martes, 16 de enero de 2018

La Orden del Temple "Caballería de Dios" al servicio de los Santos Lugares



“En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros. Por el contrario, sólo ha servido para separar, para quemar, para torturar”.
Saramago

Breve introducción

En el corazón de París se puede apreciar en la Isla de Cité o de los Judíos -que divide al río Sena en dos-, una placa que proyecta nuestra mirada hacia tiempos pretéritos de la historia, recordándonos que el 18 de marzo de 1314 tuvo lugar el martirio en la hoguera del último Gran Maestre de la Orden del Temple “Jacques de Molay” y del preceptor de Normandía, Godofredo de Charney, frente a la Catedral, entonces en construcción, de Notre Dame, testigo de tan luctuoso suceso. 

La Orden del Temple que se hacía llamar “Caballeros Pobres de Cristo” y custodios del Santo Grial llegó a alcanzar un enorme prestigio y poder inigualable durante casi los dos siglos de su existencia. Pero la pérdida de los Santos Lugares la convertirá en el punto de mira del recelo y envidia del rey de Francia Felipe IV, que con la connivencia del Papa Clemente V, cayeron en una amnesia histórica al caer en las páginas del olvido, la dedicación de los templarios al servicio de la religión cristiana, que protegieron incluso con su vida las peligrosas rutas de peregrinación que transitaban a los Santos Lugares donde Jerusalén, Belén, Nazaret, Galilea o el río Jordán tienen un importante peso en la Cristiandad.

Un periodo histórico que transcurre desde noviembre de 1095 [cuando el Papa Urbano II proclamó la Primera Cruzada en el Concilio de Clermont] hasta la Disolución de la Orden del Temple el 22 de marzo de 1312 -firmada por el Papa Clemente V mediante la “Bula Vox in excelso”-. Tras más de siete siglos de su trágica desaparición, La Orden del Temple” permanece aún bajo un halo de leyenda en la que la imaginación popular le atribuyó incluso hallazgos fabulosos como el Arca de la Santa Alianza, donde se guardaban con celo las Tablas de la Ley que Dios entregara a Moisés o relativos a los primeros tiempos del cristianismo. Es evidente, que también la literatura medieval y el cine ha contribuido al crecimiento de ese halo de leyenda destacando obras como “Ivanhoe” de Walter Scott, las cruzadas, la leyenda del Santo Grial o el contexto histórico de Robin Hood, por citar algún que otro ejemplo.

Pero sobre todo, las cruzadas originaron un verdadero conflicto de enormes dimensiones entre dos grandes civilizaciones y dos fes: la media luna y la cruz que llevarán a decenas de miles de hombres a dar su vida al servicio de su Dios.

Papel histórico de la Iglesia

Desde la caída del Imperio romano, la Iglesia había jugado un papel de primer orden en Europa permaneciendo siempre cerca de las altas esferas del poder, lo que le hizo aumentar su importancia económica y social a medida que iba acumulando bienes legados por los difuntos que aspiraban asegurarse la salvación eterna al hacerse enterrar en suelo sagrado o dejando alguna renta para que se rezase por su alma. 

La Iglesia era la depositaria fundamental del legado cultural grecorromano en Europa, preservado celosamente y enseñado a los clérigos en las escuelas catedralicias y monasterios en una época donde casi nadie sabía leer ni escribir fuera del clero, razón por la cual eran tan influyentes en la actividad de de los monarcas, que como contrapartida apoyaron la extensión de la fe concediéndoles nuevos privilegios. El cristianismo desde finales del siglo IV pasó a convertirse en la religión oficial del Imperio romano. A comienzos del siglo V, uno de los principales teóricos del cristianismo y padre de la Iglesia “San Agustín de Hipona, abordó el problema de la llamada “guerra justa”, cuyos principios dejaría establecidos. Teólogos como San Isidoro de Sevilla (560-636), completarán las ideas de San Agustín, dando así forma al concepto de guerra santa medieval sobre el que se sustentarán las cruzadas. 



Para defender la Iglesia su patrimonio buscó el amparo de los caballeros para defenderse “Defensores o Milites Ecclesiae” [defensores o soldados de la Iglesia]. Los caballeros se beneficiaban de no tener que pagar las armas, que eran financiadas por el monasterio, amén de las ventajas espirituales que conllevaba servir a un señor sagrado redimiendo sus culpas y empleando su oficio a tan magna causa “la caballería al servicio de Dios” que llegó incluso a suprimir la penitencia por matar en defensa de la Iglesia, cristalizando en un estado de opinión favorable al ejercicio de la violencia en beneficio de la fe.

La Iglesia adoptaba una estrategia de intervención directa para protegerse de las agresiones, intentando al mismo tiempo frenar la anarquía y el caos en que se había sumido Europa debido a las guerras de los señores feudales “Asambleas de paz”, comprometiéndose éstos a no atacar las Iglesias ni a los clérigos e indefensos, ni apropiarse propiedades eclesiásticas, teniendo que respetarse las cosechas, viviendas y mercancías de los legos que no usasen armas. Se trataba de circunscribir la guerra a los guerreros para que “no interfirieran la buena marcha de los negocios de la Iglesia”. 

Para que no se disgregasen los territorios de los señores feudales, dispusieron por unanimidad que la sucesión exclusiva quedaría en manos de los primogénitos “hijo mayor” mientras los segundogénitos serían destinados a la carrera eclesiástica. Si éstos, no estaban dispuestos a ello, al sentirse frustrados y ambiciosos, generaban conflictos que les permitiese alcanzar un rango similar al de sus padres. Las cruzadas se le presentaba como una gran oportunidad para revertir dicha frustración. 

La pena para los que rompiesen su juramento consistía en la excomunión y persecución por parte de los “Milites Ecclesiae” para hacerles cumplir con la penitencia que dictase “un juez de la Iglesia” como por ejemplo, realizar una peregrinación penitencial a Jerusalén para limpiar su pecado. Un castigo muy en consonancia con la religiosidad y mentalidad propia de aquel tiempo apocalíptico.

A partir de León IX la Iglesia emprendió una serie de reformas importantes para lograr su emancipación de cualquier injerencia externa como que los señores feudales nombraran cargos eclesiásticos o que clérigos se amancebasen o vendieran sus cargos y rentas, conductas que causaban un gran escándalo.

En el año 910, el duque Guillermo de Aquitania había fundado un monasterio en Cluny que entregó al abad fray Bernon que impuso la regla que San Benito había redactado en el siglo VI: pobreza, castidad y obediencia que deberían practicar los monjes, además de la liturgia y el trabajo intelectual. Fue una auténtica revolución en la Iglesia medieval. 

Pero lo auténticamente radical será la creación de monasterios sometidos a la autoridad de un obispo en su diócesis “del lat. episcŏpus, y éste del gr. ἐπίσκοπος epískopos “inspector”, que a su vez debería obediencia al Papa “del lat. Petri Apostoli Potestatem Accipiens” (recibiendo la potestad del Apóstol Pedro). Los monasterios cluniacenses se diseminaron rápidamente por todo el continente. 

El ejemplo más exitoso fue la Orden de Cister creada por san Roberto de Molesmes en 1098 en la pequeña comunidad de Cíteaux, siguiendo una rigurosa observancia de la regla benedictina, haciendo hincapié en la austeridad de sus monasterios donde la pobreza y el trabajo de la comunidad eran su único sustento. Los cistercienses adoptaron el hábito blanco como símbolo de pureza y también de pobreza. 

La construcción de iglesias para que el Evangelio llegase a los campesinos de los pueblos y aldeas alcanzó gran intensidad. Sus fachadas comenzaron a esculpirse con escenas de la historia sagrada para ilustrarles “Biblias para analfabetos”. La religión tenía un papel esencial y las clases sociales inferiores tendían a imitar lo que hacían los privilegiados. La costumbre de realizar donaciones a instituciones religiosas estaba ampliamente extendida.


Ciudad Vieja de Jerusalén, con la mezquita de Omar al fondo
(grabados de La Ilustración Española y Americana, siglo XIX).

Antecedentes de las Cruzadas
 

El 18 de noviembre de 1095 dio comienzo el Concilio de Clermont que consagraba una cruzada “Peregrinación de la Cristiandad” para recuperar Tierra Santa exhortando el Papa a liberar Jerusalén. Las cruzadas se iban a convertir en un instrumento de salvación para quienes participaran en ella sin aguardar al Juicio Final. Un privilegio reservado hasta entonces a los mártires y santos.

¡Dios lo quiere!

El obispo de Le Puy cayó a los pies del Papa, convirtiéndose en el primero de los presentes en pedir unirse a la cruzada. De todas partes surgían voluntarios que querían convertirse en cruzados y dignificar su existencia al acudir al rescate de los Santos Lugares. Para ello se coserían una cruz de tela “crucesignati” -marcados con la cruz-, en los hombros de sus vestiduras, que lucirían hasta cumplir su compromiso. 

Utilizar la violencia en beneficio de la fe estaba generaba un peligroso caldo de cultivo con trágicas consecuencias. Tras el Concilio de Clermont miles de personas respondieron al llamamiento de cruzada que hizo el Papa Urbano II con el objetivo de liberar los Santos Lugares de la presencia musulmana. Existía un clima de fervor religioso que impregnaba la sociedad del momento, lo que hizo que el mensaje prendiese entre las clases humildes. 

A partir de Clermont, la actividad de predicación de la Cruzada de Urbano II y sus obispos se volvió incesante. En el caso de los nobles de segunda y tercera fila era la oportunidad de labrarse un futuro que se les negaba en sus lugares de origen ya que la Europa de finales del siglo XI era un mundo de enormes dificultades donde los desastres naturales, las enfermedades, la pobreza y la muerte estaban a la orden del día. 

Las divergencias entre el pontífice romano y el patriarca de Constantinopla por cuestiones doctrinales había terminado en 1054 en el “Cisma de Oriente” quedando la iglesia bizantina separada de la romana excomulgando el papa León IX al emperador bizantino. Recuperar la unidad de la Iglesia bajo la hegemonía de Roma era una de las mayores prioridades de Urbano II cuando accedió al solio pontificio, razón por la que en 1089 levantó la excomunión impuesta a los emperadores bizantinos y en 1095 no dudó en invitar a los representantes del emperador Alejo I al Concilio de Piacenza.



Contexto histórico


En aquella época, el Oriente Próximo islámico se encontraba profundamente dividido con dos grandes Califatos: 

1. El Califato Fatimí de Egipto, de ascendencia religiosa chií. 
2. El Califato Abasí de Bagdad, de ascendencia suní.

Entre los siglos VII y X el mundo musulmán se extendía desde el Levante mediterráneo hasta la península Ibérica ejerciendo su influencia en Siria, Palestina, Egipto, Libia, el Magreb y Al-Ándalus con una fuerza religiosa, militar y cultural.

Entre los musulmanes de aquélla época existía la institución del ribat, que eran centros militares fortificados instalados en las fronteras en la que grupos de guerreros prestaban servicio religioso como parte de la obligación de hacer la yihad o guerra santa. 

En 1095 Tierra Santa se encontraba en la región sirio-palestina bajo el dominio turco selyúcida que había logrado hacerse con el control del califato abasí y con territorios del Imperio bizantino de Asia Menor. 

Alejo I hizo entrega a sus embajadores de una petición de auxilio al Papa solicitando la ayuda militar de la Cristiandad dando a entender su intención de flexibilizar la situación de quiebra entre la Iglesia romana y la bizantina. La Iglesia de Roma no pudo permanecer impasible ante tan seductor argumento. Pero Alejo I ignoraba que se iba a encontrar con una masiva e incontrolable presencia de cruzados. Sin saberlo, Alejo I había puesto en marcha la Primera Cruzada en nombre de una religión cristiana que legitimaba la violencia “aunque el quinto mandamiento prohibiera matar”. 


Godofrado de Bouillon hacia Jerusalén (Biblioteca Nacional, París).

La Primera Cruzada [1096-1099]

Mientras la cruzada oficial de los caballeros comenzaba a organizarse, un irrefrenable movimiento popular “La Cruzada de los Pobres” encabezada por Pedro “El Ermitaño” se propagó por todas partes con el objetivo de liberar Tierra Santa. El Ermitaño, que ya había estado una vez en Jerusalén, consideraba que el fin de los tiempos no tardaría en llegar comenzando entonces el gobierno de Cristo junto a los “justos, los pobres, los humillados y los desheredados”, que de ese modo aguardarían al Juicio Final. El grupo más numeroso partió de Colonia en abril de 1096 llegando a Constantinopla tres meses y medio más tarde protagonizando algunos de sus integrantes rapiñas y actos violentos en las ciudades que les bridaban acogida. Tras cruzar el Bósforo con la ayuda de la marina bizantina, comenzaron las incursiones hacia posiciones turcas pero fueron masacrados 20.000 peregrinos en el camino de Nicea. Sólo 3.000 sobrevivieron a la matanza, incluido Pedro el Ermitaño que logró escapar. Los pocos que lograron sobrevivir huyeron a Constantinopla. La Cruzada de los Pobres había finalizado.

Mientras tanto, la cruzada de los caballeros seguía su cauce movilizando más de 4.000 caballeros y 35.000 peones. En los primeros cruzados coexistía el fervor religioso, el deseo de aventuras, la codicia de lograr feudos y fortuna y una sensación de haber sido elegidos por Dios para ser el brazo ejecutor de sus planes en la tierra. 
  • Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena y su hermano Balduino de Boulogne se situaron al frente de los loreneses. 
  • Bohemundo de Tarento tomó el mando de los normandos del sur de Francia.
  • El duque Roberto de Normandía, su cuñado Esteban de Blois y el conde Roberto II de Flandes hacían lo propio con los franco-normandos.
  • Raimundo de Saint-Gilles, cuarto conde de Tolosa y marqués de Provenza, se ponía al frente de los languedoquianos y provenzales. 
  • La cruzada contaba con un delegado pontificio “Ademar de Monteil”, obispo de Le Puy.
Cuando llegó la Primera Cruzada a Constantinopla recibieron la ayuda de Alejo I para quien la máxima prioridad era recuperar los territorios arrebatados por los turcos al Imperio bizantino y los Santos Lugares. Pero los cruzados pretendían crear principados independientes del poder bizantino. No era al emperador, sino al Papa a quien correspondía, desde su punto de vista, la soberanía de Tierra Santa. 

A finales de abril atravesaron el Bósforo. Su primer gran objetivo fue Nicea, clave para el avance posterior a Anatolia. Pero el emperador Alejo I deseaba hacerse con el control de Nicea, pero no expoliada por los cruzados, por lo que a espaldas de éstos negoció con las autoridades locales la rendición de la ciudad, lo que aumentó la desconfianza de los cruzados hacia los bizantinos. El 1 de julio de 1097 se producía la primera gran victoria militar de los cruzados en Dorilea, llegando a tomar Bizancio el control sobre más de un tercio de Anatolia. 

Los caballeros enfundados en sus férreas defensas, vivieron el peregrinaje como la peor de las penitencias, mientras sus caballos se morían agotados por la sed y el hambre. 

Balduino convierte Edesa en el primer estado latino en la cruzada. Tras librar una batalla contra los turcos, el 28 de junio de 1098, Antioquía será entregada a los cruzados. Sólo quedaba un objetivo como destino final, “la Ciudad Santa de Jerusalén”. El 14 de julio de 1099 los cruzados entraron con una furia enloquecida que ni siquiera se detuvo cuando el gobernador de Jerusalén rindió la ciudad. 

Un ejército de occidentales enloquecidos por su fe entró en Jerusalén tras 40 días de asedio y la sangre de sus habitantes formó verdaderas riadas por las calles. Sólo aquéllos que se fugaron lograron sobrevivir para narrar la desgracia y ser testigos de la profanación. El enfrentamiento no había hecho nada más que comenzar.

Tanto los cronistas cristianos como musulmanes coincidirían en señalar el inhumano horror de la jornada. 

“La masacre que siguió forma parte de la historia de la infamia: los judíos, recluidos en la sinagoga, fueron quemados vivos, mujeres, niños y ancianos fueron pasados a cuchillo y ningún hombre sobrevivió para contarlo”. 

Ansiosos además por hacerse con la reliquia de la Verdadera Cruz de Cristo, los torturaron sin piedad hasta obtener la confesión del lugar en que la habían escondido. Dicha reliquia será la misma que años más tarde llevarían los cruzados con orgullo en sus batallas los caballeros de la Orden del Temple. 

Los escritores musulmanes recordarán con especial insistencia el fanatismo y la falta de sensibilidad mostrada con la destrucción de la mezquita de Omar. 

Cuando el segundo sucesor del profeta Mahoma, Omar Ibn al-Jattab, tomó Jerusalén a los bizantinos en el año 638, juró al patriarca de la ciudad Santa respetar la vida y los bienes de todos sus habitantes.

Godofredo de Bouillon no aceptó la corona de “rey de Jerusalén”, aunque asumió la responsabilidad de gobierno del nuevo principado bajo el título de Defensor del Santo Sepulcro “Advocatus Sancti Sepulchri”. A su muerte se coronará Patriarca de Jerusalén a Balduino I el día de Navidad de 1100.

La fuerte división política de la zona sirio-palestina y el proceso de descomposición interna del califato abasí impidieron una respuesta inmediata a la agresión cruzada. El horror, la violencia indiscriminada y la profanación de todos los lugares santos quedarán para siempre en la retina de la historia. Nadie digno de llamarse musulmán podía consentir que los cristianos hubiesen ocupado la tercera ciudad del Islam. A los pocos días se proclamó la primera yihad contra los invasores. Los cruzados consideraban tras la Toma de Jerusalén que la ira sarracena bajo un líder que los aglutinara sólo sería una cuestión de tiempo.


Jerusalén, vista desde el Monte de los Olivos.


Nacimiento de la Orden del Temple

“Nueve hombres alumbraron la primera orden militar de la historia “la Orden del Temple”, considerada por Bernando de Claraval como lo más puro de la Cristiandad”.

La Orden del Temple surgió por la determinación de dos caballeros franceses: “Hugues de Payns y Godefroy de Saint-Omer” que dedicaron sus vidas a la caritativa labor de proteger a los peregrinos que visitaban el Reino de Jerusalén, en particular el camino que iba de Jaffa a la Ciudad Santa y a través de los rocosos declives que llevaban hasta el valle del Jordán.

Jerusalén, una de las ciudades más antiguas del mundo, era un gran referente para las tres grandes religiones monoteístas de origen semítico “Yerushaláyim para los judíos, Hierosolyma en latín y Al-Quds para los musulmanes”. En su territorio se hallaban los Santos Lugares. Ningún lugar del mundo acumulaba tanta historia y tantos sentimientos como aquel lugar que fuera conquistada por el rey David a finales de segundo milenio a.C. siendo la capital de su reino. Entre sus muros, su hijo Salomón eligió el solar para erigir un templo donde adorar a Yahvé. En el Monte Moria, ordenó levantar en el año 968 a.C. un santuario en el que depositar definitivamente las reliquias de la Alianza (las tablas entregadas a Moisés en el Sinaí, conservadas en el Arca junto a otros objetos sagrados). A partir de ese momento el Templo se convirtió para los antiguos israelitas en el centro de su vida religiosa al considerarse el pueblo elegido por Dios. Según el A.T. el Monte Moria había sido el lugar que Dios había señalado a Abraham -el primer patriarca de Jerusalén- para que le ofreciese en sacrificio a su hijo Isaac. Por tanto este lugar sagrado y cargado de simbolismo pertenece a los orígenes más remotos del pueblo de Israel. El Templo había sido destruido por primera vez en el año 586 a.C. cuando el rey babilonio Nabucodonosor invadió la ciudad. Pese a que fue reedificado, en el año 70 d.C. el emperador Tito lo saqueó y destruyó definitivamente cuando sofocó la rebelión judía contra el Imperio romano a sangre y fuego. Nunca más se volvería a levantar más quedando como único testigo la “Explanada del Templo”.

En el siglo IV la fe de los apóstoles dejó de ser perseguida por el Imperio Romano. Desde entonces Jerusalén comenzó a ser valorada como el escenario en que Cristo vivió algunos episodios más importantes de su vida en la Ciudad Santa.  Constantino mandó a construir la basílica del Santo Sepulcro, pasando a ser el objetivo fundamental de las peregrinaciones de los cristianos a Tierra Santa en los siglos siguientes.

Los árabes conquistaron la ciudad en el 638, sólo seis años después de la muerte del profeta Mahoma. Para los árabes Jerusalén también tenía un significado especial. La costumbre de rezar mirando en dirección a Jerusalén fue alterada por el Profeta durante su estancia en Medina, ordenando que en adelante la oración se hiciese hacia La Meca, ya que consideraba que su santuario “la Kaaba”, tenía preeminencia sobre Jerusalén. La tradición indica que en un saliente rocoso conocido como la “Roca Fundacional” se realizó el sacrificio de Isaac, donde posteriormente fue construido el sanctasanctórum (el lugar más sagrado y reservado) del Templo de Salomón y desde donde Mahoma ascendió a los cielos a lomos de Buraq, lo que sitúa al Templo de Salomón en un lugar central de la geografía sagrada de los musulmanes.

Para solemnizar dicho descubrimiento, Omar decidió levantar la primera mezquita fuera de Arabia “Mezquita de Al-Aqsa”. Abd al-Malik, unas décadas más tarde, decidió construir uno de lo más espléndidos santuarios musulmanes de todos los tiempos “La Cúpula de la Roca”, terminada en el año 691. A finales del siglo VIII, Jerusalén se había convertido ya en la tercera ciudad más sagrada del Islam, después de la Meca y Medina.

Aunque Jerusalén fuera conquistada en 1099 seguirá siendo un territorio hostil para los cruzados. Balduino enérgico y pragmático desplegó una importante ofensiva para aumentar los territorios del reino. Para el año 1100 todo el litoral costero de Palestina estaba en poder de Jerusalén, y en 1116 extendió su frontera al sur hasta el Mar Rojo. En el interior fue tolerante al reconciliarse con las iglesias cristianas orientales así como con judíos y musulmanes.

La ola de entusiasmo religioso que había despertado el triunfo de la Primera Cruzada hizo que en 1101 se organizasen varias expediciones de refuerzo a los estados latinos de Oriente desde Europa lideradas por Guillermo IX de Aquitania y Güelfo IV de Baviera, pero ambas expedición fueron aniquiladas por el martillo turco en Anatolia. En 1113 fue fundada la Orden del Hospital para asistir a los peregrinos, a imitación al Temple. Los Hospitalarios eran una institución caritativa que cuidaba de los peregrinos y de los enfermos en Jerusalén, pero acabaron adoptando también una función militar.

En abril de 1118 falleció el rey Balduino I de regreso de una infructuosa campaña militar en Egipto. Le sucedió su primo Balduino II que abrió una época de entendimiento entre el patriarca de Jerusalén, Gormundo de Picquigny y la corona que mantuvo sus fronteras. Ante la irrupción de los turcos selyúcidas en Oriente, las antiguas rutas terrestres que atravesaban el Imperio bizantino continuaban interrumpidas. Por lo tanto, el mar se convirtió en el principal medio que usaron los peregrinos del siglo XII para llegar a Tierra Santa, aprovechando el buen tiempo de la primavera. Los peregrinos zarparon de los puertos del sur de Francia e Italia, para llegar a Sicilia, Creta, Rodas y Chipre y desde allí hasta alcanzar algún puerto seguro como Beirut, Tiro, Acre o Jaffa, donde comenzaría un largo y tortuoso camino hasta Jerusalén, donde la seguridad de los caminos sería un problema a resolver.

¡De que servía defender los Santos Lugares si los peregrinos no podían acudir a ellos para rezar!



Hugo de Payns “el primer gran maestre del Temple”.

Hugo de Payns, tomó conciencia de los problemas que acosaban a los peregrinos y a Balduino II en la defensa del reino. Dos hechos ocurridos en el año 1119 pudieron actuar de revulsivo para que se decidiese actuar:
  • Poco antes de la Pascua de aquel año se produjo una matanza de peregrinos a orillas del río Jordán.
  • Durante el mes de junio el ejército del principado de Antioquía fue aplastado por los turcos en la batalla de Ager Sanguinis “campo de sangre”.
Será entonces cuando Hugo de Payns y un grupo de caballeros se acogieron a la comunidad de canónigos regulares del Santo Sepulcro de Jerusalén, comprometiéndose a vivir como monjes, respetando sus costumbres, pero sin ingresar en la comunidad ni renunciar a las armas aunque consagrados al servicio de la basílica para obtener la remisión de los pecados. Pero Hugo de Payns decidió dar un paso más allá. A comienzos del año 1120, Payns y un reducido grupo de caballeros tomaron una trascendental decisión al realizar votos religiosos de “pobreza, castidad y obediencia” ante el patriarca Gormundo de Picquigny, quien les encomendó la misión de proteger las rutas de los peregrinos que transitaban por el reino.

Acababa de nacer la primera Orden militar de la historia, despertando al mismo tiempo tanto recelo como entusiasmo. Los cruzados y peregrinos identificaban  la explanada de Al-Aqsa con el antiguo templo de Salomón, donde se instalarían “Los Caballeros del Templo”. De ahí proviene su etimología.

La iniciativa despertó el interés de las élites políticas, al implicarse Balduino II tempranamente en el proyecto, lo que otorgará un alcance inédito. Los primeros templarios obedecían al patriarca de Jerusalén sin tener que padecer las presiones de los señores feudales del reino. El apoyo de la monarquía jerosolimitana será determinante para la Orden, provocando un punto de inflexión, al permitirles ampliar la institución, asumiendo un puesto privilegiado en la sociedad de Tierra Santa. Payns y sus caballeros templarios habían hecho de la protección de los peregrinos el objetivo fundamental de la Orden cuya principal seña de identidad será convertirse en el brazo armado de la Iglesia en Tierra Santa. Pero para tan magna empresa, será imprescindible contar con el respaldo de Occidente y con la sanción canónica de Roma. 

Hugo de Payns en un viaje decisivo zarparía en 1127 desde Jerusalén rumbo a Occidente con cinco caballeros templarios con varios objetivos fundamentales:

1. Lograr que el Papa confirmase y aprobase tanto la nueva orden como sus reglas.
2. Obtener recursos económicos para financiar su actividad.
3. Atraer nuevas vocaciones con las que hacerla crecer.

La frágil situación defensiva de los estados latinos en Tierra Santa hacía necesario un nuevo llamamiento a los caballeros cristianos de Occidente para que acudiesen en su ayuda. Pero era necesario lograr el reconocimiento de la Iglesia oficial de manos del Papa Honorio II, sensible a los problemas de Tierra Santa. En enero de 1129 habría de celebrarse en Troyes un concilio provincial en el que se estudiaría su propuesta y al que acudiría un delegado del pontífice cuya opinión sería escuchada con el máximo interés. 

Hugo de Payns sabía que además del apoyo del pontífice, necesitaría contar con el de Bernardo de Claraval, miembro de la Orden del Císter que poseía una enorme autoridad moral sin parangón en toda Europa.

Bernardo estaba convencido que sólo la disciplina, la austeridad y la oración podían alejar al hombre del pecado, e hizo de su vida un ejemplo de todo ello. Aunque no llegó a ser papa, tenía más prestigio que cualquier papa de su tiempo. Su autoridad moral llegó a tal punto que papas, reyes y obispos requerían su consejo de forma constante. Disponer de su aquiescencia suponía la mejor carta de presentación posible.

Bernardo estaba informado de primera mano sobre la iniciativa del Temple. En 1126, el conde Hugo de Champaña, a cuya generosidad se había debido la fundación del monasterio cisterciense de Claraval (del que Bernardo era abad), había decidido ingresar en el Temple. Lograr su bendición para el proyecto del Temple supondría atraer para su causa al conjunto de la Iglesia en la que la orden cisterciense poseía un enorme peso.

El concilio de Troyes en 1129 fue decisivo para la historia de la Orden del Temple, al presentar el propio Hugo de Payns su proyecto, el cual fue aprobado con su regla. Parece indudable el papel decisivo desempeñado por Bernardo de Claraval dicho concilio, a pesar del importantísimo desafío al pensamiento cristiano como fue el concepto de guerra justa y santa en defensa de Dios y de su Iglesia. Ese tipo de “legítima violencia” quedaba vedada para los miembros del clero.

El éxito del Concilio de Troyes llevó a la aristocracia rápidamente a reconocer la nueva Orden del Temple colocando sus armas al servicio de la Fe y de la Iglesia. Bernardo de Claraval consideraba necesario extender a los laicos la reforma moral iniciada en la Iglesia habilitando caminos para que los caballeros secundones que no optaran por la opción del clero canalizaran su ímpetu a través de las cruzadas.

A finales del verano de 1129, los templarios llevaron a cabo su primera acción militar al decidir Balduino II atacar Damasco recibiendo el apoyo de su yerno y de la Orden del Temple saldándose la batalla con un rotundo fracaso. Fulco entendió que el reino amenazado de Jerusalén no podía permitirse desperdiciar efectivos, y comenzó a usar a partir de entonces la diplomacia. Poco a poco el pragmatismo se iba imponiendo y el Temple entraba en acción desplegando una enorme actividad para la que había sido fundada: dedicarse a patrullar los caminos para escoltar a los peregrinos, desde los puertos mediterráneos hasta Jerusalén y otros lugares vinculados con la vida de Jesús, como Belén, Nazaret o el río Jordán. El ataque de Balduino II a Damasco fue la primera acción documentada de la Orden del Temple, constituyendo un hito fundamental en su historia. En adelante asumirá como función primordial la defensa armada de los estados cruzados de Oriente frente al Islam.

Comenzaba a difundirse por Europa la fama de los caballeros que de forma tan servicial y valiente escoltaban a los peregrinos por las peligrosas rutas de Palestina. El prestigio de los caballeros se extendió como un reguero de pólvora por el reino de Jerusalén.


Elogio de la nueva milicia “De laude novae militae”, de Bernardo de Claraval

Es una carta abierta dirigida a Hugo de Payns por Bernardo de Claraval con dos partes:

1. En la primera parte justifica y describe la misión de los templarios afirmando que la guerra en Tierra Santa era una desgraciada necesidad no sólo siendo necesaria sino también justa, pues con ella los templarios recuperaban para la cristiandad la tierra que el propio Cristo había ganado con el derramamiento de su sangre, en Tierra Santa “El Santo Sepulcro”.

2. En la segunda parte del Elogio, Bernardo de Claraval describía a los templarios como custodios de los lugares sagrados de la Cristiandad “Belén, Nazaret, el Monte de los Olivos, el valle de Josafat, el Jordán, el Calvario y el Santo Sepulcro” donde los miembros de la Orden actuaban como protectores de los peregrinos y sólo ellos estaban llamados a proteger a los débiles y a los pobres que deseaban recorrer los mismos caminos que Cristo, al estar capacitados espiritual y físicamente para hacerlo.

El impacto del Elogio de la nueva milicia levantó oleadas de entusiasmo, provocando que muchos caballeros se alistaran en la Orden templaria. Otros caballeros que no querían asumir las obligaciones monacales de pobreza, castidad y obediencia, se ofrecieron en la defensa de los Santos Lugares por tiempo limitado como cruzados. El escrito de Bernardo de Claraval provocó una auténtica cascada de vocaciones y donaciones que contribuyeron al espectacular despegue vivido por la Orden a partir de 1130 siéndoles donadas casas, rentas feudales, tierras o fuertes sumas de dinero. Tampoco faltaron donaciones al Temple en 1134 en el Imperio germánico, Islas Británicas, Escocia y Portugal. En muy poco tiempo la Orden del Temple reunió un notable patrimonio compuesto por rentas periódicas, bienes raíces y dinero líquido.

Una vez finalizado el concilio, cada uno de los cinco caballeros que había acompañado al maestre a Europa siguió un itinerario diferente para darle difusión a la Orden del Temple. Raimundo Bernard se incorporó a la tarea recaudatoria en la península ibérica vinculada con la “Reconquista”.

Jerusalén estaba sometido a grandes tensiones con escasez de recursos militares y materiales siendo hostigada por los enemigos musulmanes.

Balduino II no tuvo hijos varones siendo necesario encontrar un esposo para su hija Melisenda. El conde Fulco V de Anjou que había peregrinado como cruzado a Jerusalén hacia 1120-1121 gozaba de la bendición del rey de Francia y del Papa para convertirse en rey de Jerusalén si se casaba con Melisenda cuya boda se celebró en la Ciudad Santa en junio de 1129 creando una nueva estirpe. La coronación de los reyes de Jerusalén junto al Santo Sepulcro de Cristo llegó a ser la muestra palpable de la legítima divinidad de su poder, en el lugar más sagrado de la Cristiandad.

Fulco V de Anjou demostró una capacidad política y administrativa fuera de lo común al ser pragmático y neutralizar a los barones disconformes , nombrando a hombres de su confianza al frente de señoríos estratégicos, construyendo y reparando las fortalezas en las fronteras y prosiguiendo con la política de tolerancia religiosa y cohesión social. Para ello contaba con el apoyo fundamental del patriarca Guillermo de Mesina.

En 1136, el rey Fulco donó a la Orden del Hospital reconocida por el papa en 1113 el castillo de Bethgibelin, cerca de la frontera con Egipto para atender a los peregrinos enfermos. En 1153 se documenta por primera vez una acción militar de freiles del Hospital, en el cerco de la ciudad de Ascalón, un hecho fundamental que cambiará el rumbo del Temple como de todo el Oriente latino.

En 1135, en el Concilio de Pisa, el papa Inocencio II ratificó la regla de la Orden que su delegado había aprobado en Troyes. El primer maestre de la Orden del Temple Hugo de Payns murió en 1136 pero su gran sueño se había convertido en realidad, convirtiéndose los templarios en un referente moral del ideal cristiano, llevando siempre sobre el pecho el signo de la cruz. Con el Temple había nacido un nuevo tipo de monje en el que el adiestramiento militar era tan importante como el espiritual.


La Orden del Temple

En sus orígenes, la Orden del Temple tenía poderosos amigos, entre los que se encontraban los condes de Anjou y de Champagne, que se le habían asociado durante las peregrinaciones a Tierra Santa en 1220. Pero sobre todo, contaban con la inestimable ayuda de Bernardo de Claraval, de cuya intersección obtuvieron el reconocimiento oficial del Papa en el Concilio de Troyes de 1128 y una regla latina escrita a lo que siguieron las bulas expedidas entre 1139 y 1145, lo que convirtió a los templarios en una organización que sólo era responsable ante el Papa.

La primera de las reglas del Temple que nos ha llegado se denominó “regla latina” de 1131 que contiene 72 artículos que regulan minuciosamente la vida de los miembros de la primera orden militar de la historia. El patriarca modificó 12 artículos de la regla aprobada en Troyes y enriqueció el texto añadiendo hasta 24 artículos.

Quienes se hiciesen templarios tendrían que realizar los votos monacales de castidad, pobreza y obediencia, debiendo practicar la vida en común y observar el rezo completo del oficio divino.

Las horas canónicas de los templarios eran las siguientes:

· Maitines: antes del amanecer. (<6 a.m.)
· Laudes: al amanecer.
· Prima: primera hora después del amanecer, sobre las 6:00 de la mañana.
· Tercia: tercera hora después de amanecer, sobre las 9:00.
· Sexta: mediodía, a las 12:00 después del Ángelus.  
· Nona: sobre las 15:00, la hora de la Misericordia.
· Vísperas: tras la puesta del sol, habitualmente sobre las 18:00 después del Ángelus en tiempo ordinario.
· Completa: antes del descanso nocturno, las 21:00.

“Una hogaza de cada diez era reservada para los pobres y dos veces a la semana se les distribuía pan y vino a los pobres. Todo lo que sobraba iba destinado a los más necesitados”.

Pero además, los templarios quedarían obligados a hacer uso de las armas en defensa de la Iglesia y a prepararse para ello, pues el voto de cruzada sería perpetuo. No obstante, los caballeros templarios, pese a ser monjes, quedarían incapacitados para profesar como sacerdotes e impartir los sacramentos ya que el derramamiento de sangre se lo impedía.

El 29 de marzo de 1139, la cancillería pontificia expidió un solemne documento, “Bula Omne datum optimun”, por la cual el papa Inocencio II libraba a la Orden de su dependencia respecto al patriarca de Jerusalén y la colocaba directamente bajo la única autoridad del pontífice de Roma. El documento marcaría un punto de inflexión en la historia del Temple al quedar al margen de toda jurisdicción episcopal y perdiendo el patriarca su capacidad para intervenir o modificar la regla de la Orden.

La bula daba a la Orden el derecho a tener sus propios sacerdotes eximiéndoles de pagar por sus tierras el diezmo no respondiendo nada más que ante el papa. Las necesidades de la cruzada impulsaron a los pontífices a eximir al Temple de los impuestos papales.

En 1140, tuvo lugar la redacción de la denominada “regla francesa” de la Orden que se convertirá en definitiva. Roberto de Craon “segundo maestre de la Orden del Temple” ordenó realizar una versión en lengua vulgar (francés) de la regla latina de 1131 al considerar que la mayor parte de los miembros desconocían el latín, la lengua culta.

A diferencia de las órdenes monásticas de su tiempo, el Temple no consideró prioritaria la formación académica de sus miembros cuya misión primordial consistía en la defensa de la cristiandad.

Los primeros templarios fueron píos legos que buscaban una salida a sus impulsos religiosos con el único fin de seguir a Cristo contra los infieles y proteger a los peregrinos, actuando bajo la legítima autoridad del Papa. Cuando un nuevo hermano ingresaba en la Orden, renunciaba a poseer cualquier tipo de bien. La Orden le proporcionaba todo lo necesario para vivir y en el caso de los caballeros y sargentos, su correspondiente equipo militar. Sólo la estricta observación de todas las normas establecidas en la regla de la orden convertía al templario en un verdadero monje que tenía dos vías para defender los Santos Lugares: oración y defensa de las rutas de peregrinos.

Nada podía causar más vergüenza a un caballero que ser objeto de deshonor por un acto de cobardía en la batalla, lo que marcaba a sus sucesores de por vida. El sentido del honor garantizaba la eficacia militar de la caballería. Si un caballero era apresado por los musulmanes, sólo existían dos opciones: lograr escapar o esperar la muerte ya que el Temple jamás pagó por el rescate de cautivos.

Cuando un templario lograba sobrevivir en Tierra Santa podía terminar sus días en cualquier encomienda de Occidente. El Temple era una maquina perfectamente engrasada con una esmerada jerarquía interna y el uso inteligente de símbolos, siendo claves la disciplina y obediencia.

En el año 1145 la Orden del Temple obtiene el privilegio pontificio de tener sus propias iglesias y camposantos. Ser enterrado en un cementerio de la Orden era considerado un gran honor, además de garantía especial para ganar la salvación. Cuando un hermano del Temple fallecía en el campo de batalla o fuera de él, recibía el “sepelio anónimo”. 

La bandera de la Orden -negra y blanca- llegó a convertirse en un símbolo tan importante que su integridad pasaba por delante incluso de la vida de los caballeros y sargentos. Las insignias y símbolos de identidad sería una de las particularidades más notables del Temple que reforzaban sentimientos de grupo y les daba cohesión. Los templarios eran guerreros llamados al martirio en defensa de la Iglesia de Cristo. Sólo la Orden del Temple podía vestir enteramente de blanco como pureza que elevaba a los templarios por encima de ningún otro miembro de las distintas órdenes militares o monacales. 

Los colores simbolizaban la pureza y castidad de los templarios (blanco) siempre unida a su fuerza y valor (negro). La pérdida de un pendón “insignia militar” podría suponer un desastre para la Orden ya que significaba un papel vital en la mentalidad militar de los templarios. La bandera siempre debía estar rodeada de un grupo entre cinco y diez caballeros para protegerla. Los templarios inventaron el uniforme y apego a la bandera.

En sus mantos lucían la cruz patada (ancha por sus extremos) de color rojo sobre el hombro izquierdo, privilegio pontificio otorgado por el papa Eugenio III en 1147 en señal del carácter perpetuo de su voto cruzado.

“Que esta señal les sirva de defensa y jamás den las espaldas a ningún enemigo de la fe”, se afirmaba en el documento de concesión.

Mientras los templarios estaban encargados de defender los Santos Lugares, sus hermanos de Occidente obtenían recursos con los que sufragar la costosa aventura en Oriente. Pero lo que hacía a la Orden del Temple aún más poderosa es que desde 1139 a 1272, los papas fueron promulgando sucesivos documentos pontificios que acrecentaban y confirmaban multitud de privilegios y exenciones para la Orden, recursos vitales para que la orden prosperase. La Orden del Temple se había convertido desde su origen humilde en Jerusalén, en una institución presente en dos continentes, con miles de miembros y un enorme patrimonio que fortalecía su presencia militar en los reinos cruzados. 

La Orden creció tanto que estableció su propia organización territorial. En el siglo XII se enumeran diez provincias en la regla templaria:

1. Jerusalén, Trípoli y Antioquía en Oriente.
2. Francia, Inglaterra, Poitou, Aragón, Portugal, Apulia y Hungría en Occidente.

En cada provincia, la unidad básica era la encomienda, que aglutinaba todas las tierras de una demarcación. Los habitantes más numerosos de las encomiendas se denominaban los confratres “cofrades en latín” que podían vivir junto a la comunidad y contribuir a ella con su trabajo, gozando de la protección de la Orden para ellos, sus familias y sus bienes.

Aunque la regla prohibía taxativamente el ingreso de mujeres, se sabe que en Europa los templarios tuvieron al menos un convento de monjas en Mühlen (Alemania) y otro en Rourell (Tarragona) ya que con las mujeres captaban el favor de sus familias.

El poder señorial de los templarios quedaba plasmado en la construcción de edificios e iglesias con aspecto fortificado aunque las auténticas fortalezas fueron construidas en las zonas fronterizas con el Islam, en Siria y Palestina. La eficiencia del Temple era tal que los excedentes que producían las alquerías occidentales llegaban al otro extremo del Mediterráneo. Una vez reunida la cosecha y cobradas las rentas anuales, cada encomienda tenía la obligación de enviar a la casa matriz de Jerusalén por lo menos un tercio de su producción.

Desde el siglo XII el Temple comenzó a proveerse de una flota de barcos propios cuyos principales puertos de embarque fueron Marsella “barcos templarios aragoneses y provenzales” y Brindisi, en el sur de Italia.

En 1143 murió el rey Fulco nombrando sucesor al joven Balduino III ejerciendo la regencia la reina Melisenda al tiempo que las relaciones con el principado de Antioquia y el condado de Edesa (reinos francos) se deterioraron gravemente, lo que contribuyó a presentarse una oportunidad de oro para Zengi, que en diciembre de 1144 atacó el condado de Edesa, conquistando con facilidad la capital y todas las plazas al este del río Eúfrates. Desde Jerusalén no fueron capaces de articular una respuesta armada, enviando un emisario a Occidente en busca de auxilio mientras rezaban y reforzaban las fronteras. El peso financiero de los templarios les proporcionó suficiente poder como para reclutar mercenarios “turcopolos” mientras dotaban de guarniciones a los castillos. Los templarios conservaron el Castillo de los Peregrinos hasta la caída de Acre por los mamelucos en 1291, tras lo cual fue abandonado. Los templarios y hospitalarios actuaban como verdadera columna vertebral de los ejércitos cruzados.



La Orden del Temple, “pionera de la banca”

La Orden del Temple mediante bulas y privilegios otorgados por los pontífices poseía un enorme poder económico convirtiéndose en grandes comerciantes y prestamistas, labores muy lejos de su objetivo inicial y de vocación, lo que será considerado una de las claves que los llevará a su perdición. Un recurso importante que resultaba realmente útil a los templarios de Oriente era la conversión de bienes en dinero, que luego enviaban a la casa matriz de Jerusalén. Fue así como los templarios se introdujeron en los inicios del mundo de la banca, emitiendo incluso documentos “ad hoc -un antecedente de la letra de cambio que aparecería siglos más tarde-. La Orden realizó préstamos a pesar que la usura estaba explícitamente condenada por la Iglesia. 

Los depósitos estaban a salvo en lugares fortificados lo que simplificaba los enormes problemas logísticos de las cruzadas: depósitos de dinero, objetos valiosos y documentos, cuentas corrientes, anticipos y finanzas, cambio de moneda y transporte de dinero en metálico a larga distancia. Muchos nobles les hubiese sido imposible permanecer en Tierra Santa de no haber contado con la ayuda del Temple mediante préstamos. 

Su reputación era tal, que en 1303 el rey Jaime II de Aragón depositó las joyas de la corona en el castillo templario de Monzón. En el caso de Francia, la vinculación entre la monarquía y la Orden del Temple fue incluso más estrecha. En un gesto inédito, el rey Felipe II Augusto había ordenado el traslado del tesoro real de Francia a la torre del Temple de París. La casa parisina de la orden era su principal centro financiero. Los reyes de Francia dependieron en buena medida de los expertos financieros del Temple. 

Luís VII se había quedado casi si fondos, como resultado de los desembolsos hechos a las tropas durante la marcha junto por los altos precios que los bizantinos les impusieron por los alquileres de los barcos. Los templarios le facilitaron el dinero y Luís VII dio orden escrita a sus regentes en París para que restituyesen este dinero a la Orden en Francia.

Muchos objetos sagrados fueron destinados a su venta en Occidente “una piedra donde descanso la Virgen o un trozo de la Vera Cruz, permitiendo a los fieles acercarse a Dios”.



Caballero templario tallado en madera en Priaranza del Bierzo (León).

La Segunda Cruzada [1148-1149]

Predicada por San Bernardo de Claraval y emprendida por Conrado III de Alemania y Luis VII de Francia contra Nür al-Din y Saladino.

Ante la precaria situación en la que se encontraban los estados latinos, el Papa dictó a comienzos de 1145 una nueva bula de cruzada “Quantum praedecesores” reeditando los beneficios concedidos durante la Primera Cruzada a quienes se decidiesen a tomar la cruz en auxilio de los Santos Lugares. Luis VII de Francia acudió al cisterciense Bernardo de Claraval quien leyó ante el rey que Francia estaba dispuesta a socorrer a Jerusalén. Bernardo recorrió Alemania occidental predicando la cruzada pronunciando en la catedral de Spira un nuevo sermón ante la corte y el emperador Conrado III, consiguiendo su adhesión a la causa. A finales de 1147 el ejército alemán y francés se ponían en marcha siguiendo la ruta terrestre hacia el levante encontrándose con las reservas del emperador bizantino al atravesar su territorio. Después de atravesarlo, los nuevos cruzados se las tuvieron que ver con el martillo turco en Anatolia. En octubre, el ejército alemán fue estrepitosamente derrotado en Dorileo, obligándolos a retroceder. La humillación fue tan insoportable para Conrado III que abandonó Palestina. 

Mientras tanto, las tropas francesas siguieron la marcha por las estribaciones montañosas del sur de la actual Turquía. Cuando llegaron al monte Cadmos, los turcos se abalanzaron de nuevo sobre los cruzados, provocando una desbandada general pero la disciplina y entereza de los templarios evitaron la debacle. A partir de aquel momento, los templarios contaron siempre con el favor del monarca francés. En la primavera de 1148, las mermadas fuerzas de la Segunda Cruzada llegaron a los estados latinos.

Imad al-Din Zengi había muerto en 1146 dividiendo sus territorios entre sus hijos. El más peligroso de ellos era Nür al-Din a quien había correspondido Alepo pero la curia dirigió la expedición militar hacia Damasco, quizás atraídos por las riquezas de la legendaria capital del antiguo califato omeya y por la vinculación que la ciudad damascena había tenido con el apóstol San Pablo. 

Nür al-Din inició una agresiva campaña contra el principado de Antioquía, que perdió todos sus territorios al este del río Orontes. La rápida intervención de Balduino III detuvo el avance musulmán, impidiendo que otro de los principados cristianos cayese bajo el empuje del Islam. El mismo Nür al-Din se convirtió en el soberano más poderoso de Siria al conquistar Damasco en 1154, quedando unificada bajo un solo poder musulmán. El ataque a Damasco supuso la ruptura de la alianza que el rey Fulco había establecido con los gobernantes damascenos. Balduino se encontró sin apoyos en el campo musulmán lamentando haber defendido en la curia de Acre una cruzada contra Damasco. 

La Orden del Temple intervino en todas las operaciones de la Segunda Cruzada al mediar diplomáticamente para permitir el paso de los ejércitos europeos por el Imperio bizantino. Fue la actuación de los templarios en el Monte Cadmos la que impidió que el ataque de los turcos aniquilase al ejército francés, que logró salvarse. En Damasco su comportamiento fue intachable, capaces de mediar en las complejas tensiones políticas en las fronteras salieron del fracaso de la Segunda Cruzada con el honor inmaculado.

La fama de la Orden creció tanto en Oriente como en Europa. La meritoria actividad militar de Everardo des Barrés durante la cruzada le valió ser elegido como “tercer gran maestre” en 1149 tras la muerte de su antecesor. A partir de ese momento el Temple gozó del prestigio de ser considerado por mucho como el mejor cuerpo militar de su época, siendo su valía insustituible.

La toma de Damasco por Nür al-Din exigía una respuesta rápida, decidiéndose poner en marcha una nueva campaña militar con sus propios recursos. En esta ocasión, será el Egipto de los fatimíes tomado el 22 de agosto de 1153 tras un cerco de seis meses, lo que evitará una tenaza alrededor de los cristianos. 

Asegurada la frontera con Egipto, Balduino se centró en asentar su autoridad en el Oriente latino tomando medidas para frenar el excesivo poder de la nobleza, y en el exterior buscando alianzas con Bizancio, para lo cual contrajo matrimonio con Teodora, sobrina del emperador Manuel I.

Entre 1163 y 1169 se pusieron en marcha cinco expediciones a Egipto, intentando aprovechar la decadencia de los califas de El Cairo. En 1168 se ordenó poner en marcha una nueva campaña para cambiar el protectorado por una ocupación militar, levantando recelos en el reino. 

Los templarios se sintieron perjudicados por la decisión, puesto que uno de sus caballeros había participado en la negociación del protectorado. Así, el gran maestre del temple, en un gesto sin precedentes, comunicó la decisión de no secundar la iniciativa real. La campaña egipcia de 1168 supuso un rotundo fracaso. Era la primera vez que la Orden del Temple negaba su apoyo al rey de Jerusalén y al mismo tiempo, la primera vez que la Orden del Hospital imponía sus criterios. 

Pero será Saladino “Salah al-Din ben Ayyub” quien logre poner al Islam en pie contra los cruzados. Su tío Shirkuh que conquistó Egipto tras cuatro años de campañas fallece en 1169 sucediéndole su sobrino, Saladino que abolió el califato fatimí. Nür al-Din murió en 1174 y Saladino se hizo con el poder en Siria invocando la necesidad de mantener unidos los territorios musulmanes frente a la amenaza cristiana. En 1183 tomó Alepo y en 1185 Mosul. 

Según el testimonio del deán de Londres presente en la “Batalla de Montgisard” en noviembre de 1177, fue la intervención de la caballería del Temple lo que logró poner en fuga a Saladino y los suyos dando la victoria a las tropas cristianas.

El empuje de Saladino puso en alerta a los estados cruzados, que no pasaban por su mejor momento, por culpa de los problemas sucesorios del reino de Jerusalén con dos facciones. 

·Raimundo III quien pretendía mantener la coexistencia pacífica con el mundo musulmán, apoyado por la Orden del Hospital.

·Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, quien pretendía una política agresiva contra los musulmanes, apoyado por el Temple y el Alto Clero en Tierra Santa. 

Se impuso la posición defendida por el rey de Jerusalén y la Orden del Temple, lo que dará a Saladino la excusa perfecta para emprender la guerra santa contra los francos. La batalla de los Cuernos de Hattin el 4 de julio de 1187 al oeste del mar de Galilea ha pasado a la historia como una de las más humillantes derrotas de los cristianos en Tierra Santa. A partir de Haitín irán cayendo como un castillo de naipes los enclaves francos de la costa sirio-palestina “Acre, Haifa, Nazaret, Beirut, Ascalón e incluso la Gaza templaria”. 

Pero Saladino tenía como gran objetivo el centro simbólico de la presencia cruzada en Tierra Santa “Jerusalén” haciendo llegar una oferta de capitulación pacífica a las autoridades cristianas de la ciudad. Ante el airado rechazo cristiano de la propuesta y tras nueve días de asedio serán los propios francos los que acordarán su rendición pacífica el viernes 2 de octubre de 1187. Jerusalén volvería a manos musulmanas. La pérdida de la ciudad Santa hizo estragos en el sentir europeo dando origen a la Tercera Cruzada. El año 1187 fue un año de luto para toda la Cristiandad al haberse perdido Jerusalén para los cruzados. En la Ciudad Santa volvía a resonar la voz del almuédano llamando a la oración cinco veces diarias. Cuando Saladino entró en Jerusalén, el reino de los cruzados se había desplomado y la conquista musulmana se fue extendiendo como un reguero de pólvora.

Saladino hizo gala de la clemencia que no tuvieron los cruzados en 1099, permitiendo a los francos abandonar la ciudad siempre que pagasen un rescate. 

La batalla de Kattin llenó de humillación y vergüenza a los cruzados, al perderse la reliquia de la Vera Cruz cuya custodia correspondía al Temple. A los templarios les cabía en buena parte la responsabilidad de la derrota ya que su maestre, Gerardo de Ridefort, había sido uno de los principales responsables de los agitados sucesos previos a la confrontación y que el ejército hubiese plantado cara temerariamente a Saladino.

La Orden del Temple vivió en los momentos posteriores a la batalla de Hattin una de las mayores crisis de su historia al haber sido capturado su gran maestre. En los días posteriores cayó Galilea y el estratégico puerto de Acre y en octubre, la luz y norte de los cruzados “Jerusalén”. Trípoli y Antioquía aguantaron a duras penas la arremetida. Algunas plazas costeras consiguieron salvarse, destacando Tiro, el puerto jerosolimitano donde acudieron a refugiarse los supervivientes para organizar la resistencia a Saladino. Tiro tuvo que sufrir por dos veces el férreo cerco de Saladino pero la iniciativa de Conrado de Montferrato hizo a Saladino desistir de su empeño. 

...Tras la pérdida de los Santos Lugares y tras la caída de Acre en 1291, los enemigos del Temple aprovecharán la "magnífica oportunidad" que se les presentaba al generarse un conflicto abierto entre el papado y la corona de Francia, o lo que es lo mismo, la división interna entre Oriente y Occidente, incapaz de redefinirse tras la salida de Tierra Santa. La pérdida de los Santos Lugares será un duro golpe para la Cristiandad, incapaz de asumir semejante pérdida...


La Tercera Cruzada [1189-1192]

Emprendida por Felipe Augusto de Francia, Ricardo I Plantagenet de Inglaterra “Ricardo Corazón de León” y Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano en respuesta a las conquistas de Saladino, que no logró revertir la situación.

Ricardo Corazón de León tomó San Juan de Acre derrotando a Saladino en Arsuf el 7 de septiembre de 1191. Tras arrebatarle Ascalona y Jaffa, firmó con éste un tratado en septiembre de 1192 por el que los cristianos conservarían las ciudades costeras con libre acceso a los Santos Lugares. Ridefort de nuevo al frente del Temple abandonó Tiro en agosto de 1189 para emprender la recuperación de la plaza costera de Acre encontrando la muerte en octubre de 1190 a la sombra de sus murallas. 

El emperador Barbarroja emprendió por su cuenta una cruzada sin esperar la bendición del pontífice. Con 20.000 hombres partió de Ratisbona el día 24 de abril “San Jorge” hacia Oriente. Cuando partieron Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto, la desgracia ya había abatido la cruzada alemana. 

Ricardo conquistó Chipre y llegó a Palestina. Junto a Felipe decidió completar el asedio de Acre, puerto que le permitiría poder afrontar con mayores garantías las siguientes operaciones. En julio de 1191, cayó la plaza de Acre. Acre convertida en la nueva capital del reino y en ella se instalaron la casa matriz de la Orden del Temple y del Hospital.

Felipe Augusto volvió a Francia firmando por escrito un compromiso por el que se obligaba a no atacar Inglaterra en ausencia de su rey Ricardo que decidió seguir con la cruzada en solitario, convencido de su misión por recuperar Jerusalén. 

Los cruzados tomaron Jaffa renunciando a poner Jerusalén bajo asedio mientras genoveses y pisanos estaban enzarzados en un conflicto por controlar el comercio en los puertos recuperados por los cristianos, y en Acre habían llegado a una guerra abierta. En Chipre había estallado una insurrección por lo que Ricardo optó por venderla al Temple mientras que un partido profrancés había entablado conversaciones con Saladino a espaldas del rey inglés. La idea de volver a Europa estaba ya en la cabeza de Ricardo. Las noticias inquietantes que llegaban desde Inglaterra acabaron por decidirle a volver a su reino al enterarse de que su hermano, el príncipe Juan, conspiraba con algunos nobles para hacerse con la corona durante su ausencia.

En un acto tan macabro como polémico, no dudó en asesinar a los 3.000 rehenes musulmanes que habían quedado en Acre tras su conquista. La cólera de Saladino ante semejante monstruosidad fue inmensa. 

Ricardo dispuso que Conrado quedase como rey de Jerusalén mientras compensó a Guido creando para él un reino en Chipre. Entabló conversaciones con Saladino acordando una tregua en noviembre de 1192, por la que se reconocía a los cruzados la posesión de los territorios conquistados y se garantizaba el acceso a los peregrinos cristianos a los Santos Lugares. Pero Conrado de Montferrato fue asesinado unos días antes de ser coronado rey de Jerusalén. Ricardo se hizo a la mar el 9 de octubre de 1192. 

Tras la muerte de Saladino el 3 de marzo 1193 con 54 años de edad, el vasto entramado territorial que dejó no tardó en convertirse en objeto de disputas entre los múltiples miembros de su familia. 

La Cuarta Cruzada [entre 1202 y 1204]

Organizada por Inocencio III y dirigida por Balduino III de Flandes.

Tuvo como consecuencia el saqueo de la capital de Bizancio “Constantinopla” por los cruzados y la creación de un Imperio latino bajo la jefatura de Balduino. La guerra contra el infiel se había convertido en una guerra fratricida entre cristianos donde el saqueo había triunfado sobre el espíritu de cruzado, siendo considerada uno de los mayores crímenes contra la Humanidad, generando que el Cisma fuera definitivo.

Hacia 1212 se registraron dos cruzadas infantiles, impulsadas por la idea de que la inocencia de los niños daría gloriosa cima, con la ayuda de Dios, a tan “magna empresa”. Ambas se convirtieron en un auténtico desastre. Mientras tanto, en Roma ofuscada por el fracaso de Constantinopla, Inocencio III aprovechó el Concilio de Letrán en 1215 para llamar a una nueva cruzada alentado por el fervor expansivo de la victoria de los cristianos ibéricos sobre los almohades en las Navas de Tolosa tres años antes, así como del triunfo de los cruzados franceses sobre la herejía cátara. 



La Quinta Cruzada [entre 1217-1221]

Emprendida por el Papa Inocencio III y su sucesor Honorio III, el rey Andrés II de Hungría y Leopoldo VI de Austria.

Realizaron una incursión contra Jerusalén, dejando finalmente la ciudad en manos de los musulmanes. Resultó una frustrada expedición a Egipto, donde tomaron Damieta en noviembre de 1219.

La caballería musulmana logró romper las filas de las tropas cristianas pero será la reacción disciplinada de la caballería del Temple la que daría la vuelta a la situación. El sultán al-Kamil, que había sucedido a su padre al-Adil el año anterior tenía como meta deshacerse de la molesta presencia de los cruzados en Egipto. Hasta en dos ocasiones llegó a ofrecerles la paz a cambio de Jerusalén y los territorios perdidos excepto Transjordania, vital para la conexión por tierra entre El Cairo y Damasco, pero el legado papal, cegado por su obstinado celo antimusulmán , rechazó las dos propuestas ante la perplejidad del rey Juan, que creía acariciar el Santo Sepulcro. El legado papal impuso su criterio gracias al apoyo de las órdenes militares, que consideraban indefendible la Ciudad Santa sin el control de Transjordania, negándose a negociar con el sultán. En agosto de 1221 en Sharamsah, las fuerzas del legado papal se estrellaron contra los egipcios. Otra cruzada acababa de perderse. 

La Sexta Cruzada [entre 1228 y 1229]

Inducida por Honorio III al emperador Hohensfauten Federico II, que reivindicaba los derechos al trono de Jerusalén por su matrimonio con Yolanda.

En 1227 las tropas de Federico estaban preparadas para zarpar en Apulia rumbo a Oriente, cuando una epidemia diezmó el campamento, dilatando su partida. El Papa, alegando incumplimiento del voto le excomulgó. Durante el verano siguiente su flota zarpaba rumbo a Palestina sin la bendición del pontífice. Federico desembarcó en levante en septiembre de 1228. La excomunión le privaba del apoyo de buena parte de los francos. El año anterior Federico había recibido una embajada de al-Kamil solicitando colaboración a cambio de lo mismo que le había ofrecido al legado papal “todos los territorios del antiguo reino de Jerusalén a excepción de Transjordania.

Al-Kamil era conocido por su tolerancia y por dar a la religión un valor secundario en su política. Ambos monarcas alcanzaron de buen grado de entendimiento, lo que fue el Acuerdo de Jaffa, firmado en febrero de 1229, mediante este pacto se comprometían mantener una tregua de diez años. Al-Kamil devolvía a los cristianos las ciudades de Jerusalén y Belén, así como un pasillo de acceso desde la costa para los peregrinos. También le cedía la costa oeste de Galilea, donde se encontraba Nazaret y la región de Sidón. A cambio, retenía la soberanía de la explanada del Templo de Jerusalén, y los cristianos se comprometían a permitir el acceso a los creyentes musulmanes, a los que deberían respetar sus vidas y sus bienes.

El acuerdo no fue bien recibido por nadie. A los musulmanes les parecía intolerable la cesión de la tercera ciudad más santa del Islam y el Temple no compartía un pacto con el infiel sin el esfuerzo militar considerando que Jerusalén no podía defenderse sin controlar las tierras de la otra orilla del río Jordán, viéndose privado de su añorada casa presbiteral en el Templo. El acuerdo sólo fue celebrado por Federico y sus partidarios. 

En un gesto insólito, Federico se coronó rey de Jerusalén en el Santo Sepulcro en marzo de 1229 sin ceremonia alguna que lo legitimase “durante 10 años”, provocando aquel gesto la ruptura del rey Federico con los poderes del reino, dando lugar una situación insostenible en Palestina, decidiendo regresar a Europa dos meses después, dejando un par de gobernadores encargados de velar por sus intereses y los de su hijo. Se barruntaban “malos presagios”.

Las divisiones entre los musulmanes les impidieron aprovechar las rencillas entre los francos que pactaron una alianza con Damasco. En 1238 había muerto al-Kamil y la ruptura del imperio de Saladino originó dos grandes bloques: Egipto y Siria. Con intención de hacerse con el control de Siria, uno de los hijos de al-Kamil que gobernaba Egipto decidió recurrir a la ayuda de los mamelucos, guerreros mercenarios que llevaban arrasando Oriente Próximo desde tiempos de los mongoles.

Los mamelucos eran esclavos de origen turco procedentes de Asia Central. Etimológicamente deriva del término árabe “mamluk”, en alusión a su condición servil.

En 1244 sembraron el terror en Siria y Palestina avanzando hasta Jerusalén, que fue perdida para la cristiandad, siendo incendiado el Santo Sepulcro. Los cruzados se reorganizaron logrando un ejército que no se veía desde la aciaga jornada de los Cuernos de Haitin. El 17 de octubre se produjo el trascendental encuentro entre los ejércitos cristianos y egipcio-mameluco que se apoderaron de toda Galilea y la plaza estratégica de Ascalón, cercana a Jerusalén.

Séptima Cruzada [1248-54] y Octava Cruzada [1270] 

Emprendidas por San Luís de Francia. 

Fue derrotado en su primer intento al dirigirse contra Egipto, teniendo que pagar un elevado rescate. En la segunda tentativa pereció ante las puertas de Túnez, víctima de la peste que diezmó a su ejército. De nuevo los musulmanes en la Séptima Cruzada infligieron una derrota sin paliativos en al-Mansurrah a las tropas cristianas mandadas por Luis IX de Francia. 

El rey de Francia se dirigió Palestina, donde estuvo hasta 1254. Finalmente, volvió a Europa, reapareciendo las tensiones políticas. Mientras tanto, los mongoles se habían apoderado de Bagdad en 1258 acabando violentamente con el califato de los abasíes, la más antigua dinastía del mundo musulmán. Dos años después se habían apoderado de Siria y amenazaban Egipto. Sin embargo, en septiembre de 1260 los mamelucos derrotaron a los mongoles en Ayn Jalut, frenando su avance en la orilla oriental del Eúfrates. En 1268 tomarán Antioquía, poniendo fin al principado cruzado y en 1271 atacaron Trípoli, logrando adueñarse de grandes fortalezas del Temple, Hospitalarios y Teutónicos. La llegada del príncipe Eduardo de Inglaterra logró frenar su avance, al firmar con el sultán una tregua en 1272.

En 1285, el sultán de Egipto lanzó una campaña final contra los francos conquistando en 1289 el condado de Trípoli, con lo que la presencia cristiana se limitaba a escasos enclaves costeros del reino de Jerusalén. Siria y Egipto quedarán unificadas bajo el poder mameluco. Trípoli caerá en 1289, el nuevo sultán Khalil comenzó el sitio definitivo a Acre, siendo los templarios los últimos combatientes en abandonar la capital. 

La caída de Acre significó el ocaso del sueño cristiano en Oriente al finalizar su presencia en Tierra Santa. Durante casi dos siglos la Orden del Temple había luchado sin descanso por la defensa de los peregrinos y de los Santos Lugares. Los templarios entraban en un mal sueño mientras que los musulmanes despertaban del suyo.


Castillo templario de Ponferrada (León).

La Reconquista en España, la cruzada de Occidente

Muchos cruzados tomaron el Camino de Santiago en vez de realizar su peregrinación armada a Tierra Santa. El papado y muchos monarcas europeos alentaron que se prestase el servicio de las armas en defensa de la fe en territorio hispánico con el objetivo de debilitar el Islam en Occidente, lo que ayudaría también a recuperar Tierra Santa para la Cristiandad. Este fue uno de los motivos que llevó a los templarios a poner su pié en la península ibérica.

En el año 711, una invasión islámica que llegará hasta el sur de los ríos Duero y Ebro acabó con el antiguo reino visigodo de Toledo. El siglo X será el de su época de mayor esplendor, bajo la figura del califa Abderramán III que fundó el Califato de Córdoba, uno de los estados más poderosos y avanzados de Europa y del mundo islámico. Pero a partir de 1031 el territorio andalusí fragmentaría en numerosos reinos de taifas. 



Azulejos de Toledo, en la Plaza de España de Sevilla

En el año 1085 Alfonso VI, rey de León y Castilla tomó Toledo.

Almutamid, rey de la antigua Ishbiliyya “Sevilla” secundado por los de Badajoz y Granada, recurrió a Yusuf ibn Tasufin “almorávides” quienes habían fundado Marrakech. En 1086, los almorávides derrotan a Alfonso VI en Zalaca “Sagrajas”, cerca de Badajoz y Uclés, en 1108.

Pascual II emitió una bula en 1100 prohibiendo a los guerreros cristianos peninsulares viajar hasta Palestina para hacer frente a la amenaza almorávide.

En 1101, el rey Pedro I de Aragón y Navarra empleó por primera vez la enseña cruzada en una acción militar contra los andalusíes, en el cerco que puso a Zaragoza. En 1114, será el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, el que lograra el apoyo del Papa para convocar una cruzada que atrajese a caballeros de toda Europa con el objetivo de arrebatar las Islas Baleares a los musulmanes pero la rápida reacción de los almorávides echará por tierra la iniciativa. La Orden del Temple en Europa quedó en manos de dos subordinados de Hugo de Payns:
  • A Payen de Montdidier las encomiendas de Flandes y Francia.
  • A Hugo de Rigaud, le quedaban la Provenza, Languedoc y los reinos cristianos de la Península Ibérica. 

El 8 de julio de 1131, el conde Ramón Berenguer III “el Grande” donaba al Temple sus atributos de caballero, ingresando en su hermandad, entregando el castillo de Grañena a los “milites Christi” en la defensa de sus territorios y en la lucha contra el Islam. 

Alfonso I “el Batallador”, rey de Aragón conquistó Zaragoza en 1118, abriendo el Valle del Ebro. 

En 1120 surgen “los almohades” que criticaban la relajación religiosa de los últimos gobernantes almorávides. Cruzaron el Estrecho de Gibraltar para acabar con los focos de resistencia de la Península. El rey Alfonso VII murió en 1157 dividiendo su reino entre sus dos hijos. Al mayor de ellos “Sancho III” le dejó Castilla y al menor “Fernando II”, León. Ambos reinos tenían fronteras con el Islam, por lo que ambos reforzaron las fronteras mediante la construcción de fortalezas. Alfonso VII había concedido a los templarios el castillo de Calatrava, a orillas del Guadiana, en la calzada que conectaba Toledo con Córdoba -uno de las fortificaciones más avanzadas de la frontera-, lo que hacía de esta fortaleza la punta de lanza del sistema defensivo castellano. 

Pero los templarios, conscientes de que no podrían hacer frente a esta primera embestida con escasos recursos, decidieron devolver el castillo, lo que supuso un inmenso descrédito en el reino. 

En 1158 nacería la Orden militar de Santiago “Caballeros del Apóstol” sancionada por el Papa en 1174, presente en Portugal, León, Castilla y León. En 1228 nacería la Orden de Calatrava. En 1195 Alfonso VIII de Castilla pierde contra los almohades la batalla de Alarcos, amenazando los musulmanes con recuperar el valle del Tajo. Pero la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 con Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra junto con caballeros franceses movilizados gracias a la cruzada concedida por el papa Inocencio III, fue un importante punto de inflexión de la Reconquista“el principio del fin”

Las órdenes militares del Temple, el Hospital, Calatrava y Santiago se presentaron en la batalla con sus propias fuerzas.

En 1230, Fernando III reunificó las coronas de Castilla y León. Bajo su reinado y el de su hijo Alfonso X se consumó la conquista de Extremadura meridional, Andalucía y Murcia mientras que el rey Jaime I, conquistaba Mallorca y Valencia. Al finalizar el siglo XIII -siglo de oro de las órdenes militares en la península ibérica-, tan solo quedaba “el reino nazarí de Granada” como último bastión de Al Ándalus, que fuera fundado en 1232 por los ziríes, contrarios a la dominación almohade.




El Temple en Portugal

En 1096 Alfonso VI crea el condado de Portugal “Portugal y Coimbra” con el objetivo de reforzar la defensa militar de la frontera occidental contra los almorávides, después de la derrota sufrida por este en Lisboa en 1095. 

El condado de Portugal, fue una dote hereditaria entregada por Alfonso VI a su hija Teresa -hija ilegítima del monarca con Jimena de Moniz- y su esposo, Enríquez de Borgoña que muere en 1112, del cual había concebido un hijo.

Alfonso VII era coronado en 1126 rey de León y Castilla enfrentándose a la condesa de Portugal en 1127. Sin embargo, Alfonso Enríquez, que había defendido el castillo de Guimaráes del ataque alfonsino, se rebelaría contra su madre “la condesa viuda” y Fernando Pérez de Traba que “había abandonado a su mujer para unirse a la condesa viuda”. Alfonso Enríquez fue apoyado por varios de los nobles que habían abandonado la corte portuguesa a raíz del matrimonio escandaloso de 1121 venciendo a las tropas de Fernando Pérez de Traba el 24 de junio de 1128 en San Mamede. Se colocaba la primera piedra de la independencia de Portugal.

En 1128 Portugal no era un reino independiente, sino un condado unido por lazos feudales al rey de León. Alfonso Enríquez miraba a las tierras del sur de Coimbra con el pensamiento en la fundación de un reino portugués independiente como sueño político.

El territorio portugués se dividía en dos grandes zonas:

1. El norte cristiano dependía del reino de León y se articulaba en dos grandes condados: Portucale (Miño y sur del Duero) y el de Coimbra con estrecha relación con Galicia.

2. El Algarbe portugués en manos musulmanas bajo dependencia política entre Córdoba y la antigua Ishbiliyya (Sevilla).

El 19 de marzo de 1128 la condesa Teresa formalizaba solemnemente en Braga la donación a la Orden del castillo de Soure, en el término de Coimbra, con todas sus rentas. Tras la batalla de San Mamede en 1129, Alfonso Enríquez confirmó la concesión de Soure a los templarios, que se hallaba en una zona conflictiva en tierra de fronteras. El castillo de Soure se convertiría en la puerta de entrada de la Orden del Temple en Portugal. Alfonso deseaba la independencia de Portugal del reino de León pero era necesario ganar terreno a los reinos de taifas como piedra de toque para lograr un Portugal lo bastante fuerte para que su entidad política independiente no fuese discutida. Alfonso Enríquez decidió instalarse en los territorios de Coimbra en 1131 para combatir a los musulmanes con un doble objetivo: 

1. En defensa de la Cristiandad.

2. En defensa de su propia identidad. 

Pidió ayuda a los cruzados ingleses y franceses para que le ayudaran en suelo portugués, decidiendo contar con el apoyo de la Orden del Temple al depender directamente del Papa y ser independiente de otros poderes laicos, en especial de la corona castellano-leonesa.

Alfonso Enríquez inició una serie de incursiones en territorio musulmán. La más importante sería en 1139 en Ourique, de la que habría de surgir Portugal como reino independiente, al ser vencido un gran ejército musulmán, quedando elegido rey de los portugueses Alfonso Enríquez. 

Si la batalla de San Mamede en junio de 1128 colocaba la primera piedra de la independencia de Portugal, la batalla de Ourique en 1139 -Bajo Alentejo- marcará el nacimiento del reino de Portugal, bajo Alfonso I. 

La Orden del Temple tomó parte en la batalla, convirtiéndose en una pieza fundamental en el nuevo entramado de la naciente monarquía. Alfonso Enríquez concentró su esfuerzo en ampliar el territorio del nuevo reino con dos nuevos enclaves urbanos tomados en 1147: Lisboa y Santarém.

La importancia de la participación de los templarios en Santarém hizo que el monarca les concediese los derechos eclesiásticos de la ciudad. Pronto dos grandes núcleos urbanos se convertirán en el motor de la vida del reino y de una vasta red de comunicaciones fluviales, marítimas y terrestres. Sintra en 1156 o el castillo de Ceras en 1159 serán donados al Temple. La presión almohade en el Algarve, llevaría a Alfonso I a defender Santarén y Lisboa creando un eficaz aparato defensivo sobre la línea del Tajo que confiará a la Orden del Temple y a su amigo y caballero Gualdim Pais, que tras participar en la toma de Lisboa y Santarém, embarcó a Tierra Santa en su viaje a Palestina, llegando a Jerusalén en 1148 permaneciendo en Oriente durante cinco años, tomando parte junto a los templarios en acciones tan destacadas como la conquista de Ascalón en 1153 o la posterior defensa de Antioquía y Sidón de los ataques de Nür al-Din, regresando a Portugal hacia 1156. 

El Temple y su maestre se convirtieron en el brazo derecho de la política defensiva y de consolidación del territorio de Alfonso I. El papel de los templarios en la actividad militar llegó a ser de tal envergadura que el rey Alfonso I llegó a prometerles solemnemente la concesión de un tercio de todas las tierras que el Temple lograse ganar al sur del Tajo recibiendo de manos del monarca los castillos de Zérere y Cardiga en 1165 y el de Amourol en 1171.

En 1179 el Papa Alejandro III mediante la bula “Manifestus Probatum” reconoció el título real de Alfonso I como rey de Portugal y vasallo de la iglesia cristiana.




Caída de la Orden del Temple

La hostilidad musulmana en Tierra Santa obligó a desplazar la Casa del Temple desde Jerusalén a San Juan de Acre -desde 1187 a 1281- por la conquista de Saladino y posteriormente a Chipre desde 1281 hasta su disolución.

Con la pérdida de los Santos lugares los herederos de Hugo de Payns recibieron una herida moral inmensa al haberse quedado sin la principal razón de su existencia: la defensa de los peregrinos y de los Santos Lugares, aunque continuaba siendo una de las instituciones más sólidas y poderosas de Europa. Mientras tanto, los enemigos del Temple aprovechaban la oportunidad que se les presentaba al haber sido sacudida la Orden duramente en Oriente, pero no será nada comparable con el temporal que tendrían que soportar en Occidente.

Tras la caída de Acre en 1291, la Orden del Temple comenzaba a generar un conflicto abierto entre el papado y la corona de Francia, o lo que es lo mismo, la división interna entre Oriente y Occidente, incapaz de redefinirse tras la salida de Tierra Santa. La pérdida de los Santos Lugares fue un duro golpe para la Cristiandad, incapaz de asumir semejante pérdida. En Europa, tras la inseguridad y el miedo por la pérdida de los Santos Lugares, una crisis de conciencia demoledora se proyectaba en la búsqueda de los culpables, señalando las rencillas y codicia de los poderosos europeos en Tierra Santa como responsables de tal calamidad. Las órdenes militares como responsables de la defensa de los Santos Lugares y de los intereses de la Iglesia en Oriente estaban en el punto de mira despertando la envidia de muchos.

¿De qué servía semejante despliegue militar y defensivo en Europa occidental, fuera de Palestina?

Dentro de la propia Iglesia los obispos nunca habían visto con agrado que la Orden del Temple estuviese exenta de su autoridad al estar exenta del diezmo. Sin embargo,  desde el pontificado de Inocencio III, los papas comenzaron a recurrir a los servicios financieros de la Orden del Temple, lo que junto con los préstamos a nobles y caballeros, los convirtió en la organización más solicitada para la custodia de riquezas de toda la cristiandad.

En 1274, el papa Gregorio X convocó un concilio en Lyon donde se solicitaba la conveniencia de la fusión de las órdenes del Temple y del Hospital en una sola institución, como único medio de poner fin a una rivalidad nefasta para ellas con el objetivo de mejorar su eficacia en Tierra Santa. La propuesta fue rechazada por ambas órdenes al considerar que era una estratagema de los reyes para hacerse con su control.

Algunos reyes como Jaime I de Aragón se opusieron a su fusión, al considerar que la institución resultante podría ser tan poderosa que podría constituir una gran amenaza incluso para la corona. La dimensión de lo perdido era trágica al perder sus mejores efectivos y el fabuloso legado militar que habían levantado con sus propias manos para la defensa de Tierra Santa “castillos, torres y fortalezas” que había caído en manos de los mamelucos.

Entre el 6 de abril y el 28 de mayo de 1291 la mayoría de los caballeros templarios murieron defendiendo Acre perdiendo además a su gran maestre, Guillermo de Beaujeu y su mariscal Pedro de Sevrey, de tal modo que la Orden del Temple se vio descabezada. Los templarios que sobrevivieron a la debacle se refugiaron en Chipre -al igual que la Orden del Hospital- donde fue elegido como gran maestre, Jacques de Molay para intentar organizar una cruzada y poder recuperar bases en territorio palestino que permitieran reconquistar la Ciudad Santa de Jerusalén, pero cayó Tiro, Sidón, Beirut, Haifa, Tortosa y las últimas plazas costeras cruzadas.

Después del desastre de Acre, el Papa había autorizado tanto al Temple como a la Orden del Hospital a organizar una flota propia, apareciendo entonces en cargo militar de “almirante”. Para lograrlo, los templarios se aliaron con sus aliados tradicionales, los venecianos sin éxito.

En el concilio de Arlés de 1292, el papa Nicolás IV recibió muchas iniciativas favorables a la fusión de las dos órdenes, pero la muerte del pontífice aparcó este proyecto. Con la pérdida de Tierra Santa comienza la posibilidad de la fusión y su papel en la reconquista de Tierra Santa aunque no se contemplaba la supresión del Temple. En 1294, el rey de Francia, Felipe IV, decidió asaltar las posesiones de Eduardo I de Inglaterra en suelo francés. La falta de recursos económicos de ambos monarcas les llevó a someter al clero al pago de impuestos reales. La respuesta del Papa fue fulminante amenazando con la excomunión a los dos monarcas enfrentados. Felipe IV tomó dicha amenaza como una auténtica ofensa a la corona y a su persona poniendo en marcha un ataque en toda regla contra el pontífice justificando la legitimidad de su poder en su reino. Sin respetar la jurisdicción eclesiástica, Felipe IV apresó al obispo y le sometió a juicio por delito de “lesa majestad”. El acusado fue condenado a muerte, aunque el rey no ejecutó la sentencia.

El rey Felipe IV reunió a los representantes del clero francés en el castillo del Louvre y les presentó un detallado pliego que recogía las acusaciones contra el Santo Padre, solicitándole que lo firmasen con la intención de convocar un concilio que depusiese al Papa Bonifacio VIII. Los dignatarios eclesiásticos firmaron junto con el visitador de la Orden del Temple en Occidente lo que el rey les pedía. Bonifacio VIII ordenó redactar la bula “Super Petri solio”, por la que se excomulgaba al rey Felipe IV el Hermoso, para que se publicase el 8 de septiembre de 1303 que no llegó a ver la luz debido a que el papa fue detenido en Anagni con el objetivo de trasladarlo preso a París pero la población se sublevó, liberando a Bonifacio y trasladándole a Roma. El Papa murió poco después.

Los templarios orientales lograron imponer a su candidato Jacques de Molay como gran maestre, que se quedaría en Oriente ejerciendo el liderazgo militar y diplomático en las instituciones mientras que su oponente Hugo de Pairaud se quedaba con plenos poderes como “Visitador de Occidente”. Mientras tanto, se había elegido sucesor para Bonifacio VIII tras un cónclave que duró más de un año y en su seno se reprodujeron las peores divisiones del pasado, siendo elegido el francés “Bertrand de Got” con el nombre de Clemente V. 

En 1294 Jacques de Molay realizó una gira que le llevaría a entrevistarse con el papa Bonifacio VIII y pedir ayuda a los monarcas de Inglaterra y Francia al haber sido el Temple ampliamente utilizado tanto en misiones diplomáticas como de banca, lo que fue empezado a verse con malos ojos por el poder que acumulaba la orden. Conseguir más recursos y rentas para la defensa de Palestina acentuaba la mala reputación del Temple amplificada tras la caída de Acre. Pero la convicción del Papa permanecía impasible al permanecer su esencia cercana a los principios de la Santa Madre Iglesia que jamás se planteó la supresión de la Orden, pero comenzaron a escuchar a los que defendían su reforma. 

Entre los asuntos que tenía Clemente V se encontraba abordar el futuro de las órdenes militares. En 1306 convocó a los grandes maestres del Temple y del Hospital para que expresasen su parecer. Ese mismo año, ante la escasez de recursos, Felipe IV de Francia pensó en el Temple y sus riquezas como forma de solventar sus problemas financieros, al estar Francia sumida en una gravísima situación de endeudamiento debido a las guerras contra Aragón, Flandes e Inglaterra mientras que la hambruna asolaba a la población parisina. Felipe IV trató de apropiarse de las rentas eclesiásticas de la Iglesia de Francia, con lo que el enfrentamiento con ella estaba servido.

En 1306, Felipe IV exigió al tesorero real del Temple, Jean de la Tour, un préstamo de 300.000 florines en oro “una cantidad desorbitada para la época”. El Temple de Francia le facilitó el dinero sin ninguna garantía de devolución del préstamo, quedando demostrado que la organización independiente del Temple de Occidente quedaba al margen de su gran maestre. Existía una profunda grieta entre la jerarquía de la Orden y el Temple de París, que anteponía la lealtad al rey sobre el Santo Padre.

Jacques de Molay llegó poco después a Francia para responder a la llamada de Clemente V en la corte pontificia instalada en Poitiers. La reacción de Molay tras enterarse de la reacción del tesorero fue expulsarlo del Temple al establecer las reglas que los préstamos de altas cuantías sólo podían ser autorizados por el gran maestre.

Pero el cesado era un protegido del visitador de Occidente que intentó mediar ante Jacques de Molay, sin éxito. Después será el propio rey Felipe IV el que se interesó por el tesorero. Ante la negativa del gran maestre, decidió acudir al propio Papa Clemente V, que a instancias de Felipe IV, ordenó que se repusiese en su cargo al caballero expulsado. En un acto de inusitada insolencia, el encargado de entregar la misiva papal a Molay “el propio Jean de la Tour”, tuvo que ser readmitido. El disgusto del gran maestre fue inmenso, pero no tuvo más remedio que obedecer a su superior inapelable.

Poco después, Molay comparecía ante el Papa negándole la propuesta de fusión de las órdenes del Temple y del Hospital. A raíz de los hechos de 1306, Felipe IV de Francia comenzó a fijarse en las rentas del Temple para solventar su difícil situación financiera recurriendo a la difamación y a la división interna de la Orden apoyando incluso falsas acusaciones de herejía contra ésta. 

"Si los templarios eran condenados, parte de sus bienes y rentas pasarían a manos de la corona”. Por tanto, Felipe IV no podía pasar por alto esta gran oportunidad que se le presentaba comenzándose a abrirles un expediente en base a las declaraciones de miembros expulsados de la Orden por sus faltas.

La maquinaria puesta en marcha por Felipe IV tenía como único objetivo acabar con los dirigentes de la Orden del Temple en Oriente.

Jaques de Molay se encontraba en Francia desde finales de 1306 para asistir a una reunión con el maestre del Hospital convocada por el pontífice, teniendo constancia allí de los horribles rumores. Indignado ante tan graves acusaciones, Molay decidió adelantarse ante la posible deriva de los hechos y, antes que el Papa pudiese pensar abrir una investigación, el propio maestre solicitó a Clemente V que lo hiciera. Pero en otoño de 1307 Felipe IV ordenaba a todos los oficiales de justicia la inmediata detención de todos los miembros de la Orden del Temple, cuyos bienes serían confiscados por la corona mientras sus miembros fueran sometidos a juicio. El día 13 de octubre todos los freiles del Temple en Francia deberían encontrarse en manos de la justicia. 

Entre los delitos que se les imputaban a los templarios destacaban “negar a Cristo, escupir sobre la cruz, vulnerar y negar los sacramentos y engañar la buena fe de los millares de cristianos que habían realizado donaciones al Temple para que la Orden rezase por sus difuntos así como romper el voto de castidad, acusaciones de herejía que reflejaban la mentalidad propia del siglo XII en la que en los juicios inquisitoriales no se partía de la presunción de inocencia, sino de la culpabilidad”.

La inmensa mayoría de los templarios negaron las acusaciones aunque el uso de la tortura en los interrogatorios incrementó las confesiones de culpabilidad, todo ello encaminado a desacreditar a la Orden. La detención injusta de los templarios provocó la queja formal de Clemente V a Felipe IV de Francia a finales de octubre:

“Vuestra conducta impulsiva es un insulto contra Nos y contra la Iglesia romana”.

El Papa no solo estaba molesto con el escándalo, sino también por la falta de respeto hacia la jurisdicción eclesiástica al desplazar al pontífice en la iniciativa del asunto. El proceso contra el Temple ya se había puesto en marcha y debería hacerse público y situarse bajo el control de la Iglesia en todos los reinos cristianos. Esto fue exactamente lo que hizo Clemente V el 22 de noviembre de 1307 a través de la bula “Pastoralis praeminentiae” que fue remitida a todos los reyes de la Europa cristiana, ordenando la detención de todos los templarios y la confiscación de sus bienes para ponerlos bajo tutela de la Iglesia. Este giro de los acontecimientos daría al Papa la fuerza suficiente para suspender la actuación de los inquisidores en 1308.

En un primer momento el Papa montó en cólera, pues los templarios eran una orden exenta suspendiendo Clemente V en febrero de 1308 pero las autoridades francesas forzaron al pontífice a reabrir el proceso subiendo la tensión durante una entrevista entre el Papa y el rey en Poitiers, en el verano de 1308. Clemente V rodeado por las tropas francesas acabó cediendo y aceptando, que se llevasen nuevas investigaciones. Una comisión papal investigaría la Orden en su conjunto y otra examinaría la culpabilidad o inocencia de los templarios individualmente. El asunto debería quedar resuelto en un gran concilio ecuménico que se celebraría en Vienne, en el otoño de 1310.

Felipe IV presionó al Papa para que la sanción fuese legal. El 25 de marzo de 1308 obtuvo el amparo legal y teológico a su iniciativa por varios doctores de la universidad de París que reconocían la competencia de la jurisdicción eclesiástica para procesarlos mientras Felipe IV puso en marcha una campaña de difamación de Clemente V acusándole de nepotismo y de favorecer herejías, lo que obligó tras nuevas acusaciones a terminar cediendo mediante dos bulas emitidas el 12 de agosto de 1308:

1. “Faciens misericordiam”, que encomendaba a los concilios provinciales el juicio personal de los templarios, mientras que una comisión apostólica de ocho miembros quedaba encargada de investigar a la orden en su conjunto.

2. “Regnans in coelis”, convocaba un concilio general que habría de reunirse en Vienne en 1310 para pronunciarse sobre la posible supresión del Temple.

Además, el Papa se reservaba el derecho a juzgar a los dignatarios de la Orden cuyos bienes, en tanto se convocase una nueva cruzada, serán controlados por los reyes. La tortura volvía a ser empleada en Francia. Jacques de Molay se negó a realizar ninguna declaración sin o era ante el Papa.

A comienzos de 1310 cuando nadie quería defender al Temple, quince templarios comparecieron ante la comisión dispuestos a defender su hermandad y en marzo serían casi 600, cifra superada después. Eso era mucho más de lo que Felipe IV estaba dispuesto a soportar, y una vez más recurrió a los teólogos de la Universidad de París para justificar un nuevo golpe de mano. Felipe de Marigny, recién nombrado arzobispo de Sens y hombre de confianza de Felipe IV debería de presidir el concilio provincial quien ordenó la ejecución fulminante de 54 relapsos que ardieron en la hoguera el 12 de mayo de 1310. ¡Ni uno sólo de ellos reconoció ninguno de los crímenes que se les imputaba! En los días siguientes más hermanos defensores de la orden fueron ejecutados al declararse inocentes. 

El proceso a Jacques de Molay “el Gran Maestre” y Geoffrey de Charney había sido fraguado por el rey de Francia y el Papa con el fin de apropiarse de los bienes de la Orden del Temple. 

El 16 de octubre de 1311 tuvo lugar la sesión inaugural del Concilio de Vienne en que habría de decidirse en futuro de la Orden del Temple. Clemente V, enfermo e incapaz de contener la deriva impuesta por el rey de Francia, solo aspiraba ya a terminar con la pesadilla cuanto antes. A estas alturas nadie podía oponerse a la firme voluntad de Felipe IV de acabar con el Temple. El monarca francés se presentaría en la ciudad, el 20 de marzo de 1312, acompañado de su ejército para ejercer una enorme presión sobre el Papa.

El día 22 de marzo de 1312 Clemente V firmaría la bula “Vox in excelso”, por la que disolvía la Orden del Temple, por decisión apostólica no siendo considerada herética. 

Pero quedaba por solventar el destino de los bienes de la Orden del Temple, que pertenecían por derecho a la Iglesia. Para el Papa Clemente V la solución más sencilla consistía el traspasarlos a la Orden del Hospital pero la avaricia de Felipe IV no estaba dispuesta a irse con las manos vacías. En 1312 el Papa Clemente V decidió que la Orden estaba demasiado desprestigiada y fue suprimida siendo sus propiedades transferidas a los hospitalarios.

Finalmente, el 2 de mayo de 1312 los intereses de uso y otros se conciliaron mediante la bula “Ad providam”:


Castillo de Montesa [Valencia]

  • En Aragón se fundaría la Orden de Montesa que sustituiría al Temple.
  • En Portugal se fundaría la Orden de Cristo.
  • Los reinos peninsulares retendrían los bienes confiscados.
  • El resto de Europa el grueso de las pertenencias pasarían al Hospital.
En cuanto a los cuatro relapsos dignatarios de la Orden presos en París, continuaban pendientes de la decisión del Papa. 

· Jacques de Molay “Gran Maestre”.
· Godofredo de Charney
· Godofredo de Gonneville
· Hugo de Pairaud “Visitador de Occidente”.

Pero para sorpresa de Jacques de Molay, no iba a ser juzgado por el Papa sino que el 22 de diciembre de 1313 el pontífice designó una comisión de tres cardenales proclives a Felipe IV que se harían cargo del asunto. 

El 18 de marzo de 1314 la comisión convocó al gran maestre y a sus compañeros sin escuchar alegato alguno en su defensa sino para comunicar la sentencia de los acusados, sin juicio alguno. Se les condenaba a cadena perpetua por relapsos. Jacques de Molay y Godofredo de Charney protestaron airadamente negando los delitos de los que se les declaraba culpables. Ambos sabían que la condena les conduciría directamente a la hoguera. El 18 de mayo de 1314 por la tarde, el cuerpo de Jacques de Molay, gran maestre de la Orden del Temple y Godofredo de Charney, serían consumidos por las llamas de una gran hoguera en una pequeña isla del Sena. La Orden del Temple había quedado suprimida tras casi dos siglos como espejo de la cristiandad. 

Sólo Jacques de Molay, el último maestre del Temple, maldijo a los responsables de tanta ignominia. 

¡Pagarás por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de un año!

Los Caballeros de Cristo se afeitaban las barbas blancas para pasar desapercibidos, huían y se escondían por las calles de toda Europa como vulgares delincuentes. Ni el Papa, ni los reyes ni la iglesia en su conjunto alzaron la voz para desmentir las terribles acusaciones sobre ellos.



Ejecución del Gran Maestre del Temple, Jacques de Molay y del preceptor de Normandía, Godofredo de Charney, en marzo de 1314, por orden de Felipe IV de Francia (grabado decimonónico).

¡Se cumple una maldición que asustaría a toda Europa!

Mientras se quemaba en la pira, el Gran Maestre del Temple Jacques de Molay maldijo al rey Felipe IV de Francia y a sus descendientes, al papa Clemente V, y a todos los que apoyaron su muerte. También dijo que la línea de sucesión de Felipe IV no reinaría más en Francia.

El Papa Clemente V murió el 20 de abril de 1314 y poco después lo hará el rey Felipe IV de un derrame cerebral durante un día de caza. Entre 1314 y 1328 murieron tres hijos y nietos del rey francés. A los catorce años de la muerte de De Molay la Dinastía de los Capetos tocaba a su fin,después de 300 años.

En 1317 el rey Jaime II de Aragón se había negado a dar crédito a tanta ignominia contra la Orden del Temple y por tanto, no ordenó detener a ningún templario en su territorio al igual que se hiciera en Aragón, Castilla y Portugal al convertirse los templarios en una parte esencial de sus cruzadas. En Flandes e Inglaterra tampoco se tocaría al Temple. En Italia, la mayoría de los templarios consiguieron escapar. Fueron necesarios nueve meses para que la bula de Clemente V se hiciese finalmente efectiva en toda la cristiandad.

Grandes castillos dan testimonio del papel de los templarios en la Península como el de Miravet sobre el río Ebro en Aragón, Ponferrada en León y Armourol en Portugal, sobre el Tajo.

De las cenizas del Temple surgirá en 1317 una nueva orden en Aragón con las posesiones del Temple y de los Hospitalarios al llegar el rey Jaime II de Aragón a un acuerdo con el papa Juan XXII por el que se creaba en territorio valenciano “la Orden de Montesa”.

Desde la isla de Cité, en el corazón de París, donde en tiempos pretéritos fuera quemado en la hoguera el Gran Maestre de Temple, Jacques de Molay, para el blog de mis culpas...




Bibliografía

Los templarios H.
Cuadernos de Historia 16 "los templarios".

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