Bisonte tumbado. Hace 14.500 años
Grabado, dibujado y pintado a carbón para el color negro, y ocres para el color rojo. Incorpora en su representación las grietas y el relieve natural para dar volumen. Es el ejemplo paradigmático de los polícromos de Altamira.
Una de las primeras lecciones de historia que recuerdo durante mi más tierna infancia en aquellas desaparecidas Unidades Didácticas de la antigua escuela fue el nombre de las Cuevas de Altamira, en Santander. Sería la primera vez que escuché el término “pinturas rupestres”.
La cueva de Altamira se encuentra en una caliza formada en el fondo marino hace unos 95 millones de años. Junto con otras capas rocosas configura un gran pliegue, el sinclinal de San Román-Santillana, formado como consecuencia de la colisión de África con la Placa Ibérica, y que comenzó a afectar a esta zona hace unos 37 millones de años. Un paisaje geológico sobresaliente denominado Costa Quebrada, que engloba a Altamira en la memoria colectiva de sus gentes.
Tras la glaciación vendrá el aumento del nivel del mar, mientras que la erosión se abre paso entre las rocas más fuertes desmantelando rápidamente las más débiles.
Frente a la puerta principal de la entrada a la cueva de Altamira original se encuentra el monumento en bronce en memoria del Descubridor Marcelino Sanz de Sautuola (1879) en Altamira de una de las primeras obras de arte de la Humanidad. La escultura fundida en bronce, fue realizada por el escultor Julio López Hernández por encargo de la Fundación Botín en 1999 para que se reconociera el valor de su descubrimiento.
En 1868, Modesto Cubillas, un tejero asturiano afincado en Cantabria encontró la cueva de Altamira por casualidad durante una jornada de caza. Su perro cayó y Cubillas acudió a socorrerlo, encontrando la cueva.
En 1879, y tras el hallazgo de Cubillas, Marcelino Sanz de Sautuola, aficionado a la paleontología descubre con la ayuda de su hija María, las pinturas rupestres que la hicieron famosa, quien exclamó al ver los famosos bisontes:
"¡Papá, papá, bueyes!"
Las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira pertenecen al Paleolítico Superior, y datan entre 35.000 y 14.000 años. El bisonte es el elemento que brilla con luz propia en la cueva, aunque las ciervas y ciervos, caballos y, en menor medida, las cabras tienen su lugar destacado. Aunque las representaciones humanas son minoritarias dentro del Arte Paleolítico, en Altamira se encuentran algunas de las más representativas, denominadas “antropomorfos”.
Sautuola, defendía que las pinturas eran del Paleolítico, pero fue recibido con gran incredulidad por la comunidad científica, hasta que en 1902 quedó su tesis certificada. Altamira fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985.
En el pueblo de Santillana del Mar nos encontramos en su Plaza Mayor con un bisonte sobre un pedestal de piedra, obra del escultor Jesús Otero con la inscripción: “Santillana al hombre de Altamira”, lo que nos recordaba que por la tarde tendríamos nuestra obligada visita desde el hotel ubicado en el Parque Revolgo, donde se inicia la ruta rupestre hasta la cercana cueva de Altamira, que dista unos 2,5 km.
Muy cerca se encuentra “La Casona de Revolgo”, una casa montañesa restaurada del siglo XVII convertida en un hotel de cuatro estrellas en Santillana del Mar, Cantabria, donde colocamos nuestro centro logístico y de descanso.
También nos encontramos en pleno casco histórico de Santillana del Mar con un hotel denominado Altamira y diversos bisontes en las puertas, rejas y fachadas como elementos de adorno.
Aunque no se puede visitar la cueva de Altamira original por razones obvias, realizamos una visita a la Neocueva de Altamira, como copia fidedigna de la original, que se encuentra en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, en Santillana del Mar. Mientras nos tocaba entrar, unos paneles informativos sobre la época de las cuevas nos han ayudado a elaborar unas humildes letrillas para el blog de mis culpas para compartir con los amigos. Porque como dijo el inmortal poeta Antonio Machado:
“En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da”
Si el lugar de descanso del poeta Antonio Machado ha sido considerado por muchas personas como una “Capilla Sixtina Laica”, de igual modo, es considerada la Cueva de Altamira como la “Capilla Sixtina del Arte Rupestre”.
Cuando entramos en la Neocueva de Altamira, nos daba la impresión de que estábamos en la cueva original. La Neocueva reconstruye Altamira tal y como era cuando la habitaron los distintos grupos humanos, desde hace 36.000 años a 13.000, cuando un desplome de rocas taponó definitivamente su gran entrada.
Las personas que habitaban la cueva se organizaban en grupos familiares extensos. Obtenían los alimentos cazando, pescando y recolectando. Aprovechaban los recursos de un amplio territorio que recorrían de forma planificada según las estaciones del año.
La vida cotidiana se realizaba cerca de la entrada, aprovechando el calor de los hogares para cocinar, pero también para charlar, transmitir tradiciones y compartir conocimientos en torno al fuego.
El dominio del fuego marcó un hito crucial en la evolución humana, permitiendo la cocción de alimentos, y la protección contra depredadores.
Toda la cueva fue utilizada para pintar, grabar animales y signos. Su significado es desconocido, un código indescifrable que cubrió paredes y techos hasta en las zonas más inaccesibles. En la “Galería Final” de Altamira, también al final de la Neocueva, aparecen unos seres misteriosos creados con escasos trazos de color negro sobre las aristas de la roca. Imágenes sugerentes que nos observan y acompañan, a las que llamamos “máscaras”.
Grabados, dibujos y pinturas se han usado aislada o conjuntamente. El carbón vegetal era de pino y los rojos se obtenían a partir de óxidos de hierro. El arte de Altamira destaca por su enorme calidad. Este gran dispositivo artístico se fue completando a lo largo de 20.000 años y por eso los estilos y las técnicas artísticas son tan diferentes.
Altamira, la obra maestra del primer arte de la Humanidad
Desde su descubrimiento, en 1879, la cueva de Altamira ha atraído a estudiosos, artistas y a todo tipo de personas por su belleza y por su interés científico.
Donde apenas llega la luz y más allá, en la oscuridad, se hallan los lugares para celebrar mitos y realizar ritos. Solo algunos animales, siempre los mismos (ciervos y ciervas, bisontes, caballos, toros y cabras), signos abstractos y figura que quieren parecer humanas acompañaron estos discursos trascendentes. Así plasmaron su forma de entender el mundo, en el inicio de nuestra Historia.
Luces y sombras descubrieron las formas de las rocas. En ella se integraron las figuras, adaptándose a las formas naturales y a las grietas para crear los animales en distintas actitudes; de pie, enfrentados, bramando o revolcándose o echados sobre el suelo.
Altamira fue inscrita en la Lista de Patrimonio Mundial en 1985. Por su fragilidad, la visita a la cueva está muy limitada y controlada. Su conservación se rige por un Plan de Conservación Preventiva que establece el régimen de acceso.
Mano. Hace 22.000 años
Las manos son una de las expresiones más antiguas del arte de las cavernas. Esta mano está realizada embadurnando la mano con ocre rojo e imprimiéndola contra la roca.
El edificio inaugurado en julio de 2001 es obra del arquitecto cántabro Juan Navarro Baldeweg. Destinado a acoger tanto las áreas para los visitantes como las áreas internas, el proyecto tuvo como prioridad el respeto a la razón de ser del Museo, la cueva de Altamira y la preservación del entorno.
Alejado de la cueva para evitar riesgos de conservación el arquitecto planteó una estructura integrada en el paisaje. Los volúmenes del edificio quedan abrazados por el terreno inclinado de una suave colina, integrándose en la pendiente natural a través de su cubierta vegetal.
Vamos a ver entre breves pinceladas como vivía el hombre de las cavernas...
La Europa del hielo
Durante las glaciaciones, Europa sufrió un intenso frío que la convirtió, ocasionalmente, en una región periglaciar.
Las temperaturas medias cayeron varios grados y los paisajes fríos –tundra, taiga y estepa– ganaron terreno. La fauna cálida, refugiada en las zonas ubicadas más al sur, fue sustituida en amplias regiones por otros animales: mamuts, renos, caballos esteparios, antílopes saiga, o el increíble rinoceronte lanudo.
Sin duda, fueron tiempos muy duros para el hombre que comenzó a ocupar sistemáticamente las cuevas y abrigos rocosos del sudoeste de Europa, en donde las condiciones de vida no eran tan extremas.
Pobladores de Europa
A día de hoy es la especie más antigua definida como Homo, género al que pertenecemos los seres humanos actuales. Habitó el sur y este de África en el periodo comprendido entre hace 2,1 y 1,44 millones de años. Su presencia se ha registrado en Etiopía, Kenia, Tanzania y Sudáfrica.
Medía en torno a 1,20 metros, pesaba alrededor de 40 kg y caminaba perfectamente erguido. Su capacidad craneal se situaba en torno a los 500 y 800 cc.
Es la primera especie que puebla de forma general Europa. Vivió entre 600.000 y 200.000 años antes del presente, previo a la presencia de neandertales en esta región. Sus restos fósiles se han hallado en Inglaterra, Francia, Alemania, Ucrania, Grecia y España.
Tenía complexión fuerte, una estatura similar a la de los seres humanos actuales, entre 1,70 y 1,80 metros, y su peso rondaba los 95 kg. Su cráneo presentaba un borde supraorbitario prominente y mandíbula robusta, con una capacidad craneal que oscilaba entre los 1100 y 1300 cc.
Fue el primer habitante de Cantabria, habiéndose documentado su presencia en el entorno de la cueva de Altamira.
Desarrollaron una elaborada cultura en Europa y Próximo Oriente entre 250.000 y 28.000 años antes del presente.
Su constitución física robusta, de potente musculatura y presentaba una estatura media de 1,65 metros, con un peso que rondaba los 70 kg. Su cráneo, de marcado borde supraorbitario y mandíbula sin mentón, con una capacidad craneal, superior a los seres humanos actuales, alcanzando los 1500 cc.
Tenían un lenguaje articulado, utilizaron las cuevas para vivir, cuidaron a enfermos y ancianos y enterraron a sus muertos. Crearon una industria lítica denominada Musteriense.
Homo sapiens
Los primeros humanos anatómicamente modernos aparecieron en África hace 300.000-250.000 años. Llegaron a Europa hace 40.000 años, donde coincidieron con los neandertales, que desaparecieron 12.000 años después. Se expandieron por los cinco continentes, quedando como únicos representantes del género humano. Homo sapiens, quiere decir, nosotros mismos.
Tenían una complexión similar a la actual, con una capacidad craneal de 1200 cc. Inferior a la de los neandertales.
Fabricaban la industria lítica y también ósea, como arpones, agujas o puntas, además de representaciones abstractas o de animales.
Modifican la forma de tallar la piedra, el sílex. Empiezan a producir sistemáticamente láminas que posteriormente retocan para fabricar distintos útiles especializados y eficaces.
Fueron quienes, además de la piedra, emplearon sistemáticamente hueso, asta y marfil para la fabricación de herramientas específicas que han llegado hasta nosotros, como arpones o agujas. El dominio de la talla, el pulido de estas materias óseas y su uso cotidiano caracteriza a las culturas del Paleolítico Superior europeo, que se desarrolló durante los últimos 30.000 años de glaciación de Würm o Edad de Hielo.
La arqueología divide este periodo en varias fases culturales. De ellas, en Altamira se conocen ocupaciones durante el Solutrense Superior [17.000 a 15.000 a.C.] y el Magdaleniense Inferior [10.000 a 8.000 a.C.]. Fue una época de clima frío suavizado por la situación meridional de la Península Ibérica.
Tiempos de Altamira
Ciervos y cabras, caballos y bisontes
Arqueología, Antropología y Etnoarqueología
Salud y enfermedad
Movimientos estacionales
Cuevas de Altamira
El culto a la muerte en el Paleolítico
Un legado impreso en piedra durante milenios
El hombre de Altamira se agrupó en partidas, desplazándose por el territorio para cazar animales, recolectar vegetales, pescar y marisquear. Cuidó a los enfermos, enterró a sus muertos con complejos rituales y creó bellísimas obras de arte. Así se forjó una extraordinaria cultura que ocupó la vieja Europa hasta el final de la última glaciación.
La caza fue una de las ocupaciones básicas de los grupos paleolíticos. Constituyó una fuente imprescindible de alimentos de calidad y un suministro de grasas, pieles, huesos, tendones y astas para confeccionar un amplio repertorio de herramientas y objetos diversos.
Elegían como presas, sobre todo, a los herbívoros: ciervos, cabras, caballos, bisontes y mamuts. La caza se desarrollaba con pequeñas partidas buenas conocedoras de la conducta animal, a las que acechaban para que cayeran en sus trampas. Empleaban como armas azagayas [especie de jabalina] con punta de hueso, asta o piedra, que lanzaban directamente impulsadas por el brazo o con la ayuda de un propulsor.
La caza desempeñó para el hombre del Paleolítico un papel fundamental, tanto en su vida cultural, espiritual y social.
Al calor del hogar
El fuego del hogar hizo más confortable la vida en la cueva, reuniendo a su alrededor a los miembros del grupo. Proporcionaba la luz y el calor indispensables para las labores cotidianas, la preparación y consumo de la comida junto con la producción artesanal.
Niños y ancianos colaboraban en el acarreo de la leña y mantenimiento de la lumbre. Las partes más suculentas de la caza se trasladaban descuartizadas hasta el hogar donde se troceaban con afinados cuchillos de piedra. La carne se asaba condimentada con plantas aromáticas acompañada con vegetales. También se conservó la carne y el pescado secándolo y ahumándolo.
Las cuevas, abrigos bajo la roca y cabañas al aire libre, sirvieron de vivienda en el Paleolítico Superior. Eran refugios a la intemperie. Para elegirlos se tenía en cuenta la accesibilidad, la orientación, la superficie disponible, la cercanía al aprovisionamiento de agua y la presencia de recursos alimenticios junto con las materias primas en el entorno.
En la Región Cantábrica, el hombre del Paleolítico vivía en las entradas de cuevas y abrigos rocosos, que eran las zonas donde llegaba la claridad de la luz del día. Se hicieron más confortables acondicionadas con parapetos o con estructuras circulares.
La piel de los animales cazados fue aprovechada en su totalidad por los grupos paleolíticos. Para prepararla despellejaban al animal con una simple lámina o un cuchillo de sílex. Después se descarnaba y se secaba al sol, estirándola en el suelo o sobre bastidores de madera con cuerda de tendones. Se curtía con la ayuda de herramientas elaboradas con piedra y hueso, tratándola con sustancias como el ocre para impermeabilizarla y protegerla contra los parásitos y la putrefacción. Cocían el cuero para vestirse, para fabricar zurrones, tiendas y cabañas.
Arqueología, Antropología y Etnoarqueología
A finales del siglo XIX la Arqueología comienza a estudiar las sociedades paleolíticas desde el punto de vista científico, tratando de explicar su organización a través de la cultura material. Para ello utilizaron analogías etnográficas, comparándose sus objetos con los de otras culturas cuyo modelo de subsistencia estaba igualmente basado en la caza, pesca y recolección.
Estas culturas eran reconocidas por los europeos desde el siglo XVI, y especialmente desde los siglos XVIII y XIX, cuando comenzaron a estudiarse a través de ciencias como la Antropología y posteriormente la Etnoarqueología [disciplina que estudia sociedades actuales para entender el pasado] que nos permiten conocer algunas características de las sociedades paleolíticas.
Sabemos que el hombre del Paleolítico Superior vivía más que sus antecesores neandertales, hubo más ancianos portadores de conocimientos y tradiciones.
La mortalidad infantil era muy elevada y pocas personas sobrevivía por encima de los 50 años. De hecho, la mayor parte del grupo eran adolescentes y adultos jóvenes. La expectativa de vida de la mujer era menor que la del hombre por los riesgos del embarazo y del parto.
El peligro y la violencia han acompañado a la existencia humana. Hubo accidentes de caza, enfrentamientos con animales salvajes y ataques con lanzas a otras tribus.
Solo conocemos las enfermedades que han dejado huella en huesos y dientes, como infecciones, traumatismos, enfermedades reumáticas, lesiones dentales… Otras afecciones como la caries, tan frecuente en el mundo actual, apenas padecían.
Nuestros antepasados comían frutos, hojas, tallos tiernos, raíces, setas, bellotas, avellanas, grosellas, moras, frambuesas, etcétera. Su recolección pudo estar encomendada, preferentemente, a mujeres, niños y ancianos. También se recogía leña como combustible para alimentar el hogar, y madera, como materia prima para la elaboración de utensilios.
La dieta se enriquecía con la pesca y el marisco cuando bajaba la mar. Aprovechaban el desove del salmón en sus migraciones para pescarlo, así como la trucha. Se han descubierto en yacimientos arqueológicos, arpones, vértebras y espinas de peces, así como millones de conchas. Se han descubierto numerosas representaciones de salmones, truchas, lenguados, gallos y otras especies.
Las partidas de caza se movían con cierta frecuencia entre diversos puntos ubicados estratégicamente en un territorio perfectamente conocido. A partir de los campamentos base, las partidas de caza se dirigían a campamentos satélites que facilitaban la explotación racional de los recursos naturales. En la Región Cantábrica, los desplazamientos se articularon a lo largo de la costa y remontaban los cauces de los ríos, siendo posible variar de medio físico en un corto espacio de tiempo.
En invierno, los cazadores se dirigían a las llanuras y bosques próximos al mar, donde acudían las manadas de ciervos y era fácil el marisqueo. En verano se dirigían a las montañas y valles del interior donde la caza buscaba pastos frescos y la pesca abundaba en los ríos.
Las comunidades del Paleolítico se organizaban en pequeños grupos por lazos de parentesco y “matrimonio”, formando grupos de subsistencia o bandas, que formaban un número entre 15 a 30 personas, nunca más de 100. No existían líderes. La caza era cosa de hombres y la recolección de mujeres.
Al ser nómadas, tenían contacto con otros grupos, evitando la endogamia. Cuando se existía abundancia, se producían los intercambios humanos y culturales.
Las amplias dimensiones del yacimiento de Altamira, así como la riqueza de los objetos decorados, plantean la hipótesis de que la Cueva de Altamira fuera, para sus habitantes una amplia zona, y punto de reunión al que acudirían periódicamente para celebrar ritos, alianzas o “matrimonios”.
La entrada a Altamira se encuentra situada en la ladera norte de una suave colina desde la que se contempla un amplio territorio, formado por el río Saja y por la llanura prelitoral.
La época más reciente en que se estuvo habitada es el Magdaleniense medio e inferior, entre 16.800 y 19.000 años. También se observan niveles al Solutrense, hace entre 21.000 y 24.000 años. Pero el momento más antiguo descubierto en el yacimiento hasta la fecha corresponde a la fase final del Gravetiense, hace 26.000 años. Aunque es posible que incluso antes, durante el Aurañaciense, pudiera estar habitada la cueva de Altamira o, al menos, transitada.
Hace unos 16.000 años, el desplome de la boca de acceso taponó la entrada de la cueva de Altamira e impidió que nadie transitara por su interior durante milenios, hasta su descubrimiento a finales del siglo XIX.
Como nosotros, las personas del Paleolítico amaron a sus seres queridos y sintieron su pérdida, enterrándolos con sofisticadas ceremonias. Sepultar a los difuntos es un comportamiento humano. Las tumbas implicaban reconocimiento de la muerte y del difunto. El culto a los muertos es característico del Homo sapiens.
Se enterraba a los muertos para protegerlos del acecho de los animales, acompañados de ajuares funerarios de piedra, hueso, dientes perforados y conchas. Prácticas que posiblemente trasluzcan las creencias de una vida de ultratumba cuyo sentido se nos escapa.
Los artistas del Paleolítico utilizaron la roca como si fuera un lienzo, sobre el que grabaron, dibujaron y pintaron el arte rupestre que ha perdurado hasta nuestros días.
Los colores naturales eran frágiles a base de óxidos de hierro para los rojos y ocres, manganeso para el negro y violáceo o carbón vegetal para el color negro.
Así se realizaron los famosos policromos de Altamira, la cumbre del arte en el Paleolítico Superior, con un valor universal excepcional por su calidad estética y técnica que aporta una mayor comprensión al arte rupestre.
La boca de la Cueva de Altamira estaba bañada por la luz del día y a cubierto de las inclemencias del clima. En torno al hogar se cocinaba, se fabricaban herramientas y vestidos, se descansaba, y se hablaba. En definitiva, se vivía.
El fuego se obtenía mediante la frotación de maderas y la quema de yesca. A partir de los huesos se fabricaban puntas de lanza, y finas agujas de coser.
Desde su descubrimiento en 1789, Altamira sigue siendo una obra maestra del arte rupestre universal. La espectacularidad de los bisontes y la genialidad del autor supuso que, en el momento del hallazgo, muchos negaran su antigüedad. Marcelino Sanz de Sautuola fue el primero en reconocer la creación artística en el hombre del Paleolítico.
Tuvieron que pasar dos años hasta que la aparición de otras representaciones en cuevas de Francia hiciera rectificar a los científicos de la época. A partir de entonces, se inició la denominada carrera de los descubrimientos y numerosas pinturas rupestres salieron a la luz.
La conservación de las cuevas de Altamira es un compromiso de todos, por su extrema fragilidad. Conocer, sentir y disfrutar este arte rupestre es un derecho pero, también es necesario extremar la precaución para que las futuras generaciones también puedan disfrutarlas.
Al finalizar nuestra visita al Museo de Altamira nos encontramos con un cuadro de Fernando Vicente [2004] titulado "La Humanidad tuvo su origen en África".
Tan sólo recordar que la boca de la cueva se derrumbó hace 13.000 años permaneciendo sellada hasta finales del siglo XIX. La estabilidad de su atmósfera interior ha facilitado la conservación de sus pinturas durante milenios. Su conservación depende de la responsabilidad de todos.
Desde el Museo de Altamira, para el blog de mis culpas...
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