lunes, 10 de diciembre de 2018

Nuestra particular ruta de Murillo por Sevilla, entre breves pinceladas (II)




Afianzarse en la fe era un ejemplo para los fieles. La pintura se proyectaba a través de escenas de martirios o visiones religiosas. El panteísmo como concepción del mundo harán que el universo, la naturaleza y Dios sean vistos como equivalentes alcanzando elevadas cotas muy acordes con la sensibilidad española barroca.


Murillo es el artista que mejor supo captar el espíritu de la Sevilla de su tiempo. Para comprender su obra, es necesario conocer cómo era la ciudad en la que Murillo nació, vivió, trabajó y murió. En su pintura muestra una Sevilla de nobles valores, como la dignidad de la pobreza, la compasión o la esperanza.

La Sevilla de Murillo era aún heredera de la gran urbe que fue durante los reinados del emperador Carlos V y Felipe II. Gracias al comercio con las Indias llegaría a convertirse en una de las principales metrópolis del mundo, una ciudad opulenta y un importante centro de acogida de inmigrantes. En el siglo XVII, Sevilla seguía siendo la urbe más poblada de España, con cerca de 130.000 habitantes. Una ciudad llena de contrastes, en la que convivían más de setenta edificios religiosos con centenares de tabernas y prostíbulos.

Sevilla contaba con ricos banqueros y comerciantes, fundamentalmente extranjeros, abundando los clérigos y funcionarios así como aristócratas, en menor medida. También abundaban los artesanos y los trabajadores no especializados merodeando por sus calles los pícaros, mendigos y niños huérfanos.

Las instituciones religiosas eran los principales mecenas de la vida artística y sus encargos se ponían al servicio del nuevo ideario de la Contrarreforma en los que prestaban sus servicios Murillo, Pacheco, Velázquez, Herrera el Joven y Valdés Leal o escultores como Martínez Montañés, Mesa o Pedro Roldán.

El 3 de abril de 1682 a la edad de 64 años muere el maestro Bartolomé Esteban Murillo y comienza su leyenda. Fue el pintor barroco más destacado de la escuela sevillana y el más apreciado fuera de España que contó con un elevado número de discípulos y seguidores entre los cuales se encontraban Herrera el Joven, Valdés Leal, Arteaga, Schut o Iriarte. 

A los pocos años de su muerte, parte de las obras de Murillo salen de España. Su fama sigue creciendo hasta llegar a convertirse en uno de los pintores más reconocidos del mundo. Cuando la corte de Felipe V se instala en Sevilla (1719-1733), su esposa Isabel de Farnesio comprará muchos cuadros de Murillo que pasarán a formar parte de las colecciones reales que hoy pueden verse en el Museo del Prado. Su fama llegaría a ser tan importante que Carlos III ordena una pragmática para impedir que salgan los cuadros de Murillo de España. 

Durante la invasión francesa, tendría lugar un enorme expolio por parte del saqueador “Mariscal Soult” que elevará a cotas inimaginables tanta ignominia.

Muchos cuadros fueron trasladados a Gibraltar para evitar dicho expolio durante la invasión francesa. Desgraciadamente “El Nacimiento de la Virgen de Murillo” se encuentra en la actualidad en el Museo del Louvre.

En la Iglesia de Santa María la Blanca sólo queda el lienzo de “La última Cena” aunque existen excelentes copias como “El sueño del Patricio”, “El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio”, “El triunfo de la Eucaristía” y “La Inmaculada Concepción”, uno de los cuadros más representativos en la trayectoria pictórica de Murillo.

A mediados del siglo XIX, la Inmaculada de los Venerables, robada por Soult, sería vendida por la familia del mariscal a su muerte. Sale a subasta y alcanza la cifra más alta jamás alcanzada por un cuadro en su época “612.000 francos”. Los viajeros románticos acuden a Sevilla buscando cuadros del maestro Murillo al que lo identifican con el alma española.

Monumento a Velázquez, en Sevilla

Poco a poco la gloria de Murillo comenzará a decaer para reconocer a su paisano Velázquez que había estado olvidado durante todo el siglo XVIII.

El legado de sus pinceles

La calidad de su pintura, el uso excepcional que hace de la luz y del color o la creación de un imaginario religioso, hace que la pintura de Murillo vuelva a resurgir.

Murillo forjaría una imagen amable y humanizada del espíritu de la Contrarreforma frente al mensaje de castigo y tenebrismo que impregnaba la pintura religiosa. El pintor sevillano fue un gran narrador de historias religiosas cuyas escenas asimilará el nacionalcatolicismo como parte de su iconografía encasillando al pintor sevillano como “pintor beato”.

Por otro lado, Murillo sería uno de los pintores españoles que más predisposición sintió a la hora de representar la idiosincrasia infantil, cargada de una intensa espiritualidad llegando a ser el pintor de la infancia de familias humildes, huérfanos y vagabundos que recorrían las calles de la antigua Sevilla y que el artista representaría de forma personal. A través de sus cuadros se puede observar un extenso repertorio de vestimentas en los personajes de sus obras, evidenciando su estatus social.


Murillo será también el gran pintor de los niños santos pero al mismo tiempo de la infancia vagabunda, de los pícaros y desamparados por la vida miserable que a pesar de todo, sonríen quedando inmortalizados. Sus cuadros profanos de niños hambrientos y pobres devoran panes, uvas y melones. Murillo fue un artista osado al pintar a niños de la calle en instantes de la vida. 

Este tipo de pintura triunfó en la Europa del Norte aunque en España estaba muy mal considerada, porque no parecía bien que después de pintar escenas religiosas se bajara al fango de la calle para inmortalizar a miserables anónimos. Estos cuadros populares no tenían nada que ver con sus cuadros religiosos aunque la pobreza y miseria de la época la plasmara cargada de santidad. Murillo hubiese pretendido pintar la belleza y la dulzura pero la crueldad y la miseria del siglo que le tocó vivir quedarán inmortalizadas a través de sus pinceles.

Estos cuadros nos sirven ahora para descubrir la vida popular de la España del Siglo de Oro, como si Murillo hubiese actuado como un “Cronista documental de la Villa” en su época. A través de sus cuadros se descubren incluso juegos infantiles de la época.

Los bodegones alcanzaron en el Barroco un enorme esplendor. Murillo practicó el bodegón, aunque no se ha podido localizar ninguna obra con esta temática central se presta atención en los detalles de frutas y flores, para percibir la elevada calidad que debieron tener sus bodegones.

Los bodegones proyectan a los historiadores los alimentos que se comían en la época de Murillo “panes y peces, melón y uvas, vino, frutas, aves de corral y de caza, granos de la Alhóndiga, hortalizas, carne de carnero, gallinas y perdices, vinos blancos y tintos de los viñedos del Aljarafe que se transportaban a América, miel y azúcar, bacalao, manteca de cerdo, sardinas de Huelva, sábalos pescados en el Alamillo que eran muy apreciados, pollos, palomos, aceitunas gordales y alcaparrones, espárragos, huevos, tagarninas, membrillos con miel o roscos de Utrera entre otros productos.

El ajo y la cebolla eran considerados alimentos de los pobres. Oler a ajo era sinónimo de villanía. Las sopas de ajo y el gazpacho era la dieta de los segadores y gente humilde. Murillo dibujaría y plasmaría como legado todas estas escenas cotidianas.



Nuestra particular ruta de Murillo por Sevilla

Los Jardines de Murillo que bordean los jardines del Alcázar “antigua Dar al -Imara” nos acercaban al Callejón del Agua y al popular Barrio de Santa Cruz donde en su plaza se encontraba la antigua Parroquia de la Santa Cruz demolida en 1810 durante la invasión francesa. En el subsuelo de la plaza homónima se encuentran los restos de Bartolomé Esteban Murillo que recibiera sepultura en esa parroquia el 4 de abril de 1682, un día después de su fallecimiento.


Su última voluntad fue que se le enterrase en su parroquia de Santa Cruz y que se le dijeran misas en dicha iglesia y en la del Convento de la Merced. Durante la ocupación francesa en el XIX la iglesia desapareció siendo sustituida por la actual Plaza de Santa Cruz. En alguna parte del subsuelo de esta plaza se encuentra el cuerpo del genial pintor sevillano.

Lamentablemente, nada se conserva de la antigua parroquia, y que el artista solía visitar para participar en los oficios religiosos. Actualmente en el centro de la plaza se encuentra la Cruz de la Cerrajería y en la fachada oeste, la Academia de Bellas Artes colocó una placa en piedra para perpetuar la memoria del genial artista. La calle Santa Teresa nº 8 donde vivió el pintor sevillano hasta su muerte converge con la Plaza del Barrio de Santa Cruz. Es una típica vivienda del siglo XVII, que ha sido convertida en casa-museo.

En la calle Santa Teresa nº 8 vivió Murillo como un pintor plenamente reconocido y admirado por la sociedad sevillana del momento y en ella estuvo emplazado el obrador donde el artista trabajó los últimos años de su vida. La casa de Murillo responde a la tipología de casa-palacio sevillana, con dos plantas y ático cuyas dependencias se disponen en torno a un patio central con cuatro galerías y arquería de medio punto sobre columnas. El edificio sería declarado Bien de Interés Cultural el 8 de marzo de 1995, sufriendo numerosas intervenciones, especialmente durante el siglo XX. Durante el Año Murillo vuelve a ser la casa del artista, un espacio que a través de reproducciones de sus obras, es posible conocer la genial personalidad creativa del artista. 

Es también el punto de partida del itinerario “Tras los pasos de Murillo” cuyo itinerario está conformado por veinte espacios vinculados con la vida personal y profesional de Murillo, en los que se pueden contemplar más de cincuenta pinturas originales y más de ochenta reproducciones de sus obras más relevantes, lo que nos permitirá descubrir la personalidad creativa de un artista excepcional. Murillo supo captar con su pintura, como ningún otro artista, el espíritu de la Sevilla de su tiempo.



En tiempos del Imperio español, la justicia ordinaria era considerada muy severa. La milicia buscaba amparo en los tribunales castrense mientras que el clero lo buscaba en los tribunales eclesiásticos. Los que no formaban parte ni del ejército ni del clero buscaban el “derecho de asilo” en los templos en busca de protección.

Para delimitar la influencia entre la jurisdicción eclesiástica y la civil se colocaron a partir del año 1565 las cadenas que rodean a la Catedral de Sevilla, “Derecho de Asilo”, que marcaba la frágil línea entre el territorio eclesiástico, de los que huían de la justicia civil.

Los mercaderes de Sevilla se reunían junto a las gradas de la Catedral. Cuando las inclemencias meteorológicas dañaban sus intereses, los mercaderes penetraban incluso con sus acémilas en el interior del templo sagrado olvidándose de que éstas aliviaban sus esfínteres proyectando sus abundantes micciones y defecaciones sobre territorio sagrado, lo que lógicamente molestaba al clero, quienes se quejaron amargamente al rey Felipe II por tan desagradables contingencias. Las cadenas también tenían como “efecto colateral” impedir a las caballerías entraran en el templo.

El rey encargó al arquitecto Juan de Herrera la construcción de la Casa Lonja para que en su interior se reunieran los mercaderes. Posteriormente este edificio se convertiría en el Archivo General de Indias. Por tanto, se podría decir que los sucesos que ocurrieron en la Catedral tuvieron como consecuencia la construcción de lo que hoy es el Archivo General de Indias para disfrute de nuestra retina y de los investigadores.
           
                              
Desde el Barrio de Santa Cruz nos dirigimos hacia el Archivo de Indias donde nuestra retina captaba un enorme cañón del galeón “Nuestra Señora de Atocha”. 1616 fundido en bronce, como legado de tiempos pretéritos. El Archivo General de Indias llegó a ser en su momento el antiguo edificio de la Casa de la Lonja con la que mantuvo Murillo una estrecha relación ya que en ese lugar se instaló la primera Academia de Pintura donde se impartirían clases de dibujo, estudio de la anatomía con modelo vivo o el ejercicio de la perspectiva donde los nuevos artistas solventarán las carencias técnicas habituales en los obradores sevillanos.

La Casa de la Lonja -actual sede del Archivo General de Indias- fue proyectado por el arquitecto real, Juan de Herrera, y comenzó a edificarse en 1583, siendo diferentes arquitectos los que intervinieron en su construcción.

La Academia de Pintura fue fundada por Murillo, Juan Valdés y por Francisco Herrera “el Mozo” en 1660 de la que fue presidente entre 1660 y 1663. Aunque apenas duró catorce años, se considera el germen de la actual Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

Visitando el Archivo General de Indias, nos podemos hacer una remota idea del trasiego de la flota de las Indias entre navíos, carabelas, galeones y galeras subiendo el río Guadalquivir cargado de riquezas. Ciento de miles de documentos quedarán archivados en este histórico lugar para documentación de los historiadores e investigadores.


En 1717, además de trasladarse a Cádiz la Casa de Contratación y el Consulado de Indias, se estableció en la ciudad la Escuela de Guardia Marinas de la Armada. Cádiz brillaba cultural y económicamente en su Siglo de Oro. Todo lo que iba y venía pasaba por la ciudad gaditana. 

La Flota de Nueva España que se dirigía a Veracruz, zarpaba en abril y regresaba en julio del año siguiente. En agosto salía otra flota de galeones hacia Cartagena de Indias y Portobelo, regresando a Sevilla, en mayo.

La infancia y primera juventud de Murillo transcurrió en este ambiente de ajetreo comercial donde en la zona del Arenal florecían los oficios tradicionales de la época: cargadores, maestres de naos, aduaneros, corredores de lonja, carpinteros de ribera, calafateros, toneleros, taberneros, etcétera. Pero también el puerto será el lugar idóneo para los pícaros fielmente plasmados en los cuadros de Murillo.


En el puerto se pagaba el almojarifazgo cobrado por los almojarifes -tesoreros encargados de la hacienda Real- que era un impuesto que se pagaba por el traslado de mercancías que entraban o salían del Reino de España. Las Reales Altarazanas eran los grandes astilleros donde se construían los navíos para la Armada Real desde tiempos de Alfonso X el Sabio. 

Sin embargo, en la época de Murillo el puerto de Sevilla, testigo de grandes navegaciones y negocios comerciales comenzaba su lenta decadencia, lo que traerá con el tiempo, el traslado de la Casa de Contratación y el Consulado de Cargadores al puerto de Cádiz -comenzando su Siglo de Oro (1717-1790)-, lo que supuso para Cádiz un crecimiento en todos los sentidos.

Con los reinados de Felipe IV y Carlos II comienza la decadencia de Sevilla al disminuir el comercio marítimo con América y la sustitución del puerto del Guadalquivir por el de Cádiz a lo que hay que añadir las guerras emprendidas por la Corona que tuvieron subidas de impuestos que agravaron la crisis económica. El Ayuntamiento entró en bancarrota y las clases humildes se empobrecieron, a lo que hay que sumar las sequías y riadas que mermaron las cosechas, la epidemia de tifus de 1621 y la peste de 1649, en la que murieron la mitad de la población. La enfermedad, el hambre y la miseria campaban a sus anchas por la antigua metrópolis sevillana.

El cauce del río Guadalquivir se llenaba cada vez más de sedimentos y restos de barcos hundidos que impedían que los grandes navíos cargados de plata ascendieran desde Sanlúcar, lo que hará que Sevilla perdiera el monopolio comercial del Nuevo Mundo en beneficio de Cádiz.

Después de más de tres siglos y medio de su fundación, el Archivo General de Indias recupera el espíritu artístico y formativo que le otorgaron Murillo y Herrera el Joven con la exposición en su interior de reproducciones de dibujos de Murillo y de los artistas que frecuentaron esta emblemática institución , como Herrera el Joven, Valdés Leal, Schut, Arteaga o Iriarte.



La Catedral de Sevilla

La siguiente estación de nuestra ruta nos aguardaba en la Catedral de Sevilla que fuera en tiempos de Murillo el centro neurálgico de la vida religiosa, cultural y cotidiana. Cualquier artista ansiaba trabajar al servicio del Cabildo catedralicio. Murillo era considerado por el Cabildo como el mejor pintor de la ciudad trabajaría para la Catedral entre 1655 y 1667, realizando algunas de sus obras más relevantes.


Desde que en 1401 el Cabildo de la Catedral decide levantar una nueva construcción que sustituyera a la antigua mezquita, muy dañada por el terremoto de 1356, el templo metropolitano se convierte en un gran atractivo para arquitectos y artistas de toda Europa, convirtiéndose en el gran mecenas artístico.

En 1604 el Sínodo convocado por el Arzobispo don Fernando Niño de Guevara ordena que todas las cofradías de Semana Santa hagan estación en la Catedral. Con ello el templo se convierte no sólo en el centro litúrgico sino también devocional de la diócesis. En tiempos de Murillo, La Catedral y el Palacio Arzobispal simbolizaban el poder omnímodo de la Iglesia.


Lienzo de San Antonio de Murillo, en la Capilla de San Antonio (Santa Iglesia Catedral de Sevilla)

Esta medida supone además el control total por parte de la autoridad eclesiástica de las manifestaciones de fe populares regulándose otros aspectos como los días en que se puede realizar la estación de penitencia, los hábitos de los disciplinantes, que no pueden participar mujeres, que se revisen las imágenes y sus vestimentas así como las insignias y que no se puedan crear cofradías sin la aprobación del arzobispo.

Las hermandades y cofradías, romerías, retablos, cruces en las calles, rosarios públicos y toda clase de manifestaciones de la religión celebrada y asumida por el pueblo, se convierten en la punta de lanza de la doctrina tridentina. No sólo hay que tener en cuenta a las hermandades de la Semana Santa, aunque éstas sean las más conocidas y cuyo número se incrementan exponencialmente en los últimos años del siglo XVI y durante el XVII; existen las dedicadas al culto al Santísimo Sacramento, la de las Ánimas, las llamadas de Gloria (que rinden culto a imágenes de la Santísima Virgen), en especial a las patronas de los barrios, etc.

Poco a poco, a través de los siglos, los más destacados artífices dejarán su huella en las distintas dependencias que se van construyendo y en las múltiples obras de orfebrería, pintura, escultura, bordado, música, grabado…

Inmaculada Concepción de Murillo, en la Sala Capitular de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla

Todas las artes y ramas del saber de su tiempo se pondrán al servicio de un único fin, la evangelización y la transmisión de la Fe católica al pueblo fiel. Una gran importancia va a tener también las donaciones de obispos, canónigos y particulares que dotarán a la Catedral, convertida en espejo y orgullo de la propia ciudad, de un patrimonio excepcional. 

Bartolomé Esteban Murillo trabaja en el Cabildo desde 1656 hasta casi el final de su vida. No sólo se dedicó a realizar obras de nueva factura sino que también se encargó de algunas restauraciones. La mayor parte de sus obras permanecen en los mismos lugares de la Catedral para las cosas que fueron pensadas.

El hijo de Murillo, Gaspar Esteban llegó a ser canónigo de la Catedral, siendo enterrado en la nave de San Pablo, en el lateral del Altar Mayor. 

La Catedral exhibe entre otras importantes obras los cuadros de La Inmaculada -en la Sala Capitular-, San Antonio de Padua en la Capilla de San Antonio y San Isidoro y San Leandro -en la Sacristía Mayor- entre otras importantes obras de Goya o Zurbarán.


San Isidoro y San Leandro de Murillo, en la Sacristía Mayor de la Catedral de Sevilla

Desde la Catedral colocamos nuestro sextante barroco en la Iglesia de Santa María la Blanca, que fuera antigua mezquita y sinagoga judía convertida en templo católico. Allí se encuentra un ciclo de cuatro pinturas encargadas por su párroco y probablemente, el canónigo Justinio de Neve. 




El espectador del siglo XVII sentía especial empatía por los asuntos religiosos como la Sagrada Familia. A través de los pinceles, Murillo consigue que los personajes sagrados se muestren accesibles mostrando con franqueza sus sentimientos. A través de la emoción, su apariencia terrenal se transforma en figuras de elevada espiritualidad. Las imágenes de Murillo comulgan en privado con el individuo sin la mediación de la Iglesia.


Iglesia de Santa María la Blanca "El sueño del patricio Juan y su esposa" (copia a mano del original).

Dichas obras estaban dirigidas a exaltar a la Virgen María y narrar el origen de la advocación de la iglesia: Santa María de las Nieves de Roma. Las pinturas fueron expoliadas por el mariscal Soult y actualmente son cuatro las reproducciones las que han devuelto el significado espiritual al templo. Conserva una obra original de Murillo “La Santa Cena” ejecutada por el artista en 1650.


El Hospital de los Venerables Sacerdotes fue fundado por Justino de Neve en 1675 para dar asilo a los sacerdotes ancianos e inválidos. Murillo, Valdés Leal y su hijo Lucas Valdés estuvieron vinculados con los Venerables. Llegaría a albergar hasta cuatro cuadros de Murillo. "La Inmaculada Concepción" de los Venerables de Murillo sería expoliada por el mariscal Soult. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado.



Más tarde colocamos nuestro punto de mira en la Iglesia de la Magdalena, donde se encuentra la pila bautismal donde se bautizara Murillo el 1 de enero de 1618 y también el lugar elegido por Murillo para contraer matrimonio en 1645 con Beatriz de Cabrera.

La relación del artista con la antigua y desaparecida Iglesia de Santa María Magdalena fue estrecha durante su infancia y juventud, ya que la vivienda del pintor se situaba en su entorno. Murillo ingresaría en 1644 en la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario.



El Hospital de la Caridad junto a las Reales Altarazanas sería creado el siglo XV con la misión de dar cristiana de atender a enfermos y mendigos y en última instancia dar sepultura a los numerosos cadáveres que o bien no eran reclamados o carecían de recursos por pertenecer a familias humildes. En dicha hermandad ingresó Murillo en 1665. Posee valiosas obras del pintor Murillo de entre 1667 y 1670 como Santa Isabel de Hungría cuidando a niños tiñosos, San Juan transportando a un enfermo, la multiplicación de los panes y los peces, Moisés haciendo brotar el agua de la roca de Horeb, San Juan Bautista Niño, Salvador Niño, o la Anunciación entre varias copias a mano de originales como el regreso del hijo pródigo, la curación del paralítico en la piscina de Jerusalén, Abrahám y los tres ángeles o la liberación de San Pedro.


Miguel de Mañara (1627-1679)

La Sevilla en la que nació Don Miguel de Mañara en 1627 era una urbe de grandes contrastes, en la que las riquezas y carácter cosmopolita del siglo anterior convivían junto a evidentes síntomas de decadencia donde la pobreza más absoluta se adueñaba de sus calles mientras que los derroches, vicios y pecados coexistían junto a la religiosidad y piedad más encendidas.

Don Miguel de Mañara pertenecía a una noble familia de origen italiano enriquecida gracias al comercio, obteniendo Don Miguel el privilegio de ser Caballero de la Orden de Calatrava a la temprana edad de ocho años. Su educación estuvo vinculada a la de un joven destinado a recibir el mayorazgo familiar en disciplinas como la poesía, equitación o el manejo de la espada. Pero su vida cambiaría por completo en 1661, año en que fallecería inesperadamente su joven esposa, lo que le hizo cerciorarse por completo de la brevedad de su vida, la certidumbre de la muerte y la vanidad de las glorias de este mundo, orientando su vida desde entonces a una vida activa al servicio de Dios a través de la asistencia a los más necesitados de la sociedad.

Atraído por fines piadosos de la Hermandad de la Santa Caridad, ingresó en esta Hermandad, revitalizándola desde su nombramiento como Hermano Mayor, dándole un sentido trascendente y consagrando desde entonces su vida, esfuerzos y su fortuna, desarrollando profundas meditaciones de carácter espiritual.

Su muerte en 1679 causó honda conmoción en la sociedad sevillana de la época, especialmente entre sus Hermanos iniciándose un proceso de beatificación, que aun continúa abierto en la actualidad, en reconocimiento de las virtudes en grado sumo de un hombre cuyos actos de misericordia al frente de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla.


Hospital de la Caridad

Cuando entramos en la Iglesia del Hospital de la Caridad se puede observar que a través de los cuadros de Murillo, Valdés Leal y Roldán, se proyecta la búsqueda de la caridad y de las obras de misericordia como por ejemplo los óleos que representan escenas bíblicas como “dar de comer al hambriento o de beber al sediento, recibir al hijo pródigo, etcétera”.

Murillo estuvo vinculado a la Hermandad de la Santa Caridad tanto en lo personal como en lo profesional, especialmente con su Hermano Mayor, Miguel de Mañara. En 1655 ingresó el artista en esta institución y entre 1667 y 1670 trabajaría a su servicio, realizando algunas de sus pinturas más relevantes y contribuyendo a convertir la Iglesia de la Caridad en el interior eclesiástico más deslumbrante del barroco español, donde se pueden contemplar siete obras originales de Murillo y cuatro copias que le han devuelto al templo su significación espiritual.


Al entrar en la Iglesia del Hospital de la Caridad, nuestra retina capta el Retablo Mayor, cuyo promotor así como en la mayoría de las obras fueron contratadas por su Hermano Mayor Don Miguel de Mañara.

Los autores del Retablo Mayor entre el 13 de julio de 1670 y el 5 de febrero de 1675 fueron el ensamblador Bernardo Simón de Pineda, de la estructura arquitectónica, el escultor Pedro Roldán de la imaginería y el pintor Juan de Valdés Leal en el dorado y la policromía. Su precio fue de 12.000 ducados de la arquitectura y escultura y 10.000 ducados por el dorado y la policromía.

Don Miguel de Mañara deseaba decorar el presbiterio de la iglesia con un espléndido retablo mayor confiando su construcción al mejor equipo que existía en Sevilla. Como resultado sería el retablo teatral más fastuoso del arte español y una de las joyas del barroco europeo.

Preside el conjunto la historia del Santo Entierro, que simboliza la séptima obra de misericordia y constituye “el fin principal de nuestro instituto”, sepultar a los muertos.

Pinturas de la cúpula

Entre 1678 y 1682 el pintor Juan de Valdés Leal decoró al fresco la cúpula del antepresbiterio. Bajo las enjutas dispuso a cuatro santos que practicaron la caridad activa en alusión a don Miguel de Mañara, que fue conocido en Sevilla como “el padre de los pobres” y el gran limosnero de la ciudad”.

En las pechinas campean los cuatro Evangelistas como reveladores de la Verdad cristiana, va cuya búsqueda dedicó Mañara sus escritos y consagró su apostolado seglar. “El fundamento de la Regla de la Santa Caridad -dirá- es creer en la Palabra de Dios, que ni puede engañar ni ser engañado”.

El programa pictórico se cierra con la presencia, entre los gallones de la cúpula, de ocho ángeles que portan los atributos de la Pasión de Cristo. Eran los únicos emblemas admitidos en el templo, pues Mañara prohibió a sus hermanos colocar escudos de armas o cualquier otro signo de vanidad mundana.


La Hermandad de la Santa Caridad

Aunque de origen incierto, la fundación de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla se relaciona con la acción caritativa promovida a mediados del siglo XV por Pedro Martínez, clérigo y racionero de la Catedral hispalense que, en una capilla frontera a ésta, efectuaba el piadoso acto de dar sepultura a los ajusticiados que nadie reclamaba, así como a los ahogados en el río Guadalquivir.

Desde principios del siglo XVI existe constancia ya de la existencia de una hermandad que bajo el título de la Santa Caridad, radicada en la primitiva capilla de San Jorge del marinero barrio del Arenal, la labor iniciada por el referido clérigo.

El proceso de reforma de la Hermandad emprendido en el siglo XVII coincidió con el ingreso en ella del caballero Don Miguel Mañara, quien desde su nombramiento como Hermano Mayor, ampliaría sus antiguas dedicaciones al cuidado y alojo de peregrinos y enfermos, promoviendo para ello la construcción de diversas enfermerías y esforzándose también en concluir la edificación de la Iglesia de su Hermandad y su costosa decoración, recurriendo para ello a los más afamados artistas de la Sevilla del Barroco. La Hermandad avanzó considerablemente bajo el gobierno de Mañara destacando la silla de manos para el transporte de enfermos como labor caritativa de sus miembros.

La Hermandad continuaría con su labor asistencial y hospitalaria a pesar de las coyunturas políticas y económicas. Atraídos por el prestigio de la Santa Caridad, insignes personajes ingresaron en ella, destacando la estrecha vinculación de la Hermandad con la Casa Real española durante el siglo XIX “duque de Montpesier y la Reina Isabel II”, única mujer que ha sido admitida como hermana de la Santa Caridad. Igualmente importante ha sido la vinculación de la Sede Hispalense con la Santa Caridad, figurando en ella el Cardenal Arzobispo de Sevilla Beato Marcelo Spínola.


La multiplicación de los panes y los peces

Promotor: Don Miguel de Mañara, fundador del Hospital de la Santa Caridad.

Autor y fecha: Bartolomé Esteban Murillo, hermano de la Santa Caridad (1670)

Características: óleo sobre lienzo, 335 x 550 cm. Precio de 15.975 reales.

El óleo r
epresenta el milagro realizado por Cristo en el monte que bordea al Mar de Tiberiades donde multiplicó cinco panes de cebada y dos peces para dar de comer a la muchedumbre de cinco mil hombres que le seguía y escuchaba. El evangelista San Juan (6, 1-13) concluye la narración catequética diciendo que, una vez saciados, dijo Jesús a sus discípulos: “Recoged los pedazos para que no se pierda nada. Los recogieron y llenaron doce cestos de trozos sobrantes”. 

Mañara eligió este asunto para simbolizar la primera de las Obras de Misericordia: "Dar de comer al hambriento".


Moisés haciendo brotar el agua de la Peña

Promotor: Don Miguel de Mañara, Fundador del Hospital de la Santa Caridad.

Autor y fecha: El pintor Bartolomé Esteban Murillo, Hermano de la Santa Caridad (1670).

Características: Óleo sobre lienzo. 335x550 cm. Precio: 13.300 reales.

Representa el milagro realizado por Moisés, en la peña de Horeb, durante la travesía de los israelitas por el desierto en busca de la tierra prometida. Acuciados por la falta de agua, le preguntaron ¿Por qué nos hiciste salir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Moisés se encontró a Yavé, que le indicó: “hiere la roca con el cayado y saldrá de ella agua para que beba el pueblo (Éxodo 17, 1-7).

Mañara eligió este asunto para simbolizar la segunda de las Obras de Misericordia: "Dar de beber al sediento".
 




El Museo de Bellas Artes de Sevilla como epílogo de nuestra ruta

Desde la Plaza del Duque donde nos detuvimos para apreciar el monumento a Velázquez, que formara parte del tridente español del Barroco junto con Zurbarán y Murillo, colocamos nuestro sextante en la calle Alfonso XII que nos acercaba hasta la Plaza del Museo, donde nuestra retina captaba sobre un pedestal una enorme estatua en bronce de Bartolomé Esteban Murillo realizada en 1864 por el escultor madrileño Sabino de Medina. Representa al pintor de pie junto a un estrado donde se apoya y sostiene una paleta y un boceto.

Junto al monumento a Murillo se erige la bella fachada del Museo con su portada barroca construida en el último tercio del siglo XVIII destacando en el vestíbulo una bella azulejería “azzuláyg” sevillana procedente de conventos sevillanos desamortizados. 


El Museo de Bellas Artes está articulado en torno a sus tres patios y una gran escalera realizada por Juan de Oviedo y de la Bandera entre 1602 y 1613, lo que constituye junto a los tres patios y la iglesia, en el núcleo esencial del edificio. Entre los patios se sitúa el eje vertical de la escalera, conectándolos en sus diferentes niveles y ordenando los recorridos. Con doble arranque en sus dos tramos, la escalera consta de dos cuerpos coronados por una cúpula octogonal sobre trompas. Su rica decoración estucada constituye un muestrario del repertorio ornamental manierista. Esta decoración se intensifica en la luminosa cúpula, esfera celeste que presenta un interesante programa iconográfico mariano. La bella composición de esta escalera, su belleza plástica, la convirtió en el origen de un modelo que alcanzó gran difusión en Iberoamérica.


Cúpula del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Foto realizada en el año 2002

El Museo de Bellas Artes de Sevilla atesora un importante número de obras, contribuyendo a ser un importante referente en la pintura. Se ha convertido en un lugar emblemático para el conocimiento artístico de Murillo, ya que conserva una de las más importantes colecciones de pinturas del artista. 

Fue fundado como “Museo de Pinturas” en 1835, ocupando el antiguo convento de la Merced Calzada de Sevilla, el edificio albergó las obras de arte requisadas a las instituciones religiosas durante la Desamortización de Mendizábal (1836), entre ellas, relevantes pinturas de Murillo. Dichas pinturas configuran una excepcional muestra del talento creativo del artista, desde su época juvenil hasta la consolidación de su estilo donde se demuestra su madurez y plenitud.

El Museo de Bellas Artes fue un antiguo convento de la Merced construido para los Mercedarios entre 1603 y 1612 aunque desamortizado en tiempos de Mendizábal. Su iglesia tiene forma de cruz latina y una bella bóveda de media naranja bellamente decorada. En tiempo de la invasión francesa sufriría un importante expolio (mariscal Soult).



En la sala VII pueden contemplarse muchas obras de Murillo que junto con Zurbarán y Velázquez llegarían a ser una de las figuras principales de la pintura barroca sevillana y española. 

Desde mediados del siglo XVII el estilo de Murillo comenzó a imponerse en Sevilla mientras se abandonaban progresivamente los esquemas zurbaranescos. Dentro del amplio círculo de artistas influenciados por Murillo destaca Pedro Núñez de Villavicencio (1640-1721) formado en Italia y Juan Simón Gutiérres (1643-1718), y quizás otro discípulo suyo sería Francisco Neneses Osorio (1640-1721).


La relevancia del pintor en el ambiente artístico de la ciudad se demuestra por los altos salarios que recibió por sus obras y cuyas liquidaciones se conservan en el Archivo de la Catedral de Sevilla. Mantuvo relaciones de estrecha amistad con los canónigos Justino de Neve, Federigui, Loaysa y otros. Esta relación le llevó a ser uno de los expertos que entre 1649 y 1652 informaron en la causa de canonización de San Fernando sobre la iconografía del rey.



En la Exposición Universal sobre la obra de Murillo en Sevilla -29 de noviembre de 2018 a 17 de marzo de 2019- se puede observar una profunda espiritualidad en la pintura devocional plasmada a través de sus pinceles. Su obra nos proyecta escenas cotidianas que no dejan indiferente a quien las observa, transmitiendo al espectador imágenes de gran belleza, desde la pintura religiosa “La Inmaculada” hasta los óleos que plasman a la perfección la realidad social de la Sevilla del siglo XVII entre santos, mendigos, pícaros y adinerados que podían permitirse ser retratados por el más prestigioso maestro de la ciudad hispalense.

La Gloria de Murillo sobrepasa el tiempo y el espacio. Desde el Renacimiento este tipo de pinturas se ha dividido en dos ámbitos: el terrenal y el celestial. Pero Murillo integra ambos bajo una única composición a través de un acertado uso de los recursos lumínicos.

La Inmaculada es el tema más popular de cuantos realiza el pintor. Una profunda devoción que arraigará en Sevilla del siglo XVII y que quedará plasmado a través de los pinceles de Murillo, identificado con la Sevilla de la época y que decoró alguno de sus más señalados monumentos y a sus habitantes independientemente de su categoría social.

Después de deleitar nuestra retina con las grandes obras de Murillo donde la Inmaculada brilla con luz propia observamos el autoretrato en óleo sobre lienzo de Murillo (hacia 1650-1655). 107x77 cm.Nueva York, Frick Collection.

Murillo aparece dentro de un grueso bloque de mármol donde se muestra juvenil, vital y clavando fijamente la mirada en el espectador. Los tonos claros del mármol contrastan con los colores más oscuros del interior del óvalo, en el que resaltan algunos toques del blanco de la camisa, el enmarcado y el rostro del pintor, con lo que se logra centrar la atención sobre él. Se presenta Murillo bajo la apariencia de un noble, vestido elegantemente y de forma muy semejante a algunos ricos comerciantes que retrató.



No debemos de olvidar que durante la invasión francesa, el Alcázar acogería cientos de obras expoliadas por las tropas napoleónicas, de las cuales 45 serían de Murillo. Tras su expulsión, sólo quedaron 8 obras de Murillo. El resto serían expoliadas por las tropas francesas.

Desde el Museo de Bellas Artes de Sevilla, para el blog de mis culpas...


P.D. En el anverso de la moneda cabe destacar que aunque sea cierto que la Exposición sobre Murillo sea una oportunidad para el reencuentro con muchas de sus obras y descubrimiento de otras, ¡la verdad es que tiene mucho malaje! -como se dice en nuestra tierra- que no se puedan realizar fotografías sin flash no sólo a los cuadros, sino a los textos explicativos de su obra, aduciendo derechos de autor. Sin embargo, en la National Gallery de Londres, no tuvimos ningún impedimento para plasmar gráficamente nuestra visita al Museo.


Bibliografía

Museo de Bellas Artes de Sevilla
Casa Museo de Murillo
Archivo General de Indias


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