Palomino
Desde la tierra de Villalón orientamos nuestro sextante cultural en busca de la tierra de Murillo en el 400º aniversario de su nacimiento con el objetivo de realizar nuestra ruta particular e ilustrarnos un poco sobre su vida. Nos esperan lugares históricos relacionados con el genio sevillano como los Jardines de Murillo, el Barrio de Santa Cruz, la calle de Santa Teresa nº 8 donde vivió y murió, la Iglesia de la Magdalena, la Iglesia de Santa María la Blanca, el Hospital de los Venerables Sacerdotes, el Hospital de la Caridad, el Archivo de Indias, la Catedral de Sevilla y como epílogo de nuestra visita, el Museo de Bellas Artes de Sevilla donde pudimos apreciar su magnífica obra en la Exposición Universal dedicada a la memoria del pintor sevillano, español y universal. Sin duda, un magnífico acontecimiento cultural que no ha pasado desapercibido para el blog de mis culpas.
Alumnos del Aula de la Experiencia de Morón aquel 19 de marzo de 2002, entrando por los Jardines de Murillo en los Reales Alcázares de Sevilla |
La retina del recuerdo me proyecta la primera vez que visitara el Museo de Bellas Artes de Sevilla el 19 de marzo de 2002 (día de San José) con el Aula de la Experiencia de Morón. En aquella ocasión estuvimos acompañados por nuestros amigos y cicerones habituales Sebastián y Juan Fernández, profesor emérito de historia del Fray Bartolomé de las Casas, quien fuera pionero a comienzos de los años 70 del pasado siglo en llamar a la Iglesia de San Miguel Arcángel de Morón “La Catedral de la Sierra Sur”. Ésta primera visita estuvo complementada con la visita a los Reales Alcázares (antigua Dar al–Imara), la Catedral de Sevilla y la Universidad.
Influencia del Concilio de Trento
No cabe duda de que España llegaría a convertirse en uno de los principales baluartes de la reforma tridentina. El papel jugado en el Concilio de Trento por los obispos y teólogos españoles fue considerable. De un total de 200 padres conciliares 66 fueron españoles. De 200 teólogos 110 fueron españoles.
La difusión del Concilio a partir de 1564 se realizó de forma rápida y eficaz a través de múltiples publicaciones de sus cánones y decretos, de los catecismos, del reconocimiento de la validez de los acuerdos por parte de las monarquías europeas, de la revisión del Misal y el Oficio Divino y de los sínodos convocados en sus respectivas diócesis. Merced a la doctrina de la Justificación y del Purgatorio se reabrió un nuevo horizonte para que los artistas pudieran plasmar en sus obras una nueva visión del reino celestial.
El Concilio de Trento llegaría a ser la reunión más importante de la Iglesia Universal en la Edad Moderna. Durante 25 sesiones se abordaron asuntos correspondientes a la doctrina católica y a las reformas necesarias dentro de la Iglesia. Un movimiento denominado Contrareforma frente a la Reforma luterana.
Su origen responde a un deseo existente en amplias capas del clero y de los fieles, de una renovación eclesial, aunque es cierto que las tesis de Lutero aceleran la celebración del Concilio.
La influencia del Concilio de Trento (1545 y 1563) se prolongará hasta el siglo XX y hará que numerosas iglesias parroquiales y conventos soliciten la participación de los pintores para enriquecer de imágenes sus templos y claustros, coincidiendo ésta época con el gran despliegue de las órdenes religiosas españolas, sobre todo jesuitas y carmelitas reformados.
Murillo considerado uno de los grandes pintores religiosos del Barroco sería uno de los mejores intérpretes del sentir católico de su tiempo.
El Siglo de Oro de nuestras luces coincide con el Barroco que se desarrolla en sus diferentes etapas a lo largo del siglo XVII, encontrándose sus primeras manifestaciones en las dos últimas décadas del siglo XVI. Una nueva forma de concebir el arte partiendo desde diferentes contextos histórico-culturales y que dejará una profunda huella en la arquitectura, escultura o pintura entre otras importantes disciplinas como la música o la literatura.
Destaca el triunfo definitivo del color sobre la línea, el ansia de movimiento que parece no sólo en la pintura sino en la música, el pensamiento y la literatura en una época donde se desarrolla la monarquía absolutista y la Contrarreforma católica. Comienza a surgir un enorme interés por las escenas de costumbres, fruto del ascenso de una nueva clase social, la burguesía.
El dominio de la perspectiva, el intenso cromatismo, la monumentalidad de las figuras a base de sólidos volúmenes, la claridad de los fondos o la precisión del dibujo serán características importantes de la pintura barroca.
La iconografía contrareformista, inspirada en el Concilio de Trento, tendrá como exaltación a la Virgen, alcanzando un gran desarrollo los argumentos marianos y el tema de la Inmaculada Concepción con la serpiente aplastada como triunfo de la Iglesia católica sobre el pecado y el protestantismo. El afianzamiento de la fe como ejemplo para los fieles se materializará en las escenas de los martirios, visiones o éxtasis, muy acordes con la sensibilidad barroca, sobre todo en la escuela española. Los temas del Antiguo y Nuevo Testamento encontrarán un nuevo sentido en el acercamiento al espíritu cristiano alejado de la solemnidad renacentista.
Este periodo se conoce en España como el “Siglo de Oro” que se vive con una mayor creatividad autóctona. Se busca la renovación de los sistemas educativos del artista, su formación, así como la mejora de su posición en el ámbito social, mereciendo especial atención el mecenazgo que corresponde casi exclusivamente a la Corona y a la Iglesia aunque excepcionalmente a la aristocracia y altos dignatarios.
No debemos de olvidar que en 1632, los catedráticos de la Universidades de Salamanca y Alcalá, refiriéndose a los desnudos, afirmarían “que es pecado mortal pintarlos, esculpirlos y tenerlos patentes donde sean vistos”. Por su parte, el Santo Oficio, ocho años más tarde y en lo que se refiere a pinturas “lascivas”, prohíbe a los pintores que las ejecuten y a los escultores que “las tallen no hagan so pena de excomunión mayor”. A diferencia de Francia e Italia, no existe en España el modelo femenino, debiéndose estudiarse el desnudo en estatuas y modelos de yeso.
En la pintura, en ningún momento se alcanzaron cotas tan elevadas de universalidad como durante el siglo XVII que dará nombres como Zurbarán, Ribera, Velázquez, Alonso Cano, Murillo, etcétera.
La pintura religiosa, el bodegón y el retrato primarán sobre lo mitológico y las escenas de género. El gusto por los bodegones nos habla de prosperidad y riqueza social de una clase social (la burguesía) que comienza su proceso de ascenso.
En la escultura, será la época del triunfo de la imaginería. En Andalucía (Montañés, Pedro de Mena y el escultor y arquitecto Alonso Cano). En Murcia, el escultor Salzillo y el imaginero castellano Gregorio Fernández en la escuela castellana.
Bartolomé Esteban Murillo nació en los últimos días de 1617 en Sevilla, que ostentaba el monopolio de las Indias, siendo bautizado en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla el 1 de enero de 1618 en cuyo barrio viviría de niño. Era el menor de catorce hermanos, hijos del matrimonio del cirujano barbero Bartolomé Esteban y de María Pérez Murillo.
A los nueve años se quedó huérfano de padre y madre siendo puesto bajo la tutela de una de sus hermanas mayores, Ana, casada también con un barbero cirujano, Juan Agustín de Lagares.
Apenas se tienen noticias documentales de los primeros años de vida de Murillo y de su formación como pintor. Consta que en 1633, cuando contaba quince años, solicitó licencia para pasar a América con algunos familiares, motivo por el que hizo testamento en favor de una sobrina. Particular importancia tuvo su amistad con su paisano y protector Velázquez.
Es muy posible que -como afirmó Antonio Palomino- durante los primeros años se formase en el taller de Juan del Castillo, lo que le vino muy bien al pintar en sus comienzos cuadros de devoción para el lucrativo comercio con las Indias.
"Murillo, aunque alguna vez firmó Esteban adoptaría el segundo apellido de la madre".
En esos años existía en Sevilla un ambiente de intensa religiosidad, con frecuentes manifestaciones a favor de la concepción de María sin pecado original, y como consecuencia de ello, una amplia demanda de obras religiosas. Eran años de miseria y epidemias, motivos por lo que el maestro crearía sus geniales Inmaculadas junto a cuadros donde se refleja la miseria, la enfermedad y los niños de la calle, pillos, harapientos y piojosos.
A los 27 años contrae matrimonio con Beatriz Cabeza, quien moriría unos veinte años después, en 1663, tras haberle dado nueve hijos de los que sólo vivieron cuatro:
- Francisca, que ingresaría en el convento de las dominicas de la Madre de Dios.
- Gabriel, que marcharía a América.
- José, que muere a los 30 años.
- Y Gaspar, canónigo de la Catedral de Sevilla, se encuentra enterrado en la nave de San Pablo, en el lateral del Altar Mayor.
Comienza sus enseñanzas en el taller de Juan del Castillo donde aprende los secretos de las luces de Sevilla, esa luz violenta que creaba claroscuros sorprendentes. Murillo se sorprende con el primer encargo que recibe: la serie el convento de San Francisco.
Sevilla quedará impactada por el uso del color y la luz que propone en las escenas de las vidas de los santos franciscanos. Lienzos que mostraban una religiosidad amable, sin nada que ver con los martirios sangrientos de otros pintores de su tiempo.
Sus tres primeros hijos mueren de una epidemia de peste de 1649. Años más tarde su esposa morirá de sobreparto al alumbrar a su hija María, que también pierde la vida. Murillo nunca volverá a casarse. Sin embargo, su pintura siempre proyectará una imagen luminosa, sin sobras ni pesadumbre.
El pintor sevillano nunca dejará de tener encargos, gloria y fama. Pero no será sólo el pintor de lo religioso, también se convertirá en el preferido de los aristócratas que lo eligen para que los inmortalice en sus fabulosos retratos. Además, los ricos comerciantes flamencos y holandeses afincados en Sevilla por el comercio con las Indias quedan fascinados por sus cuadros de costumbres con niños pícaros de la calle, ese tipo de pintura que tanto gustaba en el Norte de Europa, lo que contribuirá a la proyección de su pintura por toda Europa.
Sevilla se encuentra con el Murillo que pinta al natural y que baja al fango de la calle para retratar a los anónimos de su siglo. Convertido en pintor de lo divino y lo humano, pintará las series de La Caridad, de Santa María la Blanca, de la Catedral, de los Capuchinos. Carlos II le ofrecerá el cargo de pintor de cámara, pero él decide rechazarlo argumentando que ya es un hombre de edad.
Murillo es el gran pintor de Sevilla, el artista que consigue retratar el alma de la ciudad: los rostros de sus habitantes, las luces, las sombras. Buena parte de su obra se encuentra dispersa por el mundo, aunque muchos de sus lienzos de pueden apreciar colgados en los principales edificios de Sevilla.
La Academia de Pintura
Murillo fue uno de los grandes impulsores e una institución fundamental en la vida cultural de Sevilla: la Academia de Pintura. Tras su viudez, se refugia en su trabajo, llevando al mismo tiempo una intensa labor en favor de la enseñanza de la pintura impulsando la Academia de Sevilla, junto a Herrera el Mozo y Valdés Leal, centro que comienza a funcionar en 1660, lo que constituye el primer ejemplo académico de nuestro país.
En la Academia de Pintura los oficiales y maestros podían dibujar desnudos de hombres al natural para convertirse posteriormente en personajes sagrados o clásicos. Los artistas pensaban que eran un instrumento de Dios para la devoción y no debían de pagar como un simple comerciante de vinos o de aceites.
Las sesiones de la Academia se celebraban de noche con el fin de no estorbar el trabajo del día en los talleres artísticos. La sede se encontraba en la segunda planta de la antigua Casa Lonja de Mercaderes, ya que antes comerciaban en las gradas que rodeaban la Catedral de Sevilla. En la época de Murillo el comercio con el Nuevo Mundo comenzaba a decaer con lo que la Lonja quedaba como una sombra del glorioso pasado de Sevilla.
Murillo ocupó la presidencia junto a Herrera el Mozo quien, tras un viaje a Italia, había traído una revolución pictórica a Sevilla “espectacular luz de los cielos de la pintura veneciana que tanto inspiraría a Murillo”.
En la época de Murillo los pigmentos habían cambiado con la introducción de materias del Nuevo Mundo. Existían colores como la cochinilla (rojo intenso), que procedía de los insectos hallados en México, o el azul de cenizas de Sevilla, que se realizaba con azurita de las minas de Nueva España y que Murillo utilizará para pintar los mantos de sus Inmaculadas. Con ancorca de Flandes y diversas resinas creaba veladuras sugiriendo así transparencias, ese vapor místico que llenaba sus lienzos. El material se trituraba en la piedra de moler y pasaba a cazuelitas vidriadas y cuencos donde se mezclaban los pigmentos. En la preparación se usaban aceites de nueces, alumbre de roca, almáciga o trementina.
El uso de los colores en la obra de Murillo es verdaderamente sorprendente. Conseguía convertir los pigmentos de su taller en escenas divinas y en pedazos de la vida.
En la academia existía una norma que impedía a los pintores entrar con la espada, dagas o cuchillos por temor a que alguna de las sesiones terminara en pelea.
Era conocido el carácter poco sociable de Valdés Leal con quien Murillo tuvo varios desencuentros en la Academia, lo que tendría como consecuencia que Murillo fuera alejándose de sus responsabilidades en una institución que él mismo había ayudado a crear.
La peste de 1649 hizo que se redoblasen algunas devociones con títulos tan significativos como las del Cristo de la Buena Muerte o del Buen Fin, y que se fundasen o renovasen cofradías como la de los Agonizantes, cuyo objetivo era procurar a los hermanos sufragios y digna sepultura.
Cuando se dio por extinguida la peste en julio de 1649 casi la mitad de los habitantes de la ciudad habían muerto. Sus consecuencias económicas serían importantes: paralización de la actividad comercial, escasez de recursos y servicios, caídas de las rentas inmobiliarias, etc., lo que unido a las malas cosechas provocaría en años sucesivos revueltas como la ocurrida en 1652.
La peste negra o bubónica no sólo era considerada una enfermedad, su impacto en la mentalidad colectiva dejaba una huella profunda, los católicos, que consideraban la muerte como un tránsito a la vida eterna, redoblaron sus esfuerzos para que la llegada de esta no supusiera la condenación al infierno. Una vez pasada la pandemia el ciclo vital tomaba nuevos bríos (más de 1.500 matrimonios en 1650) y la relajación de las costumbres dejaba paso a un intenso sentido de la piedad y de las devociones.
La peste no afectó a todas las clases por igual, aunque ni los ricos ni los barrios más pudientes se salvaron. En total se estima que murieron más de 60.000 sevillanos. Entre las víctimas de cuenta al escultor Martínez Montañés y al arcediano Vázquez de Leca.
El siglo XVII fue una época de terribles guerras, miseria, hambre y epidemias como la sufrida en 1649 que asolaría a la mitad de la población de Sevilla que nunca llegaría a recuperarse del todo. Casi todas las familias sevillanas sufrirían la pérdida de algún miembro de su familia por esta terrible enfermedad “la peste”.
Las enfermedades habituales de la época eran las fiebres, el escorbuto “terrible enfermedad de los marinos por falta de frutas y alimentos frescos durante las largas travesías o la lepra entre otras enfermedades. La mortalidad entre las mujeres por fiebre puerperal era habitual.
Barrio de Santa Cruz, en Sevilla |
Un día de marzo de 1682, mientras pintaba desde un andamio el gran cuadro de Los Desposorios místicos de Santa Catalina para el convento de Capuchinos de Cádiz cae desde una gran altura. Su obra quedará inacabada. El maestro agonizará durante varias semanas hasta que muere el 3 de abril de 1682 a la edad de 64 años. Muere el maestro, trabajador incansable, y comienza su leyenda…
Una de las leyendas que enriquecen nuestra rica tradición oral nos recuerda que una vez se encontraba Murillo paseando por los alrededores de la Catedral de Sevilla o del Puerto de Sevilla y se le acercó una gitana que se aventuró a leerle su destino. Le miró muy seria a los ojos animándole a no acudir a ninguna boda para evitar su desdichado final. Murillo, como era un ferviente hombre de fe, y bastante supersticioso, llegó a rechazar alguna invitación por miedo a que se cumpliera la profecía.
La ironía del destino quiso que Murillo, universal maestro del Barroco, encontrase la muerte tras caer de un andamio pintando precisamente una boda [que dejó inacabada]: la de Santa Catalina con Dios, en el altar mayor de la iglesia Convento de Capuchinos de Cádiz. El día 3 de abril de 1682 murió Sebastián Esteban Murillo, a los 65 años de edad [como consecuencia de la caída].
Y la profecía de aquella gitana se cumplió… No fue como padrino ni como marido, pero sí como autor del cuadro de una boda: un compromiso divino entre Santa Catalina y Dios mismo.
Murillo se encuentra enterrado en algún lugar de la desaparecida iglesia del Barrio de Santa Cruz de Sevilla [anterior mezquita y sinagoga], que fuera derribada en 1810 por los franceses.
Según Palomino, en 1681 se le encargó a Murillo el cuadro “El Retablo de los Capuchinos” de Cádiz. Se trataba de una pieza de grandes dimensiones con el tema “Los desposorios místicos de Santa Catalina”, que requirió la ayuda de un andamio para que pudiera realizar las partes superiores de la pintura.
Sería desde dicho andamio donde caería tras un resbalón quedando gravemente herido. No murió en el acto sino que consiguió sobrevivir unos meses más falleciendo el 3 de Abril de 1682 en la calle Santa Teresa nº 8 en el Barrio de Santa Cruz, sin poder terminar el cuadro.
Casa donde murió Murillo, en la calle Santa Teresa nº 10 |
Su última voluntad fue que se le enterrase en su parroquia de Santa Cruz y que se le dijeran misas en dicha iglesia y en la del Convento de la Merced. Durante la ocupación francesa en el XIX la iglesia desapareció siendo sustituida por la actual Plaza de Santa Cruz. Precisamente es en alguna parte del subsuelo de esta plaza donde hoy se encuentra el cuerpo del genial pintor.
Desde Sevilla, para el blog de mis culpas...
P.D. Si fuera cierto que los restos mortales del genial pintor Bartolomé Esteban Murillo se encuentran en alguna parte del subsuelo de la Plaza de Santa Cruz, no entiendo como una ciudad como Sevilla no ha excavado con sus propias manos en la histórica Plaza de Santa Cruz para recuperar el cuerpo del ilustre pintor sevillano que ha llegado a ser una de las figuras principales de la pintura barroca sevillana, española y universal.
Sigo sin entender que una ciudad como Sevilla, al menos no lo haya intentado.
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