...Tras la pérdida de los Santos Lugares y tras la caída de Acre en 1291, los enemigos del Temple aprovecharán la "magnífica oportunidad" que se les presentaba al generarse un conflicto abierto entre el papado y la corona de Francia, o lo que es lo mismo, la división interna entre Oriente y Occidente, incapaz de redefinirse tras la salida de Tierra Santa. La pérdida de los Santos Lugares será un duro golpe para la Cristiandad, incapaz de asumir semejante pérdida...
La Tercera Cruzada [1189-1192]
Emprendida por Felipe Augusto de Francia, Ricardo I Plantagenet de Inglaterra “Ricardo Corazón de León” y Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano en respuesta a las conquistas de Saladino, que no logró revertir la situación.
Ricardo Corazón de León tomó San Juan de Acre derrotando a Saladino en Arsuf el 7 de septiembre de 1191. Tras arrebatarle Ascalona y Jaffa, firmó con éste un tratado en septiembre de 1192 por el que los cristianos conservarían las ciudades costeras con libre acceso a los Santos Lugares. Ridefort de nuevo al frente del Temple abandonó Tiro en agosto de 1189 para emprender la recuperación de la plaza costera de Acre encontrando la muerte en octubre de 1190 a la sombra de sus murallas.
El emperador Barbarroja emprendió por su cuenta una cruzada sin esperar la bendición del pontífice. Con 20.000 hombres partió de Ratisbona el día 24 de abril “San Jorge” hacia Oriente. Cuando partieron Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto, la desgracia ya había abatido la cruzada alemana.
Ricardo conquistó Chipre y llegó a Palestina. Junto a Felipe decidió completar el asedio de Acre, puerto que le permitiría poder afrontar con mayores garantías las siguientes operaciones. En julio de 1191, cayó la plaza de Acre. Acre convertida en la nueva capital del reino y en ella se instalaron la casa matriz de la Orden del Temple y del Hospital.
Felipe Augusto volvió a Francia firmando por escrito un compromiso por el que se obligaba a no atacar Inglaterra en ausencia de su rey Ricardo que decidió seguir con la cruzada en solitario, convencido de su misión por recuperar Jerusalén.
Los cruzados tomaron Jaffa renunciando a poner Jerusalén bajo asedio mientras genoveses y pisanos estaban enzarzados en un conflicto por controlar el comercio en los puertos recuperados por los cristianos, y en Acre habían llegado a una guerra abierta. En Chipre había estallado una insurrección por lo que Ricardo optó por venderla al Temple mientras que un partido profrancés había entablado conversaciones con Saladino a espaldas del rey inglés. La idea de volver a Europa estaba ya en la cabeza de Ricardo. Las noticias inquietantes que llegaban desde Inglaterra acabaron por decidirle a volver a su reino al enterarse de que su hermano, el príncipe Juan, conspiraba con algunos nobles para hacerse con la corona durante su ausencia.
En un acto tan macabro como polémico, no dudó en asesinar a los 3.000 rehenes musulmanes que habían quedado en Acre tras su conquista. La cólera de Saladino ante semejante monstruosidad fue inmensa.
Ricardo dispuso que Conrado quedase como rey de Jerusalén mientras compensó a Guido creando para él un reino en Chipre. Entabló conversaciones con Saladino acordando una tregua en noviembre de 1192, por la que se reconocía a los cruzados la posesión de los territorios conquistados y se garantizaba el acceso a los peregrinos cristianos a los Santos Lugares. Pero Conrado de Montferrato fue asesinado unos días antes de ser coronado rey de Jerusalén. Ricardo se hizo a la mar el 9 de octubre de 1192.
Tras la muerte de Saladino el 3 de marzo 1193 con 54 años de edad, el vasto entramado territorial que dejó no tardó en convertirse en objeto de disputas entre los múltiples miembros de su familia.
La Cuarta Cruzada [entre 1202 y 1204]
Organizada por Inocencio III y dirigida por Balduino III de Flandes.
Tuvo como consecuencia el saqueo de la capital de Bizancio “Constantinopla” por los cruzados y la creación de un Imperio latino bajo la jefatura de Balduino. La guerra contra el infiel se había convertido en una guerra fratricida entre cristianos donde el saqueo había triunfado sobre el espíritu de cruzado, siendo considerada uno de los mayores crímenes contra la Humanidad, generando que el Cisma fuera definitivo.
Hacia 1212 se registraron dos cruzadas infantiles, impulsadas por la idea de que la inocencia de los niños daría gloriosa cima, con la ayuda de Dios, a tan “magna empresa”. Ambas se convirtieron en un auténtico desastre. Mientras tanto, en Roma ofuscada por el fracaso de Constantinopla, Inocencio III aprovechó el Concilio de Letrán en 1215 para llamar a una nueva cruzada alentado por el fervor expansivo de la victoria de los cristianos ibéricos sobre los almohades en las Navas de Tolosa tres años antes, así como del triunfo de los cruzados franceses sobre la herejía cátara.
La Quinta Cruzada [entre 1217-1221]
Emprendida por el Papa Inocencio III y su sucesor Honorio III, el rey Andrés II de Hungría y Leopoldo VI de Austria.
Realizaron una incursión contra Jerusalén, dejando finalmente la ciudad en manos de los musulmanes. Resultó una frustrada expedición a Egipto, donde tomaron Damieta en noviembre de 1219.
La caballería musulmana logró romper las filas de las tropas cristianas pero será la reacción disciplinada de la caballería del Temple la que daría la vuelta a la situación. El sultán al-Kamil, que había sucedido a su padre al-Adil el año anterior tenía como meta deshacerse de la molesta presencia de los cruzados en Egipto. Hasta en dos ocasiones llegó a ofrecerles la paz a cambio de Jerusalén y los territorios perdidos excepto Transjordania, vital para la conexión por tierra entre El Cairo y Damasco, pero el legado papal, cegado por su obstinado celo antimusulmán , rechazó las dos propuestas ante la perplejidad del rey Juan, que creía acariciar el Santo Sepulcro. El legado papal impuso su criterio gracias al apoyo de las órdenes militares, que consideraban indefendible la Ciudad Santa sin el control de Transjordania, negándose a negociar con el sultán. En agosto de 1221 en Sharamsah, las fuerzas del legado papal se estrellaron contra los egipcios. Otra cruzada acababa de perderse.
La Sexta Cruzada [entre 1228 y 1229]
Inducida por Honorio III al emperador Hohensfauten Federico II, que reivindicaba los derechos al trono de Jerusalén por su matrimonio con Yolanda.
En 1227 las tropas de Federico estaban preparadas para zarpar en Apulia rumbo a Oriente, cuando una epidemia diezmó el campamento, dilatando su partida. El Papa, alegando incumplimiento del voto le excomulgó. Durante el verano siguiente su flota zarpaba rumbo a Palestina sin la bendición del pontífice. Federico desembarcó en levante en septiembre de 1228. La excomunión le privaba del apoyo de buena parte de los francos. El año anterior Federico había recibido una embajada de al-Kamil solicitando colaboración a cambio de lo mismo que le había ofrecido al legado papal “todos los territorios del antiguo reino de Jerusalén a excepción de Transjordania.
Al-Kamil era conocido por su tolerancia y por dar a la religión un valor secundario en su política. Ambos monarcas alcanzaron de buen grado de entendimiento, lo que fue el Acuerdo de Jaffa, firmado en febrero de 1229, mediante este pacto se comprometían mantener una tregua de diez años. Al-Kamil devolvía a los cristianos las ciudades de Jerusalén y Belén, así como un pasillo de acceso desde la costa para los peregrinos. También le cedía la costa oeste de Galilea, donde se encontraba Nazaret y la región de Sidón. A cambio, retenía la soberanía de la explanada del Templo de Jerusalén, y los cristianos se comprometían a permitir el acceso a los creyentes musulmanes, a los que deberían respetar sus vidas y sus bienes.
El acuerdo no fue bien recibido por nadie. A los musulmanes les parecía intolerable la cesión de la tercera ciudad más santa del Islam y el Temple no compartía un pacto con el infiel sin el esfuerzo militar considerando que Jerusalén no podía defenderse sin controlar las tierras de la otra orilla del río Jordán, viéndose privado de su añorada casa presbiteral en el Templo. El acuerdo sólo fue celebrado por Federico y sus partidarios.
En un gesto insólito, Federico se coronó rey de Jerusalén en el Santo Sepulcro en marzo de 1229 sin ceremonia alguna que lo legitimase “durante 10 años”, provocando aquel gesto la ruptura del rey Federico con los poderes del reino, dando lugar una situación insostenible en Palestina, decidiendo regresar a Europa dos meses después, dejando un par de gobernadores encargados de velar por sus intereses y los de su hijo. Se barruntaban “malos presagios”.
Las divisiones entre los musulmanes les impidieron aprovechar las rencillas entre los francos que pactaron una alianza con Damasco. En 1238 había muerto al-Kamil y la ruptura del imperio de Saladino originó dos grandes bloques: Egipto y Siria. Con intención de hacerse con el control de Siria, uno de los hijos de al-Kamil que gobernaba Egipto decidió recurrir a la ayuda de los mamelucos, guerreros mercenarios que llevaban arrasando Oriente Próximo desde tiempos de los mongoles.
Los mamelucos eran esclavos de origen turco procedentes de Asia Central. Etimológicamente deriva del término árabe “mamluk”, en alusión a su condición servil.
En 1244 sembraron el terror en Siria y Palestina avanzando hasta Jerusalén, que fue perdida para la cristiandad, siendo incendiado el Santo Sepulcro. Los cruzados se reorganizaron logrando un ejército que no se veía desde la aciaga jornada de los Cuernos de Haitin. El 17 de octubre se produjo el trascendental encuentro entre los ejércitos cristianos y egipcio-mameluco que se apoderaron de toda Galilea y la plaza estratégica de Ascalón, cercana a Jerusalén.
Séptima Cruzada [1248-54] y Octava Cruzada [1270]
Emprendidas por San Luís de Francia.
Fue derrotado en su primer intento al dirigirse contra Egipto, teniendo que pagar un elevado rescate. En la segunda tentativa pereció ante las puertas de Túnez, víctima de la peste que diezmó a su ejército. De nuevo los musulmanes en la Séptima Cruzada infligieron una derrota sin paliativos en al-Mansurrah a las tropas cristianas mandadas por Luis IX de Francia.
El rey de Francia se dirigió Palestina, donde estuvo hasta 1254. Finalmente, volvió a Europa, reapareciendo las tensiones políticas. Mientras tanto, los mongoles se habían apoderado de Bagdad en 1258 acabando violentamente con el califato de los abasíes, la más antigua dinastía del mundo musulmán. Dos años después se habían apoderado de Siria y amenazaban Egipto. Sin embargo, en septiembre de 1260 los mamelucos derrotaron a los mongoles en Ayn Jalut, frenando su avance en la orilla oriental del Eúfrates. En 1268 tomarán Antioquía, poniendo fin al principado cruzado y en 1271 atacaron Trípoli, logrando adueñarse de grandes fortalezas del Temple, Hospitalarios y Teutónicos. La llegada del príncipe Eduardo de Inglaterra logró frenar su avance, al firmar con el sultán una tregua en 1272.
En 1285, el sultán de Egipto lanzó una campaña final contra los francos conquistando en 1289 el condado de Trípoli, con lo que la presencia cristiana se limitaba a escasos enclaves costeros del reino de Jerusalén. Siria y Egipto quedarán unificadas bajo el poder mameluco. Trípoli caerá en 1289, el nuevo sultán Khalil comenzó el sitio definitivo a Acre, siendo los templarios los últimos combatientes en abandonar la capital.
La caída de Acre significó el ocaso del sueño cristiano en Oriente al finalizar su presencia en Tierra Santa. Durante casi dos siglos la Orden del Temple había luchado sin descanso por la defensa de los peregrinos y de los Santos Lugares. Los templarios entraban en un mal sueño mientras que los musulmanes despertaban del suyo.
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Castillo templario de Ponferrada (León).
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La Reconquista en España, la cruzada de Occidente
Muchos cruzados tomaron el Camino de Santiago en vez de realizar su peregrinación armada a Tierra Santa. El papado y muchos monarcas europeos alentaron que se prestase el servicio de las armas en defensa de la fe en territorio hispánico con el objetivo de debilitar el Islam en Occidente, lo que ayudaría también a recuperar Tierra Santa para la Cristiandad. Este fue uno de los motivos que llevó a los templarios a poner su pié en la península ibérica.
En el año 711, una invasión islámica que llegará hasta el sur de los ríos Duero y Ebro acabó con el antiguo reino visigodo de Toledo. El siglo X será el de su época de mayor esplendor, bajo la figura del califa Abderramán III que fundó el Califato de Córdoba, uno de los estados más poderosos y avanzados de Europa y del mundo islámico. Pero a partir de 1031 el territorio andalusí fragmentaría en numerosos reinos de taifas.
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Azulejos de Toledo, en la Plaza de España de Sevilla |
En el año 1085 Alfonso VI, rey de León y Castilla tomó Toledo.
Almutamid, rey de la antigua Ishbiliyya “Sevilla” secundado por los de Badajoz y Granada, recurrió a Yusuf ibn Tasufin “almorávides” quienes habían fundado Marrakech. En 1086, los almorávides derrotan a Alfonso VI en Zalaca “Sagrajas”, cerca de Badajoz y Uclés, en 1108.
Pascual II emitió una bula en 1100 prohibiendo a los guerreros cristianos peninsulares viajar hasta Palestina para hacer frente a la amenaza almorávide.
En 1101, el rey Pedro I de Aragón y Navarra empleó por primera vez la enseña cruzada en una acción militar contra los andalusíes, en el cerco que puso a Zaragoza. En 1114, será el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, el que lograra el apoyo del Papa para convocar una cruzada que atrajese a caballeros de toda Europa con el objetivo de arrebatar las Islas Baleares a los musulmanes pero la rápida reacción de los almorávides echará por tierra la iniciativa. La Orden del Temple en Europa quedó en manos de dos subordinados de Hugo de Payns:
- A Payen de Montdidier las encomiendas de Flandes y Francia.
- A Hugo de Rigaud, le quedaban la Provenza, Languedoc y los reinos cristianos de la Península Ibérica.
El 8 de julio de 1131, el conde Ramón Berenguer III “el Grande” donaba al Temple sus atributos de caballero, ingresando en su hermandad, entregando el castillo de Grañena a los “milites Christi” en la defensa de sus territorios y en la lucha contra el Islam.
Alfonso I “el Batallador”, rey de Aragón conquistó Zaragoza en 1118, abriendo el Valle del Ebro.
En 1120 surgen “los almohades” que criticaban la relajación religiosa de los últimos gobernantes almorávides. Cruzaron el Estrecho de Gibraltar para acabar con los focos de resistencia de la Península. El rey Alfonso VII murió en 1157 dividiendo su reino entre sus dos hijos. Al mayor de ellos “Sancho III” le dejó Castilla y al menor “Fernando II”, León. Ambos reinos tenían fronteras con el Islam, por lo que ambos reforzaron las fronteras mediante la construcción de fortalezas. Alfonso VII había concedido a los templarios el castillo de Calatrava, a orillas del Guadiana, en la calzada que conectaba Toledo con Córdoba -uno de las fortificaciones más avanzadas de la frontera-, lo que hacía de esta fortaleza la punta de lanza del sistema defensivo castellano.
Pero los templarios, conscientes de que no podrían hacer frente a esta primera embestida con escasos recursos, decidieron devolver el castillo, lo que supuso un inmenso descrédito en el reino.
En 1158 nacería la Orden militar de Santiago “Caballeros del Apóstol” sancionada por el Papa en 1174, presente en Portugal, León, Castilla y León. En 1228 nacería la Orden de Calatrava. En 1195 Alfonso VIII de Castilla pierde contra los almohades la batalla de Alarcos, amenazando los musulmanes con recuperar el valle del Tajo. Pero la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 con Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra junto con caballeros franceses movilizados gracias a la cruzada concedida por el papa Inocencio III, fue un importante punto de inflexión de la Reconquista, “el principio del fin”.
Las órdenes militares del Temple, el Hospital, Calatrava y Santiago se presentaron en la batalla con sus propias fuerzas.
En 1230, Fernando III reunificó las coronas de Castilla y León. Bajo su reinado y el de su hijo Alfonso X se consumó la conquista de Extremadura meridional, Andalucía y Murcia mientras que el rey Jaime I, conquistaba Mallorca y Valencia. Al finalizar el siglo XIII -siglo de oro de las órdenes militares en la península ibérica-, tan solo quedaba “el reino nazarí de Granada” como último bastión de Al Ándalus, que fuera fundado en 1232 por los ziríes, contrarios a la dominación almohade.
El Temple en Portugal
En 1096 Alfonso VI crea el condado de Portugal “Portugal y Coimbra” con el objetivo de reforzar la defensa militar de la frontera occidental contra los almorávides, después de la derrota sufrida por este en Lisboa en 1095.
El condado de Portugal, fue una dote hereditaria entregada por Alfonso VI a su hija Teresa -hija ilegítima del monarca con Jimena de Moniz- y su esposo, Enríquez de Borgoña que muere en 1112, del cual había concebido un hijo.
Alfonso VII era coronado en 1126 rey de León y Castilla enfrentándose a la condesa de Portugal en 1127. Sin embargo, Alfonso Enríquez, que había defendido el castillo de Guimaráes del ataque alfonsino, se rebelaría contra su madre “la condesa viuda” y Fernando Pérez de Traba que “había abandonado a su mujer para unirse a la condesa viuda”. Alfonso Enríquez fue apoyado por varios de los nobles que habían abandonado la corte portuguesa a raíz del matrimonio escandaloso de 1121 venciendo a las tropas de Fernando Pérez de Traba el 24 de junio de 1128 en San Mamede. Se colocaba la primera piedra de la independencia de Portugal.
En 1128 Portugal no era un reino independiente, sino un condado unido por lazos feudales al rey de León. Alfonso Enríquez miraba a las tierras del sur de Coimbra con el pensamiento en la fundación de un reino portugués independiente como sueño político.
El territorio portugués se dividía en dos grandes zonas:
1. El norte cristiano dependía del reino de León y se articulaba en dos grandes condados: Portucale (Miño y sur del Duero) y el de Coimbra con estrecha relación con Galicia.
2. El Algarbe portugués en manos musulmanas bajo dependencia política entre Córdoba y la antigua Ishbiliyya (Sevilla).
El 19 de marzo de 1128 la condesa Teresa formalizaba solemnemente en Braga la donación a la Orden del castillo de Soure, en el término de Coimbra, con todas sus rentas. Tras la batalla de San Mamede en 1129, Alfonso Enríquez confirmó la concesión de Soure a los templarios, que se hallaba en una zona conflictiva en tierra de fronteras. El castillo de Soure se convertiría en la puerta de entrada de la Orden del Temple en Portugal. Alfonso deseaba la independencia de Portugal del reino de León pero era necesario ganar terreno a los reinos de taifas como piedra de toque para lograr un Portugal lo bastante fuerte para que su entidad política independiente no fuese discutida. Alfonso Enríquez decidió instalarse en los territorios de Coimbra en 1131 para combatir a los musulmanes con un doble objetivo:
1. En defensa de la Cristiandad.
2. En defensa de su propia identidad.
Pidió ayuda a los cruzados ingleses y franceses para que le ayudaran en suelo portugués, decidiendo contar con el apoyo de la Orden del Temple al depender directamente del Papa y ser independiente de otros poderes laicos, en especial de la corona castellano-leonesa.
Alfonso Enríquez inició una serie de incursiones en territorio musulmán. La más importante sería en 1139 en Ourique, de la que habría de surgir Portugal como reino independiente, al ser vencido un gran ejército musulmán, quedando elegido rey de los portugueses Alfonso Enríquez.
Si la batalla de San Mamede en junio de 1128 colocaba la primera piedra de la independencia de Portugal, la batalla de Ourique en 1139 -Bajo Alentejo- marcará el nacimiento del reino de Portugal, bajo Alfonso I.
La Orden del Temple tomó parte en la batalla, convirtiéndose en una pieza fundamental en el nuevo entramado de la naciente monarquía. Alfonso Enríquez concentró su esfuerzo en ampliar el territorio del nuevo reino con dos nuevos enclaves urbanos tomados en 1147: Lisboa y Santarém.
La importancia de la participación de los templarios en Santarém hizo que el monarca les concediese los derechos eclesiásticos de la ciudad. Pronto dos grandes núcleos urbanos se convertirán en el motor de la vida del reino y de una vasta red de comunicaciones fluviales, marítimas y terrestres. Sintra en 1156 o el castillo de Ceras en 1159 serán donados al Temple. La presión almohade en el Algarve, llevaría a Alfonso I a defender Santarén y Lisboa creando un eficaz aparato defensivo sobre la línea del Tajo que confiará a la Orden del Temple y a su amigo y caballero Gualdim Pais, que tras participar en la toma de Lisboa y Santarém, embarcó a Tierra Santa en su viaje a Palestina, llegando a Jerusalén en 1148 permaneciendo en Oriente durante cinco años, tomando parte junto a los templarios en acciones tan destacadas como la conquista de Ascalón en 1153 o la posterior defensa de Antioquía y Sidón de los ataques de Nür al-Din, regresando a Portugal hacia 1156.
El Temple y su maestre se convirtieron en el brazo derecho de la política defensiva y de consolidación del territorio de Alfonso I. El papel de los templarios en la actividad militar llegó a ser de tal envergadura que el rey Alfonso I llegó a prometerles solemnemente la concesión de un tercio de todas las tierras que el Temple lograse ganar al sur del Tajo recibiendo de manos del monarca los castillos de Zérere y Cardiga en 1165 y el de Amourol en 1171.
En 1179 el Papa Alejandro III mediante la bula “Manifestus Probatum” reconoció el título real de Alfonso I como rey de Portugal y vasallo de la iglesia cristiana.
Caída de la Orden del Temple
La hostilidad musulmana en Tierra Santa obligó a desplazar la Casa del Temple desde Jerusalén a San Juan de Acre -desde 1187 a 1281- por la conquista de Saladino y posteriormente a Chipre desde 1281 hasta su disolución.
Con la pérdida de los Santos lugares los herederos de Hugo de Payns recibieron una herida moral inmensa al haberse quedado sin la principal razón de su existencia: la defensa de los peregrinos y de los Santos Lugares, aunque continuaba siendo una de las instituciones más sólidas y poderosas de Europa. Mientras tanto, los enemigos del Temple aprovechaban la oportunidad que se les presentaba al haber sido sacudida la Orden duramente en Oriente, pero no será nada comparable con el temporal que tendrían que soportar en Occidente.
Tras la caída de Acre en 1291, la Orden del Temple comenzaba a generar un conflicto abierto entre el papado y la corona de Francia, o lo que es lo mismo, la división interna entre Oriente y Occidente, incapaz de redefinirse tras la salida de Tierra Santa. La pérdida de los Santos Lugares fue un duro golpe para la Cristiandad, incapaz de asumir semejante pérdida. En Europa, tras la inseguridad y el miedo por la pérdida de los Santos Lugares, una crisis de conciencia demoledora se proyectaba en la búsqueda de los culpables, señalando las rencillas y codicia de los poderosos europeos en Tierra Santa como responsables de tal calamidad. Las órdenes militares como responsables de la defensa de los Santos Lugares y de los intereses de la Iglesia en Oriente estaban en el punto de mira despertando la envidia de muchos.
¿De qué servía semejante despliegue militar y defensivo en Europa occidental, fuera de Palestina?
Dentro de la propia Iglesia los obispos nunca habían visto con agrado que la Orden del Temple estuviese exenta de su autoridad al estar exenta del diezmo. Sin embargo, desde el pontificado de Inocencio III, los papas comenzaron a recurrir a los servicios financieros de la Orden del Temple, lo que junto con los préstamos a nobles y caballeros, los convirtió en la organización más solicitada para la custodia de riquezas de toda la cristiandad.
En 1274, el papa Gregorio X convocó un concilio en Lyon donde se solicitaba la conveniencia de la fusión de las órdenes del Temple y del Hospital en una sola institución, como único medio de poner fin a una rivalidad nefasta para ellas con el objetivo de mejorar su eficacia en Tierra Santa. La propuesta fue rechazada por ambas órdenes al considerar que era una estratagema de los reyes para hacerse con su control.
Algunos reyes como Jaime I de Aragón se opusieron a su fusión, al considerar que la institución resultante podría ser tan poderosa que podría constituir una gran amenaza incluso para la corona. La dimensión de lo perdido era trágica al perder sus mejores efectivos y el fabuloso legado militar que habían levantado con sus propias manos para la defensa de Tierra Santa “castillos, torres y fortalezas” que había caído en manos de los mamelucos.
Entre el 6 de abril y el 28 de mayo de 1291 la mayoría de los caballeros templarios murieron defendiendo Acre perdiendo además a su gran maestre, Guillermo de Beaujeu y su mariscal Pedro de Sevrey, de tal modo que la Orden del Temple se vio descabezada. Los templarios que sobrevivieron a la debacle se refugiaron en Chipre -al igual que la Orden del Hospital- donde fue elegido como gran maestre, Jacques de Molay para intentar organizar una cruzada y poder recuperar bases en territorio palestino que permitieran reconquistar la Ciudad Santa de Jerusalén, pero cayó Tiro, Sidón, Beirut, Haifa, Tortosa y las últimas plazas costeras cruzadas.
Después del desastre de Acre, el Papa había autorizado tanto al Temple como a la Orden del Hospital a organizar una flota propia, apareciendo entonces en cargo militar de “almirante”. Para lograrlo, los templarios se aliaron con sus aliados tradicionales, los venecianos sin éxito.
En el concilio de Arlés de 1292, el papa Nicolás IV recibió muchas iniciativas favorables a la fusión de las dos órdenes, pero la muerte del pontífice aparcó este proyecto. Con la pérdida de Tierra Santa comienza la posibilidad de la fusión y su papel en la reconquista de Tierra Santa aunque no se contemplaba la supresión del Temple. En 1294, el rey de Francia, Felipe IV, decidió asaltar las posesiones de Eduardo I de Inglaterra en suelo francés. La falta de recursos económicos de ambos monarcas les llevó a someter al clero al pago de impuestos reales. La respuesta del Papa fue fulminante amenazando con la excomunión a los dos monarcas enfrentados. Felipe IV tomó dicha amenaza como una auténtica ofensa a la corona y a su persona poniendo en marcha un ataque en toda regla contra el pontífice justificando la legitimidad de su poder en su reino. Sin respetar la jurisdicción eclesiástica, Felipe IV apresó al obispo y le sometió a juicio por delito de “lesa majestad”. El acusado fue condenado a muerte, aunque el rey no ejecutó la sentencia.
El rey Felipe IV reunió a los representantes del clero francés en el castillo del Louvre y les presentó un detallado pliego que recogía las acusaciones contra el Santo Padre, solicitándole que lo firmasen con la intención de convocar un concilio que depusiese al Papa Bonifacio VIII. Los dignatarios eclesiásticos firmaron junto con el visitador de la Orden del Temple en Occidente lo que el rey les pedía. Bonifacio VIII ordenó redactar la bula “Super Petri solio”, por la que se excomulgaba al rey Felipe IV el Hermoso, para que se publicase el 8 de septiembre de 1303 que no llegó a ver la luz debido a que el papa fue detenido en Anagni con el objetivo de trasladarlo preso a París pero la población se sublevó, liberando a Bonifacio y trasladándole a Roma. El Papa murió poco después.
Los templarios orientales lograron imponer a su candidato Jacques de Molay como gran maestre, que se quedaría en Oriente ejerciendo el liderazgo militar y diplomático en las instituciones mientras que su oponente Hugo de Pairaud se quedaba con plenos poderes como “Visitador de Occidente”. Mientras tanto, se había elegido sucesor para Bonifacio VIII tras un cónclave que duró más de un año y en su seno se reprodujeron las peores divisiones del pasado, siendo elegido el francés “Bertrand de Got” con el nombre de Clemente V.
En 1294 Jacques de Molay realizó una gira que le llevaría a entrevistarse con el papa Bonifacio VIII y pedir ayuda a los monarcas de Inglaterra y Francia al haber sido el Temple ampliamente utilizado tanto en misiones diplomáticas como de banca, lo que fue empezado a verse con malos ojos por el poder que acumulaba la orden. Conseguir más recursos y rentas para la defensa de Palestina acentuaba la mala reputación del Temple amplificada tras la caída de Acre. Pero la convicción del Papa permanecía impasible al permanecer su esencia cercana a los principios de la Santa Madre Iglesia que jamás se planteó la supresión de la Orden, pero comenzaron a escuchar a los que defendían su reforma.
Entre los asuntos que tenía Clemente V se encontraba abordar el futuro de las órdenes militares. En 1306 convocó a los grandes maestres del Temple y del Hospital para que expresasen su parecer. Ese mismo año, ante la escasez de recursos, Felipe IV de Francia pensó en el Temple y sus riquezas como forma de solventar sus problemas financieros, al estar Francia sumida en una gravísima situación de endeudamiento debido a las guerras contra Aragón, Flandes e Inglaterra mientras que la hambruna asolaba a la población parisina. Felipe IV trató de apropiarse de las rentas eclesiásticas de la Iglesia de Francia, con lo que el enfrentamiento con ella estaba servido.
En 1306, Felipe IV exigió al tesorero real del Temple, Jean de la Tour, un préstamo de 300.000 florines en oro “una cantidad desorbitada para la época”. El Temple de Francia le facilitó el dinero sin ninguna garantía de devolución del préstamo, quedando demostrado que la organización independiente del Temple de Occidente quedaba al margen de su gran maestre. Existía una profunda grieta entre la jerarquía de la Orden y el Temple de París, que anteponía la lealtad al rey sobre el Santo Padre.
Jacques de Molay llegó poco después a Francia para responder a la llamada de Clemente V en la corte pontificia instalada en Poitiers. La reacción de Molay tras enterarse de la reacción del tesorero fue expulsarlo del Temple al establecer las reglas que los préstamos de altas cuantías sólo podían ser autorizados por el gran maestre.
Pero el cesado era un protegido del visitador de Occidente que intentó mediar ante Jacques de Molay, sin éxito. Después será el propio rey Felipe IV el que se interesó por el tesorero. Ante la negativa del gran maestre, decidió acudir al propio Papa Clemente V, que a instancias de Felipe IV, ordenó que se repusiese en su cargo al caballero expulsado. En un acto de inusitada insolencia, el encargado de entregar la misiva papal a Molay “el propio Jean de la Tour”, tuvo que ser readmitido. El disgusto del gran maestre fue inmenso, pero no tuvo más remedio que obedecer a su superior inapelable.
Poco después, Molay comparecía ante el Papa negándole la propuesta de fusión de las órdenes del Temple y del Hospital. A raíz de los hechos de 1306, Felipe IV de Francia comenzó a fijarse en las rentas del Temple para solventar su difícil situación financiera recurriendo a la difamación y a la división interna de la Orden apoyando incluso falsas acusaciones de herejía contra ésta.
"Si los templarios eran condenados, parte de sus bienes y rentas pasarían a manos de la corona”. Por tanto, Felipe IV no podía pasar por alto esta gran oportunidad que se le presentaba comenzándose a abrirles un expediente en base a las declaraciones de miembros expulsados de la Orden por sus faltas.
La maquinaria puesta en marcha por Felipe IV tenía como único objetivo acabar con los dirigentes de la Orden del Temple en Oriente.
Jaques de Molay se encontraba en Francia desde finales de 1306 para asistir a una reunión con el maestre del Hospital convocada por el pontífice, teniendo constancia allí de los horribles rumores. Indignado ante tan graves acusaciones, Molay decidió adelantarse ante la posible deriva de los hechos y, antes que el Papa pudiese pensar abrir una investigación, el propio maestre solicitó a Clemente V que lo hiciera. Pero en otoño de 1307 Felipe IV ordenaba a todos los oficiales de justicia la inmediata detención de todos los miembros de la Orden del Temple, cuyos bienes serían confiscados por la corona mientras sus miembros fueran sometidos a juicio. El día 13 de octubre todos los freiles del Temple en Francia deberían encontrarse en manos de la justicia.
Entre los delitos que se les imputaban a los templarios destacaban “negar a Cristo, escupir sobre la cruz, vulnerar y negar los sacramentos y engañar la buena fe de los millares de cristianos que habían realizado donaciones al Temple para que la Orden rezase por sus difuntos así como romper el voto de castidad, acusaciones de herejía que reflejaban la mentalidad propia del siglo XII en la que en los juicios inquisitoriales no se partía de la presunción de inocencia, sino de la culpabilidad”.
La inmensa mayoría de los templarios negaron las acusaciones aunque el uso de la tortura en los interrogatorios incrementó las confesiones de culpabilidad, todo ello encaminado a desacreditar a la Orden. La detención injusta de los templarios provocó la queja formal de Clemente V a Felipe IV de Francia a finales de octubre:
“Vuestra conducta impulsiva es un insulto contra Nos y contra la Iglesia romana”.
El Papa no solo estaba molesto con el escándalo, sino también por la falta de respeto hacia la jurisdicción eclesiástica al desplazar al pontífice en la iniciativa del asunto. El proceso contra el Temple ya se había puesto en marcha y debería hacerse público y situarse bajo el control de la Iglesia en todos los reinos cristianos. Esto fue exactamente lo que hizo Clemente V el 22 de noviembre de 1307 a través de la bula “Pastoralis praeminentiae” que fue remitida a todos los reyes de la Europa cristiana, ordenando la detención de todos los templarios y la confiscación de sus bienes para ponerlos bajo tutela de la Iglesia. Este giro de los acontecimientos daría al Papa la fuerza suficiente para suspender la actuación de los inquisidores en 1308.
En un primer momento el Papa montó en cólera, pues los templarios eran una orden exenta suspendiendo Clemente V en febrero de 1308 pero las autoridades francesas forzaron al pontífice a reabrir el proceso subiendo la tensión durante una entrevista entre el Papa y el rey en Poitiers, en el verano de 1308. Clemente V rodeado por las tropas francesas acabó cediendo y aceptando, que se llevasen nuevas investigaciones. Una comisión papal investigaría la Orden en su conjunto y otra examinaría la culpabilidad o inocencia de los templarios individualmente. El asunto debería quedar resuelto en un gran concilio ecuménico que se celebraría en Vienne, en el otoño de 1310.
Felipe IV presionó al Papa para que la sanción fuese legal. El 25 de marzo de 1308 obtuvo el amparo legal y teológico a su iniciativa por varios doctores de la universidad de París que reconocían la competencia de la jurisdicción eclesiástica para procesarlos mientras Felipe IV puso en marcha una campaña de difamación de Clemente V acusándole de nepotismo y de favorecer herejías, lo que obligó tras nuevas acusaciones a terminar cediendo mediante dos bulas emitidas el 12 de agosto de 1308:
1. “Faciens misericordiam”, que encomendaba a los concilios provinciales el juicio personal de los templarios, mientras que una comisión apostólica de ocho miembros quedaba encargada de investigar a la orden en su conjunto.
2. “Regnans in coelis”, convocaba un concilio general que habría de reunirse en Vienne en 1310 para pronunciarse sobre la posible supresión del Temple.
Además, el Papa se reservaba el derecho a juzgar a los dignatarios de la Orden cuyos bienes, en tanto se convocase una nueva cruzada, serán controlados por los reyes. La tortura volvía a ser empleada en Francia. Jacques de Molay se negó a realizar ninguna declaración sin o era ante el Papa.
A comienzos de 1310 cuando nadie quería defender al Temple, quince templarios comparecieron ante la comisión dispuestos a defender su hermandad y en marzo serían casi 600, cifra superada después. Eso era mucho más de lo que Felipe IV estaba dispuesto a soportar, y una vez más recurrió a los teólogos de la Universidad de París para justificar un nuevo golpe de mano. Felipe de Marigny, recién nombrado arzobispo de Sens y hombre de confianza de Felipe IV debería de presidir el concilio provincial quien ordenó la ejecución fulminante de 54 relapsos que ardieron en la hoguera el 12 de mayo de 1310. ¡Ni uno sólo de ellos reconoció ninguno de los crímenes que se les imputaba! En los días siguientes más hermanos defensores de la orden fueron ejecutados al declararse inocentes.
El proceso a Jacques de Molay “el Gran Maestre” y Geoffrey de Charney había sido fraguado por el rey de Francia y el Papa con el fin de apropiarse de los bienes de la Orden del Temple.
El 16 de octubre de 1311 tuvo lugar la sesión inaugural del Concilio de Vienne en que habría de decidirse en futuro de la Orden del Temple. Clemente V, enfermo e incapaz de contener la deriva impuesta por el rey de Francia, solo aspiraba ya a terminar con la pesadilla cuanto antes. A estas alturas nadie podía oponerse a la firme voluntad de Felipe IV de acabar con el Temple. El monarca francés se presentaría en la ciudad, el 20 de marzo de 1312, acompañado de su ejército para ejercer una enorme presión sobre el Papa.
El día 22 de marzo de 1312 Clemente V firmaría la bula “Vox in excelso”, por la que disolvía la Orden del Temple, por decisión apostólica no siendo considerada herética.
Pero quedaba por solventar el destino de los bienes de la Orden del Temple, que pertenecían por derecho a la Iglesia. Para el Papa Clemente V la solución más sencilla consistía el traspasarlos a la Orden del Hospital pero la avaricia de Felipe IV no estaba dispuesta a irse con las manos vacías. En 1312 el Papa Clemente V decidió que la Orden estaba demasiado desprestigiada y fue suprimida siendo sus propiedades transferidas a los hospitalarios.
Finalmente, el 2 de mayo de 1312 los intereses de uso y otros se conciliaron mediante la bula “Ad providam”:
Castillo de Montesa [Valencia]
- En Aragón se fundaría la Orden de Montesa que sustituiría al Temple.
- En Portugal se fundaría la Orden de Cristo.
- Los reinos peninsulares retendrían los bienes confiscados.
- El resto de Europa el grueso de las pertenencias pasarían al Hospital.
En cuanto a los cuatro relapsos dignatarios de la Orden presos en París, continuaban pendientes de la decisión del Papa.
· Jacques de Molay “Gran Maestre”.
· Godofredo de Charney
· Godofredo de Gonneville
· Hugo de Pairaud “Visitador de Occidente”.
Pero para sorpresa de Jacques de Molay, no iba a ser juzgado por el Papa sino que el 22 de diciembre de 1313 el pontífice designó una comisión de tres cardenales proclives a Felipe IV que se harían cargo del asunto.
El 18 de marzo de 1314 la comisión convocó al gran maestre y a sus compañeros sin escuchar alegato alguno en su defensa sino para comunicar la sentencia de los acusados, sin juicio alguno. Se les condenaba a cadena perpetua por relapsos. Jacques de Molay y Godofredo de Charney protestaron airadamente negando los delitos de los que se les declaraba culpables. Ambos sabían que la condena les conduciría directamente a la hoguera. El 18 de mayo de 1314 por la tarde, el cuerpo de Jacques de Molay, gran maestre de la Orden del Temple y Godofredo de Charney, serían consumidos por las llamas de una gran hoguera en una pequeña isla del Sena. La Orden del Temple había quedado suprimida tras casi dos siglos como espejo de la cristiandad.
Sólo Jacques de Molay, el último maestre del Temple, maldijo a los responsables de tanta ignominia.
¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año!
Los Caballeros de Cristo se afeitaban las barbas blancas para pasar desapercibidos, huían y se escondían por las calles de toda Europa como vulgares delincuentes. Ni el Papa, ni los reyes ni la iglesia en su conjunto alzaron la voz para desmentir las terribles acusaciones sobre ellos.
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Ejecución del Gran Maestre del Temple, Jacques de Molay y del preceptor de Normandía, Godofredo de Charney, en marzo de 1314, por orden de Felipe IV de Francia (grabado decimonónico). |
¡Se cumple una maldición que asustaría a toda Europa!
Mientras se quemaba en la pira, el Gran Maestre del Temple Jacques de Molay maldijo al rey Felipe IV de Francia y a sus descendientes, al papa Clemente V, y a todos los que apoyaron su muerte. También dijo que la línea de sucesión de Felipe IV no reinaría más en Francia.
El Papa Clemente V murió el 20 de abril de 1314 y poco después lo hará el rey Felipe IV de un derrame cerebral durante un día de caza. Entre 1314 y 1328 murieron tres hijos y nietos del rey francés. A los catorce años de la muerte de De Molay la Dinastía de los Capetos tocaba a su fin,después de 300 años.
En 1317 el rey Jaime II de Aragón se había negado a dar crédito a tanta ignominia contra la Orden del Temple y por tanto, no ordenó detener a ningún templario en su territorio al igual que se hiciera en Aragón, Castilla y Portugal al convertirse los templarios en una parte esencial de sus cruzadas. En Flandes e Inglaterra tampoco se tocaría al Temple. En Italia, la mayoría de los templarios consiguieron escapar. Fueron necesarios nueve meses para que la bula de Clemente V se hiciese finalmente efectiva en toda la cristiandad.
Grandes castillos dan testimonio del papel de los templarios en la Península como el de Miravet sobre el río Ebro en Aragón, Ponferrada en León y Armourol en Portugal, sobre el Tajo.
De las cenizas del Temple surgirá en 1317 una nueva orden en Aragón con las posesiones del Temple y de los Hospitalarios al llegar el rey Jaime II de Aragón a un acuerdo con el papa Juan XXII por el que se creaba en territorio valenciano “la Orden de Montesa”.
Desde la isla de Cité, en el corazón de París, donde en tiempos pretéritos fuera quemado en la hoguera el Gran Maestre de Temple, Jacques de Molay, para el blog de mis culpas...
Bibliografía
Los templarios H.
Cuadernos de Historia 16 "los templarios".