El desembarco en la península de una amalgama de banderas sin patria, portadoras del árabe y de un islam en formación, encontró en los reductos de la nostalgia mediterránea su decorado más propicio y al pueblo más cómplice.
América no fue descubierta sino que fue conquistada. Nos sobran toneladas de libros con el relato manipulado del nacionalcatolicismo español y echamos en falta las toneladas de libros que ardieron en las plazas como la de Bib-Rambla.
Afortunadamente, nos queda la inagotable biblioteca de los sentidos que almacena el Flamenco para desmontar la versión oficial de un solar andaluz “reconquistado” y “repoblado” por quienes en su vida cantaron por seguiriyas [el palo madre del Flamenco].
¡Quien no se estremece cuando escucha una seguiriya, no merece llamarse humano!
¿Por qué el Flamenco no encontró su cuna en los castillos ni en los monasterios donde vivían “los nosotros”?
Porque Al Ándalus no fue una enfermedad que se curó con la conquista de Granada. Ni el islam una peste que trajeron otros que rezaban a un dios equivocado. Al Ándalus y el islam son tan nuestros como la Bética y el cristianismo, como la Hispania Bizantina y el judaísmo, como Tartessos, como los gitanos y los negros, y como cada una de las civilizaciones y las gentes que pisaron esta tierra para darnos lo mejor de sí mismas.
El mismo pueblo que se romanizó y quiso ser bizantino, terminó aceptando progresivamente el islam hablando en árabe. Por la misma razón que siguieron bebiendo vino y bañándose en las termas bético-romanas.
El nacionalcatolicismo ordenó enmudecer las melodías que no olieran a cruz e incienso. No eran como nosotros, eran ellos, por decreto. Y esa es la verdad en la que se funda la gran mentira de nuestra historia. Muchos de ellos se marcharon con su música a otra parte. Y allí donde recalaron, todavía huele a Al Ándalus. Otros, las adaptaron al dialecto del lugar que los acogió. Los judíos emigraron al norte de África cantando un vestigio de hebreo y algarabía al que llaman “haquetiya” o música del habla.
Muchos de los descendientes de marranos y sefardíes, desde Tetuán a Estambul, lo hacen en castellano que hablaban cuando fueron desterrados. Y nunca sabremos el porcentaje exacto de sangre negra y conversa que tienen los cantes y bailes de ida y vuelta. A ellos que se quedaron se les consintió cantar y bailar leylas [del árabe layla, noche] y zambras [del árabe zamra que significa grupo o banda], siempre que pagaran un impuesto especial, el tarcón. Cualquier otra expresión sonora que evocase a la otra Edad Media, a su lengua o a sus dioses, estaba prohibida. Y tras expulsar “a los ellos” de la península, los expulsaron de los libros de Historia. Existen verdades que nadie creería jamás y mentiras con las que se ha escrito la historia oficial de España. El Flamenco habla y se canta en andaluz porque es la voz del pueblo que lo ha parido.
Un negro norteafricano como Agustín de Hipona es considerado europeo por cristiano mientras que los cordobeses Averroes o Maimónides siguen relegados en nuestros libros de filosofía por musulmán y judío, respectivamente. Los andaluces fueron considerados malhablados y descendientes de moros y gitanos por los nuevos conquistadores.
El Flamenco se canta de memoria y habrá que preguntarse por qué. Llevamos la memoria tatuada en la lengua. Por eso, se la cortan a los testigos para que no cuenten la verdad a los pueblos, para que la olviden. Tras la caída definitiva de Granada, no hablar en cristiano so pena de muerte supuso la guillotina para el resto de lenguas que coexistieron en Al Ándalus: el árabe coránico en las oraciones musulmanas, el hebreo de los sefardíes, el caló de los gitanos, las nativas de los negros y, sobre todo, la algarabía o árabe andalusí con el que se entendían unos y otros. La mayoría de la población andalusí conocía el alifato.
Todo termina cuando se impone el castellano como la única lengua para los habitantes de los territorios conquistados, y el catolicismo como la única forma de rendir culto a Dios. De sendas prohibiciones nace el Flamenco y nace el andaluz. El Flamenco para no perder la memoria del dolor y lo sagrado. Y el andaluz para cantarlo.
Monumento homenaje a los moriscos antiqiríes, en Antequera
Nada ha cambiado desde entonces en el subconsciente colectivo del nacionalcatolicismo español. El andaluz es el idioma de los que no se fueron. De los que se convirtieron al cristianismo y al castellano. La mayoría de la población andalusí permaneció aquí antes de que se llevara a cabo la expulsión de judíos y moriscos [sin duda alguna, el mayor exilio de nuestra historia junto con el padecido por los republicanos durante y después de la Guerra Civil]. Y en los pueblos muy pequeños, aquellos conversos constituían la mayoría de sus habitantes frente a la minoría gobernante y castellana. Porque hubo conquista, no reconquista.
Sobre ambas mentiras [reconquista y repoblación] se asienta el relato imposible de los mitos fundacionales de la España nacionalcatólica. Y tampoco olvidemos que la sangre de muchísimos de estos conversos era más peninsular aún que la de sus conquistadores.
A todos los almorávides, almohades, meriníes o ziríes se los tragó la historia, como si jamás hubieran existido pasando a la historia los novísimos castellanos y católicos más católicos de España, frente a la minoría cada vez más marginada y racializada de moriscos y marranos, gitanos y negros, germen humano de lo Flamenco. Con un matiz: todos hablaban en andaluz. El estigma que todavía llevamos cosido a las cuerdas vocales que revela nuestro origen converso. La lengua que unos y otros tuvimos que aprender para salvar la vida. La aprendieron olvidando en público lo que recordaban en privado. Bajo la apariencia de literatura en árabe, se escondía palabras en castellano “aljamíadas”.
No existen palos aljamiados en el flamenco por una sencilla razón: no existía el Flamenco. Y mucho menos, el castellano. La algarabía se fue olvidando como olvidan los hijos y nietos la lengua de sus antepasados. Pero, la sentencia de muerte llegó con el veto ignorante a su caligrafía, aunque sirviera para reproducir los mismos evangelios. Nada es más peligroso que un prejuicio fundamentalista. Y como aquella forma de escribir era propia de “moros”, había que eliminarla con la misma crueldad que ellos. Sólo que no eran “moros” quienes aljamiaban el castellano, sino andaluces condenados desde entonces a la miseria del analfabetismo y a la grandeza de la memoria. Esa que todavía llevamos tatuada en la lengua. La lengua del Flamenco.
La memoria es más fuerte que las piedras y la garganta es su alcancía [alkanzíyya] más segura.
La Edad de los Bronces
“El gitano es el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal”.
Federico García Lorca
Tras decretarse su expulsión en 1609, los moriscos descubren que integrándose con los gitanos andaluces se sienten más protegidos que tirados en la sierra o buscando una integración imposible. Y se hacen de bronce. Mejor parecer gitanos que ser “moros”. Porque a un gitano se le podía cortar las orejas, azotar, incautar sus bienes, hasta prender y mandar a minas y galeras, pero no corría el mismo peligro de muerte que judíos, protestantes, brujas y otros herejes del catolicismo. A éstos los quemaba vivos la Inquisición, mientras que a los otros dejaba que los matara la peste y el hambre.
En la Edad de los Bronces nace el Flamenco. Y la aleación prodigiosa de gitanos, moriscos y negros, fue la partera. Compartían cuerpo y alma. Memoria y dignidad. Humillación y condena. La misma espina en el costado y el mismo quejío al arrancarla. Pero cada uno lo gritó a su manera para que todos sintiesen el crujío del cristal que sangra cuando abre las venas.
La soledad es del color de las aceitunas: negra para el que la sufre, verde para el que la desea. Aquellos moriscos, gitanos y negros, también eran del color de las aceitunas: moreno de verde luna. Y también se encontraron solos, desamparados, dejados de la mano de Dios, de ese Dios ajeno y piel distinta a la del Cachorro. La Soledad negra es la madre del cante jondo donde se hallan palos de cepa gitana, otros teñidos de tragedia negra, pero la mayoría vestigios de plegarias moriscas, deshojadas por el tiempo, tamizadas por el mestizaje y atravesadas por la pena.
Los cantes festeros son hijos de la soledad verde. Del corro que formaban los bronces para cantar y bailar alrededor de la hoguera. De primitivas leylas, zambras, jaleos, zarabandas y olés de los moriscos. De las jaranas y bulerías gitanas.
El Flamenco nace cuando muere Al Ándalus con la expulsión de los judíos, la persecución de los gitanos y las órdenes de asimilación a la lengua, al Dios, a las ropas, a las comidas y a las costumbres castellanas. Fueron cien años de soledad, pero no cien años de amnesia. Duele olvidar lo que se ama. Y el Flamenco fue la alacena [al-ẖizānah] donde la gente más humilde y más digna almacenó el doloroso recuerdo de su arcadia amada. Y los moriscos y sus hijos y los hijos de sus hijos, terminaron olvidando la gramática árabe, no así sus expresiones más sagradas y cotidianas. Algo parecido les ocurrió a los negros con sus jergas.
Curro [del árabe qúr], origen oscuro, brea o betún, para referirse a los negros “currelar como un negro”.
El término “ahorro” proviene del árabe hispánico “hurr” o libre. Ahorrar una parte del dinero para comprar su libertad.
Antonio Manuel durante su magistral conferencia
Las ascuas de Al Ándalus prendieron el fuego fatuo del Flamenco. Durante los cien primeros años de soledad que median entre la expulsión de los judíos y los moriscos, cuatro fueron los tizones que mantuvieron el brasero encendido: el “ay” de las duquelas y fatigas de los Flamencos; el “ole” del nombre de Dios al que siguieron rezando; la lengua andaluza que forjaron para sobrevivir y cantar sus heridas; y una memoria rebelde que viaja sobre el tiempo lo mismo que un velero.
Después siguieron otros cien años de desolación. Moriscos, marranos, negros y gitanos, fueron maltratados como “perros judíos”: el perro, animal maldito del islam; el judío, el animal maldito del catolicismo. No hay veta que contenga más odio cainita que la cantera inagotable de los insultos españoles.
Nadie se atreve a cuestionar por su evidencia el origen andalusí de las leylas, zambra, olés, jaleos, moriscas, jácaras y zarabandas. Todos estos bailes y cantes primitivos acompañaron a los musulmanes conversos en su diáspora por el interior de la península, junto con aquel amasijo de recuerdos de la musicalidad andalusí. Y todos ellos se mezclaron con los bailes y cantes primitivos de gitanos y negros allí donde fue posible la mezcla, especialmente en Sevilla, Cádiz y el denominado triángulo Flamenco.
Lo único que nos pueden amputar para dejar de ser lo que somos es la memoria. Si la palabra es el cuerpo de la memoria, la música es el alma.
Soleá es la transliteración de "salá" que se hace Flamenca al refugiarse en la soledad que rezuma por los cuatro costados. Soleá negra como la soledad de los bronces que la cantaron. Y más negra que la pena sola que se siente al escucharla.
Martinete proviene de "marratain" [pronunciada en algarabía como marr-tin] y que en árabe significa dos veces. A pesar del tópico, la regla general no es el martinete que emula los golpes en la fragua, sino el que canta desnudo, sin más acompañamiento que el silencio respetuoso de quien escucha.
La interjección flamenca “arsa” significa que lo que se está cantando es la Verdad Suprema [al-haqq al-´aqsa].
Como demuestran los antropólogos Rafael Cáceres Feria y Alberto del Campo Tejedor, el martinete ya se cantaba ante de las fraguas. Flamenco entre el olvido y la memoria. Gentes de bronce llamando a la oración como hacían sus ancestros, pero golpeando los bronces con el martillo y la garganta. Convertidos en campanas humanas.
La petenera [petra nera o Piedra Negra] es el cante de la pena jonda de todos los apenados. Todas las ortodoxias de todas las religiones han perseguido a quienes abandonaron el carril de la liturgia ordenada por su jerarquía, para emprender su propia senda interior.
Unos y otros, los que bailan y los que cantan, los que contemplan y los que escuchan, sienten al alcanzar el éxtasis que una llama viva prende en la morada de sus corazones. Como el cantaor que al romperse el alma de un quejío se desprende del cuerpo y se incendia como un faro humano, con los ojos vueltos hacia dentro, el dedo índice apuntando al sol de medianoche, y la otra mano agarrándose la camisa a la altura del corazón.
El cante jondo es sobrio por fuera y ebrio por dentro. Se canta por derecho con el alma devastada, con la camisa negra y la sangre ardiendo. Y no hay palo que ate con más verdad ambos cabos de la cuerda, más serio y más embriagador, que la siguiriya [sikriyya], la que causa embriaguez, la que emborracha, la que divorcia el cuerpo del alma, la que hace perder el sentido. La siguiriya es el palo madre y el cante sufí por antonomasia. En algarabía, borrachera se dice "seguiriya".
El fanatismo religioso los condenó a la muerte y al destierro, pero no pudieron mutilar su memoria, ni impedir que sus melodías sonaran desnudas bajo las estrellas. Cuentan que los Flamencos antiguos de los que se tiene recuerdo las cantaban sin guitarra, desprendidas de la toná, con letras sublimes y trágicas. La garganta junto con la memoria son los sentimientos más difíciles de expoliar.
La embriaguez es sufí y la borrachera morisca. Pero las dos son Flamencas. Por eso las alusiones al vino riegan la poesía mística y jonda tanto como las gargantas de quienes la cantan y escuchan…Para el morisco, más allá de la alegoría, beber era un duelo y el vino un quebranto. Pero emborracharse fue su salvación. Si quería burlar a los inquisidores, antes que parecer un buen cristiano, necesitaba no parecer musulmán. Y que mejor cuartada para un morisco que incumplir los preceptos coránicos, irse de jarana a la taberna y tomar vino hasta perder el sentío. Paradojas del destino; no sólo terminó convirtiendo en realidad cotidiana la metáfora sufí, sino que lo hizo sin padecer castigo divino gracias a la virtud de la taqiya que le permitía vulnerar la sharia por fuera sin perder la fe por dentro. Al principio, el morisco bebía para protegerse y recordar. Con el tiempo, olvidó por qué lo hacía. Pero el Flamenco, no. El cante jondo fue el confesionario de sus pecados. Emborracharse. Y amar. Dos herejías, a cual más perdonable. Porque no se trataba de beber de manera figurada, sino de beber hasta perder las maneras y la figura…No hay herejía más perdonable que mentir para decir la verdad. Amparados en la juerga y el vino, aquellos moriscos se atrevieron a seguir siendo lo que eran. Como camuflar la circuncisión de sus hijos en fiesta donde cantaban, bailaban y bebían hasta coger una “tajá”. La palabra alude a la embriaguez vinculada al acto sagrado de “tajar” o “ratajar” el prepucio del pequeño. Seguro que ahora se comprende mejor la expresión popular de “pillar una tajá como un mulo”.
La rebeldía es hija de la desesperación y madre de la libertad. Y las tres son hermanas del Flamenco.
En Andalucía confluyen la desesperación filosófica
del islam, la desesperación religiosa del hebreo
y la desesperación social del gitano.
Ahora se entiende que el andaluz empuñe la garganta con más determinación que un fusil ante la injusticia. Y que se sientan orgullosos y representados en el cantaor cuando dispara al aire una salva de soleares y siguiriyas. Porque esa munición que le sale por la boca directamente del alma es la misma que guarda cada andaluz desesperado en el polvorín de la suya. Es una rebeldía íntima hecha alarido para que todos la sientan como propia. Contra el poder. Contra los ricos. Contra los que nos condenaron a la sumisión a la miseria.
…Y quizá sea la “farruca” el palo que encarne con más autenticidad esta rebeldía poliédrica, porque la lleva escrita en su nombre y escondida en su letra.
Farruca proviene del árabe “faruqa”, que alude a esa persona valiente que se atreve a distinguir la verdad de la mentira. Al farruco. Al rebelde. Porque sólo un morisco farruco, rebelde y valiente se atrevería a cantar rodeado de conversos “la fatiha”, el capítulo que abre el Corán, el primero que se aprende y el último que se olvida, el más invocado en la vida de un musulmán, el que se recita para encontrar el camino recto, el que separa como un bisel al creyente del cafre. Y el que más se canta en las farrucas.
Que pájaro será aquel
Que canta en la verde oliva
Corre y dile que se calle
Que su cante me lastima.
Letra adaptada para el cante flamenco [Tientos]
José Bergamín [Generación del 27]
El pájaro que canta en la verde oliva es su propia alma libre que le recuerda las penas de su prisión. La pérdida del paraíso.
La historia descorazonadora del Flamenco está ligada a la obsesión del nacionalcatolicismo por limpiar España de sangre impura. Tras cien años de soledad que padecieron las víctimas de los decretos de expulsión de los judíos, la pragmática contra los gitanos y las órdenes de asimilación de los moriscos, vinieron otros cien años de prisión para los desterrados que se negaron a dejar su tierra. Después siguieron otros cien años de prisión contra la población gitana que ya entonces había racializado la mayoría de los marginados. La detención masiva de hombres, mujeres y niños en las gitanerías de toda España, entre el 30 y el 31 de julio de 1749, constituye uno de los hechos más ignorados e infames de racismo de Estado de nuestra historia, Y, sin duda, uno de los hitos capitales para entender la evolución de lo jondo. Como los cien años de liberación que sucedieron después de abolirse la Inquisición pero no el hambre, que sacaron al Flamenco de la clandestinidad hasta convertirse en el arte universalmente conocido y respetado que es hoy.
A comienzos del siglo XVIII, el componente morisco se había diluido casi por completo en la nación gitana como azúcar en agua hirviendo… Además de la piel y la sangre, en el crisol gitano se fundió la tradición musical y religiosa de los moriscos formando un todo indisoluble. El andaluz se erigió en el habla hegemónica en la comunidad resultante, con escasas concesiones a palabras provenientes de la algarabía y el caló. Y otro tanto ocurrió con el modo de vida, a caballo entre los arrabales y los caminos.
Cuando el gitano se hizo tan andaluz como el morisco gitano, nació el cante primitivo. Los ecos de las llamadas a la oración y de las recitaciones místicas que habían conservado en formol los moriscos sufren la primera metamorfosis en la garganta gitana. Porque su quejío no era nuevo. Su dolor no era creciente. Los "ayes" de un gitano ya tenían más años que el olivo de Aguamarga cuando los Reyes Católicos comenzaron con su endémica y enfermiza persecución en la península. Era inevitable que terminaran mezclándose con los "ayes" de los moriscos en los cantes de unos y otros que tanta espiritualidad estética y jonda compartían. La cultura originaria de la casta calé había bebido del mismo manantial que el sufismo andalusí. Y la llevaron en sus carretas desde que fueron exiliados de India, Persia y su añorada Armenia, hasta recalar en las morerías de Triana, del Albaicín y Sacromonte granaínos, o de San Miguel y Santiago en Jerez de la Frontera.
Lejos de olvidar el nombre de sus dioses en el trasiego de la huida, compartieron la forma de invocarlos con sus hermanos en la tragedia para que nunca se perdieran. Y de la misma manera que los gitanos hicieron suyas las soleares, martinetes, polos y seguiriyas, los moriscos se agitanaron cantando por deblas o acompañando las palmas por bulerías con la palabra “anaraniá”. Debla es el nombre en caló de la diosa madre y una de las formas jondas más puras del daño cantado. Porque no hay dolor que más duela que la muerte de una madre, la diosa de un hijo. Y anaraniá es amén. Las dos palabras provienen del sanscrito-Undebel (Dios) y Debla (diosa) comparten la raíz “dev” de lo divino…Quien canta a su diosa y remata con un amén está rezando. Y por esa razón, sea morisco o gitano, su cante es sagrado.
Madre es vida. Todos los pueblos milenarios lo saben. Y es de justicia elevar al mismo rango de diosas a quien te dio la vida y a quien se la dará a tus hijos. En el ritual telúrico de la boda gitana, tan similar al casamiento morisco y a la procesión de una Virgen en Andalucía, se brinda por el amor y por la vida hasta rasgarse las vestiduras y perder el sentío. Otra vez sus costumbres y lenguas se entrecruzan en los cantes y bailes de una ceremonia que moriscos y gitanos festejaban de la mano y de forma extraordinariamente parecida.
A la novia se la encarama a un trono que da nombre a un palo del Flamenco, la “mariana”, que proviene de la voz en árabe “ammariyya” con la que se denomina precisamente a las andas de boda. El cante de boda por antonomasia de los gitanos es la alboreá. El cante a la virginidad de la novia. El cante que pregona su futura maternidad. Y el cante que la inviste de Diosa Madre.
- Y en el Flamenco, la alboreá [albaraá-inocencia] es el cante que proclama en lengua morisca la virginidad de la novia en una boda gitana.
Que dos palabras de la importancia identitaria para los gitanos como [yeli o prueba del pañuelo y alboreá] compartan etimología con el árabe y razón de ser con la sacralidad musulmana, sólo pueden significar tres cosas:
- La enorme relevancia del elemento morisco en el seno de la nación gitana, tanto en su densidad demográfica como en su influencia cultural.
- La porosidad innata de los gitanos para asumir culturas ajenas y su genio atávico para reconvertirlas en propias.
- Y la consolidación de una comunidad de resistencia compuesta por un magma de etnias y culturas, racializada por los demás como gitana y reconocida por sí misma como no castellana, por antítesis con sus conquistadores y amos.
La bulería
La bulería es alegre en esencia porque así lo impone su sentido y su contexto. Porque la bulería nació para poner broche de oro a las bodas entre gitanos, entre moriscos, y entre moriscos y gitanos.
Los andalusíes de Tetuán llaman “buya” a los desposorios. No es más que la palabra boda en aljamía, pero muy sugerente al porvenir de una comunidad que en muchos casos se comporta lingüísticamente de manera mimética a los moriscos que no marcharon. En consecuencia, el adjetivo “boyería” designaría al cortejo y orquesta que acompaña al trono de la novia cuando pasea por las calles camino del encuentro con el novio, mientras le arrojan pétalos de rosa por los balcones y le halagan con gritos de “Yamila, Yamila”, guapa, guapa. Exactamente igual que a las Vírgenes que mecen al son de una saeta. Quizá por eso se denomine bulla al gentío de la Semana Santa. O bullería a la locura.
Quiero creer que en estas arenas movedizas hay un junco al que agarrarse para encontrar el origen de la palabra. De lo que no me cabe la menor duda es que la bulería certificó la gitanidad como denominación de origen étnico del Flamenco que se cantaría a partir de entonces.
Por eso la prisión general se decretó en 1749 sólo contra los gitanos. Ya no había moriscos a los ojos de los castellanos. Y los negros sin amo se consideraban cosas apropiables por simple ocupación, como un trasto inútil que se tira al estercolero. Los ilustrados racionalistas querían una España blanca y europea. Y la iglesia irracional, además, libre de herejes y distintos. La suerte estaba echada. Los gitanos constituían la última morralla por exterminar de aquella anomalía histórica que fue Al Ándalus.
Fue el obispo de Oviedo quien encendió la mecha al solicitar al Papa la derogación del “refugio en sagrado” para los gitanos, manteniéndose el fuero de las iglesias y ermitas para todos los delincuentes comunes. Más tarde, elevó una consulta al monarca justificando la urgencia en cortar de raíz el amancebamiento de la gitanería porque sus mujeres parían como ratas y atestaban los barrios de chusma. El fundamentalismo clerical encontró su mejor aliado en el enciclopedismo del marqués de la Ensenada quien creyó convencido en la segregación por sexos como medida eugenésica para erradicar esta pandemia humana.
Aprovechando las festividades de Santa Ana en Triana, ordenó a la soldadesca que detuviera a más de 12.000 gitanos y gitanas por toda España. A hombres y niños mayores de siete años los confinó como mano de obra a las minas de Almadén y a los arsenales de la Carraca en San Fernando, Cartagena y El Ferrol. A las mujeres y niñas las encerró en Málaga, pero también en la Torre de la Calahorra en Córdoba, en la prisión de la Laguna en Sevilla, o diseminadas en establecimientos fabriles de cualquier parte con tal de mantenerlas alejadas de los hombres.
De fango hasta la cintura o azogue hasta los ojos, miles de gitanos tuvieron que levantar sus propios barracones o cavar sus propias tumbas, mientras añoraban sus mujeres y niños que ya no verían jamás. Otros encontraron sepultura en el mar o en la mina. Para descargar sus conciencias, los carceleros sólo liberaron a los más ancianos, a los más miserables, a los que no tenía donde caer muertos, ni familia siquiera, ocupando su lugar con “moros”, turcos o mulatos.
Fue entonces cuando el taranto se hizo taranta y la farruca gallega.La progresiva liberación de la gitanería cambió para siempre el mapa de lo Flamenco. Un amplio número regresó del presidio hacia sus lugares de origen, especialmente a Triana, Jerez de la Frontera, Utrera, Lebrija o la comarca de los Alcores…Y no pocos se asentaron en Cádiz y en los Puertos para aprovechar la sopa caliente de las “Casas de rumbo” y la alegría de las tabernas que da nombre en caló al palo flamenco.
Que los gitanos también se aventuraron a cruzar el Atlántico lo confirma esta orden dictada por Felipe II para que los virreyes devolvieran a América “a todos los gitanos y vagabundos que usan de su traje, lengua, tratos y desconcertada vida entre los Indios, a los cuales engañan fácilmente por su natural simplicidad”. Y junto a moriscos y gitanos, cientos de miles de negros curros para teñir con sus bailes y sones el caribe andaluz.
El fandango natural resulta de una evolución moderna de aquellos cantes de fonda donde se mezclaron tradiciones moriscas y castellanas.
La guajira, que en algarabía significa literalmente la otra vida, el más allá, Guajira simboliza la tierra lejana. Guajiros son los campesinos cubanos de los manglares…O la guaracha, el adjetivo en árabe warisha, que designa a la persona ágil, inquieta y vivaracha que la baila poco importa que sea de ascendencia negra, morisca, gitana, castellana o indígena.
El mestizaje americano fue la consecuencia natural del mestizaje que desembarcó en sus costas. Claro que hubo un genocidio execrable en América. Como lo hubo en la península. Perpetrado por los mismos verdugos. Y con las mismas víctimas. Los esclavos. Los pobres, Los herejes. Los distintos, Los nadie. Las mujeres…Pero más allá de mitos y prejuicios, más allá del daño imperdonable, se impuso el mestizaje entre las sangres y las culturas de los débiles, frente al intento del nacionalcatolicismo castellano por exterminar la diferencia. Al igual que los conversos andaluces en América también aprendieron la lengua y aceptaron el Dios de sus conquistadores, pero jamás renegaron de lo suyo y de los suyos.
Ahora los bailan y cantan por igual payos y gitanos porque ya no son de nadie porque son Flamencos.
El tango [todo el que se aleja de la orilla para no volver] relata fielmente la ruta peninsular de la trata de esclavos [Barcelona, Valencia y Sevilla] que tanto enriqueció a la burguesía catalana, levantina y andaluza, con el dinero del mismo color que la piel de la pícara mulata con la que traficaban.
Hemos tenido esclavos, pero sobre todo tras la conquista de Granada. Tombuctú fue el núcleo de la esclavitud en las rutas de África y su lengua "el songay" es la lengua de Tombuctú, a la que se unen palabras en árabe y las propias andalusíes.
"Al gurugú" no alude al monte rifeño sino a la expresión "al quruq" [naufragio en árabe] como el de los barcos donde hacinaban a los negros curros con destino al caribe andaluz, inundando de tristeza los corazones de las gitanas, moriscas y negras que los perdían para siempre. Porque al quruq también es hundimiento en el ánimo como el de un corazón [qalb] triste [jazin]. El que se alegra con los doblones y calla las cositas que nadie sabe.
Con la inmensa satisfacción de haber estimulado nuestros tímpanos con la didáctica conferencia de Antonio Manuel, acompañado en el Recital Flamenco con José María Cala, al cante y Carlos Llave, a la guitarra, en el marco incomparable que ofrece la tierra de Villalón, de la Cal y del Flamenco, realizo para el blog de mis culpas unas breves pinceladas, que comparto con los amigos, tanto de la conferencia "Flamenco Arqueología de lo jondo" como del libro "la huella morisca".
P.D. Antes de comenzar la Conferencia/Recital tuve la inmensa satisfacción de que Antonio Manuel me firmara algunos de sus libros, como "La huella morisca", "FLAMENCO Arqueología de lo jondo" y "La luz que fuimos", que guardaré con el máximo cariño.
Algunas palabras interesantes