Me comenta nuestro amigo Santi que el autor del cuadro original es Luis M. Guillén cuyas dimensiones son 195 cms. X 90 cms. Se encuentra en el Puerto de Santa María. |
Cuenta la literatura popular que el origen del término “La playa de Morón” proviene de tiempos pretéritos, cuando existía la antigua y desaparecida Fonda de Pascual. Muchos clientes de dicho establecimiento hostelero se sentaban en la puerta durante la época estival donde se encontraba la primitiva heladería para tomar el fresco y decían:
“Qué fresco, parece que estamos en la playa”.
El dueño del establecimiento por aquellas fechas se llamaba Giusseppe Alfieri y su esposa Carmen Silvestre. Con gran altura de miras, se le quedó grabado ese comentario y al poco tiempo le colocó el nombre de “La playa” que todos tenemos almacenado en la retina de nuestro recuerdo. Aquella magnífica heladería sería conocida popularmente como la de “los italianos”.
Si existe en Morón un cuadro grabado en la retina colectiva que aglutine a nivel emocional a moroneros y moronenses de varias generaciones, es sin lugar a dudas, el cuadro "La playa" que presidia la heladería del mismo nombre.
Al observar de niño aquel cuadro "surrealista" soñábamos con nuestra alcazaba y su pueblo blanco como la cal diseminado bajo los lienzos de murallas con la Peña del Gallo observando los blancos veleros muy cerca de las doradas arenas.
¡Viejos sueños, utopías y quimeras que nos sigue proyectando aquel bello cuadro que ha quedado grabado en la retina de los que peinamos ya alguna que otra cana!.
¡Viejos sueños, utopías y quimeras que nos sigue proyectando aquel bello cuadro que ha quedado grabado en la retina de los que peinamos ya alguna que otra cana!.
A través de la visión del cuadro comienzan a brotar sin querer los recuerdos. Allá a mediados de los años 60 del siglo pasado cuando era casi un párvulo, estaba estudiando en el Colegio de Doña Concha en la calle "Las Morenas". Todos los días pasábamos por delante de la puerta del "Bar Bermúdez" con aquel magnífico olor a calamares fritos donde destacaba un cuadro pintado al óleo también por Luis M.Guillén del inolvidable Juan vestido con su traje de luces. La heladería "La playa" estaba ubicada en la misma acera al igual que el Cine Central. Recuerdo que allí estaba la antigua parada de taxis y también la de los "isocarros" -como la llamábamos-, frente al añorado y desaparecido Teatro Cine Oriente.
¡Aquélla Calle Nueva con la heladería “La playa”, los cines Central y Teatro Oriente sin olvidarme de los puestos de castañas junto a las antiguas máquinas de escribir de Juanito frente a la Plaza de Correos.
¡Aquélla Calle Nueva con la heladería “La playa”, los cines Central y Teatro Oriente sin olvidarme de los puestos de castañas junto a las antiguas máquinas de escribir de Juanito frente a la Plaza de Correos.
Haciendo un poco de memoria, recuerdo cuando era muy niño, mis padres me llevaban cogido de la mano a la feria de mi pueblo en septiembre, que al igual que ahora estaba ubicada en la Alameda. Al volver siempre nos metíamos en aquella heladería de verano “La playa” ubicada al final de la calle Utrera y cuyos bombones de chocolate, cortes, helados de limón y cármenes hacían las delicias de niños y mayores.
Giusseppe elaboraba con cariño aquéllos bombones bañados en chocolate que hacían las delicias de los chiquillos de la época.
Giusseppe elaboraba con cariño aquéllos bombones bañados en chocolate que hacían las delicias de los chiquillos de la época.
Pasados algunos lustros del cierre de “La playa de Morón”, aquellos efluvios y reminiscencias del “famoso cuadro aparecen de vez en cuando a través de las redes sociales despertando un gran interés, lo que nos recuerda que aunque el tiempo pasa, algunos recuerdos permanecen perennes en nuestra particular retina de nuestra niñez.
En mayo de 1994 el escritor local Pedro Luís Vázquez publica un libro "Desde la atalaya". Las páginas 36, 37 y 38 corresponden al artículo titulado "La playa" que comparto con todos los amigos.
"La playa"
...Hubo un tiempo, en que la tuvimos tan cerca que podíamos verla cada vez que se nos antojaba. No teníamos más que acercarnos por la Calle Nueva y entrar en aquella heladería en la que una italiana ya mayor con el pelo rojizo despachaba cucuruchos de limón, cortes de vainilla y chocolate, y aquellos ansiados cármenes que sólo se ponían al alcance de nuestra boca algún que otro día muy especial como el de nuestro santo. Allí, sobre el lienzo que colgaba de una de las paredes, estaba ella, tan hermosa como siempre, rodeando con los espumosos volantes blancos de su bata azul de cola a toda nuestra ciudad que parecía haber emergido del mar como una isla con dos peñas: la una, presidida por la Torre Gorda del Castillo, rodeada de torreones y murallas exteriores a cuyos pies veíanse unas casitas adosadas, y la otra, la del Morisco, presidida por el monumento dedicado al Gallo. Allí estaba, tan asequible como siempre. Sólo había que bajar por cualquiera de los dos caminitos de tierra amarilla que salían de cada una de las dos Peñas para poder disfrutar de ella, como lo hacían ya los playeros que habían plantado sobre la arena sus sombrillas y pequeñas casetas de rayas verdes y blancas, blancas y rojas.
Así era la playa con la que soñábamos y en la que nos queríamos bañar cuando llegara el verano. Todos nuestros sueños veraniegos tenían cabida, pues, dentro de aquel cuadro con marco de madera barnizada que el italiano había encargado a Guillén, que era también quien pintaba las grandes carteleras que colocaban sobre la fachada del Cine Central con las películas de estreno.
Más de una vez me he preguntado por qué el "Gordo de la Playa" como le llamábamos cariñosamente los niños, buscó ese nombre para su negocio en un pueblo como éste y por qué había querido que el nombre de su negocio no sólo fuera una simple palabra, sino que también tuviera una significación real, aunque fuera sobre una tela, supliendo de esa forma las carencias que la realidad ofrecía. ¿Creyó, acaso, que con aquel nombre y aquel cuadro desearíamos sus helados con la misma intensidad con que sólo los del interior deseamos, a veces, el mar y la playa? Quizá se lo pregunte algún día para salir de dudas, o quizá no, porque a veces es mejor que ciertas preguntas queden sin respuesta. Aunque algo de cierto debería de haber en todo ello, porque recuerdo que, a veces, cuando no teníamos dinero para comprarnos ni un cucurucho de dos reales que eran los más pequeños y baratos, nos conformábamos con darnos una vuelta por allí y con tan sólo mirar el cuadro parecíamos sentir la brisa del mar en la cara.
Porque aquel cuadro no copiaba ni imitaba la realidad: la superaba, la trascendía y nos hacía soñar con otra realidad superior a ella. Era como un remanso de frescura, como un retazo del paraíso, como un oasis en medio de aquel desierto de la posguerra. Era el primer cuadro surrealista que veía sin que supiera lo que era. Y es la primera visión de la playa que guardo en mi memoria.
Es incluso anterior a la que guardo del primer día en que ya mayorcito con ocho o nueve años ví, de verdad, el mar por primera vez. Nos llevó mi padre, en un coche de la parada de taxis a la playa de Valdelagrana y siempre recordaré que cuando Barea, el taxista, arrancó su forichi negro para volver, miré fijamente el mar con tanta intensidad, temeroso de no volver a verlo nunca más...
...El último día de este mes de junio entre en la heladería de La Playa solo para cerciorarme de que ese cuadro existía, de que no lo había soñado. Y comprobé que allí continúa. Exactamente igual a como lo recordaba. Comprendí, entonces, que el recuerdo había madurado ya lo suficiente en mi corazón y había necesitado ser expresado con palabras...
Por tanto, aprovecho la ocasión que me brindan estas humildes páginas para recordarle a quien corresponda, que si fuera posible se lograra algún día su adquisición -para colocarlo por ejemplo en la Oficina de Turismo o en la Casa de la Cultura-, ya que pertenece por derecho propio a la Memoria Colectiva de nuestro pueblo, ubicada en la “Frontera” de su propia esperanza.
Moronense: gentilicio que hace referencia a los habitantes de Morón.
Moronero: ciudadano de Morón, que le duele su pueblo e intenta ponerlo en valor.
En mayo de 1994 el escritor local Pedro Luís Vázquez publica un libro "Desde la atalaya". Las páginas 36, 37 y 38 corresponden al artículo titulado "La playa" que comparto con todos los amigos.
"La playa"
...Hubo un tiempo, en que la tuvimos tan cerca que podíamos verla cada vez que se nos antojaba. No teníamos más que acercarnos por la Calle Nueva y entrar en aquella heladería en la que una italiana ya mayor con el pelo rojizo despachaba cucuruchos de limón, cortes de vainilla y chocolate, y aquellos ansiados cármenes que sólo se ponían al alcance de nuestra boca algún que otro día muy especial como el de nuestro santo. Allí, sobre el lienzo que colgaba de una de las paredes, estaba ella, tan hermosa como siempre, rodeando con los espumosos volantes blancos de su bata azul de cola a toda nuestra ciudad que parecía haber emergido del mar como una isla con dos peñas: la una, presidida por la Torre Gorda del Castillo, rodeada de torreones y murallas exteriores a cuyos pies veíanse unas casitas adosadas, y la otra, la del Morisco, presidida por el monumento dedicado al Gallo. Allí estaba, tan asequible como siempre. Sólo había que bajar por cualquiera de los dos caminitos de tierra amarilla que salían de cada una de las dos Peñas para poder disfrutar de ella, como lo hacían ya los playeros que habían plantado sobre la arena sus sombrillas y pequeñas casetas de rayas verdes y blancas, blancas y rojas.
Así era la playa con la que soñábamos y en la que nos queríamos bañar cuando llegara el verano. Todos nuestros sueños veraniegos tenían cabida, pues, dentro de aquel cuadro con marco de madera barnizada que el italiano había encargado a Guillén, que era también quien pintaba las grandes carteleras que colocaban sobre la fachada del Cine Central con las películas de estreno.
Más de una vez me he preguntado por qué el "Gordo de la Playa" como le llamábamos cariñosamente los niños, buscó ese nombre para su negocio en un pueblo como éste y por qué había querido que el nombre de su negocio no sólo fuera una simple palabra, sino que también tuviera una significación real, aunque fuera sobre una tela, supliendo de esa forma las carencias que la realidad ofrecía. ¿Creyó, acaso, que con aquel nombre y aquel cuadro desearíamos sus helados con la misma intensidad con que sólo los del interior deseamos, a veces, el mar y la playa? Quizá se lo pregunte algún día para salir de dudas, o quizá no, porque a veces es mejor que ciertas preguntas queden sin respuesta. Aunque algo de cierto debería de haber en todo ello, porque recuerdo que, a veces, cuando no teníamos dinero para comprarnos ni un cucurucho de dos reales que eran los más pequeños y baratos, nos conformábamos con darnos una vuelta por allí y con tan sólo mirar el cuadro parecíamos sentir la brisa del mar en la cara.
Porque aquel cuadro no copiaba ni imitaba la realidad: la superaba, la trascendía y nos hacía soñar con otra realidad superior a ella. Era como un remanso de frescura, como un retazo del paraíso, como un oasis en medio de aquel desierto de la posguerra. Era el primer cuadro surrealista que veía sin que supiera lo que era. Y es la primera visión de la playa que guardo en mi memoria.
Es incluso anterior a la que guardo del primer día en que ya mayorcito con ocho o nueve años ví, de verdad, el mar por primera vez. Nos llevó mi padre, en un coche de la parada de taxis a la playa de Valdelagrana y siempre recordaré que cuando Barea, el taxista, arrancó su forichi negro para volver, miré fijamente el mar con tanta intensidad, temeroso de no volver a verlo nunca más...
...El último día de este mes de junio entre en la heladería de La Playa solo para cerciorarme de que ese cuadro existía, de que no lo había soñado. Y comprobé que allí continúa. Exactamente igual a como lo recordaba. Comprendí, entonces, que el recuerdo había madurado ya lo suficiente en mi corazón y había necesitado ser expresado con palabras...
Copia del cuadro "La playa" ubicado durante algún tiempo en la peña carnavalesca "El Seguirín". |
Moronense: gentilicio que hace referencia a los habitantes de Morón.
Moronero: ciudadano de Morón, que le duele su pueblo e intenta ponerlo en valor.