domingo, 12 de diciembre de 2021

La fortaleza templaria de Ponferrada


Para José María [guerrero de Shotoyama], en la tierra de Villalón

Desde el antiguo Reino de León transitamos hacia el castillo de Ponferrada en el Bierzo en lo que fuera en tiempos muy pretéritos un castro celta, romano y posteriormente visigodo. Consta de un gran recinto poligonal con más de 8.000 metros cuadrados, con dobles y triples defensas formando barbacanas, torres, estancias y un gran patio bajo o albacar.

El castillo fue inicialmente un pequeño poblado con una cerca realizada de cantos y de barro (siglo XII), asentado sobre un primitivo poblamiento de la Edad de Hierro, reforzado en la época de los templarios con un muro de cal y canto (siglo XIII).

Tras ser confiscado a la Orden del Temple en el siglo XIV, su nuevo señor, Pedro Fernández de Castro, levantó un castillo en un extremo (Castillo Viejo). Durante el siglo XV perteneció al Duque de Arjona, a su hermana Beatriz de Castro y al esposo de ésta, Pedro Álvarez Osorio, Conde de Lemos, que realizó grandes obras convirtiendo lo que quedaba del primitivo recinto templario en un fuerte y lujoso palacio que se llamó Castillo Nuevo. Su nieto, el siguiente Conde de Lemos, que adoptó la divisa Tau”, se sublevó contra los Reyes Católicos, quienes finalmente, y desde 1507 tomaron posesión de la fortaleza.

El Castillo de los Templarios es el conjunto fortificado más imponente del norte peninsular y uno de los enclaves templarios más importantes de Europa. Su privilegiada ubicación en pleno Camino de Santiago evoca el espíritu de aquellos míticos monjes-caballeros que lo construyeron y habitaron perteneciendo a la primera orden militar del mundo “La Orden del Temple”.

En 1211 Alfonso IX [tras algunos desencuentros] hace las paces con la Orden del Temple y le dona la villa de Ponferrada. En el año 1226 los templarios ya habían fortificado la villa, permaneciendo en Ponferrada hasta 1312. El castillo es una obra militar muy compleja, perteneciente a varias épocas.

La antigua fortaleza templaria de Ponferrada posee un pasadizo a través del cual, los habitantes de la fortaleza, se garantizaban el suministro de agua, muy necesaria en unos tiempos convulsos en los que la fortaleza sufría asedio de las tropas enemigas. Los templarios estuvieron en Ponferrada hasta principios del siglo XIV sometidos al juicio del Papado.

La "Tau" que preside la puerta principal del castillo podía ser reconocida como la cruz de san Antón y símbolo protector de los peregrinos. Ponferrada era la llave de Galicia que controlaba un tramo del Camino de Santiago. El peregrinaje era una inversión espiritual; al visitar las reliquias de los santos se acumulaban méritos y se compraban insignias de recuerdo.

 

Los tres santuarios más concurridos durante la Edad Media eran Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela. Para llegar a ellos había que hacer viajes muy largos e incómodos y a menudo, muy peligrosos.

 

Ponferrada “Pons Ferrata” [la ciudad del puente] tiene su origen en las peregrinaciones a Compostela “Campus Stellae”. La construcción de un puente a finales del siglo XI creará un pequeño núcleo de población en sus inmediaciones, alrededor de una iglesia desaparecida a la advocación de San Pedro, y otro más numeroso en este promontorio donde se asentará el castillo, tras la repoblación propiciada por el rey Fernando II en el siglo XII.

 

El río Sil bordea el castillo por su parte más escarpada, dividiendo en dos a la ciudad: la antigua, en la que el castillo ha dado origen a su historia, y la nueva. Los impuestos por el paso del Puente “pontazgo” eran recaudados por la diócesis de Astorga y los señores de la villa.

Será declarado Bien de Interés Cultural en 1924, estando formado por diversos edificios, dependencias, zonas de exposición, biblioteca templaria y centro de estudios históricos.

 


 

Papel histórico de la Iglesia

 

Desde la caída del Imperio romano, la Iglesia había jugado un papel de primer orden en Europa permaneciendo siempre cerca de las altas esferas del poder desde Constantino el Grande, lo que le hizo aumentar su importancia económica y social a medida que iba acumulando bienes legados por los difuntos que aspiraban asegurarse la salvación eterna, al hacerse enterrar en suelo sagrado o dejando alguna renta para que se rezase por su alma.

La Iglesia era la depositaria fundamental del legado cultural grecorromano en Europa, preservado celosamente y enseñado a los clérigos en las escuelas catedralicias y monasterios en una época donde casi nadie sabía leer ni escribir fuera del clero, razón por la cual eran tan influyentes en la actividad de los monarcas, que como contrapartida apoyaron la extensión de la fe concediéndoles nuevos privilegios.

El cristianismo desde finales del siglo IV pasó a convertirse en la religión oficial del Imperio romano. A comienzos del siglo V, uno de los principales teóricos del cristianismo y padre de la Iglesia “San Agustín de Hipona (354-430), abordó el problema de la llamada “guerra justa”, cuyos principios dejaría establecidos.

Teólogos como San Isidoro de Sevilla (560-636), completarán las ideas de San Agustín, dando así forma al concepto de guerra santa medieval sobre el que se sustentarán las cruzadas.


Para defender la Iglesia su patrimonio buscó el amparo de los caballeros para defenderse “Milites Ecclesiae” [defensores o soldados de la Iglesia]. Los caballeros se beneficiaban de no tener que pagar las armas, que eran financiadas por el monasterio, amén de las ventajas espirituales que conllevaba servir a un señor sagrado redimiendo sus culpas y empleando su oficio a tan magna causa “la caballería al servicio de Dios” que llegó incluso a suprimir la penitencia por matar en defensa de la Iglesia, cristalizando en un estado de opinión favorable al ejercicio de la “violencia en beneficio de la fe”.

La Iglesia adoptaba una estrategia de intervención directa para protegerse de las agresiones, intentando al mismo tiempo frenar la anarquía y el caos en que se había sumido Europa debido a las guerras de los señores feudales “Asambleas de paz”, comprometiéndose éstos a no atacar las Iglesias ni a los clérigos e indefensos, ni apropiarse propiedades eclesiásticas, teniendo que respetarse las cosechas, viviendas y mercancías de los legos que no usasen armas. Se trataba de circunscribir la guerra a los guerreros para que “no interfirieran la buena marcha de los negocios de la Iglesia”.

Para que no se disgregasen los territorios de los señores feudales, dispusieron por unanimidad que la sucesión exclusiva quedaría en manos de los primogénitos “hijo mayor” mientras los segundogénitos serían destinados a la carrera eclesiástica. Si éstos, no estaban dispuestos a ello, al sentirse frustrados y ambiciosos, generaban conflictos que les permitiese alcanzar un rango similar al de sus padres. Las cruzadas se presentaban como una gran oportunidad para revertir dicha frustración.

La pena para los que rompiesen su juramento consistía en la excomunión y persecución por parte de los “Milites Ecclesiae” para hacerles cumplir con la penitencia que dictase “un juez de la Iglesia” como por ejemplo, realizar una peregrinación penitencial a Jerusalén para limpiar su pecado. Un castigo muy en consonancia con la religiosidad y mentalidad propia de aquel tiempo apocalíptico.

A partir de León IX la Iglesia emprendió una serie de reformas importantes para lograr su emancipación de cualquier injerencia externa como que los señores feudales nombraran cargos eclesiásticos o que clérigos se amancebasen o vendieran sus cargos y rentas, conductas que causaban un gran escándalo.

En el año 910, el duque Guillermo de Aquitania había fundado un monasterio en Cluny que entregó al abad fray Bernon que impuso la regla que San Benito había redactado en el siglo VI: pobreza, castidad y obediencia que deberían practicar los monjes, además de la liturgia y el trabajo intelectual. Fue una auténtica revolución en la Iglesia medieval.

Pero lo auténticamente radical será la creación de monasterios sometidos a la autoridad de un obispo en su diócesis “del lat. episcŏpus, y éste del gr. ἐπίσκοπος epískopos “inspector”, que a su vez debería obediencia al Papa “del lat. Petri Apostoli Potestatem Accipiens” (recibiendo la potestad del Apóstol Pedro). Los monasterios cluniacenses se diseminaron rápidamente por todo el continente.

El ejemplo más exitoso fue la Orden de Cister creada por san Roberto de Molesmes en 1098 en la pequeña comunidad de Cíteaux, siguiendo una rigurosa observancia de la regla benedictina, haciendo hincapié en la austeridad de sus monasterios donde la pobreza y el trabajo de la comunidad eran su único sustento.

Los cistercienses adoptaron el hábito blanco como símbolo de pureza y también de pobreza.


La construcción de iglesias para que el Evangelio llegase a los campesinos de los pueblos y aldeas alcanzó gran intensidad. Sus fachadas comenzaron a esculpirse con escenas de la historia sagrada para ilustrarles “Biblias para analfabetos”. La religión tenía un papel esencial y las clases sociales inferiores tendían a imitar lo que hacían los privilegiados. La costumbre de realizar donaciones a instituciones religiosas estaba ampliamente extendida.

 

La Biblia templaria, en Ponferrada


Mentalidad en la Edad Media

La principal preocupación de los gobiernos medievales era ejercer la justicia, declarar la guerra y conseguir el dinero necesario para iniciarlas. Tanto los gobiernos dinásticos como las ciudades independientes aspiraban a monopolizar la justicia o revolver las disputas en sus tribunales, a combatir a sus enemigos e imponer a sus súbditos impuestos para desarrollar estas actividades. Durante el medievo, muchos estados crearon métodos de imposición fiscal y burocracias más eficaces, lo que exigía el uso de la escritura en el gobierno y en la administración.

A medida que los estados aumentaban su poder, se vieron obligados a otorgar a sus súbditos, o al menos a los más poderosos de ellos, alguna influencia en las decisiones políticas, así desde los siglos XII y XIII comenzaron a aparecer instituciones representativas, algunas con un largo futuro dando lugar al origen de instituciones similares en todo el mundo.


La pirámide social en la Edad Media

 

El primer elemento de la sociedad medieval era el rey seguido de sus vasallos (duques, condes y altos prelados), quienes recibían los servicios de personas más modestas. Sin embargo, el derecho de participación política era muy restringido. Una organización de la sociedad muy extendida durante la Edad Media era la de los tres estados y órdenes: el clero, que se dedicaba a la oración, los caballeros que se especializaban en la guerra, y los campesinos, que estaban consagrados al trabajo. Una gran masa rural mantenía con su trabajo la pequeña minoría clerical y nobiliaria. La vida de los aristócratas se caracterizaba porque disponía de gran poder, riqueza y cultura que se hizo cada vez más compleja y ceremoniosa en el curso del periodo medieval.

El siglo XII presenció el comienzo de los torneos y de la heráldica. Las cortes de los príncipes no solo eran centros de poder político, sino además teatros donde los gobernantes y la aristocracia desplegaban su lujo y su opulencia. Entre los campesinos y la nobleza, apareció una nueva clase social, los artesanos. El aumento de las ciudades diversificó los oficios otorgando más poder a los artesanos que hacia el siglo XV estaban organizados en gremios, con rígidos códigos que regulaban el ingreso en la profesión y su práctica. En las grandes monarquías, se tenía que contar con los artesanos. En las ciudades libres, no era raro que el gobierno estuviera en sus manos.

En la Edad Media se hacía una diferencia entre los artistas y los artesanos. Los pintores, los escultores, los vidrieristas, los joyeros, los herreros y los orfebres eran hombres, y muy pocas veces mujeres, con capacidades especiales que ejecutaban obras por encargo. Todos los objetos artísticos tenían un uso práctico, ya fuera religioso (como los retablos, las imágenes o las escenas de la historia agrada) o secular (las tumbas de las grandes familias o los objetos decorativos de los interiores). Algunos trabajaban en la corte y llevaban una vida de aristócratas.



La construcción en el medievo

 

La mayoría de las ciudades medievales podrían dar la impresión de que estaban en permanente construcción. Se trabajaba continuamente elevando las murallas y fortificaciones; que se tardaban décadas, y a veces siglos, para terminar los grandes castillos y las catedrales. La industria de la construcción tenía una enorme importancia.

A la cabeza estaban los maestros constructores, que supervisaban personalmente los trabajos; disfrutaban de una gran consideración. Tenían a sus órdenes cuadrillas de albañiles, carpinteros que labraran la madera y picapedreros que labraran la piedra, entre otras profesiones. Los trabajadores se agrupaban en gremios, cuyo ingreso estaba estrictamente limitado a la construcción de andamios, escaleras y poleas. Desde un principio, las construcciones se ajustaban a planos trazados antes, aunque no se conserva ninguno anterior a la Edad Media; también se hacían maquetas de madera que se mostraban a los señores.



En la Edad Media no existen documentos que mencionen la palabra “arquitecto” porque no existía este concepto. Existía la denominación de maestro, obrero, picapedrero ejecutando y construyendo edificios. No existía la arquitectura dibujada “en el papel”, sólo la arquitectura construida, la ejecutada directamente con las propias manos de los obreros.

 

Las agrupaciones gremiales regulaban las enseñanzas mediante la exigencia de un aprendizaje. El discípulo debía permanecer en casa del maestro, como aprendiz, durante tres o cinco años hasta ser oficial. Para lograr el grado de Maestro era necesario aprobar un examen que incluso había que tener la capacidad de dibujar. El Maestro construía sobre el terreno utilizando la plomada, el compás fijo, la escuadra y una cuerda. Al no saber leer el pueblo, las enseñanzas se transmitían de viva voz y eran celosamente guardadas. Existía una etnia específica y se casaban entre ellos, ofreciéndose donde había trabajo. Tenían una puerta en los templos distinta a la del pueblo llano.

A pie de obra debían llegar los sillares perfectamente labrados; cuando se trataban de sillares complejos, se trabajaban en la propia cantera, a fin de transportar el mínimo volumen o peso posible; si había que amoldarlos era necesario montar un taller en las proximidades de la obra. En la Edad Media comienzan a desarrollarse las ciudades. Los edificios van integrándose dentro de la trama urbana más o menos consolidada. Una vez aceptado el proyecto por el maestro, se procedía a la descripción de los materiales necesarios para la obra, su ubicación, especificación de calidades y situación de las canteras en origen.

Entre los siglos IX y X, el Condado de Castilla y el Reino de León se expandieron por el sur hasta el Duero que se convirtió en la línea defensiva natural entre los reinos cristianos del norte y los musulmanes del sur. A lo largo de esta frontera se construyó toda una red de castillos y fortificaciones que fueron testigos de las razias de Almanzor.

No sólo las fronteras políticas motivaron la construcción de castillos y fortificaciones. Durante siglos existieron fronteras sociales que usaron los castillos como auténtico símbolo de un poder feudal, la nobleza. Los señores feudales construyeron primero torres para proteger a sus vasallos y tierras. La imponente presencia de los castillos y fortificaciones fueron un continuo recordatorio y advertencia para sus enemigos y vasallos del poder de sus señores.

Etimológicamente, Castilla procede de las numerosas torres, castros y pequeñas fortalezas que se construyeron en los primeros siglos de la Reconquista para defender los territorios, lo que era expresión de prestigio y poder, defensa, centros económicos y culturales

La frontera social hace que el ascenso de la nobleza construya impresionantes castillos con los que demostrar su poder.



Los burgos comienzan a desarrollarse buscando la protección que les brindaban los castillos o monasterios rodeados con fuertes murallas de piedra, etcétera y que serán potenciados por el Camino de Santiago desde los Pirineos hasta Galicia a partir del siglo XI.


Epidemias y enfermedades

La familia medieval veía como normal perder la mitad de su prole antes de la adolescencia. Las familias numerosas constituían una ventaja económica tanto para los pobres como para los ricos. Las mujeres pasaban casi la mitad de sus vidas embarazadas y se enfrentaban a grandes riesgos durante el parto.

La mayor parte de los “laboratores” comía casi siempre lo mismo. Los platos se componían de verduras de estación como guisantes, habas, cebollas y algún tubérculo (aunque nunca patatas que vinieron de América posteriormente). La principal fuente de hidratos de carbono era el pan, que se hacía con trigo, cebada o centeno. Las proteínas provenían de los huevos y la leche.

La carne era un lujo que sólo los ricos podían disfrutar en cantidad. Mientras los “laboratores” morían de raquitismo, los “bellatores y oratores” podían hacerlo de ácido úrico [carne]. Los monjes de los monasterios ricos comían pescado con frecuencia. Y carne una o dos veces por semana.

Los procedimientos para conservar los alimentos para el invierno se limitaban al secado, el ahumado y el salazón. Lo más común era cocinar juntos todos los alimentos que se disponían en un “potaje” que era una sopa o guiso espeso cocidos en un cuenco grande sobre el fuego y sazonado con hierbas o especias.

La curación de una dolencia física estaba en manos de los médicos. La falta de higiene generaba epidemias como la peste negra, que se debía a la ira de Dios, y sólo se aplacaba mediante la penitencia y la observancia de los ritos religiosos. Los hospitales eran pequeños y sólo podían atender a una docena de pacientes. La lepra, era la enfermedad más temida de la Edad Media. Los leprosos se encontraban marginados estando obligados a anunciar su presencia tocando una campana.

Los caminos y los ríos de la Europa medieval rebosaban de viajeros: séquitos reales, mensajeros en misión diplomática, eclesiásticos que iban y venían de centros de peregrinación como era e Camino de Santiago de Compostela, viajes que podían llevarles años. Viajar en carros y mulos era no sólo incómodo sino también muy peligroso.

El comercio traspasaba las fronteras; ni la Iglesia ni el Estado lograba controlarlo. Durante la Edad Media, no dejaba de aumentar su poder y su influencia. El intercambio comercial se reducía a las ferias semanales que darán lugar con el tiempo a las ferias internacionales, que proporcionarán elevadas ganancias a los particulares y a las asociaciones de mercaderes. Las autoridades civiles se beneficiaban con los impuestos que aplicaban.

La puesta en cultivo de nuevas tierras hizo que los pueblos estuviesen más predispuestos a la introducción de innovaciones tecnológicas. Mientras en el sur se seguía cultivando con el arado romano, en el norte se introdujo durante el siglo XI el arado de ruedas y la vertedera, combinado con el yugo frontal, la collera y la aparición de la herradura, posibilitó la sustitución del buey por el caballo para tirar de una carga, con lo que el transporte terrestre de vio claramente beneficiado.

Los “laboratores” se encontraban totalmente integrado en la naturaleza ante los contrastes del frío y del calor, paralizado cuando faltaba la luz en la noche. La clase campesina tenía que soportar numerosas catástrofes, como los incendios, las inundaciones, las epidemias de mortandad como la peste negra. Los seres humanos parecían marionetas en manos de las fuerzas de la naturaleza.

 

Para más “inri” los eclesiásticos imponían la planificación de sus oraciones y las campanas servían también para articular su ritmo de vida. Las distancias se medían por lo que era capaz de recorrer un hombre a pie, en camino de ida y vuelta, entre la salida y puesta de sol.



La Orden del Temple "Caballería de Dios" al servicio de los Santos Lugares

 

Los caballeros templarios buscaron en la Biblia la justificación moral para emprender la Guerra Santa por la recuperación de los Santos Lugares, del mismo modo que los musulmanes justificaban su yihad en las enseñanzas del Corán. El sincretismo entre religión y guerra llevará a muchos cristianos a convertirse en “soldados de Dios”.

San Bernardo de Claraval redacta la primera regla templaria en latín, aprobada por el Papa Honorio II en el Concilio de Troyes (año 1128). La mayoría de los templarios, que no habían sido formado como clérigos sino como soldados, no eran capaces de leer en latín esta regla. Este es el primer manuscrito que contiene la primitiva regla templaria traducida al francés medieval directamente del texto latino.



Solo 30 cartas manuscritas de los últimos caballeros templarios que reproducen la angustia e incertidumbre que sufrieron durante la extinción de la orden, y que se conservan pese a la orden de ser destruidas. Igualmente son 20 cartas autógrafas del último gran maestre templario, Jacques de Molay. Escritas en latín y Provenzal, dirigidas al rey Jaime II de Aragón.

 



La Orden del Temple pionera de la banca

En el siglo XII y XIII, una carta con un sello templario impreso en cera comprometía a su titular a garantizar la integridad de su contenido. El sello lacrado era la principal herramienta de comunicación en el mundo medieval, convirtiéndose en una imagen emblemática.

Hasta su disolución en 1312, la Orden del Temple era la principal entidad financiera del mundo desarrollando una potente red de presuntas sucursales por Europa. Fue la pionera de la banca.

Un documento firmado por el Gran Maestre de la Orden del Temple equivalía a un cheque al portador de quien fuera poseedor de dicho documento en toda la cuenca del Mediterráneo hasta los Santos Lugares.

En el sello aparecen dos hermanos de armas en el mismo caballo, una doble alegoría de la humildad de los hermanos y su solidaridad, dos virtudes reivindicadas desde el principio por la Regla. Las provincias y las comandancias templarias también tenían un sello de la comunidad “Torre del Templo de Paris”, “Castillo con tres torres, en Aragón, Cruz patada…

 

La Orden del Temple que se hacía llamar “Caballeros Pobres de Cristo” y custodios del Santo Grial llegó a alcanzar un enorme prestigio y poder inigualable durante casi los dos siglos de su existencia. Pero la pérdida de los Santos Lugares la convertirá en el punto de mira del recelo y envidia del rey de Francia Felipe IV, que con la connivencia del Papa Clemente V, se olvidaron de la dedicación de los templarios al servicio de la religión cristiana, que protegieron incluso con su vida las peligrosas rutas de peregrinación que transitaban a los Santos Lugares como Jerusalén, Belén, Nazaret, Galilea o el río Jordán que tienen un importante peso en la Cristiandad.

Pero no sería la guerra santa la que pondría fin a la Orden del Temple sino la lucha de poder entre Felipe IV de Francia [con ansias de obtener el dinero y las posesiones de los templarios para financiar sus ambiciones aprovechando la derrota del Temple en Ultramar por parte de los musulmanes] y el papado de Roma en crisis [subordinado a los intereses del monarca francés] que disolvería la Orden del Temple el 10 de abril de 1310.

Disuelta la Orden, sus castillos pasaban a la Corona. La Corona decidió entregar en 1340 el castillo de Ponferrada a Pedro Fernández de Castro, uno de los nobles más influyentes de Galicia.

Las cruzadas originaron un verdadero conflicto de enormes dimensiones entre dos grandes civilizaciones y dos fes: la media luna y la cruz que llevarán a decenas de miles de hombres a dar su vida al servicio de su Dios.

 


En el corazón de París se puede apreciar en la Isla de Cité o de los Judíos -que divide al río Sena en dos-, una placa que proyecta nuestra mirada hacia tiempos pretéritos de la historia, recordándonos que el 18 de marzo de 1314 tuvo lugar el martirio en la hoguera del último Gran Maestre de la Orden del Temple “Jacques de Molay” y del preceptor de Normandía, Godofredo de Charney, frente a la Catedral, entonces en construcción, de Notre Dame, testigo de tan luctuoso suceso.

La Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama es una orden religiosa y militar fundada por el rey Jaime II de Aragón en 1317 que junto con la de Calatrava y Santiago se repartirían los bienes del Temple en tierras castellano-leonesas y Aragón.

Entre puentes levadizos, torres, rondas y biblioteca templaria salimos del castillo en dirección al Hotel del Temple donde nos esperaba una bella rotonda con un guerrero templario [que nos facilitaba un salvoconducto a la monumental Astorga en tránsito hacia León] y que sería inmortalizado por nuestra cámara fotográfica.




Muchos lugares en Ponferrada se encuentran relacionados con el Temple: la cafetería, el mesón, la travesía, la fortaleza, el guerrero templario, etcétera.


Caballero templario tallado en madera, en Priaranza del Bierzo (León)

Desde Ponferrada a Las Médulas por Priaranza del Bierzo se encuentra junto a la carretera CL-536 una escultura en madera de un Caballero Templario o Milites Christi [soldado de Dios] que montaba guardia en el interior de un árbol. Destaca sobre su pecho y su hombro izquierdo, la cruz patada, de color rojo, símbolo del martirio de Cristo y de la sangre vertida aunque también de la vida. Los Caballeros teutónicos utilizaban una cruz patada negra sobre fondo blanco. Sus manos, portadoras de guanteletes de duro fierro, se aferran al pomo de su larga espada. Se observa sobre la talla una luna en cuarto menguante y una estrella de David con el número 13 dentro de la Estrella y el 31 fuera.

Sobre el tronco se puede leer la siguiente inscripción: “Camino Real de Invierno. Vía Real de Peregrinación”. Las peregrinaciones salían desde el Castillo de Ponferrada buscando mientras la Caballería Templaria otorgaba protección a los peregrinos. La túnica blanca era símbolo de pureza.

La fobia al número 13 se encuentra muy arraigada en la cultura occidental. En la Última Cena había trece personas (doce apóstoles y Jesús), siendo Judas el traidor, el número 13. El viernes según la tradición cristiana fue el día que Jesucristo de Nazaret fue crucificado…Un viernes 13 de octubre de 1307 fueron capturados y llevados a la Santa Inquisición la Orden del Temple [Caballería de Dios al servicio de los Santos Lugares] para ser juzgados y condenados por supuestos crímenes en contra de la fe cristiana.

La escultura ubicada junto a la carretera CL-536 por donde discurría el Camino Real de Invierno hacia Santiago de Compostela “Campus Stellae” fue realizada por Víctor Lobao “Rixo” y los alumnos del taller artístico de Priaranza del Bierzo (León).


Desde la fortaleza templaria en Ponferrada (León) para el blog de mis culpas...

1 comentario:

  1. Felicidades Antonio, qué gran y bonita pasión puesta al.servixo de quienes te leen y comparten¡ sigue con ella y nos recreas con estos documentos rigurosos, interesantes y apasionados ¡¡ un fuerte abrazo y todo un honor me tengas presente de este manera¡¡

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