miércoles, 16 de marzo de 2022

¡Entre una docencia que muere y otra que bosteza!


Antiguo colegio de doña Concha


"La vejez comienza a manifestarse cuando tienen mayor peso en nuestras frágiles entendederas los recuerdos que nuestras ilusiones. Es entonces, cuando la nostalgia en forma de canas de plata, se manifiesta bajo un enorme peso en nuestra alma".

Blog de Antonio Cuevas


Decía el filósofo y matemático griego Pitágoras de Samos en el siglo VI a.C. “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Éste hombre con elevadas alturas de miras para su época, daría con la clave, al ser la mente de los niños como verdaderos libros en blanco a los que les deben de enseñar una escala de comportamiento, respeto, justicia, equidad e igualdad. Valores que irán labrándose a lo largo de su vida con un rumbo adecuado.


Domingo de Ramos de la época


Después de haber pasado una parte de mi etapa de párvulo en el colegio "Hermanas de la Vega", en la Plaza, recuerdo que mis padres [a los que he venerado y continuaré venerando siempre], quisieron matricularme en el Colegio Salesianos de mi pueblo, un referente como escuela, allá por el curso 1964-65, en tiempos del director Rafael Infante. 

Un día acompañé a mi padre al colegio para realizar la matrícula pero aquel director le manifestó que el plazo se encontraba ya cerrado. 

¡Qué mala suerte, pensé!

La casualidad quiso que dos semanas más tarde, dos nietos de un influyente empresario en la esfera local [en cuya fábrica se dejara mi padre los mejores años de su vida] quedasen matriculados fuera del plazo establecido. Mi padre al enterarse de éste hecho fue a darle las quejas al cristiano director, sin resultado alguno. 

Como era muy niño no entendía nada. Pero años más tarde, iría observando que los colegios religiosos de la época, han estado vinculados con la clase más conservadora “siempre a la derecha, y no precisamente del Padre”.



Entre las añoranzas de mi infancia, recuerdo aquélla vieja Enciclopedia Álvarez [del maestro y pedagogo Antonio Álvarez Pérez], que heredé de mi hermano con su gramática, aritmética, geometría, historia... Yo no usé la Enciclopedia, pero recuerdo que leíamos sus textos y parábolas de religión a primera hora de la mañana. Cada alumno leía hasta el siguiente punto y final. 

"En aquel tiempo iba Jesús con sus discípulos...". 

En la parte final de la Enciclopedia Álvarez se observaba aquélla impronta ideológica que apostaba por el adoctrinamiento y los valores del anterior régimen que justificaba "el Glorioso Alzamiento", “Viva España”, “Cara al sol” o “Por Dios, por la Patria y el Rey".

La Enciclopedia acompañada del tradicional catecismo tuvieron un gran peso en la "formación" de muchas generaciones donde términos como raza, disciplina, fe, patria e imperio eran los pilares fundamentales que enaltecían los valores nacionales sobre los que se cimentaba aquella España, que llegaría a helar el corazón a la otra media, inmortalizado en los poemas del inmortal coloso de la literatura española del siglo XX Antonio Machado.

Quien no se acuerda de aquellos cuadernos de Rubio que utilizábamos para realizar y modelar las primeras letras de las caligrafías. Más tarde, saldrían las unidades didácticas y el lenguaje mientras la Enciclopedia Álvarez pasaría a un segundo plano.

O los primeros dictados cuyas faltas de ortografía había que repetirlas cinco veces cada una. Recuerdo la primera vez que escuche la palabra Auxiliadora en uno de los primeros dictados, mis frágiles entendederas entendieron que se escribía con c [porque sonaba así]. Al repetirla cinco  veces, ya no se me olvidaría más.

Recuerdo en aquellas primeras unidades didácticas el capítulo "Las autoridades" donde brillaba con luz propia un dibujo del alcalde, el sacerdote, el juez y el comandante de puesto de la Guardia Civil.


Papácómprame una enciclopedia.
 Nadatu te vas andando al colegio como todo el mundo.


Atrás irá quedando aquella primera etapa de mi más tierna infancia en el desaparecido colegio de doña Concha con sus enormes clases y aquellos viejos pupitres [con sus antiguos tinteros] sin olvidar aquellas sillas de enea [ideal para el escondite de las chinches de la época que nos provocaban abundantes ronchas entre las piernas].

Los colegiales de nuestra época, en su inmensa mayoría, teníamos tan sólo unos zapatos de material, de la marca "gorila", que nos compraba nuestra madre en la inolvidable zapatería de "Rosarito Salcedo" [madre de nuestro ilustre paisano don Juan Antonio Carrillo Salcedo] y que empleábamos para todo [ir al colegio, jugar y salir los domingos y fiestas de guardar]. 

...Aquélla tabla de multiplicar cantada en voz alta “dos por una dos, dos por dos cuatro…junto a las clases de geografía” en forma de cancioncilla que repetíamos hasta aprenderla como un papagayo...

«España limita al Norte con el Mar Cantábrico
y los montes Pirineos que la separan de Francia;
al Este con el Mar Mediterráneo, al Sur con este mismo mar;
y al Oeste con Portugal y el Océano Atlántico.»

Los sábados por la mañana estaban destinados al rezo del catecismo y del rosario, mientras los domingos y fiestas de guardar era obligatorio asistir a misa en la iglesia de San Miguel sobre las 12,00 horas, oficiada por el arcipreste don José Armario Ortega. 

Muy cerca del colegio [en la calle de las Morenas] se encontraba el antiguo monumento de la "Cruz de los Caídos" que actualmente se denomina "Plaza de Fernando Villalón". Tenía un guarda, que en invierno llevaba una lata con carbón o cisco, para calentarse de las inclemencias meteorológicas.

Recuerdo una tarde que llevaron al colegio una bolsa cargada de escapularios de plástico para vender al precio de 12 pesetas/unidad. Nos dijeron que si por alguna circunstancia muriese algún niño con el escapulario colocado sobre el cuello, iría directamente al Cielo, pero si no lo llevase, iría al Infierno. Ni que decir tiene, que con aquella mentalidad de la época, todos los niños compramos aquel escapulario.

 ¡Por si las moscas!

Cuando jugábamos a la pelota en la calle y observábamos pasar a un cura o monjas, se detenía nuestro particular encuentro de fútbol callejero para besarles el crucifijo. Las porterías se señalaban con ladrillos de obras cercanas.

...Y aquéllos "partidarios" [policía municipal de la época], a los que teníamos mucho respeto, porque si te pillaban jugando en la calle con el balón [de goma],  te lo quitaban y además, te multaban con cien pesetas de la época, con la consiguiente reprimenda de nuestros padres. Así, que eran detectados desde lejos, que por aquéllas fechas iban andando por las calles. 




¡Qué no daría por volver de nuevo con mis padres! para poder pasear por aquélla  Alameda de mis tiempos y tomarme con ellos aquéllos magníficos cármenes en la desaparecida heladería "La Playa" de Morón de la Frontera, cuyo cuadro produce añoranza cuando se observa.

Se me viene al pensamiento también alguna que otra mañana, cuando íbamos para el colegio, escuchar el sonido de una campanilla. Era el cura acompañado de los monaguillos que se dirigían para prestar al enfermo "in articulo mortis" (a punto de morir) el sacramento de la "Extremaunción". Al pasar por su lado, los transeúntes, se hincaban de rodillas en señal de respeto.

Los difuntos eran velados por su familia en sus propias casas. Se colocaba un cirio en el zaguán de la vivienda, que anunciaba el óbito. La cera ha sido y sigue siendo muy importante en los ritos funerarios, siendo considerada como el lugar intermedio entre el lugar del fallecimiento del difunto y su destino final. 

Y quién no recuerda a nuestras abuelas, en el Día de los Difuntos, encender aquellas velas tristes que denominaban "mariposas", que eran pequeños discos de corcho con un pabilo en su parte central, sobre un plato con aceite y agua, con la sana intención de ayudar a las ánimas benditas para proseguir su camino hacia Dios...

Junto al sagrario se colocaba aquel enjuto "profesor" con sus gafas oscuras que te sellaba aquel cartoncillo al finalizar la misa, con la obligación de mostrárselo rubricado a primera hora del lunes siguiente en el colegio. Era como una especie de salvoconducto para tener aquel primer día de la semana sin sobresaltos. 

Recuerdo un domingo que tuve que asistir a dos misas: la primera en el Colegio Salesianos, teniéndome que ir lo más rápido posible para San Miguel y de este modo, poder entregar al final de la misa el dichoso cartoncito para ser sellado. De esta manera podría justificar mi asistencia a la misa el lunes por la mañana en el colegio ¡Faltaría más!.

En el coro de la Iglesia de San Miguel, recuerdo a aquel organista ciego, llamado Eduardo Rodas Alcántara, que tocaba el órgano durante las misas, dando solemnidad a la ceremonia religiosa “Santo, Santo, Santo es el Señor”...

Durante la Cuaresma los alumnos comenzábamos a observar cerca del altar del Señor Cautivo la estructura de los pasos de Semana Santa, lo que significaba que las vacaciones de la Semana Mayor estaban a la vuelta de la esquina.  

A la mañana siguiente de haber pasado una procesión, muchos zagales dedicábamos la mañana para arrancar de las calles empedradas la cera depositada por los nazarenos utilizando una pequeña navaja. Los niños "implicados de alguna forma en el desfile procesional", formaban una bola de colores, que la mostraban orgullosos, entre los de su edad.

Ya en la casa me calentaba mi padre la cera recogida en un pequeño envase de lata al que le añadíamos un hilo como especie de pabilo para poder encenderlo. Posteriormente se depositaba aquel trozo de vela multicolor en una caña de "encalá" seccionada en su parte final que previamente habíamos recogido de los cañaverales junto al río Espartero -cuando íbamos con nuestros progenitores los domingos a pasear al campo- y que nos servía como si fuera un humilde cirio. Una lata de tomates vacía de cinco kilogramos recogida en alguna tienda cercana la utilizábamos como tambor con dos palillos que recogíamos en una carpintería cercana y ya teníamos nuestra particular “banda de tambores" con sonidos estridentes. Una frágil caja de fruta con una imagen de algún almanaque, se le añadían dos velas y algunas varitas de San José y nuestra humilde cofradía estaba en la calle. 


¡Era la inocencia de la edad!

Cuando se acercaban las vacaciones de Navidad, se cantaban los tradicionales villancicos. Nunca podré olvidar aquéllos Juegos Reunidos Geyper, de 35 juegos, que me dejaron los Reyes Magos y una pelota de goma ya que el balón de reglamento era algo inalcanzable para los humildes recursos de los hogares de la época.

¡Viva la señorita
vivan los boquerones.
Viva doña Paca
que nos da las vacaciones!

Y aquellos inolvidables conciertos de la banda de música dirigida por su inolvidable director don Francisco Martínez Quesada. Comenzaba sobre las 11,30 horas junto a la plaza del Ayuntamiento, casi a la misma hora que la misa. Cuando salíamos de la ceremonia religiosa, tan solo nos daba tiempo de escuchar el himno de España, que cerraba aquel concierto.

 ¡No se podía estar en misa y repicando [nunca mejor dicho].




En 1969 se inauguraba la Biblioteca Municipal de Morón de la Frontera, en la calle Sagasta, con el inolvidable bibliotecario Miguel Cabrera. Allí existía una sala infantil con mesas y sillas bajas de colores para los niños donde leíamos o mejor dicho devorábamos con la mirada los comics de Tintín, su perro Milú, Hernández y Fernández o el capitán Haddock, siempre con la botella en la mano.

Muchas veces, dábamos rienda suelta a nuestra imaginación y creíamos que formábamos parte de aquellas aventuras de "Tintín, en la tierra de Villalón".


Era unos tiempos rancios en aquella España en blanco y negro donde mirar de reojo al enjuto maestro [cuando paseaba con la regla en la mano por el pasillo de la clase como si fuera un funcionario de prisiones] equivalía a recibir alguna que otra bofetada  en la cara sin mediar palabra. Sin mencionar algún que otro golpe con la regla de madera en las frágiles manos de niño por no saberte correctamente los verbos o los puertos de España, lo que me recordaría siempre aquella novela de Charles Dickens "David Copperfield" que proyectaban en TVE [Estudio 1] en blanco y negro, como aquella España rancia y casposa.

Algunos maestros y presuntos maestros del régimen franquista tenían licencia en aquella época para castigar físicamente a quienes no se sabían correctamente los tiempos verbales o no traían realizados los deberes de casa, en vez de emplear ese valioso tiempo en realizar un buen trabajo pedagógico. 

Si la vieja Europa introdujo en América la religión con la espada en una mano y la cruz en la otra, no es nada extraño que el precepto “la letra con sangre entra” entrara a formar parte de una premisa pedagógica en aquella vieja escuela [más por miedo que por convicción] con el objeto de modificar la conducta de los hijos olvidando que a largo plazo llegaría a ser negativa para la enseñanza, al generar futuros patrones de comportamientos. Era la mentalidad de una época...


Parte superior de una partida de nacimiento de aquella España de1959, donde se consideraba todavía a los españoles como "Los Hijos de la Raza". Aquel pergamino costaba 30 pesetas de la época. En 1963, se estableció el Salario Mínimo Interprofesional, que estaba en 60 pesetas diarias]. 

Si los cinéfilos adultos se acordarán siempre de la frase de la película Casablanca [1942] «Siempre nos quedará París» («We'll always have Paris»), que se haría inmortal en la boca de su protagonista Humphrey Bogart a Ingrid Bergman, a los niños de nuestra época nos quedaba todavía "el cine infantil del domingo por la tarde". Durante la semana, al pasar por la puerta principal de ambos cines observábamos las carteleras con los fotogramas de las películas, a los que llamábamos "cuadros" y que posteriormente veríamos en Cinemascope. Grandes producciones como Espartaco, Ben Hur, Tarzán o la Policia montada del Canadá con Gary Cooper, entre otras muchas, permanecen grabadas en nuestra retina. 

Recuerdo que lo más desagradable de aquel cine era que había que soportar su infumable noticiario [NO-DO] que exaltaba las excelencias del régimen, en el desaparecido Teatro Central o en el inolvidable Teatro Cine Oriente, de don Narciso. 

Cercana la Navidad, en el Cine Oriente se proyectaban grandes superproducciones como "La Biblia", "Los Diez Mandamientos", "La historia más grande jamás contada", entre un largo etcétera.

 


Guardo un grato recuerdo de aquel colegio Salesianos al ser un referente deportivo para cualquier niño en aquélla época, con su banda de cornetas y tambores -magnífica para los zagales de mi época- o aquel teatro-cine donde disfruté por vez primera de una gran película [allá por el año 1967] en pantalla grande “Helena de Troya” de Robert Wise, con un lleno a rebosar de zagales al ser gratis y tan sólo podíamos ir los domingos al cine infantil. La película tuvo varios recesos “por culpa” del proyector ya que era necesario cambiar cada media hora los rollos de la película. 

Aquel viejo campo de fútbol del colegio Salesianos con sus porterías de madera, en unos tiempos donde las instalaciones deportivas brillaban por su ausencia. Recuerdo gratamente a un profesor al que llamaban don Alfonso, que cedía amablemente las camisetas del Real Betis, Sevilla C.F., F.C. Barcelona o Atlétic de Bilbao. Para ello, era necesario que los niños formaran equipos de once jugadores y les entregaba un balón de reglamento -que no lo tenía casi nadie-. Cuando se llenaba de barro ningún zagal quería rematar con la cabeza porque aumentaba considerablemente su peso. 

Eran unos tiempos muy precarios en los que se carecía prácticamente de todo en la mayoría de los hogares. Casi nadie quería pegarle fuerte al balón ya que la portería daba a un barranco que llegaba casi a la Fuente de la Plata, y era necesario volver a recogerlo [lo mismo que cuando jugábamos en el castillo].

Cuando salíamos el cine infantil nos encontrábamos aquella calle Nueva impregnada de aquellos efluvios de calamares fritos y pajaritos del inolvidable Bar de Juan Bermúdez y Juaniquito, sin olvidar los puestos de castañas pilongas calentitas en aquel ambiente otoñal con el humo blanco dando la impresión de que nos habíamos trasladado al Londres de Sherlock Holmes [cuando todavía tenía Morón el aroma de pueblo y de sus tahonas con hornos de leña].

Frente al edificio de Correos se encontraba la "Academia de Juanito", que daba sus clases de mecanografía, sin mirar a la máquina de escribir: 

poiuy/espacio/qwert...



La vieja máquina de escribir donde Brenan escribió "Al sur de Granada" y "El laberinto español" entre otras obras [muy similar a las que tenía Juanito en su academia]


En aquellas viejas máquinas de escribir, similar a la que Gerald Brenan escribiera "Al sur de Granada" y “El laberinto español” entre otras obras y que se puede observar en la Casa de Brenan, en Churriana [Málaga].

Y qué decir de la desaparecida tienda del “Tío Bigotes” donde comprábamos los primeros cromos del boxeador “Urtain” cuando salíamos del colegio o el inolvidable Bar de la “Goleta" [vertebradora de grandes tertulias con vino y caracoles, donde para dar una razón a algún carpintero o albañil en horas puntuales del mediodía había que buscarlo en aquel punto geoestratégico del Morón de mis tiempos]. O aquellos  zagales en la época de carnaval que acompañaban a las murgas que entraban en las tascas y tabernas sin un horario de salida sin olvidar aquellos jornaleros del costal en la Semana Santa de mis tiempos, que acompañaban a los Titulares de las Cofradías, después de haber realizado su jornada laboral, para sacar un salario extra para sus hogares.

El poema “Recuerdo Infantil” de uno de los colosos de la lírica española del siglo XX, el inolvidable Antonio Machado” me proyecta algún que otro recuerdo de nuestra infancia.

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Y rendir siempre un inmenso tributo al tremendo esfuerzo económico que tenían que realizar nuestros padres, trabajando de sol a sol durante todos los días de la semana [incluido el sábado] para llevar a sus hogares un salario de miseria y poder pagarnos aquella escuela junto con una permanencia de dos horas [de 5 a 7 de la tarde]. Muchas veces tenían que pedir un anticipo para poder pagarnos a comienzo del curso los libros en la imprenta, en aquella España rancia. 

¡En aquel tiempo, todas las vacas daban leche para los panegiristas del régimen!



"Hay que estudiar para cuando llegue el porvenir"

Dicho de la época

Y llegamos al Instituto en mi primera fase de la adolescencia

Realizando una breve mirada retrospectiva durante mis comienzos en el antiguo Instituto Nacional de Enseñanza Media [I.N.E.M.] de comienzos de los años 70 del pasado siglo, ubicado en la antigua Avda. Alférez Provisional, en la tierra de Villalón. 

La ilusión por entrar en aquel Instituto de mi época [con tan sólo 11 años] era muy grande. Nos hicimos varias fotos tipo carnet [en blanco y negro] en el antiguo estudio de Gómez Teruel. Allí, el inolvidable fotógrafo Luis Gómez con sus magistrales conocimientos, captaba con su objetivo una fracción de nuestras vidas.


En aquellos años 70 del pasado siglo era obligatorio llevar el tradicional uniforme: chaqueta azul marino, camisa blanca con corbata roja, rebeca y pantalón gris con los calcetines de color gris o negro. ¡Si te faltaba alguna prenda, te mandaban a casa a por ella!

Cuando entré en el antiguo Instituto [con tan sólo 11 años], allá por 1970/71 del siglo pasado, para dar la clase de Educación Física, me compraba mi madre las antiguas zapatillas de la marca "la Tórtola" [roja o azul] en la alpargatería de la época [que recordaremos aquellos que comenzamos a transitar por la senda sexagenaria].

Aquella España bajo la mentalidad del Concilio de Trento, Tomás de Aquino y la Escolástica [de sotana y sacristía como diría el inolvidable Antonio Machado], con los crucifijos que presidían las aulas, prohibición de las clases mixtas en las escuelas, veto al carnaval, papel de la mujer subordinada al hombre y al hogar rígidamente católico, etcétera. 

En el instituto, los sábados no se asistía a clase pudiendo dedicarlo a realizar los deberes o jugar al fútbol.

Los alumnos teníamos prohibido entrar por la entrada principal, destinada sólo y exclusivamente para los profesores. Se formaba a las 8,55 horas en el patio porticado del instituto similar a una formación castrense, separándonos con el brazo extendido del compañero [los niños formábamos en un ala y las niñas en otro. Era la mentalidad de la época. Los libros con los diccionarios o la Biblia los llevábamos en la mano ya que las mochilas y el chándal brillaban por su ausencia.

Una mañana que formábamos en primero [1970/71], un profesor de matemáticas [siempre con mal temperamento] le dio un guantazo con mucho malaje a un compañero que ya no se encuentra entre nosotros, porque a su entender no estaba bien alineado en el pórtico. Eso se quedó ahí, porque nadie se atrevía a decírselo a su padre, no vaya a ser que se llevase otra colleja. 

En aquellos tiempos, el profesor era considerado una autoridad [ni lo de antes ni lo de ahora, en el término medio se encuentra el equilibrio]. El docente mandaba a subir a la tarima al alumno, donde se ubicaba una enorme pizarra, cercana a la anchura de la clase. Subir al estrado significaba que la tensión arterial del alumno se subía por las nubes comenzando nuestra particular borrasca emocional [aunque fuera simplemente para preguntarnos el docente la lección, despejar alguna ecuación, analizar oraciones, comprobar en los antiguos mapas físicos de la Península ibérica [donde todavía el Sahara y sus habitantes tenían el DNI español], las comarcas del Páramo, La Maragatería, el Bierzo o la Tierra de Campos [por citar un ejemplo, aprendido de memoria].



Recuerdo que los profesores de geografía nos mandaban a buscar en la conserjería [donde se colocaban todos los mapas enrollados] el mapa físico de la península Ibérica para ser colocado en mitad de la enorme pizarra, sobre una alcayata. Cuando terminaba la clase, los mapas volvían a su lugar de procedencia.

En las clases de geografía en 1970-71 todavía existían aquéllos viejos mapas físicos y políticos que colgábamos sobre las viejas alcayatas, con las antiguas posesiones españolas en el Sáhara, Sifi Ifni, Annobón (Guinea Ecuatorial) y algunos islotes.

Si contestábamos correctamente, un soplo de aire fresco volvía a cohesionar nuestro ánimo. Y como “efecto colateral”, los compañeros que prestaban la máxima atención “ponían sus barbas a remojar”.

La primera excursión que realizaba fue al río Espartero en primavera [entonces llevaba bastante agua]. Íbamos todos los primeros cursos [A, B, C y D] con la tradicional talega que llevaba en su interior el bocadillo, nuestra cantimplora y algunas onzas de chocolate. Entonces no existían las mochilas. Los alumnos más atrevidos se dieron un baño, con el consiguiente disgusto para los profesores que investigaban a los “presuntos culpables”. 

Cuando llegamos al Instituto, no sabíamos saltar ni el potro ni el caballo, ni el plinto, etcétera, hasta que poco a poco se le perdía el miedo. Ni que decir tiene que las primeras clases de Educación Física se convertían en un verdadero trauma para aquellos alumnos que nunca habíamos realizado ejercicio físico alguno en la escuela anterior, salvo jugar en el recreo. Aquéllos alumnos a las 9,00 de la mañana durante aquellas frías mañanas de diciembre, enero y febrero que entumecían de frío sus brazos y piernas en aquel patio con su calzón y camiseta de manga corta y las alpargatas. 

La tarima, bien sea de madera o de lozas de terrazo [como en este caso] se colocaba en las aulas para que el docente siempre estuviera “por encima” de la altura en la que se encontraban sus discípulos, simplemente para mantener los esquemas o roles tradicionales donde el que habla es el que sabe (escolástica) y los que escuchan muestran “evidencias de aprendizaje”.

Al brillar los coches casi por su ausencia, la mayoría de los alumnos iban y venían desde sus casas dos veces, con horarios: de 9 a 13,30 horas y de 15,30 a 17,30, con lo que el cuerpo siempre estaba en forma. Algunos compañeros venían desde el Pantano [un barrio bastante alejado del Instituto]. Teníamos un compañero que venía desde la aldea de Guadaira [a varios kilómetros de distancia] a estudiar al instituto en una bicicleta adaptada con su motor de gasolina.

Había alumnos con ciertos privilegios. Un autobús militar acercaba a los hijos de los militares al antiguo instituto sobre las 9,00 y 15,30 horas y los recogía sobre las 13,30 y 15,30 horas.

Los que peinamos alguna que otra cana recordamos aquellos comienzos de los años 70 del pasado siglo, con sólo diez u once años. Al superar el cuarto curso anterior a la E.G.B. [con la Ley Moyano] en la escuela pasábamos directamente al Instituto Nacional de Enseñanza Media para realizar el primer curso del antiguo bachiller elemental [Ley Villar Palasí] donde ya había desaparecido la reválida. 

Había alguna que otra profesora que antes de comenzar su clase comenzaba a rezar una oración con los alumnos, cosa que no nos pilló de sorpresa al venir con la experiencia suficiente de los colegios vinculados con el nacionalcatolicismo [que eran todos] y conocíamos el catecismo de memoria junto con los tiempos verbales.

¡Aquella inmensa sala de exámenes dividida a su vez en tres salas con las puertas plegables. O la antigua cantina con la inolvidable Lola o Felipe, años más tarde!

El recreo aún tenía las gradas del antiguo campo de fútbol del Morón con un enorme pozo junto a la piscina municipal. En las clases existía un delegado y un subdelegado nombrado por los alumnos.

El delegado y subdelegado entre sus funciones tenían que apuntar en la pizarra los nombres de aquéllos que hablaban entre clase y clase o bajar el parte a recepción de los alumnos que por circunstancias no habían asistido a clase, siendo firmado por los profesores en su correspondiente hora de clase. 

La infumable asignatura de Formación del Espíritu Nacional “F.E.N.” la daba en primero de bachiller elemental un militar, el cual, algunas veces, se encargaba de tirarnos de las patillas hacia arriba [cuando no sabíamos la lección], y además te la mandaba a escribir diez veces. Era frecuente observar algún que otro militar o adepto al régimen dando clases en los colegios e institutos de la época aquellas asignaturas denominadas “las tres marías” [Educación Física, Religión y Política] para diferenciarlas de las asignaturas vitales como Matemáticas, Lengua, etcétera.

La época estival estaba destinada para estudiar las asignaturas pendientes en las academias locales que ponían algunos estudiantes de magisterio de la época y aprobarlas durante los exámenes de septiembre.


Los jardines de la Carrera, en aquella época


Breves pinceladas

Los antiguos alumnos que pasamos de los sesenta años y con algunas canas recordamos las primeras notas, que se daban por trimestres, hasta que con los años comenzaron a entregarse mensualmente.

Por otro lado, ¡quién no recuerda aquéllos pupitres unipersonales cerca del profesor que nadie quería ocupar por no permanecer “aislado” de los compañeros y ser al mismo tiempo, aquel alumno que lo ocupara, el que tenía todas las papeletas para que el profesor se fijara en ti, y salir a la pizarra!...

Aquella "Catedra" de deportes que vino durante el primer curso de bachiller elemental 1970/71 en el antiguo campo de fútbol de albero "José Antonio Elola" con los vestuarios con agua fría. Era la primera vez que se practicaban tantos deportes juntos "baloncesto, balonmano, voleibol, lanzamiento de peso, carrera de 100 metros lisos, de 200, de 400, etcétera.

...O cuando el sr. conserje “los buenos e inolvidables Romualdo y Pedro" abrían la puerta del aula y nos levantábamos en señal de respeto, para transmitirnos a cualquiera de nosotros, que el director o el jefe de estudios quería comunicarnos tal o cual cosa sin importancia. Íbamos por aquéllos pasillos reflexionando: ¡Para qué querrá verme el jefe de estudios, reflexionando si habríamos metido la pata en algo!, por aquello del “miedo escénico” que se proyectaba al alumnado de la época.

En primero de bachiller antiguo, un cura llamado don Manuel [era un buenazo] explicaba Sodoma y Gomorra entre otros pasajes de la Biblia. Cuando dio las notas, de dio un 4 a un alumno, que comenzó a llorar y le dijo: ¡No vayas a llorar! ¡Qué nota crees que te mereces! Y éste alumno le manifestó sus impresiones y, al final quedó contento con la nota. 

Me recordaba [salvando las distancias] la figura de don Antonio Machado con las notas de francés en Baeza, que nunca eran inferiores a lo que el denominaba aprobado, aprobadillo y aprobadejo.

Alumnos alumnos mayores nos decían que cuando éste profesor de religión fumaba tabaco de la marca “celtas” significaba que no había realizado bautizo alguno durante el fin de semana, pero cuando fumaba “ducados” significaba que le había entrado algún dinerillo extra. 

En segundo de bachiller antiguo ya no lo teníamos porque lo habían destinado al Viso del Alcor siendo sustituido por otro cura [don Luis], también bonachón, que tenía un coche de la marca “Gordini”. Pero falleció en el curso 71/72. Nunca los alumnos habíamos visto un entierro tan grande en la iglesia de San Francisco.

También se me viene a la memoria algún que otro "profesor" panegirista del régimen, que pertenecía a la O.J.E. "Organización Juvenil Española" y por tanto, tenía más posibilidades de ser contratado en aquéllas asignaturas denominadas "Marías", bien en el Instituto o en algún que otro colegio privado.

Cuando don Licinio de la Fuente [Ministro de Trabajo de Franco] vino a inaugurar el ambulatorio de la Inmaculada Concepción de Morón el 11 de noviembre 1971, entre unas cosas y otras, tuvimos todo el día de recreo.

Aquel pequeño "trauma" al enfrentarnos por vez primera a la asignatura de inglés, que jamás habíamos visto. La primera lección fueron los pronombres personales y nos sabía a chino "al menos al que suscribe estas humildes letrillas":

I, you, he, she, it...

Me preguntó aquel profesor de inglés y no sabía articular palabra. Solución "escribe 100 veces los pronombres personales". ¡No se me volverían a olvidar!

Recuerdo aquel año de 1972/73 en el desaparecido 3º de Bachiller Elemental que estudiaba en el antiguo I.N.E.M. “Instituto Nacional de Enseñanza Media” de mi pueblo [posterior Fray Bartolomé de las Casas desde el 18 de febrero de 1975].

En la clase de religión, el profesor desde su estrado, se dirigía a sus alumnos:

¡Dios creó el mundo a partir de la nada [ex nihilo]!

Y el que suscribe estas humildes letrillas, con tan sólo una docena de años más uno, le preguntaba ingenuamente:

¡Y qué es la nada, don Francisco!

Una especie de halo o miedo escénico se apoderaba de la clase, ante la seriedad de aquel enjuto profesor [también con gafas oscuras], que con gesto muy serio [como si hubiese dicho algo improcedente] me manifestaba:

¡La nada no es nada!

Ante esta y otras respuestas mis frágiles entendederas comenzaban a proyectarme que tal vez muchas religiones que hunden sus raíces en las noche de los tiempos con ciertas “mentiras vitales” [como en San Manuel Bueno, mártir de Miguel de Unamuno, eso lo leería mucho más tarde] que han servido para anestesiar al pueblo vertebrando sociedades. 

En los últimos estertores del tardofranquismo seguía predominando aquel nacionalcatolicismo rancio como eje adoctrinador de aquella sociedad que permanecía en el oscurantismo “ad perpetuam”. Recuerdo no pocos profesores de la época, que eran panegiristas agradecidos y gracias a ello, daban las asignaturas denominadas "Marías".

…Pasados algunos años, leí que el benedictino San Agustín (345-430), pensaba que “Dios creó el mundo a partir de la nada”, como idea heredada de Platón (427-347 a. C.). El sincretismo como unificador de culturas ha predominado en la cultura grecorromana, a la que pertenecemos. No pocos historiadores coinciden: el cristianismo hunde sus raíces en el Antiguo Egipto, con sus trinidades correspondientes, la resurrección, el juicio final, etcétera.

En el antiguo cuarto de Bachiller Elemental [curso 1973-1974] recuerdo otra clase de religión donde un cura comentó en voz alta:

¡Si algún alumno no cree en Dios que lo diga, lo apruebo con buena nota y que salga de la clase, pero que deje a los demás compañeros escuchar la clase de religión!

Un alumno que ya no se encuentra entre nosotros le manifestó respetuosamente que él no creía en Dios. Inmediatamente, no sólo no lo aprobó sino que lo mandó al jefe de estudios. Muy poco faltó para que lo expulsaran [eran ya unos tiempos donde los adolescentes comenzaban a tener motivaciones sociales y políticas].


También recuerdo a una profesora manifestar en su asignatura de Historia de 4º [1973-74], cuando tocaba impartir la lección sobre la Guerra Civil española:

“En el ejército nacional reinaba la disciplina mientras que por el contrario, en el republicano, la indisciplina y el desorden”...

Una manera poco conciliadora de dar crédito moral a unas actitudes que llevaron a aquélla España de nuestros padres y abuelos a la sinrazón mediante un asalto a la legalidad. Es evidente que los vencedores con su corifeo de panegiristas han utilizado su propia ideología por encima del rigor histórico.

Recordemos que todo que todo aquel docente que no agradaba al régimen de Franco era apartado inmediatamente de la docencia, en el mejor de los casos. No hace falta recordar entre miles de ejemplos, la fría depuración contra Unamuno o Antonio Machado [a éste último le sería impuesta una orden de depuración por la que se le quitaba su cátedra el 24 de mayo de 1941, dos años después de su muerte en Collioure, en el sur de Francia].

Por el contrario, recuerdo un comentario de un antiguo alumno [mayor que el que escribe estas humildes letrillas] sobre otro profesor de literatura del mismo centro educativo, cuando acompañaba a sus alumnos de excursión desde la tierra de Villalón hasta Salamanca. 

Este profesor de gran sensibilidad se acercaba con algunos de sus alumnos que quisieron acompañarle para visitar la tumba de Miguel de Unamuno en el Cementerio Viejo de San Carlos Borromeo, con la intención de rendirle respeto al dejarle dos claveles.


Es muy significativo que las dos Españas de Antonio Machado quedaban reflejadas en aquella docencia del tardofranquismo que permanece grabada en la retina colectiva de una época. Dos formas de entender la historia con sus desencuentros cuyas heridas aún no han cicatrizado.


Colección Local Biblioteca Pública Municipal “Cristóbal Bermúdez Plata”
Sección Hemeroteca. Vuelta ciclista a España 1974


Se me viene a la memoria, haciendo una mirada retrospectiva, aquel 27 de abril de 1974 y nos dejaron salir un poco antes para ver por primera vez la Vuelta Ciclista a España que pasaba por la Alameda. Creo recordar que entraba por la carretera de Coripe en su cuarta etapa Marbella-Sevilla con 206 kilómetros.

Estuvimos esperando mucho tiempo para coger sitio con la ilusión de cualquier chaval, nunca habíamos visto en Morón tal evento deportivo con una importante caravana publicitaria, la Guardia Civil de Tráfico con aquellas motos "Sanglas 400" de color negra, periodistas y un helicóptero. Observamos como aterrizaba el helicóptero con la cabina transparente [como los que salían en las películas de James Bond] en el centro del antiguo campo de fútbol [entonces de albero] y el amigo Silverio [Q.E.P.D.] custodiándolo. Fue todo un lujo para todos los ciudadanos de Morón y su comarca pero sólo duró un segundo, pues los ciclistas pasaron volando.

Eran los tiempos de Domingo Perurena, José Manuel Fuentes (el Tarangu), Thevenet, Pedro Torres, Miguel María Lasa y un largo etcétera de corredores de élite y prestigiosos equipos como “KAS”, “BIC” o “La Casera” entre otros. El ganador de aquella Vuelta Ciclista a España 1974 que pasó por el antiguo Instituto Nacional de Enseñanza Media de Morón fue José Manuel Fuente, del equipo KAS.



También recuerdo una entrevista en un periódico del Instituto del desaparecido Pedro Tienda [profesor de Educación Física] a Alfredo Amestoy [presentador del programa de televisión “300 millones”] que vino a Morón para ver una “pelea de gallos” y que se realizaba la terraza de un bar de la Alameda. Podría ser sobre curso 1977/78.



Me comentaba don Juan Fernández en el Aula de la Experiencia [antiguo profesor de historia del Instituto de Bachillerato “Fray Bartolomé de las Casas”] que utilizó por primera vez el nombre de Catedral de la Sierra Sur cuando contempló por vez primera a su llegada a Morón la belleza de la Iglesia de San Miguel, allá por los años 70 del siglo pasado. Y desde esa época, todos los moronenses la denominan con esa nomenclatura.

...

 

El nombre de Fray Bartolomé de las Casas fue el resultado de varias ternas de nombres:

 

27/02/1969:

SALE EL NOMBRE DE ANTONIO MACHADO DE 4 NOMBRES PROPUESTOS. LA RESPUESTA OFICIAL “YA SE ENCUENTRA ASIGNADO” A UN CENTRO EN SORIA.


27/10/1970

VUELVE A SALIR ANTONIO MACHADO Y FEDERICO GARCÍA LORCA. SILENCIO ADMINISTRATIVO.


29/09/1972

JUAN DEL ENCINA, DE UNA TERNA PROPUESTA. YA SE ENCUENTRA ASIGNADO A UN CENTRO DE LEÓN.


30/05/1974

FRAY BATOLOMÉ DE LAS CASAS SALE DE UNA TERNA. ES ACEPTADO.


 

Finalmente, el 13 de enero de 1975, el subsecretario Federico Mayor Zaragoza firma la orden por la que se concede al Instituto de Bachillerato mixto de Morón de la Frontera la denominación de “Fray Bartolomé de las Casas” (BOE nº 42 de 18 de febrero de 1975).


Gentileza de Gabriel Giráldez Fernández
[Antiguo profesor de dicho Centro]


Poco a poco mi generación irá asistiendo a los últimos estertores del tardofranquismo y se irán introduciendo en la enseñanza nuevos valores en consonancia con los nuevos tiempos. Una nueva mentalidad educativa comenzaba a salir de sus trincheras para intentar dar un mínimo de cohesión a un nuevo sistema educativo, que aglutinara a todos y que nunca más vuelva a helarle el corazón a ningún españolito que venga al mundo.

Aunque a la vieja guardia le pasará como a las ascuas, que con vientos favorables, harán todo lo posible por seguir ardiendo sin mostrar su llama, pero el tiempo pasa, los años se suceden y no habrá marcha atrás.



El año 2017, el antiguo Instituto Nacional de Enseñanza Media (I.N.E.M.) celebraba el 50º Aniversario de su fundación, allá por el año 1967. Un mosaico realizado en 1971 por D. Pedro Ybarra Hidalgo y colocado en la entrada principal con dos estudiantes subiendo los peldaños, ha quedado como logotipo y símbolo del centro.

La retina del recuerdo sigue proyectando miradas retrospectivas de una época cargada de nostalgia para llegar a la conclusión de que han pasado  muchos lustros, desde que entramos en aquel Instituto de nuestros tiempos pretéritos, sobrepasando con creces el ecuador de nuestra vida.

Cada alumno se ha ido labrando su futuro por los diversos surcos que les ha ido trazando la vida, sin olvidar, que por nuestra edad ya no se encuentran con nosotros la mayoría de nuestros progenitores y comienza a faltar algún que otro compañero de pupitre que todos tenemos en nuestro pensamiento.

Sirvan estas humildes letrillas como homenaje hacia ellos, aunque cargado de cierta nostalgia [porque el tiempo pasa y no podemos detenerlo]. 

Atrás quedaron por el camino algunos sueños, viejas utopías y alguna que otra quimera, entre una docencia que muere y otra inquieta que bosteza…


Esta fotografía fue realizada por D. José Vélez [profesor de Educación Física] durante el curso 1974-75 con una antigua cámara fotográfica "Winar", del antiguo compañero y amigo Eduardo Rodríguez.


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