y Areal.
Muchos se vieron obligados a convertirse al cristianismo “judeoconversos”, otros tuvieron que ocultarse porque no se convirtieron y otros sevillanos ilustres, como Blanco White o Pablo de Olavide entre otros, tan sólo cometieron el “delito de pensar”, considerado un grave delito por la Inquisición.

Un drama humano que supuso el dilema entre la conversión “forzosa” al cristianismo o su expulsión de los territorios hispanos, planteado a las comunidades judía en 1492 junto con la expulsión de los moriscos entre 1609-1614 constituirán fechas y hechos que han pasado a engrosar la larga lista de ultrajes contra el género humano a lo largo de la historia.




La Judería de Sevilla llegó a ser en algunos momentos de su historia, la más extensa y próspera de España. La primera época de esplendor abarca desde los siglos IX al XII, alcanzando un florecimiento económico y cultural que propicia el bienestar de sus habitantes que eran comerciantes, artesanos, sastres, sederos, libreros y encuadernadores, traductores, escribanos, médicos, farmacéuticos (drogueros) y perfumistas, además de contables, banqueros y recaudadores de impuestos. También existieron poetas y rabinos de gran prestigio, aplicados a la creación literaria o a los estudios de la cábala -interpretación del Antiguo Testamento propia de la tradición judía-, así como a la astronomía y otras ciencias.


Son contemporáneos de Ibn Gabirol en Málaga, de Semuel Ibn Nagrella en Granada, de Yihaq ibn Gayyat en Lucena y de Dunas Ben-Labrat o el mismo Maimónides en Córdoba. Son los siglos dorados en la producción cultural, literaria y científica de los autores hispano-hebreos.

La medicina adquiere gran importancia, no sólo como ciencia terapéutica, sino también como arte de preservar y aumentar la salud a través de cuidados y prácticas higiénicas. No hay dignatario en esta España medieval que no tenga un médico o un consejero hebreo. El comercio es boyante, así como la artesanía, la orfebrería, los repujados -labrado en relieve de plata o cuero-, los bordados en hilo de seda, plata y oro, etc.

Los judíos se asentaban en esta época desde lo que hoy conocemos como la calle Mateos Gago hasta la Puerta de Carmona por un lado y hasta la Torre del Oro, por el otro.

Pero la vida en relativa armonía termina para los judíos de Sevilla con la intolerancia religiosa de los almorávides (1086-1147) y almohades (1147-1269). A mediados del siglo XII la mayoría de los habitantes de la Judería sevillana emigra hacia los reinos cristianos del norte, que empobrecidos por los años de guerras contra los musulmanes, permiten el asentamiento entre ellos de gentes laboriosas e instruidas.



Una segunda época de relevancia en la vida de la Judería de Sevilla comienza en 1248 con la conquista de la ciudad por parte del rey castellano Fernando III “El Santo”. Después de más de un año de asedio, la ciudad de Sevilla deja de ser musulmana y la leyenda relata que los notables de la Judería hacen entrega al rey de una llave (que se conserva en la catedral sevillana) en la que aparece la inscripción: “Dios abrirá, Rey entrará”. 

Una gran parte de los judíos que habitaron la Sevilla medieval a partir de mediados del siglo XIII llegan con los conquistadores cristianos y bastantes de ellos proceden de Toledo, donde se habían asentado decenas de años antes tras huir desde Sevilla. Este es uno de los motivos por lo que muchas familias notables de la Judería sevillana están emparentados o descienden de judíos principales de Toledo.

Fernando III y su hijo Alfonso X emprenden una política de repoblación de Sevilla, incluyendo su judería, propiciando el establecimiento en la ciudad a través de ventajas económicas y fiscales y realizando donaciones de casas, tiendas y tierras en los alrededores de la ciudad.

Comienzan de nuevo los años de bonanza económica y esplendor (con quizás ciertas ostentaciones en el vestir y en el vivir, que suscitaron no pocas envidias y recelos). El quehacer industrioso, la gestión de finanzas, así como la aplicación al estudio y la formación, llevan a posiciones de poder y encumbramiento social y económico a numerosos judíos sevillanos. La vida transcurre para los judíos sevillanos con una cierta calma, sobre todo si la comparamos con los continuos sobresaltos de las juderías del norte de España. 

Pero la actitud de Alfonso X, que había sido de aprecio al comienzo de su reinado, va cambiando hacia la hostilidad debido entre otros motivos a los celos e intrigas de cortesanos de toda procedencia, al debilitamiento de las arcas reales y al creciente fanatismo religioso. 

Ya en el siglo XIV, la entrada de la peste en el país (hacia 1348), que provocó una gran mortandad y un enorme empobrecimiento, añadió más leña al fuego de las sospechas y diferencias en una sociedad medieval, muy influenciada por la religión. Una sociedad fuertemente teocrática, ignorante y acientífica que buscó la explicación de semejantes desgracias en motivos de fe y creencias religiosas, acusando a los judíos de envenenar el agua de los pozos, pensando que así se transmitía la enfermedad y siguiendo las indicaciones de iluminados y fanáticos que aseguraban que las matanzas de judíos serían la solución para las hambrunas y enfermedades que asolaban España. Así, entre intrigas, traiciones, fanatismos, envidias, ostentaciones, agravios e ignorancia, se va generando un clima que abocará en los trágicos sucesos de 1391.


El Barrio de Santa Cruz comienza a ser conocido por este nombre a partir del siglo XVI, tras la expulsión de los judíos en España, Es muy frecuente, en aquella época, dar nombres relacionados con elementos consustanciales al catolicismo (la fe, la cruz, nombres de vírgenes y santos, etc.), a edificios, barrios y zonas relacionadas con el judaísmo o los antiguos oradores judíos.

La judería de Sevilla, comprendía lo que hoy conocemos por el Barrio de Santa Cruz y numerosas zonas de San Bartolomé. El barrio judío quedará cerrado por un muro que se comunicaba con las murallas de la ciudad antigua. Este muro recorría las calles actuales de Mateos Gago y Federico Rubio, pasando por delante de la que hoy es iglesia de San Nicolás. Continuaba por Conde Ibarra hasta la Plaza de las Mercedarias y Tintes y unirse con otra muralla exterior de la ciudad.



Parece que existieron tres puertas importantes: la que estuvo en la calle Mateos Gago. Otra puerta frente a la Iglesia de San Nicolás y otra, ya en la muralla exterior de la ciudad, que coincidiría con la zona que hoy se denomina Puerta de la Carne, que en algún momento se llamó Puerta de las Perlas por encontrarse allí un famoso negocio de un acaudalado hebreo que comerciaba con ellas. Hay noticias de que existió también una puerta más pequeña, llamada “Puerta del tambor”, en la entrada de la actual calle de Rodrigo Caro, donde al parecer, se encontraba un guardia para en el caso de revueltas entre los vecinos o a la hora del cierre de las puertas a la caída de la tarde.

La zona principal de comercio y encuentro entre los vecinos del barrio se situó cercana a la actual Plaza de Santa María la Blanca y sus aledaños, llamada Plaza de Azueyca (el mercado) en donde se documenta que, tanto en época de regencia musulmana como cristiana, hubo siempre tiendas y negocios de propietarios judíos. A este respecto, en el siglo XIII, Alfonso X hace una donación de un negocio a un protegido suyo, don Yucaf Cabacay en una zona de la plaza en la que existen tiendas de judíos

Respecto a las sinagogas que había en Sevilla, conocemos que la que era Sinagoga Mayor pasa a ser (a raíz de los sucesos de 1391), la actual Iglesia de “Santa María la Blanca”. La portada que se conserva, dando a la calle Archeros, debió ser el acceso a la Sinagoga. En 1810 los franceses la demolieron par abrir la plaza con la fisonomía de San Bartolomé.

La última sinagoga de importancia se encontraba en el espacio que hoy ocupa la iglesia del convento de Madre de Dios, y fue comparada en la época por su hermosura y dimensiones con la “Sinagoga del Tránsito de Toledo”.

Muchos judíos sevillanos tenían la profesión de “adobadores de libros” que trataban las pieles para convertirlas en pliegos de pergamino o en hojas para coser en forma de libros. Consistía en la introducción de telas durante varias horas o incluso días en una especie de salmuera, de un modo a como se hacían para conservar los alimentos. 

En Al Ándalus, la fabricación de pergaminos y papel tenía una gran relevancia. En los meses de mayo, junio y julio se enviaban cartas a las diferentes regiones para establecer las condiciones de caza de ciervos y gacelas. Con estas pieles se confeccionaba el pergamino más retirado y era de conocimiento general que esas eran el más demandado por las comunidades judías para la copia del “Sefer Torá”, el libro de Esther y otros escritos de especial valor religioso.


Auto de Fe en la parroquia de la Magdalena de Sevilla, por Lucas Valdés

Los trágicos sucesos de 1391

El arcediano de Écija, Ferrán Martínez, través de sus sermones, tanto en Écija como en Sevilla fue provocando un furor antisemita, que hizo que el pueblo llano viera a los judíos como causa cierta de todas sus desgracias y empobrecimiento. Ya en 1388 el Cabildo Catedralicio sevillano había llamado al orden y moderación al incendiario clérigo, escribiendo cartas al rey, advirtiéndole de la dureza y el rigor de las predicaciones antisemitas de este religioso.

La situación política y el vacío de poder en aquellos momentos hacen que el pueblo siguiera ciegamente a fanáticos e iluminados como el arcediano de Écija. El rey don Juan I, Trastámara responde al Cabildo con respecto al arcediano: 

“(…) débese mirar que con sus sermones y pláticas non conmueva el pueblo contra los judíos”.

Estatuto de Limpieza de Sangre de 1764

Cuando las soflamas antisemitas del arcediano toman fuerza definitiva, en la primavera de 1391, el joven rey apenas había cumplido 11 años. La prematura muerte del rey en 1390, hacen de la Corte un escenario de disputas e intrigas cortesanas de toda índole para organizar la regencia del joven rey Enrique III.

Ferrán Martínez predica contra los judíos en Écija, Sevilla y en otras localidades con juderías importantes del Valle del Guadalquivir sembrando odio en todas partes, especialmente en Sevilla, donde más afila su verbo, seguramente porque su Judería es la más grande y también la más próspera.

En marzo de 1391 hay un conato de asalto a la Judería sevillana. Si bien se produjeron importantes robos y asaltos a tiendas y viviendas, los daños contra personas no fueron de gravedad ya que don Alvar Pérez de Guzmán, alguacil mayor de la ciudad, consiguió con sus hombres detener los desmanes y alborotos.

No obstante, el arcediano subió aún más el tono de sus incitaciones contra los judíos, hasta provocar una revuelta, en este caso una matanza sin precedentes en la Judería sevillana. Se dice que murieron 4.000 personas. La cifra es controvertida. Con el ceso de habitantes de la judería de aquellos años, con el censo de habitantes de la ciudad…Lo que no debe ser objeto de controversia es el horror que vivieron estas calles el 6 de junio de 1391.

El Aguacil Mayor, don Alvar Pérez de Guzmán, no pudo en esta ocasión, a pesar de pedir ayuda, y obtenerla de miembros de la nobleza, evitar la matanza. Años después, cuando el rey Enrique III había alcanzado la mayoría de edad para reinar, en unas de sus primeras acciones de gobierno mandó procesar y encarcelar a Ferrán Martínez, arcediano de Écija, e impuso una multa fortísima al vecindario de Sevilla y al Ayuntamiento.

Según consta en el Libro del Mayorazgo del Archivo Municipal, la ciudad estuvo pagando al rey la multa por la destrucción de la Judería durante más de 10 años, en cantidades de oro.

La presencia durante varios meses de 1478 de los Reyes Católicos en Sevilla dio pie a que se les presentarán numerosas quejas contra las actividades de los conversos sevillanos y su nefasta influencia en la Iglesia. El dominico Fray Alonso de Ojeda fue el portavoz de las denuncias. Se acusaba a los conversos de judaizar en secreto, de profanar imágenes religiosas, de blasfemar en la noche del Jueves Santo…

La presión ejercida sobre los conversos es tal que un notable grupo de ellos comienza a reunirse. El mercader Diego Susón, el jurado Francisco Martínez, el sedero Diego de Jerez, el tintero Álvaro González, el aduanero Albolafia, el cambiador Pedro Ortiz, el mayordomo Alemán Pocasangre, los hermanos Aldafes, vecinos de Triana, el padre, un canónigo, Pedro Fernández Benaveda, son algunos de los conjurados. Pretenden rebelarse contra las humillaciones de la Inquisición y, sobre todo, contra el cada vez más estrecho cerco que sobre sus actividades económicas y comerciales se está estableciendo. Y conjuran. Son descubiertos y denunciados al Tribunal de la Inquisición "origen de la Leyenda de la bella Susona". El 6 de febrero de 1481 son quemados seis de los conjurados. En abril se ejecuta al resto de los acusados, hasta veinte.

La Inquisición española rompe el modelo de vecindad de cristianos, musulmanes y judíos. La Iglesia acumula varios concilios en los que se va apuntando la creciente discriminación de las minorías religiosas, singularmente los judíos. Se suceden en el siglo XIV los primeros pogromos (verdaderas matanzas) contra los judíos peninsulares. Las importantes juderías de Sevilla, Córdoba, Carmona, Baeza, Ciudad Real, Barcelona…son asaltadas. 

Crecen, de manera sorprendente las conversiones y el rechazo original a los judíos se amplía también a los conversos (judeoconversos). Las epidemias llevan años asolando el país y los judíos son la diana de la acusación, el chivo expiatorio.

La presencia en Sevilla de un numeroso grupo de judeoconversos, que “supuestamente, preparan una rebelión”, sirve de coartada para la creación de la Inquisición Española. Esta institución nace con la Bula del 1 de noviembre de 1478, otorgada por el Papa Sixto IV. Nace para perseguir a los judaizantes o sospechosos de judaizar, a los falsos cristianos y aún cuando reconoce la suprema jurisdicción del Papa, en realidad depende del poder político, de los reyes. Paralelamente a la creación de la Inquisición, en las Cortes de 1480, los Reyes Católicos, impulsan la aprobación de dos medidas que anuncian la futura expulsión de nuestros judíos: deciden que tendrán que regresar para comer y dormir; igualmente se impone la obligación de llevar un distintivo de color en la ropa para que sean identificados como judíos. El primer Auto de Fe celebrado en Sevilla el 6 de febrero de 1481, donde fueron quemadas seis personas como judaizantes. La Inquisición española duró desde 1478 hasta 1833.

Certificado de Familia firmado por la Inquisición sobre la limpieza de sangre.
Centro de Interpretación "Judería de Sevilla".

Estatutos de Limpieza de Sangre

En 1449 se aprobó en Toledo una ordenanza que excluía a los conversos de origen judío de los cargos y regidurías públicas de la ciudad. Se trata del primer Estatuto de Limpieza de Sangre. Una norma que exige el requisito de demostrar, al que aspira a un cargo o a ingresar en una institución, que no tiene ningún antepasado, por lejano que sea, judío (más tarde musulmán) y que, por tanto, no está infectada su sangre.

Los Estatutos comenzaron a regir en las órdenes religiosas: primero en la Orden de San Jerónimo, más tarde para los Dominicos, los Franciscanos después, y por último, los Jesuitas. Durante varios siglos se aplicaron en cofradías, estamentos administrativos, colegios mayores, órdenes militares, asociaciones…Todos se debían someter a una investigación exhaustiva destinada a probar que ninguno de sus ascendientes pertenecía a una ”raza manchada”.

Los judíos, en su mayoría procedentes del medio urbano, vieron en la conversión una forma de librarse de la persecución, de la muerte y de la expulsión, pero se encontraron frente a una nueva discriminación. 

Los Estatutos se convirtieron en caldo de cultivo para extender la sospecha, la envidia, las acusaciones y el chantaje. Se creó en Sevilla un grupo denominado “los linajudos” dedicado en exclusiva a extorsionar hurgando en los linajes de los conversos. Su silencio tenía un alto precio. Los Estatutos son suprimidos por ley el 16 de mayo de 1865.

Se cuelga en las Iglesias unos lienzos denominados “mantas”, donde estaban escritos los nombres de los judeoconversos. De esta manera en caso de litigio o pleito sólo había que “tirar de la manta” para demostrar la escasa limpieza de sangre de los allí inscritos.




Marranos o criptojudíos

La expresión “marranos” se ha utilizado hasta nuestros días como término despectivo y peyorativo para identificar a los judeoconversos que mantuvieron en la clandestinidad su identidad y creencias judías. En el medio académico se suavizaba esta expresión sustituyéndola por la de "criptojudíos".

Los marranos disimulaban su identidad judía y simulaban la adoptada cristiana. Toda su vida era observada por los vecinos y la Inquisición. Escuchaban las predicaciones, acudían a la Iglesia para ser vistos. Participaban o aparentaban participar en las festividades religiosas…El secreto de su identidad quedaba reducido a un radical y solitario espacio de la intimidad, perdiendo el carácter social del judaísmo. La identidad y prácticas judías se restringe a determinados ritos, cada vez más alejados de la tradición, y a veces, equivocados.

Los marranos van, poco a poco, desapareciendo bien por la implacable acción de la Inquisición, bien por el no menos implacable olvido. Escindidos entre una creencia impuesta y una creencia heredada que se olvida, acaban siendo, gran parte de ellos, indiferentes en materia religiosa. Están en el origen del libre pensamiento como un refugio en el que el conocimiento, la libertad y la supervivencia son el eje de la existencia. Lo que Spinoza (un marrano) dio en llamar “la fuerza de existir”.


El papel de la mujer sefardí

“La mujer salió de la costilla del hombre y no de los pies para ser pisoteada, ni de la cabeza para ser superior, sino del lado, para ser igual, , debajo del brazo para ser protegida y al lado del corazón para ser amada” (Talmud).

La construcción, transmisión y preservación de la identidad sefardí judeoespañola jamás habría sido posible sin el papel activo que la mujer judía ha desempeñado a lo largo de la historia. Si bien tradicionalmente la mujer quedó relegada a un segundo plano en la vida religiosa de las sinagogas, las mujeres han sido responsables fundamentales en la supervivencia del pueblo judío a lo largo de los siglos. La religión es una parte y no un todo de la identidad judía y, si bien el hombre llegó a monopolizar la vida religiosa e intelectual en el ámbito comunitario, la mujer fue quien preservó todos aquellos aspectos que hacen que un pueblo pueda definirse como tal. La misma Halajá (la ley judía) dispone que es sólo judío aquel que nace de madre judía. La mujer es sal y levadura sin la cual no podemos ser. Ni existir.

La mujer es la primera y principal educadora, es ella quien transmite a sus hijos, los valores éticos fundamentales del Judaismo y quien construye los cimientos de un hogar en el que de generación en generación la memoria, la lengua, las “kantikas”, el sabor de las comidas” y las más antiguas tradicionales de Sefarad han sido salvaguardadas. La mujer sefardí ha hecho de su casa y su comunidad una pequeña España en diáspora de modo que, aunque lejos de Sefarad, en enclaves tales como Sarajevo, Salónica, Estambul, Alejandría o Tetuán, cantaban la muerte de los Infantes de Lara, preparan buñuelos y mazapanes al modo de Sefarad y contaban leyendas en un bellísimo castellano que, poco a poco, se fusionaba con otras lenguas vecinas. Fueron ellas las que guardaron y preservaron la Memoria de nuestras vidas en las calles de Sevilla, Toledo, Carmona o Córdoba…haciendo de sus hijos unos “españoles en el exilio” o, como diría el doctor Ángel Pulido, unos “españoles sin patria”.

Aunque durante siglos el papel de la mujer sefardí giró principalmente en el entorno doméstico, muchas de ellas han destacado en la cultura e incluso en la política o las finanzas.

Tal es el caso de la primera mujer banquera de la historia: Doña Gracia Nasí (Lisboa 1510-Estambul 1569) quien, tras enviudar, continuó el negocio de su marido prestando dinero a muchos de los monarcas europeos de la época. Al tener que huir de la Inquisición, se estableció en Venecia y Estambul, y decidió donar gran parte de su fortuna a salvar judíos perseguidos por el Santo Oficio y a la fundación de escuelas en todo el Imperio Otomano.

Hoy en día, la mujer sefardí, plenamente integrada en la sociedad del siglo XXI, sigue preservando la identidad judeoespañola al mismo tiempo que destaca en la cultura, la ciencia y la medicina, la moda, el arte…En muchas comunidades participa activamente como líder y educadora garantizando así la continuidad de este pueblo milenario que mira hacia el futuro sin olvidar lo que para el pueblo judío ha sido su segunda tierra prometida: "España-Sefarad".

Muchas han sido las expulsiones que los judíos han sufrido a lo largo de la historia hasta nuestros días, pero ninguna ha marcado tanto la memoria colectiva del pueblo judío como la expulsión de “Sefarad” debido a su fuerte arraigo y a su dilatada presencia en estas tierras.

Extirpar la huella del judaísmo en España fue un proyecto de siglos que causó gran dolor, tanto a los judíos como a los no judíos. El comienzo del fin será el gran pogromo de 1391 que llegará a destruir por completo algunas de las juderías más importantes de la Península y que provocará que una parte importante de la comunidad judía marche en un primer exilio hacia el norte de África y que otra parte se convierta masivamente al cristianismo, dando lugar a lo que con posterioridad será conocido como el “Problema Converso”. En 1492 la comunidad judía en los distintos reinos de la Península no era ya tan numerosa como en el pasado y se encontraba en una situación de quiebra económica.



El Edicto de Expulsión firmado en la Alhambra el 31 de marzo de 1492 obligó a elegir entre el exilio o la conversión forzosa al catolicismo. Muchos fueron los que, con la esperanza de un futuro mejor, abrazaron la cruz engrosando así el número de conversos que en algunas ciudades llegará a representar el 30% de la población. Otros marcharon hacia Portugal (donde serían expulsados cuatro años más tarde), Norte de África, Italia e Imperio Otomano. Un tercer flujo de exiliados será el de los judeoconversos que durante los siglos XVI y XVII huyen de la presión inquisitorial y se establecen en los Países Bajos y el Nuevo Mundo.

La expulsión de los judíos españoles y la actividad inquisitorial que se desarrolló en España durante más de 300 años supuso el empobrecimiento cultural y económico de un país que hasta entonces contaba con una diversidad de culturas, credos y razas únicas en Europa. Enriqueció sin embargo, a otros muchos reinos que otorgaron asilo a estos apátridas. 

Los sefardíes dispersos por gran parte de la cuenca del Mediterráneo, Europa y América crearán una red privilegiada que favorecerá un intercambio comercial y cultural sin precedentes. Estos judíos exiliados compartían una misma cultura, una lengua franca, el judeoespañol, y unas relaciones humanas fundamentales en la confianza de pertenecer a una misma familia o comunidad. Una parte importante del comercio de tejidos y especias entre Oriente y Occidente, el comercio del cacao, azúcar y tabaco entre las Américas y Europa central…y el establecimiento de las primeras imprentas en el Imperio Otomano estará protagonizado por los sefardíes.

Estos judíos llegaron a integrarse con éxito en muchos de los países de acogida "Marruecos, Túnez, Egipto, Turquía, Italia, Holanda"…y llevaron a sus tierras de adopción todo el buen saber de Sefarad. No despreciaron la cultura local que les adoptaba y, tras muchos años, lograron fusionar la cultura judeoespañola con la cultura del nuevo país. Los judeoespañoles no olvidaron jamás a España, aunque España, tras siglos de intolerancia, llegó a olvidarles casi por completo, mientras ellos hacían de la lengua sefardí y de la memoria cotidiana una nueva Sefarad en la diáspora. 

En la intimidad de las casas de hablaba castellano, en las sinagogas se cantaba en ladino, los más grandes rabinos escribían y traducían la lengua de Cervantes, las madres y las nonas -abuelas- dormían a sus criaturas con viejos romances. Las comunidades publicaban los libros y periódicos en Judeoespañol. La nostalgia y el mito marcaron por siempre la identidad de estos judíos que veían en su "MATRIA", España, una madre y una madrastra imposible de olvidar.

Tal era la identificación de estos españoles sin patria con la tierra que les vio nacer que en Estambul, Salónica o Sarajevo lo español era sinónimo de judío y muchos se referían a la lengua hebrea como español de modo que para los judíos la lengua castellana que oían de boca de los sefardíes en la mismísima lengua hebrea de la Biblia. Estos españoles en el exilio fueron los primeros y mejores embajadores de España…siglos antes de que existiera la actual diplomacia española.

En la actualidad las comunidades sefardíes están más dispersas que nunca. Muchas de las comunidades históricas de los últimos cinco siglos han desaparecido o están en peligro de desaparecer. Siguen existiendo comunidades judeoespañoles en Fez, Tánger, Sarajevo, Curaçao, Amsterdam, Salónica, Esmirna o Estambul, aunque en la actualidad la mayor parte de judíos descendientes de aquellos expulsados de Sefarad se encuentran en Jesusalén, Tel-Aviv, París, Nueva York, México, Caracas y Buenos Aires.

En España viven en la actualidad unos 40.000 judíos la mayor parte de ellos sefardíes del norte de Marruecos y argentinos de origen centroeuropeo.


Procesión de la Inquisición

Los conversos

La Inquisición se creó para solucionar el “problema” converso que eran los judíos que se habían convertido al cristianismo. Se decía que había conversos que conservaban parte de sus antiguos ritos y que su conversión no era sincera. Fue en el convento de San Pablo en Sevilla donde comenzaron las primeras persecuciones contra ellos. Su drama fue inmenso y se prolongó durante toda la historia de la Inquisición.


Algunos personajes históricos acusados por la Inquisición



Samuel Abravanel (Juan Sánchez de Sevilla) Siglo XIV)

Nace en Sevilla en una familia con raíces toledanas y de gran posición social y económica. Fue contador mayor del rey Juan I (es decir, el jefe de todos sus recaudadores y contables). Es un hombre de negocios, pero no por ello deja de admirar a rabinos y estudiosos, a quienes protege y respalda económicamente. Su familia ocupa casas importantes de la Judería de Sevilla (existe documentación de propiedades de Samuel Abravanel en el Barrio de San Bartolomé el Nuevo), y hay una zona lindera con la muralla que se daba en llamar “adarve de los Abravanel o Abravannieles”). Pone su fortuna en liberar y defender a muchos correligionarios que se van perseguidos a causa de su fe. El transcurso de los acontecimientos y la intuición (por desgracia certera) de que los tiempos venideros serán nefastos para los judíos españoles, lo hacen convertirse al cristianismo. Existe documentación en las que se refieran a Samuel Abravanel como Juán Sánchez de Sevilla desde 1387. Aparece en los escritos como tesorero mayor de la reina o del rey. Con la conversión pudo mantener la integridad de su patrimonio así como la propia vida.



Susona Ben Susón (siglo XV)

Era hija de un rico mercader converso llamado Diego Susón. Admirada por la belleza de su rostro y el de su cuerpo, era llamada por los sevillanos “la fermosa fembra”, y gozaba de admiradores y pretendientes en toda la ciudad de Sevilla. Enamorada de un apuesto joven perteneciente a un noble linaje de cristianos viejos de la familia Guzmán, le confesó a su enamorado las conversaciones secretas que su padre tenía con otros conversos. Querían hacerse con el control de la ciudad y evitar las continuas represalias y vejaciones a que eran sometidos los conversos por los cristianos viejos. De inmediato, el joven dio noticias de esta conspiración al alcalde de la ciudad, y éste hizo apresar a todos los conspiradores (entre ellos el padre de la Susona) a los que se dio muerte. Entre los conspiradores estaban Pedro Fernández de Benaveda, mayordomo de la Catedral; Juan Fernándes de Albilafia, llamado “el perfumado” por su excesiva compostura en el vestir y arreglarse, que era letrado y alcalde justicia; Adolfo de Triana, también rico mercader y hombre principal, y así hasta 20 conversos pudientes de Sevilla, Carmona y Utrera. La joven se vio huérfana y abandonada por su amado, llevando una vida misteriosa y escondida que dio lugar a numerosas leyendas.

Despreciada por los cristianos como conversa e hija de conspirador, y por los judíos y conversos como traidora a los suyos, la leyenda dice que se encerró en su casa hasta su muerte y con su cadáver apareció una nota diciendo “Para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que, cuando haya muerto, separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo, sobre la puerta de mi casa, y allí se quede para siempre jamás”.

La calle de la Susona se llamó antes la calle del Ataúd y la calle de la Muerte…así que no parecía tener muy buenos presagios

En el lugar en el que estuvo colgada la supuesta calavera de la Susona hasta bien entrado el siglo XVII, se colocaron unos azulejos en los que puede leerse: 

“En estos lugares, antigua calle de la muerte, púsose, la cabeza de la hermosa Susona Ben Susón, quien, por amor, a su padre traicionó, y por ellos, atormentada, dispúsolo así en testamento”.



Pablo Antonio José de Olavide y Jaúregui (1725-1803)

Fue escritor, traductor, jurista y político. Tras una larga estancia en Francia, regresa a España como introductor convencido del enciclopedismo francés. En la actualidad se le recuerda por ser el artífice de la primera gran reforma universitaria española, así como por intentar racionalizar recursos tanto naturales como económicos que confluyeran en la modernización del país. Es nombrado superintendente de las nuevas poblaciones de Andalucía, por lo que vive en Sevilla. Impulsó una verdadera reforma del comercio, las infraestructuras, el urbanismo y la cultura.

Semejantes intereses, además de su acomodada posición económica, hicieron que la Inquisición comenzara a vigilar estrechamente sus actividades y escritos. En 1775 se le abre el primer proceso inquisitorial. Es acusado de proposiciones heréticas. En 1776 es condenado como hereje convicto y se confiscan todos sus bienes, se establecen ocho años de reclusión y se le incapacita a perpetuidad para cualquier empleo público.

Su creación literaria más destacada es “Historia de un filósofo desengañado”. Entre sus ensayos: “Informe sobre la Ley Agraria”, y el “Informe sobre el Proyecto de Colonización de Sierra Morena”.



Blanco White (1775-1841)

Escritor, teólogo, crítico literario y bibliotecario, José María Blanco Crespo, conocido como Blanco White, es considerado como representante destacado de la Ilustración española. Ordenado sacerdote en 1800, fue canónigo de la Catedral de Sevilla. Su curiosidad intelectual lo convierte en un defensor a ultranza de la libertad religiosa y de conciencia. Es partidario de la independencia y la libre autodeterminación de las colonias. Estudioso y pensador infatigable, funda en Sevilla la Academia de las Letras Humanas. Alza su voz señalando a la Inquisición española como la causante principal de la decadencia, servilismo y terror de la sociedad.


Cansado del oscurantismo y la intolerancia, se marcha a Inglaterra en 1810, donde se hace anglicano y funda el primer periódico de oposición: “El Español”. Su circulación fue inmediatamente prohibida tanto en España como en las colonias. Los partidarios de la Inquisición iniciaron contra su persona y pensamiento una feroz campaña en la que él y su obra son tratados como el exponente máximo de la traición y el antipatriotismo.

Sus “Letters fron Spain (Cartas desde España)” reflejan fielmente su amargura, desazón y rebeldía frente a lo que sucedía en su país. Plantea con radicalidad la necesidad urgente de separación de la Iglesia y el Estado.

Entre sus obras destacan: “Vida del Reverendo J.Mª Blanco White”; “Cartas de Juan sin tierra” y la novela “Intrigas venecianas”.

El cuadro “La expulsión de los judíos de Sevilla” pintado por Joaquín Turina Areal, -pintor de la Escuela sevillana del siglo XIX- es una de las escasas obras que han tratado la Diáspora judía en “Sefarad”, reflejando el lamento de los sefardíes por la pérdida de lo que fue su patria desde el siglo I d.C. hasta 1492. 

Los rostros representados son profundamente expresivos, captando con escasas pero precisas pinceladas todo el dolor y la tragedia que la escena contiene en sí. Cada grupo de figuras tiene un lenguaje interno y constituye una pequeña escena dentro de la escena general del cuadro.

Antes de la salida del Centro de Interpretación “Judería de Sevilla”, nos encontramos en el techo numerosas llaves antiguas cargadas de simbolismo:

“Cuando los sefardíes fueron expulsados, siguieron conservando las llaves de sus hogares”, lo que demuestra el apego que le tenían a esta tierra “Sefarad”.

Desde la Judería de Sevilla nos desplazamos hacia el Castillo de San Jorge, sede de la Inquisición durante 300 años y a uno de los barrios judíos más antiguos que existen en España "Hervás en el Valle de Ambroz, en la falda de la Sierra de Béjar, al norte de Cáceres", pero eso formará parte de otra interesante historia que compartiré con los amigos del blog de mis culpas...

domingo, 19 de marzo de 2017

La Mezquita Aljama de "IBN ADABBAS", en la antigua Ishbilya

Aldaba procedente de las puertas de la Mezquita de Ibn Adabbás. Siglo XI

Bajo la Iglesia del Divino Salvador en Sevilla puede encontrarse la primitiva Catedral de Sevilla que recibió el nombre de Santa Jerusalén, teniendo como apelativo “San Vicente”. Fue la sede de San Isidoro, escritor y doctor de la Iglesia que presidió el Segundo Concilio de Sevilla en el 619, y el Cuarto Concilio de Toledo en el 633, en el que unificó la disciplina litúrgica de España. El saber de San Isidoro abarcó todas las ramas destacando entre sus libros “Las Etimologías” que podría ser denominada la primera Summa Teológica.

Alcuin de York, consejero de Carlomagno, define así al Santo: “El muy bienaventurado Isidoro, el más ilustre doctor no sólo de España sino de todas las iglesias de lengua latina”. San Isidoro Sevilla muríó en el año 636.

La debilidad de la monarquía visigoda forzó a solicitar ayuda al emirato del norte de África, causa final de la invasión musulmana. A partir del 711 comienza en Al Ándalus la islamización que tiene su máximo esplendor en el siglo X bajo el Califato de Córdoba. Los templos romanos e iglesias visigodas se van convirtiendo en mezquitas.

En el siglo VIII, fracasa el estado teocrático visigodo, seguido por una guerra civil entre los partidarios del cristianismo trinitario (Padre, Hijo y Espíritu Santo) encabezados por Roderico elegido por los nobles y prelados y los partidarios del arrianismo (cristianismo con un sólo Dios) encabezados por Witiza.

Es difícil de creer que sólo unos miles de musulmanes sin una marina adecuada y “sin una invitación previa” pudiesen atravesar el peligroso Estrecho de Gebel al Tarik “Gibraltar” y conquistar un vasto territorio que le llevara al Imperio Romano varios siglos de conquista (desde el 218 a.C. hasta el 19 a.C.).

Pero ocurrió que la Hispania visigoda se desintegró por las guerras internas emergiendo con la ayuda de la población autóctona una nueva civilización con una cultura superior que se extendió en menos de un siglo desde Siria hasta Al Ándalus pasando por Egipto y el norte de África y que marcará durante siglos la Historia de España y parte de nuestra identidad cultural e histórica.



Se cree que la fecha fundacional de la Mezquita de Ibn Adabbás fue el año 214 de la Hégira "829-830 de la era cristiana" al encontrarse esa fecha grabada en una columna de la Mezquita que se guarda en el Museo Arqueológico de Sevilla "Sala XXVI". Es posible que los fieles musulmanes siguieran utilizando el edificio romano-visigótico compartiéndolo con los cristianos, tal y como sucedió con la Basílica de San Vicente en Córdoba.


Fuste romano de mármol con epígrafe árabe que conmemora la fundación de la Mezquita de Ibn Adabbás.  Iglesia del Salvador. Museo Arqueológico de Sevilla. 

Detalle del fuste romano

Se compone de cinco líneas de caracteres cúficos de tipo arcaico escritos paralelamente al eje vertical de la columna:

‹‹Dios tenga misericordia de Abd al-Rahmán b. al-Hakam, el emir justo, el bien guiado por Dios, el que ordenó la construcción de esta mezquita, bajo la dirección de Umar b. Adabbas, qadí de Sevilla, en el año 214 (11-3-829/27-2-830). Y ha escrito esto Abd al-Barr b. Harun.››

En el año 230 H (844) los normandos “mayús” remontan el Guadalquivir arrasando la antigua Isbilya y la mezquita aljama de Ibn Adabbás en tiempos de Abd al-Rahmân II, el cual movilizó sus tropas venciéndolos en la “Batalla de Tablada. 

La Mezquita Aljama de Ibn Adabbás ha sido objeto de varias restauraciones, entre las que destacan la del año 472 H (1079-1080), llevada a cabo tras un terremoto que destruyó la parte alta de la torre, y la del año 592 H (1196-1197), efectuada cuando la nueva mezquita aljama (hoy Catedral) estaba ya construida.

La estrategia política de los andalusíes consistió en colocar en el centro urbano de la Medina o ciudad el palacio del gobernador y la Mezquita Aljama o Mezquita Mayor, que acogía a toda la población adulta para el rezo de los Viernes.

La construcción de la Mezquita Mayor de Adabbás se realizó siguiendo las normas de Mahoma, que propugnaba el arrasamiento de los templos anteriores con reaprovechamiento de sus materiales, y se trazó un templo musulmán según el modelo oriental.

Así encontramos en la antigua Mezquita Aljama “Mayor”: una sala hipóstila con fustes y capiteles romanos. El edificio, rodeado por muros en el centro histórico de la antigua Ishbilya “Sevilla” tenía el acceso principal a través del antiguo alminar situado al norte, en el lado opuesto de la quibla de 10 m. de altura y 2 m. bajo tierra -ubicada en la actual calle Córdoba- que da acceso al “Patio de los Naranjos”. Desde el alminar el almuecín llamaba a los fieles a la oración.

El alminar de la mezquita de Ibn Adabbás es un antecedente del gran alminar que construyera Abd al-Rahmán III en la Mezquita Aljama de la antigua Córdoba. Junto a los muros de la mezquita aljama estaban adosados los comercios y pequeños talleres artesanos. 

La Mezquita estaba compuesta por dos espacios rectangulares de similar superficie. El situado al norte constituía la antesala del edificio, y su función era la realización de las abluciones rituales antes de los rezos. Este patio de las abluciones “sahn” orientado en dirección Este-Oeste, -tiene un tamaño de unos 22 metros en este eje y unos 12 en el eje menor-, lo mandó a construir And al-Rahman II en el 829 y estaba rodeado por galerías debiendo utilizarse también como plaza pública. La sala de oración estaba abierta con arcadas a este espacio abierto. Se componía de nueve naves de igual medida, excepto la central, más ancha y alta, que indicaba el camino espiritual hacia el muro de oración y nicho sagrado situado en el muro de la quibla, el mihrab. En el centro del patio de las abluciones se colocó una fuente.

En el lado Este del patio existe una capilla funeraria “la de los Pineda”, levantada en el siglo XIV y que reúne elementos góticos e islámicos. De las tres laudas sepulcrales que contenía, decoradas con azulejería, sólo queda una.

Todas las mezquitas andalusíes tienen su dirección de rezo hacia el sur, posiblemente por tradición de la orientación de las mezquitas omeyas de Siria. Los arcos que soportaban la techumbre eran de herradura y bicromos, como en la Mezquita de Córdoba.

También destaca "Las dos aldabas" ambas de bronce e idénticas de la puerta principal de la Mezquita Aljama de Ibn Adabbás, que se encuentran en la actualidad en la puerta de la sala de exposición dentro de las dependencias de la Hermandad Sacramental del Salvador. Estas aldabas penden de la boca de un felino, cuya cabeza es sustentada por una moldura en forma de pirámide octogonal, fijados a las hojas de la puerta por medio de un polígono estrellado.



Cuando los castellanos conquistaron Sevilla en 1248 cristianizaron las mezquitas colocando en primer lugar las campanas en los alminares y cambiando el eje de oración “norte-sur” en “este-oeste”. En el lugar del minrab (lugar sagrado islámico) se coloca una capilla de la Virgen, en este caso de la Virgen de las Aguas.

Muchas de las catedrales se situaron sobre las mezquitas mayores “aljamas”. Las mezquitas terminaron derribándose, con la excepción de la gran aljama de Córdoba que debe su permanencia a la construcción en su interior de una catedral plateresca tardía, en 1523. Así pues, la mezquita mayor de Jaén, fue demolida entre 1368 y 1382, la de Sevilla en 1401, Guadix en 1496, Málaga en 1518 y Granada en 1522. El Salvador será una de las últimas mezquitas que se derribó en Andalucía (1671) y esto se debe a que en el año 1172 perdió su condición de mezquita mayor de la ciudad a favor del enclave existente en la actual catedral: el derribo para construir la Catedral cristiana se realizó en el edificio almohade, mientras que la antigua mezquita mayor de Adabbás se reutilizó hasta finales del siglo XVII.




Todos estos vestigios arquitectónicos demuestran la grandeza de una civilización andalusí que ha marcado una parte de nuestra historia y cultura dejando una importante huella en nuestra personalidad, llegando a ser el faro intelectual de una Europa sumergida en las tinieblas de su propia ignorancia. 

A los andalusíes les debemos las traducciones de los clásicos griegos: la medicina de Hipócrates y Galeno, la geografía, astronomía y trigonometría de Ptolomeo, la geometría de Euclides, la física de Arquímedes, la crítica de Aristarco, y la metafísica de Apolonio, Empédocles y Aristóteles que serán traducidas posteriormente al latín en la famosa Escuela de Traductores de Toledo, protegida por Alfonso X el Sabio en la que trabajaron musulmanes, cristianos y judíos.



Traducciones de Platón, Aristóteles, Séneca, Plotino, Luciano de Samosata y los grandes padres de la Iglesia desde San Ireneo a San Agustín permitieron que el conocimiento fuese conocido en Europa para dotar de base la filosofía medieval y escolástica.

Desde el Patio de los Naranjos de la antigua Mezquita aljama de Ibn Abaddás de la antigua Ishbilya (Iglesia del Salvador de Sevilla) para el blog de mis culpas...