viernes, 13 de agosto de 2021

El Bushido [Código Samurai]

Dedicado a los guerrer@s de Bujinkán y Shotoyama
en la tierra de Villalón, de la Cal y del Flamenco

…Echando un poco la mirada atrás, recuerdo el Pabellón de Japón [durante la Expo 92 de Sevilla] construido en madera tradicional del país nipón, con su puente arqueado [Taiko bashi] que nos introducía en el túnel del tiempo [entre paredes exteriores, columnas y vigas realizadas en madera laminada], con aquéllas armaduras de samuráis que proyectaba de alguna manera el bushido.

Aquella legendaria película de “Los Siete Samuráis” de Akira Kurosawa, “Shogun” con Richard Chamberlain o “El último samurái” con Tom Cruise, Ken Watanabe e Hirouki Sanada entre un magnífico reparto, que nos retrotrae de alguna manera a la cultura del bushido, donde el respeto por las tradiciones ancestrales ha brillado con luz propia. ‎

Tampoco me puedo olvidar de nuestra grata visita a la Escuela Bujinkan, en la tierra de Villalón, de la Cal y del Flamenco, donde su shihán José Antonio, junto con los Shidoshis Helena Isabel y José, nos acompañaron en una inolvidable jornada. 

Pasado un tiempo, atravesamos el río Guadalquivir con mi amigo Manolo para visitar Coria del Río donde se encuentra ubicado el monumento a Hasekura Tsunenaga (1571-1622), embajador del señor del feudo de Bojú [Date Masemure]. Todo ello, complementado con un artículo de la antigua revista Historia sobre el Bushido Código Samurái que adquirí en Librería Raimundo de Cádiz, que junto con los libros “El Código del Samurai: Bushido” de Inazo Nitobe y “Hagakure [a la sombra de las hojas] El camino del samurái” de Yamamoto Tsunetomo, me han facilitado los mimbres necesarios para realizar éste respetuoso artículo, que comparto con los amigos del blog de mis culpas.

La historia de Hasekura parte del año 1613, cuando zarpó del puerto japonés de Sendai en un galeón con destino a España. En su expedición iba acompañado del monje franciscano español Luis Sotelo y de un nutrido séquito de samuráis y comerciantes nipones; su objetivo era establecer relaciones políticas y comerciales con la corona española y solicitar su apoyo para, entre otras cosas, acrecentar el cristianismo en su país.

Fotograma de la película "Los Siete Samuráis" de Akira Kurosawa

El 5 de octubre 1614 llegaba esta embajada nipona a las costas de Sanlúcar de Barrameda, pero para entonces ya habían cambiado mucho las cosas en su Cipango natal: la religión cristiana fue prohibida y proscrita en Japón justamente en el tiempo en el que ocurría su viaje; además, por las contradictorias noticias que llegaban a la Corte española desde Filipinas sobre la situación interna del Japón y sobre la problemática del cristianismo en ese país hicieron que fuese desestimada la ayuda material que se solicitaba.

Tras muchas vicisitudes la comitiva japonesa emprendió viaje de regreso a su país. Sin embargo un grupo de nipones samuráis decidió no atravesar nuevamente los grandes océanos y establecerse definitivamente en España, y en concreto en Coria del Río. Fruto de aquella expedición es hoy el legado genealógico y cultural excepcional que queda en la localidad, reflejado entre otras cosas en la existencia y profusión del apellido "Japón" entre muchos de sus vecinos.

A pesar de la importancia de aquella expedición para su propia historia nacional, los japoneses no tuvieron constancia de ello hasta el año 1989, cuando con motivo de la conmemoración del nacimiento de Sendai [capital de la prefectura de Miyagi] como ciudad se iniciaron nuevas investigaciones sobre sus orígenes apareciendo unos escritos donde se mencionaba al fiel samurai Hasekura Tsunenaga y su gran labor dirigiendo la expedición "Keicho". A partir de ahí la ciudad de Sendai y Coria del Río formalizaron su hermanamiento en 1991, sellándolo con la instalación de esta estatua del samurai Tsunenaga en el parque Carlos de Mesa, en la margen derecha del río Guadalquivir.


Etimológicamente Bu-shi-do significa militar-caballero-caminos [samuráis]. El bushido era el código de honor no escrito de principios morales transmitido a lo largo de cientos de generaciones y que los legendarios samuráis no sólo debían aprender, sino sobre todo, llevar a la práctica en su vida pública como privada.

Lo que fue Japón en su antigüedad se lo debió a los samuráis como flor y raíz de la nación. La flor del cerezo [sakura] es el símbolo de Japón que representa lo efímero de la vida. Por ello, es el símbolo de los samuráis que representan un referente de honor, moralidad y respetabilidad, que mostraban con su ejemplo.

Historiográficamente el bushido se identifica con el feudalismo en la época de mayor auge y esplendor de éste, cuya aparición histórica y oficial coincide con la subida al trono imperial de Minamoto-no-Yoritomo, fundador del Shogunato o dinastía Kamakura a finales del siglo XII aunque los gérmenes del propio bushido habían nacido mucho tiempo antes.

Durante la turbulenta Edad Media japonesa el control efectivo del poder se lo disputaban dos familias militares rivales: Minamoto y Tiara hasta que Minamoto aniquiló a sus rivales en 1185 en la batalla épica samurái de Dannoura, en el mar Interior de Japón, lo que supuso el eclipse del poder imperial como fuente efectiva de la política nacional y comienzo de siete siglos de gobierno feudal ejercido por varios shogunes o gobernadores militares.

El shogunato estimulaba el cultivo de la austeridad y de las artes marciales, imprescindibles para imponerse a los clanes militares rivales de las provincias más alejadas. El periodo Kamura (1192-1333) como se conoce la era del shogunato de Minamoto [por el nombre donde se estableció Yorimoto] llegaría a ser la época dorada del bushido, de la caballería japonesa y de los samuráis que eran asalariados de los daimios. Los shogun, pese a ser tremendamente arbitrarios, contribuyeron a dar a Japón un sentido homogéneo de pertenecer a una gran nación.

Foto: Santiago Brignone. Museo Nacional de Tokyo

Fue en esta época [entre 1274 y 1281] cuando aparecieron nubarrones oscuros en el antiguo Japón. En 1268 Kublai Khan, nieto del conquistador Genghis, exigió la sumisión de Japón. Los mongoles habían conquistado un gran imperio que se extendía desde Corea hasta el Adriático. En noviembre de 1274, 25.000 guerreros mongoles desembarcaron en la costa norte de Kyushu. Los defensores japoneses no se dejaron intimidar y los neutralizaron en un sólo día de lucha. Los mongoles gobernaban gracias al terror y no podían permitir que existiera un Japón independiente y desafiante. 

Las autoridades japonesas decapitaron a los emisarios de los mongoles y como represalia comenzó la segunda invasión de los mongoles a comienzos de junio de 1281. Dos flotas transportaban 150.000 hombres que arribaron a las costas occidentales de Japón. La lucha se prolongaría durante cincuenta días, hasta que un tifón azotó Kyushu destruyendo las naves de los mongoles, desmoralizándose éstos al ser las naves su único medio de retirada. A este desastre lo llamarían los japoneses “viento divino” o kamikaze, demostrando que los dioses seguían protegiendo al Japón contra los invasores.

Tras una efímera restauración del gobierno imperial (1333-1338), se impuso el gobierno militar establecido por la familia Ashikaga en Muromachi (Kioto) Fue durante este periodo (1338-1573) cuando se desarrolló un estilo de vida en el que las austeras prácticas del bushido encontraron expresión en actividades religiosas y estéticas que dejaron huella indeleble en las artes japonesas.

En el Japón medieval, como en la Europa de la época, la clase social de los bushis o samuráis llegó a adquirir una posición preeminente equivalente a los milites medii de la Europa del Medievo.

El trípode que soportaba la armadura del Bushido fue denominado chi [sabiduría], jin [bondad] y yu [valor]. Un samurái era esencialmente un hombre de acción. La teología quedaba fuera de su ámbito. Las materias que estudiaba el samurái eran: manejo de la katana y del arco, jiu-jitsu como la habilidad para aplicar las técnicas de defensa y ataque en la anatomía del cuerpo que dejara sin resistencia al adversario, equitación, manejo de lanza, táctica, caligrafía, ética, literatura e historia. El maestro junto al señor  eran considerados en alta estima [como el sol y la luna] mientras que el padre y la madre eran considerados como el cielo y la tierra. Un samurái no debe jamás reflejar en su semblante sus emociones.


Los samuráis eran una casta privilegiada de grandes guerreros y acreedora de grandes honores. Pero los privilegios que gozaban irían acompañados de graves responsabilidades y obligaciones. Tenían un código moral que establecía y castigaba las faltas contra el espíritu de caballería. Su código de honor “el bushido” exigía juego limpio en la guerra. Si el perfecto caballero cristiano contaba como principios “religión, guerra y gloria” como potencias espirituales, el samurái contaba además con otras fuentes:

1. Budismo aportó al bushido una total sumisión a lo inevitable, una actitud estoica ante el peligro o adversidad, un profundo desprecio por la vida y una íntima familiaridad con la muerte y el Más Allá. Cuando un maestro observaba que su mejor discípulo dominaba el arte de las armas por completo le aconsejaba las enseñanzas del zen para crecer también a través del pensamiento.

2. Sintoísmo ofrecía la lealtad al soberano, el amor y la piedad filial como pilares esenciales de la ética samurái, venerar a sus antepasados y moderar el carácter arrogante de los samuráis. La teología del sintoísmo no admitía el dogma del pecado original, al creer en la bondad innata y en la pureza casi divina del alma humana siendo necesario tener el corazón tranquilo y limpio semejante al nirvana indio. Los antiguos japoneses concedían una gran importancia a la conciencia nacional del individuo y un culto amoroso a la naturaleza, lo que convirtió al emperador en mucho más que un soberano, era el representante del Cielo en la Tierra, reuniendo en su persona el poder y la misericordia. Esta religión despertaba en los japoneses el amor a la patria y lealtad al emperador.

El sintoísmo es la típica religión nacional que ha asimilado diferentes tradiciones religiosas sin tener ningún credo. Lo esencial del sintoísmo son las ceremonias y los ritos que mantienen el contacto con las divinidades. Los dioses “kami” se manifiestan en los árboles, montañas, ríos, animales o humanos. El término “kami” suele traducirse como “espíritu”. El sintoísmo ha desempeñado un papel principal desde los tiempos de la sociedad agrícola.

Según la mitología japonesa, en tiempos primitivos estaba la pareja divina Izanagi (él) e Izanami (ella), que bajo del cielo y parió primero las islas japonesas y luego el resto del mundo y por fin una serie de kamis, que fueron los padres de los primeros seres humanos. Pero la sociedad humana necesitaba orden y dirección, y entonces Amaterasu fue enviado a la Tierra. Uno de sus descendientes se convirtió en el primer emperador de Japón [Jinmu Tennō [literalmente “guerrero divino”], que desciende de la mismísima diosa del sol.

Poco a poco los japoneses pasaron del culto de los kamis de los difuntos a recibir culto al propio emperador, que ya era un kami en vida. A partir del siglo XIX, Japón se veía amenazado por la expansión occidental y el emperador había sido ensombrecido por los líderes militares “shogun”, que eran los que detentaban el poder real.

En 1867, el emperador Meiji Tensó (1852-1912) se hizo con el control del país y llevó a cabo una renovación política y religiosa convirtiendo el sintoísmo en la religión estatal del imperio que durará desde 1868 a 1946 siendo depurados y destruidos los elementos budistas. La imagen del emperador se colocó en todos los edificios públicos, escuelas y fábricas y el pueblo estaba obligado a inclinarse respetuosamente ante ella.

En la Segunda Guerra Mundial, el fuerte nacionalismo se fusionó con el sintoísmo constituyendo la base ideológica de los pilotos suicidas japoneses [los kamikazes, que significa “espíritu del viento”]. Cada kamikaze “espíritu del viento” que moría en acto de guerra era inmediatamente nombrado kami, celebrándose ceremonias en su honor junto a los templos sintoístas.

Después de la derrota de Japón en agoto de 1945, el emperador renunció a su divinidad siendo abolido el sintoísmo como religión estatal aunque no como religión popular que se mantuvo en las casas y templos como morada de los kami.

3. Confucionismo. Enseñanzas del filósofo chino Confucio (551-479 a.C.) enunciando 5 relaciones morales entre amo y servidor, padre e hijo, marido y mujer, hermano mayor y hermano menor, amigos y prójimos adaptados a la mentalidad de los samuráis que formaban la clase dirigente.

4. Mencionismo [Mencio, discípulo de Confucio (371-289 a.C.)]. El bushido no buscaba el puro conocimiento como fin en sí mismo, sino sólo como un medio para alcanzar la sabiduría. Era necesario distinguir entre el bien y el mal trazando una línea de lo que debiera ser una conducta recta y firme de la existencia humana.


Fotograma: "El último samurái"


Preceptos morales del bushido

Rectitud [shojiki]

Era el más elevado al tener la facultad de decidir cierta línea de conducta de acuerdo con la razón sin titubear: “morir cuando es justo morir; matar cuando se debe matar”. Mencio describió la benevolencia como “espíritu del hombre” y “rectitud” como su camino recto y estrecho por el que el hombre debe seguir para recuperar el Paraíso Perdido. Este pensamiento está en línea con una parábola enunciada 300 años después por Jesucristo que consideraba el Camino, la Verdad y la Vida.

El término japonés gichi “hombre de rectitud” era considerado superior a cualquier otro. Por ello los legendarios "Cuarenta y Siete Leales" samuráis fueron conocidos como los 47 gishis. La lealtad era considerada una joya a la que se tenía la mayor estima.

Del concepto sichi derivo giri (recta razón), que con el tiempo llegó a significar el sentido del deber con respecto a los padres, superiores, inferiores y la sociedad en general. Lo que la recta razón exigía a los samuráis era el cumplimiento del deber. 

Valor [yu]

Hermano gemelo de la rectitud acompañando al servicio de la justicia. La muerte de un samurái por causa injusta o sin causa alguna era denominada “muerte de perro”. El verdadero valor consiste en “vivir cuando es justo vivir y morir cuando es justo morir”. Las narraciones de hazañas gloriosas de samuráis eran repetidas continuamente, incluso delante de los más pequeños. Cuando un samurái tenía el estómago vacío, era una vergüenza mostrar hambre.

Los hijos de los samuráis eran sometidos a las más duras pruebas para fortalecer su cuerpo y alma  como la privación de alimentos, exposición al frío, levantarse antes de salir el sol, asistir a la escuela sin desayunar con los pies descalzos en el crudo invierno, pasar toda la noche sin dormir leyendo en voz alta por turnos, enviarlos al cementerio para familiarizarse con los espíritus, asistir a las ejecuciones públicas, etcétera. Era el origen de las virtudes morales y marciales del bushido.

Un perfecto samurái debería estar siempre sereno, jamás era cogido por sorpresa, frío y seguro en el combate y perfecto dominio sobre sí mismo.

Benevolencia [jin]

Estaba considerada como una de las virtudes supremas, uno de los más relevantes atributos del alma humana y esencial en la vida de los samuráis. Confucio como Mencio repetían que el supremo requisito de un gobernante consiste en ser benevolente con sus súbditos. Lo que en Europa consiguió el cristianismo para despertar la compasión y el amor en medio de los horrores de la guerra lo logró en Japón el Bushido.

Cortesía [raiji]

Sumo respeto a los sentimientos de los demás siendo el "sine qua non" del trato social. Se instruía a los jóvenes samuráis en una educada y correcta conducta social: como debían inclinarse al encontrarse con iguales o superiores, como debían andar o sentarse, etc. Eran cosas que se aprendían con la mayor atención. La etiqueta en la mesa fue elevada a la categoría de ciencia. Por ejemplo, el modo de preparar, servir y beber té se convirtió en una verdadera ceremonia ritual de 32 movimientos fijos. Un samurái educado estaba obligado a ello.

Veracidad [seijitsu]

La promesa o palabra de un samurái era garantía suficiente de veracidad y tenía tal peso que no hacía falta documento alguno, lo que se habría considerado muy humillante para su dignidad y honor. Incluso para dar más importancia a su palabra de samurái, acostumbraban a sellarla con su propia sangre. Entre los samuráis mentir era considerado como algo deshonroso e impropio de un noble guerrero. Los samuráis consideraban un juramento como la derogación de su honor.

Honor [maiyo]

La reputación era parte integral del ego del guerrero. Cualquier infracción a su integridad personal era tenida en cuenta como una vergüenza insufrible. El honor era el más importante indicador de la conciencia moral del pueblo japonés. El miedo al deshonor era tan grande en el Japón tradicional, que se encontraba suspendido como una espada de Damocles sobre las cabezas de los samuráis. Ante el más leve insulto, el samurái echaba mano de su espada. El honor era apreciado como sumo bien de la existencia terrenal y junto con la fama y gloria constituían la meta a la que aspiraban todos los jóvenes samuráis.

Lealtad [chugui]

Adquiere una enorme importancia en el código de honor caballeresco. Si en China la ética de Confuccio iba encaminada hacia la obediencia a los padres como el primero de los derechos humanos, en Japón medieval se daba prioridad a la lealtad.

Era la piedra angular del edificio formado por todas las virtudes morales del bushido. La lealtad a los superiores casi como entrega religiosa era un distintivo del pueblo japonés en función del bushido. Al trasladar el bushido a la familia, era normal que cualquier miembro de la familia debería morir por el bien de la familia si fuera necesario. Si se trasladaba el bushido al Estado, como ente superior al individuo, éste debía de morir si fuera preciso, por el Estado o cualquier señor que encarnase su legítima autoridad. Para los japoneses el Estado y sus leyes se encarnan en la persona del emperador o el señor feudal y su lealtad a ellos crecía de generación en generación de samuráis para extenderse más tarde a toda la población nipona.

Por el contrario, cuando un samurái no estaba de acuerdo moralmente con su superior disponía de dos caminos:

1. Utilizar todos los medios de que dispusiera para convencerle respetuosamente de que estaba en un error.

2. Demostrarle la verdad de su punto de vista con el sacrificio de su propia vida mediante el harakiri o seppuku para salvar su honor y el de su familia bajo los antiguos dictados del bushido. El kimono ceremonial era de color blanco. Utilizaba el "wakizashi" o katana corta. El samurái antes de su despedida de la vida terrenal iba siempre acompañado de un amigo o sirviente de confianza [kaishakunin] quien de un certero golpe lo decapitaba en el acto.

Los descendientes inocentes de un samurái desgraciado cargarían con su desgracia por el simple hecho de heredar su sangre y el nombre de sus antepasados quedaría manchado, así como todos los miembros de su familia. Una torpeza de un kaishakunin en la ejecución era una mancha de por vida.

Si un samurái no conseguía dominar su mente y su cuerpo no conseguiría derrotar a su enemigo. El samurái debería entregarse en cuerpo y alma a su señor con inteligencia y coraje, pero siempre comprendiendo las honduras del terreno que pisa.

“La Senda del samurái se halla en la desesperación. Ni diez o más hombres podrán matar a alguien con desesperación” según el Señor Naoshige.

Los votos de un samurái:

Nunca dejarse superar por la Senda del samurái

Ser útil a su señor

Procesar amor filial hacia sus padres y antepasados



Breve historia de los 47 ronin [samuráis sin señor] que impregna la retina colectiva de Japón

Cuenta la páginas de la historia que en el año 1701 un daimyo [señor feudal japonés] llamado Asano Naganori hirió a otro llamado Kira Yoshihisa en el castillo de Edo en presencia del Shogun Tokugawa Tsunayoshi, lo que iba contra la ley al ser un delito muy serio que en su rango se castigaba bajo seppuku [muerte con honor].

Cuarenta y siete ronin [samuráis sin señor] juraron vengar a su maestro Asano algún día. Kira temiendo venganza redobló sus defensas. Después de un año, una madrugada del 30 de enero de 1703, cuarenta y siete ronin con Oisi de jefe mataron a Kira con la misma daga que su maestro Asano se había hecho seppuku. Tras ser decapitado, su cabeza fue llevada como ofrenda hasta la tumba de su antiguo señor Asano. La venganza por la muerte de su maestro era el único tribunal supremo a nivel emocional para un buen samurái aun sabiendo que serían condenados por la ley común.

Los 47 ronin fueron condenados a realizarse seppuku recuperando así su honor como samuráis pasando a la historia como un perfecto ejemplo de honor y de dignidad. Todavía hoy siguen siendo visitados por muchos japoneses en el templo de Sengakuji de Tokio donde se encuentran enterrados junto a su señor. Actualmente, muchos japoneses que lo visitan le rinden respeto entre incienso y plegarías demostrando así que su memoria sigue intacta en la retina colectiva.


El Suicidio [Seppuku o Harakiri]

Aunque la palabra de un samurái llegara a ser más dura que el metal, según Mooroka Hikoemon, los samuráis demostraban tener una enorme sangre fría al tener una alta estima al Seppuku como ritual para dejar su honor impoluto. Para un buen samurái sus preceptos morales estaban basados en el bushido. Una de las cosas más trascendentes era vengar cualquier injuria realizada a un maestro [verter la sangre homicida]. El alma del samurái era su katana con el wakizashi [siempre a su alcance], lo que le inspiraba un sentimiento de respeto y de responsabilidad. Cualquier insulto equivalía a una afrenta personal.

El forjador de katanas era un verdadero artista en la disciplina que templaba el acero como si de un acto religioso se tratara. Eran frecuentes los abusos que llegaban muchas veces a probar el acero comprado sobre el cuello de una persona inocente. Las katanas se distinguen por su filo hacia arriba, que permite al usuario desenvainar y golpear en un solo movimiento.

El alma del antiguo Japón sigue floreciendo en el mundo moderno, sobre todo en los miles de practicantes de artes marciales existentes a lo largo del mundo. El Bushido entre efluvios y reminiscencias del pasado forma parte de ese patrimonio inmaterial que la retina colectiva del pueblo nipón ha legado a las nuevas generaciones.

Si la flor del cerezo junto con el antiguo samurái como símbolo de Japón comenzaban a marchitarse con el devenir de los tiempos, los preceptos morales del bushido permanecen como la verdadera raíz del pueblo japonés.

El 14 de junio de 2012 el príncipe heredero de Japón Naruito plantó un cerezo para perpetuar los lazos de unión entre el pueblo de Japón y Coria del Río.
Arigato

Desde el monumento al samurái Hasekura Tsunenaga en Coria del Río [Sevilla], para el blog de mis culpas...



Bibliografía

El camino del samurái Yamamoto Tsunetomo

El código del samurái



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