Érase una vez un pueblo sevillano situado entre la campiña y la serranía, donde vivía una familia de condición muy humilde, cuyos precarios medios difícilmente llegaban para cubrir el sustento diario. Conocida por sus vecinos por su amabilidad, esta buena gente, jornaleros del campo, tenía tres hijos. El más pequeño era de temperamento tranquilo, sensible y, a la vez, observador de todo lo que sus hermanos mayores realizaban. Cuando jugaba con sus hermanos, prestaba atención en todo y, si alguna cosa le interesaba, procedía a realizar y mejorarla siempre que sus fuerzas le acompañaran. Su familia era consciente de que la inteligencia del menor de los hermanos era digna de elogio; y es que Ismael ponía mucho cuidado y atención en lo que hacía.
El protagonista de nuestra pequeña historia se llama Ismael. Este zagal procuraba aprovechar el tiempo todo lo que podía y, en sus ratos libres, se dedicaba a jugar con los animales que encontraba a su alrededor. Un día vio que una de sus cabras no podía caminar con la soltura que acostumbraba al tener una pata lesionada. En aquel mismo instante sin dudarlo, procedió a aliviar su dolor. Pensó colocarle una especie de apósito que ya había visto realizar a su padre en otras ocasiones compuesto de varias hierbas del campo haciéndole un poco de presión sobre la lesión a través del vendaje. De esta forma, su inseparable amiguita acabaría encontrando una mejoría considerable. Mientras curaba al animal, la cabra lo observaba con la mirada fija, como dándole las gracias por el bien que estaba haciendo.
Todos los días, Ismael comprobaba el vendaje de su cabra para ver si se encontraba dispuesto de forma correcta y al mismo tiempo daba de comer para que el animal se alimentara convenientemente.
Al cabo de unos días, vio cómo su amiguita se trasladaba de un sitio para otro con ciertas dificultades, pero notó que había mejorado de sus dolencias. Entonces procedió a quitarle el vendaje. En varios días más se recuperó totalmente su cabrita. Agradecido, el animal siempre acompañaba al niño a todas partes que podía, agradeciéndole todo el bien que había hecho. De no haber sido por Ismael, tal vez no se hubiera curado y quizás hubiese padecido hasta el límite de perder la vida en cualquier regajo del campo. Ismael reflexionaba, diciéndose a sí mismo:
- ¡Qué instinto y fidelidad tienen los animales y cuánto carecemos de ellos algunas personas!.
Evidentemente el pequeño iba creciendo. Su padre Francisco lo mandó a un colegio cercano a su casa, ya que esta familia vivía en los extramuros de Morón. Quería que en el futuro Ismael fuera un hombre de provecho. Cuando Ismael llegaba del colegio cada día, antes que nada visitaba a su inseparable amiga, mirando si le faltaba agua o comida. Una vez que había atendido a sus animales, entonces tomaba la merienda que le preparaba María, su querida madre y acto seguido realizaba sus deberes no dejando nunca de realizar los ejercicios que le ponía su entrañable maestro para la jornada siguiente.
El maestro ya se había dado cuenta de la inteligencia de aquel chiquillo hasta el extremo de que se adelantaba por su entrega a todos los de su edad y tenía que ponerle los deberes como si estuviese en un curso superior. Conforme el niño crecía, comentaba con sus hermanos su amor por la historia sin olvidar la flora y los animales que siempre le habían acompañado y por los cuales sentía un enorme respeto y cariño.
Cuando el tiempo se lo permitía ayudaba a su padre Francisco y a sus hermanos Paco y Pepe en las tareas del campo, cuidando y ordeñando una pequeña piara de cabras o ayudando a la familia a la recolección de las aceitunas, sin importarle el frío en los gélidos meses de noviembre y diciembre. Ismael estaba orgulloso de sus progenitores y a veces se le saltaban las lágrimas cuando veía los surcos del trabajo en la cara de su padre por culpa de las inclemencias del tiempo junto a los dolores de lumbago que padecía continuamente.
Pero a pesar de todo, aquel viejo el campesino encorvado por el peso del trabajo y de los años daba continuamente ejemplo de pundonor y fortaleza a sus hijos, aún con sus canas de plata correspondiente sin caer en el olvido de que su madre era una auténtica esclava del hogar, ya que su tarea no terminaba nunca, desde el crepúsculo hasta el ocaso del día.
Su padre se levantaba cada día muy temprano y pasaba de puntillas por la casa para no despertar a la familia. A continuación ordeñaba una vaca que tenía en el establo para tener la leche a tiempo para el desayuno que compartían todos juntos. Después comenzaba la rutina diaria con las faenas del campo, con mucho sudor y angustia, dado los escasos jornales del campo.
Así pasaba las jornadas nuestra querida familia, como la de tantas familias andaluzas ancladas casi en la miseria donde los días, meses y años ven pasar su juventud, consumiéndose en su glorioso caminar, sin que nada de lo hecho hasta entonces fuese nunca valorado por el patrón cuando eran contratados con la eventualidad característica para recoger aceituna negra en las gélidas tierras del campo andaluz.
Pero el amigo Ismael iba más allá en el pensamiento y reflexionaba con la madurez que tal vez muchas personas mayores no llegaran a alcanzar nunca:
¡Cuando el señorito haya exprimido a mi padre, lo arrinconará en el sendero del olvido. Esa era la auténtica filosofía de los señoritos cortijeros del campo andaluz!.
¡Qué frase más profunda y a la vez realista para un chiquillo de tan corta edad, en una comarca tan deprimida y con tan nefastas perspectivas como era la Sierra Sur de la provincia de Sevilla!.
- Haciendo memoria hijos, se me vienen al pensamiento tiempos pretéritos en los que entre unos arrepentidos y otros, con las camisas cambiadas, han estado comiendo desde entonces a dos carrillos y a mandíbula abierta durante más de cuarenta años, bajo el régimen anterior... Fueron unos tiempos muy difíciles y precarios a la vez, porque el hambre gozaba de total libertad para entrar en todos los hogares necesitados. Había personas que se tiraban varios días sin comer nada, despertándose cada día con los estómagos vacíos y el sufrimiento consiguiente al saber quienes eran los culpables de toda esta amalgama de hambre, comentaba el padre en la mesa sobre las miserias de la vida, recordando que fueron la trágica guerra civil del año 1936 y la postguerra las que siempre estuvieron presentes en sus deterioradas neuronas.
Ismael se rebelaba en su interior. Quería ser un gran médico para poder sacar a sus padres de aquel traumatismo emocional.
- Cuando la vejez sorprenda a mis padres, intentaré aliviarles hasta el alma si ello es posible – pensaba para sus adentros el muchacho.
Pero evidentemente su familia carecía de los recursos económicos necesarios para poder mantenerlo en la capital durante su futura etapa universitaria. El fatigoso trabajo de sol a sol cuando existía faena sólo daba para comer aunque Ismael ayudara a sus padres sobre todo en las vacaciones, durante las tórridas jornadas de los meses de julio y agosto.
Ismael se llevó una agradable sorpresa cuando vio aparecer un día al cartero.
- ¡Una carta certificada para ti!, le dijo el buen hombre.
- ¡Papá! ¡Papá! ¡Una carta! ¡Una carta que lleva el membrete de la Universidad!.
El joven la abrió como el que espera algo importante en su vida y así fue en efecto. Le habían otorgado una beca debido a sus brillantes calificaciones en el Instituto. Su madre le dio un abrazo tan fuerte que lo recordaría toda su vida. La familia saltaba de júbilo.
- ¡Papá, te prometo que no soltaré la beca hasta que no acabe por completo mis estudios. Sé muy bien el sacrificio que estáis realizando por mí!.
Conforme iba creciendo, Ismael se fue dando cuenta del mundo hipócrita en el que vivía, comprobando en la vida cotidiana la célebre frase: “Tanto tienes, tanto vales”, o “poderoso caballero es don dinero”. Además, se daba cuenta de que el campesino sigue caminando como un barco sin timón, bajo los peligrosos arrecifes del despido y sin las ayudas necesarias. Todo un camino empedrado donde (h)unos viven de la sangre del pobre. Pensaba que cada uno lleva su pesada cruz a cuestas hacia su Gólgota particular, con la máxima dignidad que puede.
Su padre Francisco y sus hermanos Paco y José, cambiaban impresiones sobre las faenas del campo: Por desgracia, los campesinos carecemos de proyectos a largo plazo debido a la eventualidad de nuestras circunstancias y, con los años nos arrojan al foso común del paro.
Era evidente que toda esa dura experiencia le iba marcando su personalidad, aunque también lo traumatizaba al crearle cierta dosis de ansiedad cuando sus hermanos y su padre perdían el dichoso empleo, lo que le impedían ganarse el sustento diario.
Y claro, tales circunstancias se irían marcando en el carácter del amigo Ismael. En primer lugar, porque tenía una sensibilidad a flor de piel y, en segundo lugar, porque no podía evitar revelarse contra las injusticias. Era evidente que entendía el dicho:
“Cuando se nace pobre, el estudio y la cultura rompen las cadenas de nuestra ignorancia”.
Ismael ya en la Facultad de Medicina cambiaba impresiones con su profesor Sebastián:
- ¿Cuál es la especialidad dentro de la medicina con la que te sientes más identificado, Ismael? – le preguntó el viejo profesor.
- Mire usted don Sebastián, desde que tengo uso de razón, siempre he querido estudiar algo que me permita ayudar a toda persona que necesite de mis modestos conocimientos para mejorarle un poco la vida.
- Para todos estos menesteres, ¡no te gustaría dedicar tu vida como futuro médico en la geriatría!, le aconsejaba el viejo profesor, asombrado de la madurez de este adolescente que le manifestaba:
- Por supuesto. En mi modesta opinión, la universidad debería servir no sólo para formar al individuo (un título es muy importante, por cierto, don Sebastián), sino dotarlo de esa capacidad crítica que le permita siempre distinguir entre el bien y el mal, para mejorar día a día nuestra sociedad. Debemos ser tolerantes, creando una escala de valores que germine sobre la tierra fértil que serán nuestros hijos el día de mañana. También, mí querido profesor, la universidad tendría que revelarse contra toda clase de injusticia y exclusión social.
El viejo profesor se estaba quedando impresionado por la profundidad de las palabras de aquel joven universitario que no eran usuales.
- A las personas en plena madurez no se las debe arrinconar sin motivo alguno porque para mí, profesor y amigo Sebastián, si usted me permite el comentario “la universidad de la vida me enseña tanto o más que la formación propiamente dicha – filosofó el amigo Ismael.
Ismael estaba lanzado como si de un foro se tratara, dialogando con don Sebastián que, dicho sea de paso, gozaba de tan inesperado placer en el que la Ética con mayúscula brillaba con luz propia.
- Si la sociedad no reflexiona, tiraremos por la borda mucha experiencia y trabajo que tanto nos ha costado a todos forjar con los recursos de todos.
Cuando pronunciaba estas palabras se estaba acordando de su padre y sus hermanos Paco y Pepe que no le rendían nunca pleitesía a la razón que provenía de la fuerza, optando siempre por la fuerza que otorgaba la razón.
El profesor estaba tomando conciencia de que tenía no sólo un gran estudiante, sino un diamante en bruto que se iría puliendo hasta convertirse en un gran profesional de la medicina de enorme talla ética al que le importaba más el juramento hipocrático que los futuros privilegios, pluses y mamandurrias, cuyo dilema tendría que soportar y valorar como consecuencia de la presión de las mutuas y demás organizaciones de medio pelo…
La única satisfacción que tenía la familia de Ismael eran las buenas calificaciones obtenidas en sus estudios. Llegaban los exámenes y siempre sacaba la máxima nota, incluso en las clases prácticas. Al empezar el siguiente curso, le pasaba otro tanto igual que el anterior; y así sucesivamente, hasta que llegó el final de su brillante carrera de medicina.
- Gracias al sacrificio de mi familia, mi vida un giro de 360º le manifestaba Ismael al anciano profesor.
- Ya has aprendido lo principal, -le contestó Don Sebastián sonriendo- muy pronto no necesitarás de nuestros conocimientos ya que iniciarás tu propia senda profesional.
Una vez finalizados sus estudios de medicina sería destinado al Hospital Comarcal de Morón “ La Milagrosa “ como médico en U.C.A. y Cuidados Paliativos.
El joven doctor se acercó a uno de los pacientes y le dijo:
- ¿Qué le pasa señor?.
- ¡Eso quisiera yo saber, qué es lo que me pasa!. Mire usted, doctor, toda la vida trabajando en el campo, labrando la tierra de sol a sol, abriendo surcos, gavias y desvaretando olivos. Ahora la dichosa artrosis con los dolores de espalda me tienen acobardado y desde la atalaya de la impotencia que me otorga la vejez le pido a Dios que me recoja de una vez por todas! – manifestó el anciano, indicándole sus síntomas y contándole un poco de su vida, como desahogo personal.
- Doctor, ¡ahora que podría disfrutar un poco de mis nietos, me sorprenden las enfermedades y las caídas!. Dios escribe muchas veces con renglones torcidos…
Y diciendo esto el anciano, le brotaron al joven médico las lágrimas, porque en realidad se estaba acordando de la dura vida de sus padres y de sus hermanos olvidados de la mano de Dios en un viejo cortijo.
- Mire usted doctor, me duele la espalda y el dolor se va hacia la pierna derecha. ¡Es un dolor insoportable!.
- Tiene usted una lumbalgia que le irradia hacia el nervio ciático, que pasa por su pierna.
- ¡Eso es doctor! – le contestó el abuelo. Le mandaré una radiografía y un tratamiento para que mejore de sus dolencias. ¡No se preocupe!. Si hace usted las cosas como yo se las indico, pronto llegaremos a ser buenos amigos.
Y en efecto, todo ocurrió como el joven doctor había indicado. El trato afable y delicado con que cuidaba a los ancianos enfermos le había supuesto que los pacientes del hospital lo bautizaran con el sobrenombre de “San Ismael”. Al cabo de unos días, el Dr. Ismael volvió a interesarse por el anciano para verle su dolor de espalda y después de varias cajas de inyectables el anciano estaba en disposición de irse a su casa, ya que las pruebas realizadas habían descartado otras complicaciones. Tan sólo le mandó rehabilitación para que su pierna se adaptara de nuevo al movimiento.
En otra ocasión, le dio el alta a otro enfermo con una seria patología tras una larga enfermedad. Una vez llegada esta noticia a sus superiores, éstos acordaron reunir a todo el equipo de doctores del hospital para dar una especie de ponencia sobre aquel “milagroso tratamiento”, ya que se trataba de una enfermedad fuera de lo común, por lo incurable de su patología.
Todo el equipo médico del hospital de referencia lo avaló para que prestara sus servicios con mayor responsabilidad en un importante distrito de la capital. Pero el Dr. Ismael era muy feliz en su Hospital Comarcal de Morón, donde cada vez le llegaban mayores y nuevos retos. A todo enfermo que era intervenido por el prestigioso cirujano, sus heridas le sanaban en un tiempo prudencial. Pronto, su formación y experiencia lo transformaban en un profesional más importante y mejor persona. Siempre decía a sus colegas cuando se presentaba la ocasión, que el mayor capital que puede poseer un ser humano no se encuentra en una cuenta corriente sino en llegar a ser buena persona.
El Hospital Comarcal de Morón pasó a ser punto de referencia para muchos centros sanitarios de toda la comarca, alcanzando un enorme prestigio en numerosas especialidades, hasta el punto de que muchos futbolistas del Real Betis o del Sevilla cambiaban impresiones con sus doctores en especialidades de cardiología, traumatología y columna vertebral, recientemente instaladas.
Junto a sus colegas, el doctor Ismael hizo gestiones a nivel de la Junta de Andalucía y consiguieron ni más ni menos que se ubicara junto al Hospital una “Diplomatura de Enfermería para Morón”, donde también daría clases a los futuros sanitarios, a los que inculcaría su particular escala de valores manifestándole que el juramento hipocrático había que llevarlo sobre todo en el corazón. Al mismo tiempo hizo las oportunas gestiones para convertir la antigua posada en ruinas -denominada en tiempos pretéritos “Cilla de los Canónigos”- en un moderno hotel para que muchos de los estudiantes tuvieran un lugar digno donde pernoctar.
En una de sus primeras clases referente a las enfermedades mentales, les decía a sus alumnos:
- “Debemos de afrontar la depresión y la enfermedad con la mejor disposición posible ya que, desde nuestra privilegiada atalaya que nos otorga la medicina, debemos evitar el sufrimiento físico y mental, en las medidas de nuestras posibilidades”.
Pero el Dr. Ismael no se conformó con lo conseguido y siguió luchando por su pueblo porque en sus genes dominantes llevaba lo esencial que debe tener un ser humano: servir al prójimo. Realizó gestiones a todos los niveles porque consideraba que, con carácter de urgencia, había que construir una nueva Residencia de Ancianos Pública en su pueblo para darle acogida muchas personas mayores de Morón y su comarca ya que por derecho propio lo tienen merecido después de haber pasado una vida llena de penurias al haber trabajado muy duro.
La experiencia le demostró que podría conseguir proyectos y logros sociales para su pueblo. Pero para tan magna empresa tendría que asociarse de algún modo a través de algún partido político que canalizara sus inquietudes y utopías. Pensaba que cualquier grupo humano para conseguir los objetivos que se propone, necesitaba de la oportuna organización. Se preocupó de que todos los edificios sanitarios de Morón contaran con un plan de emergencia y evacuación contra incendios que fuera funcional ya que muchos pacientes en hospitales y residencias permanecían encamados y por tanto, su posible evacuación sería un tanto compleja.
Por otro lado, entendía que por su pueblo han pasado generaciones que dejaron huellas imborrables y que todas las personas en la medida de sus posibilidades debieran dejar las suyas para que la retina del recuerdo perviva en la Memoria Colectiva de los pueblos y de sus gentes.
No sabía que reflexionando de esa forma estaba cimentando su personalidad de tal manera que estaba haciendo una política constructiva, casi desconocida en su época, ya que siempre los intereses y mamandurrias de algunos “lumbreras” han primado por encima de lo público.
- El noble arte de hacer política merece el mayor de los respetos. Los partidos políticos tendrían que hacer todo el bien por su pueblo y deberían terminar su mandato con una buena hoja de servicios y llamarle siempre al pan, pan y al vino, vino.
- Porque, para partir el pan de los pueblos, hacen falta las dos manos, la derecha y la izquierda. Y si tienen que unificar criterios de mínimos, bienvenidos sean. A cualquier ciudadano se le puede ocurrir una gran idea y por tanto, hay que escucharlo…
Poco a poco, el Dr. Ismael, aparte de ser un gran profesional de la medicina se iba metiendo sin pretenderlo en política, llegando a tener en un futuro cercano un importante cargo a nivel autonómico. Comentaba a nivel de tertulias que su ciudad natal Morón era necesario despertarlo porque llevaba dormido en sus laureles demasiado tiempo y ello producía cierto desencanto en sus vecinos. ¡Ya era hora de que despertara de su gran letargo!.
Su ilusión era siempre realizar el bien público. Fue nombrado Delegado de Cultura y lo primero que se le vino a la cabeza fue restaurar uno de los vestigios arquitectónicos más importantes y abandonados que todavía conservaba su ciudad natal: “El olvidado Castillo de Morón”.
Recordaba el amigo Ismael que la alcazaba de Morón formó parte del antiguo Emirato de Córdoba en tiempos de Abd al-Rahman ben Muawiya al-Dajil "Abderramán I" (el Inmigrado 756-788), cuyos dos primeros emires pertenecieron al antiguo Califato de Córdoba según el libro de Ramón Auñón “Los Alkevires de Morón".
Pero a partir del año 1013 ocurre la destrucción de Madinat al-Zahra por el bereber al-Mustain que concede a los ziríes el territorio de Granada y a los Banu Dammar el de Mawror (Morón). Tras la caída del Califato de Córdoba, cada general se hizo fuerte en su castillo.
La falta de espíritu de unidad -dinastía Omeya en fase decadente-, la descomposición político-espiritual al estar la figura del califa vaciada de contenido, las intrigas entre grupos étnicos -los bereberes eran la clase social más descontenta e inferior-, junto con el afán de liberarse de los tributos a Córdoba contribuyeron a fragmentar políticamente a Al Andalus.
Como consecuencia de la desintegración de Al Andalus aparecen treinta y nueve Reinos de Taifas -"bando" o "facción"- en el 1014; entre ellos el Reino de Taifa de Morón cuyo fundador era Abu Tuziri al Dammari que llegara a Al Andalus en tiempos de Almanzor, oriundos de los montes Dammar, en Túnez, integrándose en su ejército. Durante un tiempo Mawror hizo frente a la antigua Ishbiliya formando una liga con los reinos de taifas de Arcos, Ronda y Granada, pero esta última nos traicionaría.
Pero gracias a los andalusíes recuperamos las traducciones de Platón, Aristóteles, Séneca, Plotino, Luciano de Samosata y que los grandes padres de la Iglesia desde San Ireneo a San Agustín permitieron que el conocimiento fuese conocido en Europa para dotar de base la filosofía medieval y escolástica.
En una de las visitas a su pueblo, visitó el castillo en ruinas con las “fuerzas vivas de la ciudad” y al pasar frente a la Catedral de la Sierra Sur (término que le escuchó por primera vez a un profesor de historia que tuvo en su niñez en el antiguo Instituto de Enseñanza Media llamado don Juan) comentó con tristeza:
- Se me han caído los “palos del sombrajo” de lo abandonada que ha estado y sigue estando nuestra Iglesia Catedral, pero prometo que pronto va a dejar de estarlo. Para eso unificaremos criterios con el Arzobispado de Sevilla y con los responsables de cultura de la Junta de Andalucía. ¡Hablaré con San Pedro si es preciso!. Los capillitas junto al corifeo de panegiristas que le acompañaban, al sentirse tan identificado con el proyecto le comenzaron a brotar unas lágrimas y rompieron el silencio con un cariñoso aplauso.
Gracias a su intervención los proyectos culturales se iban realizando por fases. El doctor Ismael se dirigía a los ciudadanos en los foros adecuados con un lenguaje claro y llano:
- Lo peor de todo nuestro patrimonio cultural de Morón es la indiferencia con que se le ha tratado. La cultura debe ser un punto de referencia en la historia de los pueblos y debemos actuar con urgencia pero con racionalidad ya que, si no se actúa, los dos monumentos por excelencia de Morón, pronto se nos caerán al suelo. Las torres están descabezadas por el paso de los años, debiendo reconstruir su perímetro-, dando con ello su primera lección magistral sobre la cultura local.
¡O le aparecía su vena poética que le salía dentro de lo más profundo de su ser!.
- Porque los quejíos lastimeros y quejumbrosos de nuestro patrimonio se dejan sentir desde su interior y aunque nos pese, nuestra alcazaba es un enfermo terminal al que estamos condenando irremediablemente. Pero conseguiremos juntos salvarlo, creando además muchos puestos de trabajo en su reconstrucción.
- De todos es sabido – proseguía este hombre con carisma para su pueblo – que los sillares que sostienen sus torres padecen una artrosis degenerativa por culpa de la acción del tiempo y del expolio al que ha sido sometido. Si no actuamos a tiempo la hemorragia cultural a la que estamos asistiendo acabará con el enfermo y por consiguiente, con nuestra cultura.
Desde este foro y a la vez modesto rincón cultural hago una profunda reflexión:
- Debemos cuidar las ruinas del pasado como páginas de nuestra historia, limpiar y fijar sus piedras, conservar, sostener lo que aún nos queda, para que ese legado no se nos venga al suelo. No debemos permitir que los matorrales y las malas hierbas cubran nuestras ruinas, ya que tienen el encanto de ser auténticas, como las arrugas del labrador. Por eso mantengo que debemos distinguir entre el trigo y la cizaña; es decir, la cultura del abandono ya que, al final de las ingratas circunstancias, si no actuamos sólo quedará “el olvido de nuestro patrimonio grabado en la retina del recuerdo que se irá diluyendo con el tiempo”. Nuestro patrimonio debe ser reconstruido y recobrar el auge e importancia que tuvimos en tiempos pretéritos culturalmente hablando.
-¡Se lamentan las córneas de nuestros ojos sin llegar a comprender tanta profanación, tanto olvido y tanta irresponsabilidad como se ha cometido con nuestros principales monumentos, siendo todos culpables de semejante latrocinio!.
¡Que lección magistral de historia y de Ética con mayúsculas! estaba dando el profesor Ismael.
Un paisano que lo escuchaba le comentaba a un amigo:
- ¡Ese Ismael no será el hijo de Francisco el labrador que trabajaba en el viejo cortijo, a las afueras del arrabal!.
- ¡Sí, es el mismo!.
- ¡Pues anda que no está preparado el hombre. En las próximas elecciones, si se presenta, que cuente con mi voto y con el de toda mi familia!.
…Y para terminar, si ustedes me lo permiten -proseguía Ismael- se me viene al pensamiento unos modestos versos de mi amigo Antonio que vienen como anillo al dedo, sobre el tema que estamos tratando.
Culturas arraigadas en lo profundo,
pensar que mi pueblo está tan caído,
patrimonio en el mayor de los olvidos.
¡Hasta cuando Morón tu desencanto!.
El público asistente lo interrumpió en repetidas ocasiones con grandes aplausos como muestra de afecto, comentando algunos amigos capillitas:
- ¡No está diciendo nada más que el Evangelio!.
Pasaron algunos meses y el patrimonio monumental de Morón comenzaba a tomar un punto de inflexión al comenzar diversas obras que iría absorbiendo el abundante paro existente en muchos hogares. Las escuelas taller contrataron varias cuadrillas de albañiles, herreros, especialistas en vidrieras y carpinteros de Morón y de toda la comarca.
…La vieja alcazaba se estaba reconstruyendo a pasos agigantados y las laderas del castillo comenzaban a cambiar de aspecto. A la Iglesia Catedral de San Miguel le quedaba muy poco para terminar su reconstrucción. En un lustro, se inauguró en la alcazaba (torre gorda), uno de los mejores museos de toda la provincia. Se adecentaron los accesos al castillo por la torre albarrana junto al antiguo arrabal de Santa María a extramuros del antiguo castillo. Frente a éste se encontraba el “Cerro de la Atalaya”, antiguo al-maqabir musulmán, también reconstruido.
Otra importante entrada se realizó junto a San Miguel, en las Siete Revueltas que se restauró por completo. Morón, tierra de antiguas fronteras en cuyo término municipal había ejercido su influencia José Mariá “El Tempranillo” y “El Pernales” se había convertido por derecho propio en un centro cultural importante de Andalucía Occidental, recuperando incluso la “ruta de los bandoleros”.
Las humedades habían pasado a la historia y unos estudiantes de la Facultad de Bellas Artes estaban recuperando todo el artesonado de madera y las pinturas del Sagrario de la Santa Catedral de San Miguel. Se había repuesto el mármol rojo de Pozo Amargo en el ábside. La reconstrucción había sido tan consistente que las campanas de la torre habían sido reparadas y, las que faltaban, habían sido fundidas al efecto en una fundición sevillana de prestigio. La fachada estaba terminada al completo. Se habían reparado todas y cada una de las estatuas que faltaban en el exterior.
El patrimonio cultural de Morón entró en los circuitos provinciales gracias entre otras personas al Dr. Ismael, que tomó conciencia de la noble función pública está para servir a los ciudadanos y no servirse de ella para fines poco éticos.
-Las generaciones venideras recordarán a este hombre con letras de molde, comentaban los vecinos.
Morón se había convertido era uno de los lugares prestigiosos de la docencia y donde todos los estudiantes brillantes de Andalucía tenían previsto venir a realizar estudios y bocetos de sus monumentos. También se consiguió más tarde un distrito universitario en Bellas Artes para que los estudiantes de la comarca viniesen a terminar estudios superiores.
La extracción de piedra de la Sierra de Morón se detuvo por completo, consiguiendo el doctor Ismael de la Junta de Andalucía el compromiso de construir en su principal cantera ubicada junto a las Caleras de la Sierra un auditorio natural.
Era incluso posible que el nombre de Morón, proviniera de la propia sierra al observar el amigo Ismael en el diccionario la etimología del término "morón" cuyo significado le aclaraba algunos conceptos al significar el primer monte o sierra perteneciente a una cadena montañosa y daba la casualidad de que la Sierra de Morón es la primera sierra del Sistema Subbético. Por tanto, si desaparece la sierra de Morón cuyo perfil lo tenemos grabado en nuestras “frágiles entendederas”, desaparece una parte importante de nuestra Memoria Colectiva. Incluso hasta el cauce de sus arroyos se habían limpiado, lo que dio una nueva imagen a la entrada del pueblo.
El Dr. Ismael era invitado a innumerables foros culturales manifestando que Morón se había convertido en un museo desordenado y polvoriento de cosas viejas y que hasta las ruinas estaban arruinadas. Pero gracias al compromiso de su clase política comprometida con su patrimonio cultural y también sus ciudadanos, Morón había pasado a ser un centro cultural de la máxima importancia.
Pero el amigo Ismael, cambió de responsabilidad y pasó a ser responsable de Asuntos Sociales de la Comunidad Autónoma y se acordaba de la generación que sacó a España del hondo precipicio en que se encontraba después de haber pasado una trágica Guerra Civil en 1936 y una postguerra.
-Estas personas han trabajado en una época muy dura a puro pulmón y en condiciones infrahumanas -tenía en su mente al decir estas palabras la construcción del Canal de Torreblanca construido por los presos- y hoy cuando le sorprende la vejez, se encuentran muchos que no hay suficientes plazas para todos los ancianos con una interminable lista de espera, no teniendo derecho a disfrutar de una residencia en su pueblo por falta de plazas, teniendo que ser derivado a otros pueblos, si tienen suerte, produciéndose un desarraigo importante a nivel emocional para nuestros mayores-.
El amigo Ismael y su equipo recibieron una gratísima noticia que les llenó de felicidad. Todo el proyecto que solicitaron para la Residencia de Ancianos con doscientas plazas para residentes cuyo responsable sería un médico geriatra con todos los recursos técnicos y humanos necesarios habían sido aprobados. Sólo quedaba pendiente su construcción.
Los vecinos decían entre otras cosas…
- ¡Esto no se ha visto nunca en este pueblo. Con hombres de esta talla, Morón podría alcanzar cotas inimaginables dentro unos años!. Incluso se vertebraban conversaciones a nivel de mostrador en los mentideros sobre la existencia de un compromiso por parte de la Junta de Andalucía sobre la consstrucción de una futura autovía que conectaría Morón con la A-92 sin olvidarse del ferrocarril como otro importante referente.
Pero dejando a un lado las conversaciones en los mentideros, la verdad es que poco a poco se aproximaba a la madurez el Dr. Ismael estando en funcionamiento su tan anhelada residencia de ancianos. No lo podía disimular, estaba enamorado de este proyecto emocional que se había convertido en una grata realidad.
Pero al amigo Ismael nunca se le habían olvidado sus humildes orígenes, teniendo siempre presente el sudor de su familia. Decía que la vida pasaba sin apenas darnos cuenta y recordaba cuando su pueblo caminaba bajo la luz de las antorchas. Pero ahora, gracias a la cultura y formación de los ciudadanos era un punto de referencia importante en su comarca.
Se daba perfectamente cuenta de que la sangre de las personas no estaba hecha sólo para mover el corazón humano, sino sobre todo para mover el corazón del mundo. Hay que hacer el bien a todas las personas aunque a veces, con nuestra ceguera, vanidad y orgullo, tropecemos por enésima vez en las mismas piedras.
-Hacer el bien es la auténtica dicha que el corazón humano puede sentir-.
Cualquiera que prestara un mínimo de atención al amigo Ismael pensaría que era una utopía rozando tal vez la quimera. Pero todo lo convertía en realidad gracias a su entrega, trabajo e ilusión al poner los cuatro sentidos en todos los proyectos convertidos en realidad.
Otro día recibió sin esperarlo la grata noticia de su nombramiento como director médico de la nueva Residencia de Ancianos en su Morón natal. Fue el logro más grande tanto a nivel profesional como emocional que le había ocurrido en su vida: dedicar su trabajo y experiencia trabajar a las Personas Mayores que como él manifestó en diversas ocasiones han pertenecido por las circunstancias ingratas de la vida, a la generación de la denominada “piel dura”. Era mucha satisfacción poder medicar sus conocimientos en aliviar a todas esas personas mayores encorvadas por el trabajo y que han sido talladas por la prodigiosa gubia de Dios… y de los años.
-La vida -pensaba Ismael-, pasa apenas sin darnos cuenta.
La vejez nos trata como si fuéramos una hoja caída del árbol en el otoño de nuestra vida, hasta doblegarnos en nuestro ocaso que es el invierno. La vejez cuyo epílogo termina con la muerte, nos obliga a ceder el testigo y nos visita casi por sorpresa. El amigo Ismael parecía no sólo un sofista sino un filósofo de verdad.
-Esta generación a la que tengo el honor de servir, padeció mucha necesidad. Muchas de las cosas que hoy disfrutamos se las debemos a su sudor -comentaba el Dr. Ismael con el personal de la Residencia de Ancianos recientemente inaugurada-.
-¡No lo olvidéis!. La juventud es una bella puesta de sol pero la vejez nos sorprende. No olvidéis ese dolor lacerante de la soledad que no pocas veces los sorprende. Ayer sembraron una semilla de ilusión y hoy por desgracia no pocos recogen como fruto el olvido de los suyos.
-Es verdad que el tiempo no perdona, y que los años se suceden…
El personal de la residencia se quedaba impresionado por el conocimiento y cultura de aquel doctor que todavía era mejor persona. Los ancianos residentes le llamaban cariñosamente “San Ismael” por el bien que les hacía diariamente y su nombre lo llevaban con letras de oro en el fondo de su alma.
Un día de trabajo cualquiera, Ismael comienza su jornada laboral observando el libro de incidencias.
-¿Ha ocurrido algo que reseñar esta noche con algún residente? – preguntaba.
Y el personal del turno correspondiente le comunicaba cualquier novedad que hubiera existido. Visitaba uno por uno a las personas mayores sin prisa alguna, dándoles el tratamiento que ellos necesitaban según su patología. Y a cambio el doctor recibía la mejor recompensa posible como era una sonrisa como agradecimiento. Estaba siempre pendiente de la persona que toleraba mejor la comida y los líquidos, tomando las medidas oportunas en cada caso.
El amigo Ismael tenía ahora una magnífica oportunidad para escuchar y aprender los interesantes conocimientos que le iban a transmitir la llamada generación gris; esa llamada de las canas de plata para la que el cariño de una familia era insustituible, aunque en la residencia estuvieran bien atendidos.
Ese era un matiz importante, el carecer del cariño necesario para ir superando los peldaños de la dura escalera de la vida.
- Ser mayor no es ninguna enfermedad, sino un proceso normal, biológico, que aparece en el ser humano como consecuencia de la acción del tiempo sobre los seres vivos. Las Personas Mayores en su mayoría padecían diversas patologías siendo extremadamente frágiles como lo demuestran sus continuas caídas al faltarles las fuerzas a lo que hay que añadir que sus mecanismos de defensa son muy sensibles, les manifestada continuamente a su personal sanitario.
Una cosa importante recordaba constantemente:
- Cuando muere una persona mayor, en realidad se quema una biblioteca viviente.
Cuando hablaba lo hacía con tanta coherencia y era tanta la cultura que aglutinaba que parecía que estaba dando una verdadera clase magistral. Acordándose de su padre, recordaba que el pan del labrador es amargo al estar amasado con el sudor que derrama. Por tanto, tenemos entre todos la obligación ética y moral de que no exista ninguna persona mayor sin plaza en una Residencia Pública.
De las veces que visitaba a sus ya ancianos padres, notó que su progenitor comenzaba a padecer una demencia senil. Le realizó todas las pruebas necesarias y le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer. La retina del recuerdo empezó a funcionar en Ismael, acordándose de aquel viejo campesino al que el dichoso trabajo había encorvado, llegando a producirle con el tiempo, una sequía en su cerebro para la que ya no existía riego.
-Construyó su amarga vida, piedra a piedra, tajo a tajo, dando ejemplo siempre a su familia, blancura en su alma como la cal viva de Morón. Lo que un día soñaste en tu hijo Ismael se hizo realidad aunque lo iba a vivir muy poco tiempo.
Las lágrimas le salían a borbotones mientras recordaba las tórridas tardes de verano en que el sol quemaba su cabeza, sus brazos y su cuerpo, con la única protección de un sombrero de paja, sobre los terrones polvorientos del amargo campo.
Mientras observaba la larga enfermedad de su padre, se estremecía con su dolor, porque su padre era para Ismael inmenso. No quería que la última página de su vida fuese escrita a golpes de dolor, pero el doctor tenía ya una mirada triste, como el sol enlutado en un sueño eternamente. Su padre era su fiel amigo, su compañero, sus cimientos. Pensando Ismael lo duro que es no ser hoy, habiendo sido ayer y que la vejez cuando las canas de plata van marcando la partida.
Meses más tarde el estado de salud de su padre Francisco se complicaba. Se le notaba a toda la familia la tristeza en sus rostros acompañado del gélido silencio que clamaba al cielo. Para Ismael y sus hermanos, la estrella de su padre se iba apagando poco a poco aunque entendían que era el ciclo de la vida que tocaba a su fin teniendo la esperanza de que su padre no sintiera dolor.
La tristeza era patente en la familia del amigo Ismael, que se preguntaba lo ingrata que fue la vida con su padre. A los pocos días, el tañido lúgubre de la gran campana de San Miguel sonó a muerte con su gran badajo. El dolor emocional penetró en la familia como el acero. Su padre había muerto pero plácidamente y sin dolor alguno con una mirada feliz con su familia unida.
Con la muerte de su padre, murió una parte de sus raíces. Recordaba a su padre cuando paseaba con él por las laderas del castillo.
- ¡Jamás me imaginé un día de semejante tristeza!. ¿Por qué te apagaste tan pronto papá?- se preguntaba interiormente. ¡Tantos lustros de trabajo contra viento y marea!. Mi padre me dio tanto a cambio de nada, dichosa gratitud la que te contempla, me he inclinado siempre ante tu presencia, para usted con letras mayúsculas son las canas de gloria y ante todo gracias por haberme otorgado en los genes y en tu comportamiento ese alto honor, ese don de llegar a ser una buena persona.
El doctor Ismael entre sus meditaciones pensaba que cuando le llegara el momento de emprender el último viaje quería subir al cielo -como cristiano que era-. Y si era posible, entrar por la puerta principal como está mandado, para quedar en paz con Dios.
Pero mientras tanto, seguiría haciendo el bien por los demás. Su obra arraigó en lo más profundo de su pueblo. Durante la época navideña, el Dr. Ismael le pedía a esa estrella sublime que le guiaba salud sobre todo para sus ancianos llamando a sus familias en la medida de lo posible para que los visitaran con cierta regularidad ya que la soledad no perdona.
El día de Nochebuena entregaba junto al Personal de su residencia, unos presentes a los ancianos (colonia, caramelos, pijamas, camisas etc.) en nombre del pueblo de Morón.
El amigo Ismael se había convertido en un ejemplo a seguir pasándose toda su vida como un samaritano de buen corazón sirviendo al prójimo con tal esmero, que los ancianos notaban su ausencia cuando por motivos de salud se ausentaba. La verdad es que cuando el Dr. Ismael no aparecía por su residencia por diversas circunstancias, las personas mayores lo recordaban con cariño. Para el amigo Ismael, el término anciano era sinónimo de manantial de experiencias.
Pero este buen hombre no era de piedra y poco a poco le iría sorprendiendo el paso de los años. Una gélida tarde, su débil corazón dieron sus últimos latidos y cambiaron su destino cancelando su vida demasiado pronto. De nuevo, las campanas de San Miguel, con sus sonidos de bronce, tocan a difuntos.
- Dicen que su corazón estaba muy débil- comentaban los vecinos.
Manolito, un monaguillo muy endeble, tiraba y tiraba de la cuerda hasta que el sonido estremecedor de la campana “ San Cristóbal “ avisaba a todos y cada uno de los feligreses. Había fallecido una buena persona cuya estela será recordada durante mucho tiempo.
- Ha muerto Ismael, el médico– comentaban los vecinos al escuchar el toque a difunto.
-No toques tan fuerte Manolito, que te vas a cargar la campana- contestaba el sacristán al monaguillo.
La terrible noticia se extendió como un reguero de pólvora en su residencia de mayores. Los ancianos comentan de boca en boca el trágico suceso. Los abuelos, amigos de Ismael se sienten emocionalmente un poco a merced del viento.
-¡Descanse en paz el amigo Ismael!. Aunque nos duela su ausencia, no lo olvidaremos. Fue ante todo un gran amigo y compañero!, decía la buena gente.
-Algún día nos tocará a nosotros “iniciar el viaje”. ¡No somos nadie!. Es ley de vida se decían unos a otros.
-Fue un ejemplo a seguir, un hombre que al echarle la plomada, no tenía ni un ápice de desvío – comentaban algunos albañiles sobre el desafortunado y luctuoso suceso para el pueblo.
-Nos ofreció consuelo y cariño pero sólo pensar en su ausencia nos causa un dolor lacerante, difícil de asimilar "comentaban sus compañeros de trabajo y sobre todo amigos".
- Se entregó con el corazón buscando siempre un futuro mejor para su pueblo que no lo olvidará "se comentaba por todo el pueblo".
-¡Ismael te has apagado muy pronto pero de fiesta has honrado al cielo!. Dios te tendrá seguro en su Gloria, pero la semilla que sembraste en Morón germinará en la senda que dejaste señalada a los jóvenes sanitarios, hoy algunos convertidos en dignos doctores y buenos samaritanos que te recuerdan, ya que creaste escuela.
Su entierro fue el más sonado de toda la comarca, por lo querido que fue. El entierro estaba previsto a las cinco de la tarde. Todos los tajos de trabajo dejaron de trabajar esa tarde para poder asistir al entierro en señal de respeto por su eterno descanso.
A tan magno acontecimiento asistieron todas las autoridades civiles y eclesiásticas. Pero sobre todo lo que guardaba la retina del pueblo sería la enorme asistencia de jornaleros, albañiles y toda clase de personas por las cuales Ismael estaba tan sensibilizado.
El párroco sensiblemente afectado recordaba sus continuos encuentros con el amigo Ismael en una taberna cercana a la parroquia donde cambiaban impresiones manifestando al final del entierro que difícilmente olvidarían algunas frases que le había escuchado no pocas veces:
“Cuando muere una persona mayor, se quema una biblioteca viviente”.
“La cultura nos hace seres cada vez más libres y solidarios”.
¡No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita!.
...Pero queridos amigos, la cosa no sólo quedó ahí. Al amigo Ismael le llegó la hora de emprender el viaje hacia lo eterno desconocido porque Dios no lo olvida fácilmente a las personas que durante su vida han tenido un comportamiento digno con el prójimo.
Al instante de morir llegó Ismael a la Gloria encontrando un camino que estaba señalizado y en el que se podía leerse “Camino Eterno”. El camino se bifurcaba en dos: uno rotulado como Gloria Eterna y el otro como “Infierno”. Ni que decir tiene que el amigo Ismael como buen cristiano no dudó en elegir. A medida que se acercaba, se encontró con una edificación de grandes proporciones, donde se podía leer “Mansión Eterna”. Una vez allí, se encontró dos bancos para tomar asiento, uno al lado derecho y otro al lado izquierdo.
Antes de tomar asiento, se fijó en una colosal portada de columnas salomónicas, tal vez un barroco nunca visto. A los lados, otras dos columnas de estilo corintio, con un frontón roto y curvo impresionante. En el centro dos hornacinas donde estaban en una la Virgen de los Dolores y en la otra Nuestro Padre Jesús. La portada principal era adintelada y formaba una especie de arco conopial nunca visto en la tierra, al que podríamos llamar celestial. Las puertas parecían de caoba. La gran portada tenía clavo, farol, aldaba y mirilla, para que el portero de la finca viera quién se acercaba.
Tomó asiento Ismael meditando preguntándose a sí mismo:
-¿Será este el lugar que yo busco o me habré equivocado?.
Se puso de pie y se acercó a la gran portada, cogió el aldabón y dio tres fuertes aldabonazos. Al cabo de unos segundos, se abrió la mirilla y una voz preguntó:
-¿A qué se debe esta visita?.
-Mire, señor, acabo de morir en mi querido pueblo Morón, en la frontera de mi esperanza hace un instante y algo desconocido me ha proyectado hasta llegar a este lugar deseado, en el cual espero que me acojan.
El vecino de la mansión con unas barbas blancas y túnica del mismo color le dijo:
-Espere un momento, voy a consultar los libros del archivo general y protocolo para conocer su historial en la vida terrenal.
Pasaron unos minutos de espera y se acerca de nuevo el portero de la mansión y le dice al visitante:
-Señor Ismael, he consultado los índices generales y todo lo que he encontrado referente a usted le es favorable por su comportamiento con las personas mayores y enfermos. Le diré además que ha escrito usted unos hermosos renglones durante su vida. Así que si es tan amable, tenga la bondad de pasar que las puertas del Cielo permanecerán para usted abiertas de par en par. Un ángel custodio le indicará sus dependencias.
A Ismael se le saltaron de pronto las lágrimas porque observó que una piedra esculpida en el dintel de la puerta que daba a sus dependencias existía una frase con letras de pan de oro que le traería muchos y gratos recuerdos de su pueblo Morón, situado en la frontera de su esperanza…
“El principal valor que nos debe dar la formación no es un título, sino esa capacidad crítica que nos dote a los individuos distinguir entre el bien y el mal, realizando siempre una crítica constructiva para mejorar día a día nuestra sociedad, siendo tolerantes y creando una escala de valores que germine sobre la tierra fértil que serán nuestros hijos...