«España limita al Norte con el Mar Cantábrico
y los montes Pirineos que la separan de Francia;
al Este con el Mar Mediterráneo, al Sur con este mismo mar;
y al Oeste con Portugal y el Océano Atlántico.»
Es evidente que si realizamos una mirada retrospectiva cercana al medio siglo, inmediatamente se captan imágenes que han quedado grabadas en la retina de nuestro recuerdo. Es cierto que recordarlas produce cierta melancolía al ser observadas desde la atalaya de la experiencia que sólo otorgan las canas de plata.
Tiempos pretéritos de nuestra España invertebrada donde el grado de subdesarrollo era la tónica habitual. Nuestra piel de toro extendida -como nos recordaban en geografía junto a los íberos, celtas y celtíberos- era entonces en blanco y negro e intentaba abrirse camino con el NO-DO como noticiario oficial. En todos los cines de España se presentaba una visión peculiar de la España de la época.
¡Qué coraje nos daba a los niños de nuestra época tener que tragarnos el dichoso NO-DO en los cines antes de proyectar nuestra película preferida en el gallinero que costaba una peseta menos (para chucherías) que en el patio de butacas.
En aquel tiempo, muchos trabajadores trabajaban de sol a sol durante toda la semana sin estar la mayoría de ellos dados de alta en la Seguridad Social. Sólo descansaban los domingos y fiestas de guardar. Los jornales eran de miseria y las necesidades más básicas de las personas no estaban cubiertas.
Me viene a la memoria muchas personas que aprovechaban los domingos para ir al motor de yeso -como se llamaba entonces- para comprar varias medias fanegas que se traían en los carrillos de mano ya desvencijados que les facilitaban para enderezar y enlucir las paredes de sus casas con sus planas y encalar las paredes con la tradicional Cal de Morón. De ese modo hacían más habitables sus hogares. Eran unos tiempos en que las reatas de borricos, carros y carreteros arrimaban materiales a las obras y era normal ver las piaras de cabras y vacas pasar por las calles en busca del campo.
En las antiguas alfarerías de Morón "cantarerías" ya desaparecidas, el barro para fabricar ladrillos gozaba de gran prestigio. Los obreros eventuales se tenían que ir en invierno a trabajar en las almazaras de aceite para perder los menos días posibles de salario.
Pero no piense el avispado lector del blog de mis culpas que guardo algún tipo de desencanto por dicho colegio. Al contrario, guardo un grato recuerdo de aquel colegio Salesianos ya que era un referente deportivo para cualquier niño en aquélla época, con su banda de cornetas y tambores –magnífica para los zagales de mi época-, un teatro-cine donde vi proyectada la primera película que recuerdo allá por el año 1967 en pantalla grande “Helena de Troya” de Robert Wise, con un lleno a rebosar de chiquillos ya que era gratis y tan sólo podíamos ir los domingos al cine infantil. La película tuvo varios recesos “por culpa” del proyector ya que era necesario cambiar los rollos de película. La retina del recuerdo de las personas que peinamos ya algunas canas recordamos aquellos artesanos en la calle Cruz Verde, con sus manivelas y artilugios metálicos que se anclaban en las aceras de sus puertas transformando los hilos de esparto en gruesas cuerdas.
Aquel viejo campo de fútbol del colegio Salesianos con sus porterías de madera, en unos tiempos donde las instalaciones deportivas brillaban por su ausencia. Recuerdo gratamente a un profesor al que llamaban don Alfonso, que nos cedía amablemente las camisetas del Real Betis, F.C. Barcelona o Atlétic de Bilbao para que los niños formaran equipos de once jugadores y les entregaba un balón de reglamento -que no lo tenía casi nadie-. Cuando se llenaba de barro ningún zagal quería rematar con la cabeza por razones obvias. Eran unos tiempos muy precarios en los que se carecía prácticamente de todo en la mayoría de hogares.
Cuaderno de caligrafía Rubio que se usábamos a mediados de los 60 |
Echando la vista atrás, se me viene a la memoria aquélla escuela donde estuve hasta cerca de los once años. Como en todas, predominaba aquel viejo axioma “la letra con sangre entra”. Allí aprendí las cuatro reglas con los dictados, las clases de caligrafía en los cuadernos Rubio. ¡Quien no recuerda aquéllos estuches de maderas que llamábamos plumieres o los lápices de colores y los cuadernos de una o dos rayas con las provincias de España que recortábamos sin olvidar el olor a borrador que más de una vez mordisqueábamos. Tantas lecciones aprendidas de memoria en unos viejos pupitres con las sillas de enea por testigo, donde las chinches tenían ubicado su cuartel general para acribillarnos las pantorrillas a picotazos hasta que echaban el tradicional "flit".
A veces, te sacaban a la pizarra y el miedo escénico te jugaba malas pasadas. Si no te sabías la tabla de multiplicar o los verbos correctamente te daban con una regla de madera en la mano abierta “una, dos, cinco...”, las veces que el “educador o la educadora” estimaban conveniente para satisfacer su "sadismo particular".
A mi hermano Paco, con sólo nueve años, le reventó un “educador” -de cuyo nombre no quiero acordarme-, el oído de un bofetón, sin motivo alguno simplemente porque ese día como otros tantos se le cruzaron los cables. Tuvo secuelas durante muchos años en el oido hasta que fue intervenido quirúrgicamente. ¡Se tenía miedo hasta de pedir permiso para ir al w.c.!.
Aquélla vieja Enciclopedia Álvarez, que heredé de mi hermano con su gramática, aritmética, geometría, historia y ortografía. Sólo leíamos aquéllos textos de religión que empezaban “En aquel tiempo…” y en la parte final de la Enciclopedia se observaba aquélla impronta ideológica que apostaba más por lo pragmático de la época en consonancia con la mentalidad que justificaba "el Glorioso Alzamiento" y que cantábamos en la clase con ocho y nueve años “Viva España”, “Cara al sol”, “Por Dios, por la Patria y el Rey"...
Dicha Enciclopedia junto con restos del antiguo catón acompañado del tradicional catecismo tuvieron un gran peso específico en la "formación" de muchas generaciones donde términos como raza, disciplina, fe, patria e imperio eran los pilares fundamentales que enaltecían los valores nacionales sobre los que cimentaba aquella España que helara el corazón a la otra media -Antonio Machado-. Poco a poco iban saliendo las nuevas unidades didácticas y la Enciclopedia pasó a la historia.¡Cómo pasa el tiempo y se suceden los años!.
Foto: Manuel Morilla Olmo |
Aquélla tabla de multiplicar cantada en voz alta hasta llegar a la del nueve “dos por una dos, dos por dos cuatro…” junto con la cancioncilla que repetíamos una y otra vez en todos los colegios “España limita al norte con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos que nos separan de Francia…”.
Recuerdo que los sábados, después del recreo estaban dedicados a rezar el Rosario y el Catecismo que nos lo sabíamos de memoria. ¡Qué largo se hacía!. Era más intenso en los ciclos litúrgicos cercana la Navidad y Semana Santa y la Comunión. Por otro lado, el Domund hacía las delicias de los niños pidiendo para las misiones casa por casa.
Los domingos era obligatorio asistir a misa con un cartón que era sellado por el “educador”. El lunes si no estaba sellado el dichoso cartón tenías un elevado riesgo de que el "maestro" se ensañara contigo.
Los domingos a las cinco de la tarde estaban dedicados al Cine Oriente o Central en función de la película que proyectaran en horario infantil. Las películas de Tarzán, del lejano Oeste y del Imperio Romano gustaban mucho a los niños de mi época. En Semana Santa por razones obvias, proyectaban películas como “Los diez mandamientos”, “La Biblia”, Ben Hur, etcétera.
Cuando terminaba la película nos entraba cierta tristeza ya que al día siguiente, otra vez de vuelta al colegio.¡Qué gratas y efímeras eran las dos horas de cine!.
Y como no recordar gratamente cuando salíamos del colegio y nos pasábamos por la puerta de una tienda conocida cariñosamente como del “Tío Bigotes” junto a la taberna de "La Goleta" donde comprábamos a mediados de 1960 con desaparecidas perras chicas, perras gordas, reales, dos reales, pesetas y hasta diez reales toda clase de artículos. Aquéllos chicles de color negro "Cosmos" o aquellos cromos en blanco y negro de Urtain, junto con los "pulgarcitos" del Capitán Trueno, el Jabato -con las portadas a todo color aunque el interior fuera en riguroso blanco y negro-, Hazañas Bélicas o el álbum anual de Maga con aquellos títulos "América y sus habitantes", "África y sus habitantes"...
El primer número del Capitán Trueno vería la luz por primera vez en 1959. Se titulaba "A sangre y fuego" a 1,25 pesetas de la época. En el año 1969 saldría "Trueno Color" a unas 8 pesetas. No es que fuera caro, sino que en los zagales de la época el dinero brillaba por su ausencia.
Algunos niños mayores fumaban los cigarrillos de “matalauva”, peninsulares, ideales o celtas. Por las tardes, lo mayores se iban a jugar a los futbolines y a jugar al billar.
Recuerdo que la preocupación de muchas madres de que sus chiquillos no se fueran al castillo a coger "luganitos" con redes, usar el tirabeque con las dos gomas y la zapatilla que sostenía los chinos, con el que apuntaban a los gorriones.
También en invierno se jugaba mucho en las calles a la lima ya que existían muchas calles sin asfaltar y cuando llovía la lima hincaba bien en el barro.
Recuerdo cuando venía del colegio a partir de las siete de la tarde escuchar en la Cilla de los Canónigos -antigua posada- la legendaria canción que con los años he sabido que era de los Schoking Blue -Never married a railroad man-. "Nunca te cases con un ferroviario" cantada por el grupo local de aquéllos años "Los Morrys".
Aquéllas cuartillas de papel en color -programas- que repartían por las calles junto a los cuadros itinerantes de las películas que iban a proyectar. Gary Cooper en "Cinemascope y Technicolor" -palabras nuevas para los zagales- con “La policía montada del Canadá” ó el ciclo del oeste en T.V. de John Ford con “La diligencia” presentado por el magnífico crítico de cine Alfonso Sánchez con su voz peculiar, la película sobre animales salvajes protagonizada por John Wayne “Hatari” ó la serie televisiva “Daniel Boone” , "perdidos en el espacio" ó "viaje al fondo del mar", "el túnel del tiempo", "los invasores" y “Diego de Acevedo”. Y aquéllos vítores de alegría cuando se apagaban las luces del cine y los chiquillos empezaban a aplaudir desde los gallineros del cine.
Por otro lado, ¡cuanto daríamos por volver de nuevo con nuestros padres a pasear por aquella Alameda y poder tomarnos con ellos aquéllos magníficos cármenes en la desaparecida heladeria "La Playa" de Morón de la Frontera cuyo cuadro produce nostalgia cuando se observa.
Cuadro de la antigua heladería "La Playa" de Morón |
Con once años, al terminar el antiguo cuarto, pasamos al I.N.E.M. (Instituto Nacional de Enseñanza Media) donde era obligatorio llevar uniforme gris, corbata roja y chaqueta azul marino. Teníamos que formar en el patio como si fuese la mili y existía una asignatura curiosa: la F.E.N. (Formación del Espíritu Nacional) que en primero de bachillerato antiguo nos la enseñaba un militar. Si no te sabias la lección te presionaba las patillas hacia arriba y te mandaba escribir una lección de urbanidad diez veces.
En las clases de historia en 1970-71 todavía existían mapas con las posesiones españolas del Sáhara, Sifi Ifni, Annobón (Guinea Ecuatorial) y algunos islotes. El viejo mapa físico y político de aquélla España colgado en una alcayata o aquellas joyas juveniles de la literatura universal como Miguel Strogoff o la Vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne que me trajo mi padre cuando me sorprendió la gripe durante algunos días.
Es evidente que cuando empieza a funcionar la retina del recuerdo aflora cierta melancolía aunque salvando las distancias con aquéllos tiempos pretéritos, la figura del educador siempre nos debe causar el máximo respeto al ser la máxima autoridad en las aulas, -en el mejor sentido de la expresión-. El educador es un referente ético importante que junto con la familia deben de enriquecer nuestra escala de valores. De ese modo, afrontaremos el futuro bajo una formación integral.
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