jueves, 12 de julio de 2018

Viaje con el Aula de la Experiencia de Morón, a los Pirineos Aragoneses (V)




La tarde del día 5 de julio de 2018 estuvo dedicada a visitar el conjunto monumental de Aínsa con indudable reminiscencia medieval, situado entre los ríos Ara y Cinca. Aínsa es el paso donde confluyen los caminos que ponen en contacto el Pirineo y Francia con el Somontano y el Valle del Ebro. Esta situación privilegiada es la que explica su ilustre pasado y el hecho de que hoy continúe cumpliendo un importante papel en el desarrollo de su comarca: el “Sobrarbe”.

El río Ara es el único gran río pirenáico que mantiene intactas sus características naturales y que no parece regulado por presas u ogras hidráulicas. Estas características de naturalidad y la elevada variedad de especies lo convierten en un enclave especial valor natural, declarado “Lugar de Interés Comunitario en la Red Europea 2000”.

Entramos por el Castillo que nos acerca a la Plaza Mayor donde en uno de sus extremos se encuentra la Iglesia Románica de Santa María. Bajando la calle Mayor llegamos hasta la Plaza de San Lorenzo donde muy cerca se encuentran los Portales de la Muralla, cerca de la confluencia entre los ríos Ara y Cinca.

Frente a la Iglesia románica, entramos en una zapatería donde compramos unas botas de montaña a buen precio al haber quedado inutilizadas entre Zaragoza y Jaca.




En otro tiempo, Aínsa estuvo totalmente amurallada y para acceder a su interior debía entrarse por uno de los ocho portales existentes. Actualmente se conservan seis de esos portales, estando los más próximos en la parte baja. Se denominan “Portal de Afuera” y “Portal de Abajo”. 

A partir de ellos se accede a la villa, ordenada por dos calles que ascienden hasta esta zona superior. La calle Mayor también se conoce como la calle de Los Nobles por la abundancia de casas infanzonas “hidalgos”, entre las que destacan Casa Fes, Casa Arnal o la blasonada Casa Bielsa. La otra calle “Santa Cruz” estuvo habitada por artesanos. Ambas vías se unen por la calle Travesera, próxima a la Plaza Mayor.



La casa es el pilar básico de la vida de la montaña pirenáica. Un concepto que no sólo incluye la vivienda sino también a los miembros de la familia que la habita y todas sus posesiones, construcciones, campos o animales. Su supervivencia se ha basado durante siglos en la existencia de un único heredero “primogénito” que garantizaba la permanencia íntegra del patrimonio familiar. Esto explica que la mayoría de las casas tengan nombre propio y, en muchos casos, más antiguos y distinto del de sus actuales propietarios. 

Uno de los elementos que ha perdido la función simbólica original, continúa presente entre muchas puertas de las casas de un pueblo que se niega a perder sus raíces “el llamador o trucados” con diversas formas y significados- con forma cilíndrica o prismática, en forma de pez como símbolo de los primeros cristianos, relacionados con el culto a la fertilidad de las primeras sociedades humanas “faliformes”…

En la plaza de Santa María nos encontramos con su iglesia homónima. Tiene su origen a finales del siglo XI. La piedra arenisca de sus sillares y la escasez de ornamentación (tan sólo destaca la portada sur con arquivoltas y un crismón) le conceden un aspecto de austeridad muy repetido en otras iglesias del Sobrarbe aragonés. 



En su interior domina la sobriedad, de una nave y ábside semicircular. Bajo el ábside y presbiterio existe una cripta subterránea con seis columnas exentas y doce adosadas que soporta una cubierta de bóvedas de arista. En uno de los laterales existe un claustro de forma irregular realizado entre los siglos XIII y XIV. A los pies de la iglesia se eleva su torre de cinco alturas, que nació como campanario, torre de vigilancia y tribuna sobre la plaza. 

Quedan los restos del castillo como vestigios de una época. La Torre del Homenaje del siglo XI es actualmente Centro de Interpretación de la Fauna Pirenáica. El resto de la construcción pertenece a los siglos XVI y XVII, cuando Felipe II lo fortificó para defenderse tanto de la amenaza francesa como para aplacar las posibles insurrecciones en Aragón. La parte alta del castillo nos ofrece una bella panorámica de la Plaza Mayor y de la torre de la Iglesia de Santa María. Un lugar muy visitado por los turistas y el escenario donde, cada septiembre de los años impares, se celebra la fiesta de La Morisma.




Origen de la Morisma

Aunque en historia todo es falsable mientras no existan las fuentes que lo confirmen, los musulmanes no llegaron nunca a asentarse en el Sobrarbe. Cuenta la tradición que, en el siglo XI, un puñado de montañeses guiados por Garci Ximénez tomaron por sorpresa la villa de Aínsa a los musulmanes. Éstos heridos en su honor y amor propio, decidieron reconquistar la plaza, para lo cual reclutaron un gran ejército, frente a un escaso número de efectivos por el lado cristiano. 

Pero los cristianos salieron a recibirles en el paraje donde hoy se encuentra la Cruz Cubierta. La batalla fue cruenta y parecía destinada a una victoria de las tropas moras. Sin embargo, en un momento dado, los guerreros cristianos vieron sobre una carrasca una cruz en llamas, lo que interpretaron como una señal de que Dios estaba con ellos. De este modo, arremetieron contra el enemigo hasta vencerlo con total rotundidad. 

Aquella victoria sería el germen del Reino de Sobrarbe y, por lo tanto, el origen del mismo del Reino de Aragón. 

Actualmente “La Morisma” es una representación popular que narra aquellos acontecimientos históricos celebrándose los años impares “el día 14 de septiembre, en el marco privilegiado de la Plaza Mayor, destacando algunas escenas como las batallas, los dichos o el bautismo final de los musulmanes vencidos. Posee, además, ciertos rasgos de claro origen medieval como las figuras del diablo, el Pecado o la Muerte.


La Iglesia de Santa María

Constituye el mejor ejemplo aragonés de un estilo románico en el que destaca la sobriedad y desnudez. Fue construida en la segunda mitad del siglo XII, siendo declarado Monumento Histórico-Artístico en 1931 y restaurada entre 1972-1974. 

Las dimensiones de la torre de considerable altura son únicas dentro del románico aragonés. Desde su mirador se contempla un magnífico panorama de la villa y su comarca. 

En la plaza Mayor se encuentran dos nabatas en memoria a la desaparición de un nostálgico y viejo oficio de la gente de la montaña "nabatero de Sobrarbe", desaparecido desde 1949. 

Foto. Javifields

Las nabatas

La riqueza forestal de los valles Alto aragoneses fue muy apreciada para la construcción de puentes y castillos del entorno del Valle del Ebro, los barcos de la Armada Real o para obras como el Canal Imperial de Aragón. La madera procedía principalmente de pino (Pinus sylvestris), abeto (Abies alba) o haya (Fagus sylvatica). 

Los ríos son caminos que nos llevan hasta el mar. Desde la antigüedad los árboles de estas montañas han sido talados y transportados a través del río Cinca y otros ríos pirenáicos hasta las serrerías cercanas al Ebro y al Mar Mediterráneo. Los maderos viajaban atados unos con otros formando “almadías”, que en Aragón reciben el nombre de nabatas. 

Varios fueron los nabateros locales que perdieron la vida durante el siglo pasado. El viaje entre Laspuña y Tortosa a lo largo de los ríos Cinca y del Ebro exigía de siete a quince días de navegación. Antes de la existencia del ferrocarril los nabateros realizaban el duro itinerario de regreso a pie, caminando de sol a sol durante cinco largas jornadas. 

La historia de las almadías “nabatas en Aragón”, es una historia de economía de supervivencia entre las poblaciones montañesas, que utilizaban de la forma más eficaz posible todos los recursos de los que disponían, tanto para la obtención de un producto como la madera, como la forma de transportarlo, por los ríos. 

Durante siglos se han utilizado las nabatas para trasladar los maderos desde la montaña hacia el río Ebro, a través de sus afluentes, como única forma de transporte y comunicación entre los pueblos pirenáicos, las riberas intermedias y los pueblos del Valle del Ebro. 

Nabateros y barranqueadores formaron parte de la cultura de estas montañas hasta la decadencia de esta actividad a mediados del siglo XX, con la mejora de las vías de comunicación, la aparición de los primeros camiones y principalmente la construcción de los pantanos, que retenían el agua e impedían el paso de los nabateros. 

Durante el invierno, se trabajaba en el bosque, cortando, arrastrando y apilando la madera. En primavera, se construían las nabatas y con un caudal suficiente debido a los deshielos de la nieve, se ponían en marcha la embarcación siguiendo el cauce del río. 

Eran tripuladas por tantos hombres como remos disponía la nabata, generalmente dos en la balsa de cabecera y otros dos en le última. El recorrido era largo, pues el destino era Zaragoza o incluso Tortosa. El regreso de los nabateros se realizaba andando, pero cargados de historias (alicientes de una profesión de aventura, riesgo y valentía), así como de algún traje, telas o vestidos comprados en la ciudad. 

El 12 de junio de 1983 las nabatas vuelven al río Cinca gracias a que algunos representantes de aquella última generación de nabateros volvieron a subirse a los troncos para conducirlos sobre los rápidos del Cinca. Estos bravos vecinos de Puyarruego y Laspuña, superando todos ellos los 60 años de edad, construyeron dos nabatas y volvieron a descender los 10 km. del río que separan Escalona de Aínsa. 

Desde hace más de 20 años, el tercer domingo de mayo se celebra el tradicional descenso de nabatas que, partiendo de la localidad de Laspuña, recorre el río Cinca hasta llegar a Ainsa. 


Visita a Artouste, en los Pirineos franceses




El día 6 de julio nos dirigimos desde Jaca a Artouste Fabréges en los Pirineos franceses transitando entre bellos paisajes alpinos a través de Panticosa, Sallent de Gállego y  la Estación del Formigal que nos introducía en territorio de Francia en busca de Artouste por la D934.

Aunque estamos en la estación estival, la temperatura era gélida durante las primeras horas de la mañana. Subimos en telecabina hasta la estación invernal para coger el trenecito más alto de Europa a una altitud de 2.000 metros con unas impresionantes panorámicas de alta montaña que nos permitía ver el ganado vacuno y lanar pastando en los valles mientras que alguna que otra marmota disfrutaba entre las piedras sueltas mientras el tren proseguía por su camino de hierro. 


La búsqueda de un medio de tracción ligero y económico para electrificar la red férrea fue el origen del proyecto de construcción de la presa de Artouste de 1924 a 1929. Explotado por la Compañía de Caminos Férreos desde 1920, la construcción de Artouste constituye un elemento esencial del complejo hidroeléctrico del valle de Ossau, patrimonio industrial histórico de gran importancia.

El sistema hidroeléctrico del valle de Ossau, con las presas de Fabréges, de Bious y de Castet, proporcionan a la red electricidad francesa una producción anual de 582,6 Gwh, es decir el consumo de electricidad de 116.520 hogares, una ciudad como Burdeos. Esta producción permite economizar 46.750 T de petróleo, es decir 17.500 T. de CO2 no expulsado. El conjunto de potencia instalada es de 227 MW.

Debido a la construcción de la presa y a las necesidades de la obra, una línea férrea ha sido construida para enviar los materiales y transportar a 200 obreros, contribuyendo por tanto a la realización de una de las más importantes obras hidroeléctricas pirenáicas de los años 20. En la actualidad la línea transporta en periodo estival a una media de 100.000 visitantes, gracias al trenecito de Artouste participando además en el desarrollo económico del territorio.

La parada del tren fue en el Lac D´Artouste desde donde nuestra retina capta una impresionante panorámica del Pico Palas en la parte central con 2.974 m., en su parte derecha el Pico Lurien con 2.826 m. y en su parte izquierda el Pico Balaitous con 3.144 m. de altitud

En el viaje de vuelta con el tren pudimos observar a poca distancia la amapola amarilla (Meconopsis cámbrica) y la corona del rey (Saxifraga longifolia) entre las rocas, pero al no poder bajarnos del tren nos fue imposible captarla con nuestro objetivo.




El epílogo de nuestra visita tuvo lugar el día 7 de julio "San Fermín" en el Parque Natural del Monasterio de Piedra (Zaragoza). Naturaleza en estado puro después de haber transitado a través de un paisaje seco por el sur de la provincia de Zaragoza. 

El Parque del Monasterio de Piedra destaca como una isla de frescor en un entorno semiárido de los paisajes circundantes. Acoge densos bosques de ribera, uno de los ecosistemas de mayor riqueza biológica, donde se encuentran muchas especies de animales y plantas en un espacio relativamente reducido. 

En las zonas encharcadas viven los sauces, en las zonas incluidas por el nivel de agua freática (corrientes subterráneas) se instalan los chopos y los niveles superiores están colonizados por olmos. La acción erosiva y a la vez constructiva del agua ha hecho mella en su morfología regalándonos formas con el paso de los años.  

El agua va marcando el camino en el Monasterio de Piedra. Una sinuosa escalera con bastante pendiente y muchos peldaños nos introduce en el corazón de la enorme cascada denominada "cola de caballo" con más de 50 metros de altura sin olvidar la cascada "Arco Iris" de 16 metros de altura entre lagos, grutas, cuevas y un sinfín de corrientes continuas de agua.  

Terminada la visita y recuperadas las energías, nuestros amigo Pablo, Gloria y María "nos llevaban a todos sanos y salvos" de nuevo a la Estación de Atocha en Madrid, donde en menos de tres horas nos esperaba en la Estación de Santa Justa de Sevilla nuestro bus para acercarnos de nuevo a la Tierra de Villalón, de la Cal, del Flamenco, en la frontera de nuestra propia esperanza. 

Después de haber realizado esta humilde crónica de nuestro "Viaje a los Pirineos Aragoneses y Navarros" con el Aula de la Experiencia de Morón de la Frontera, tan sólo nos queda poder tener de nuevo la oportunidad de acompañarlos de nuevo. ¡Hasta siempre!.

Desde los Pirineos, para el blog de mis culpas...


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