La noche anterior visitamos el Museo Municipal de Costumbres y Tradiciones de Vejer. Vengo de un pueblo, también denominado "de la Frontera", donde nunca hemos disfrutado de la presencia de un museo arqueológico. Incluso hasta las piedras de su desvencijado castillo -como vestigio arquitectónico más importante de la ciudad, padecen una artrosis degenerativa difícil de curar incluso por los mejores "paliativistas" de la historia pero lo que es aún más preocupante es que su posible restauración se dilata demasiado en el tiempo por la escasa altura de miras y falta de interés que han mostrado las diversas administraciones como fiel reflejo de sus ciudadanos que también hemos vivido desde tiempos inmemoriales de espaldas a nuestra historia.
El antiguo Mawror, fue un alkevirato en tiempos de Abd al-Rahman I ben Muawiya al-Dajil (el Inmigrado 756-788) colaborando activamente con éste cuando entró por Almuñécar -Granada-, según la obra “los alkevires de Morón” de Ramón Auñón y Reino de Taifa de Morón en el siglo XI, con el desmembramiento del Califato de Córdoba (Banu-Nuh 1041-1066), que es una de las épocas más brillantes de la historia de Morón.
Una gran carreta del siglo XIX preside el Museo de Vejer en su parte central, único medio
de transporte para personas y mercancías de la época donde se puede apreciar su
eje, viga, yugo, traviesa, ruedas con sus radios, etcétera…
Los arados como paso previo
a la siembra. En función del estado de la tierra se usaba la vertedera para
voltear la tierra en seco o el arado romano para arar en tierras húmedas
abriendo surcos.
Una parte del museo está
dedicada a la agricultura con didácticas explicaciones sobre la siembra, la siega
y la trilla de cereales. Un día en la
era con los segadores y la trilla como labor que consistía en separar la espiga
de la paja. Otra labor del campo consistía en el trillo que era una plancha de
madera con ruedas metálicas arrastradas por dos mulas.
A mediodía, en la época del tórrido verano andaluz, cuando venía "la caló" se preparaba el gazpacho caliente que generaba la fuerza suficiente para
proseguir la jornada en la era de los infatigables jornaleros. Para el trigo y
la cebada el mejor viento era el que provenía
de poniente mientras que los garbanzos y habas se prefería el de
levante. Una tarea reservada cuando se levantaba la brisa al atardecer
terminando la faena con cribas que cernían los granos con distintos tamices para separar los granos por
tamaños y eliminar las impurezas y la tierra sobrante. El trigo iba directo al
molino para su molienda, convertido ya en harina.
Otro espacio del Museo
consistía en la construcción tradicional de chozas como cuadras de animales,
aperos de labranza e incluso residencia de familias que hacían del trabajo en
el campo su modo de vida.
La palma como artesanía se transformaba en escobas, sopladores, cestas, serones, espuertas, capachos. La palma se
recolectaba entre junio y julio, se secaba al sol y se separaban las hojas
cuidadosamente, se dividía en fracciones –desvenar- y se confeccionaban los
objetos siendo preciso poseer habilidad y destreza.
Para terminar con la
tradicional matanza que desde tiempos inmemoriales era tradición el 11 de
noviembre, día de San Martín, de ahí la popular frase, ¡a todo cerdo le llega
su San Martín!, y que solía durar dos o tres días. Era un evento social y
gastronómico de muchas familias y constituía en muchos casos una fuente
necesaria de alimentos para el duro invierno y meses venideros.
Sin olvidar el ámbito
doméstico y la ganadería. En definitiva, en este interesante museo se muestran
las formas de vida, costumbres y economía de base de los habitantes de Vejer y
su entorno en tiempos pretéritos.
Deleitarnos por el callejón del arco de las monjas y quedarse impregnados de sus hermosos patios, dejarse llevar por nuestra imaginación hasta llegar hasta el paseo de las Cobijadas, en cuyo mirador encontramos un monumento en homenaje a la mujer vejeriega. El cobijado era el vestido tradicional femenino que guarda gran similitud con el vestuario de la mujer musulmana.
En definitiva, Vejer reúne
todas las condiciones idóneas para perderse por la angostura de sus calles y extrapolar
nuestra retina a épocas pasadas gracias a su patrimonio cultural bien
conservado. Un grato fin de semana del que pudimos saborear los efluvios
marinos que provienen de la costa junto con la brisa de una noche de verano,
con el Faro de Trafalgar como símbolo emblemático en la playa del Palmar, desde
la cual se pueden iniciar bellas rutas hasta el Parque de la Breña en Barbate y
desde allí dirigirse hasta Zahara de los Atunes con el Faro de Camarinal y Baelo Claudia para llegar hasta
Tarifa, capital europea del viento “la madre que parió al viento de poniente y
levante”.
Todo ello, sin mencionar
la exquisita gastronomía, desde el interior hasta la costa que tiene cualquier
rincón de nuestra Andalucía y que forma parte por derecho propio de nuestra
dieta mediterránea como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Desde Vejer, para el Blog de mis culpas...
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