martes, 24 de julio de 2018

“CAMARÓN VIVE 25 AÑOS (1992-2017): MITO, LEYENDA Y REVOLUCIÓN".




Alguien dijo alguna una vez que la opresión, la miseria, el hambre y el desamparo de los seres humanos olvidados es el territorio natural del flamenco.  La siguirilla es el grito del hombre herido por su destino al expresar sentimientos muy profundos, la tragedia, mientras el cante de la bulla es la bulería (bul-larya)...

Camarón vive

Una soleada mañana de mayo de 2018 tuvimos la oportunidad de visitar en la tierra de Villalón, de la Cal y del Flamenco una Exposición organizada por la Casa de la Cultura, a través del Instituto Andaluz del Flamenco y que llevaba por título: 

“CAMARÓN VIVE 25 AÑOS (1992-2017): MITO, LEYENDA Y REVOLUCIÓN". 

Los paneles ilustrativos nos acercaban a las vivencias más importantes en la vida de José Monge Cruz “Camarón de la Isla” como fueron su pasión por la guitarra, su afición por el toreo, su relación con el amor de su vida “La Chispa” o su complicidad con un mito de la guitarra “Paco de Lucía”.


Monumento a Camarón de la Isla, en San Fernando, muy cerca de la Venta de Vargas

Como un niño solo en invierno

En el ecuador de los años 60, José Monge ya se buscaba la vida por Madrid, cuando la campana de su voz redoblaba en el tablao de Torres Bermejas. Atrás quedaban sus primeras giras en compañías de baile, su primera grabación con Antonio Arenas. Fue en esa época cuando le conoció Paco de Lucía, que siempre vio a su amigo como “un espíritu muy libre” pero, al mismo tiempo percibía en él una cierta sensación de fragilidad: “Te daban ganas de protegerlo porque lo veías como perdido, como un niño solo en invierno”.

“Camarón y Paco fueron nuestros Lennon y McCartney”, asegura Juan José Téllez. En una década que cambiaría para siempre las costumbres del mundo y de la música, Paco y José viajarían juntos desde Alemania a Brasil, pero sobre todo emprendieron un viaje en el que uno y otro lograron cambiar para siempre la apariencia del flamenco, sin perder el semblante de la tradición. ¡Jamás traicionaron al jondo!. Lo rejuvenecieron.

Una hermandad de sangre

Camarón y Paco no sólo grabaron nueve jóvenes discos de vértigo entre 1969 y 1977, en los que crearon La Canastera, un nuevo estilo flamenco. Ni tan sólo siguieron lealmente unidos desde “Como el agua” a “Potro de rabia y miel”. Ambos habían sellado una hermandad de sangre: “A los demás cantaores si les ha tocado tres veces ya puedes acompañarlos con el piloto automático -escribió Paco de Lucía-. ¡A Camarón no!. Lo que más me gustaba de él era que nunca podías relajarte porque te sorprendía”.

Curro Romero
José quiso ser torero pero tenía mucha “jindama”.

Veneraba a Curro, pero fue amigo de Paula, de Manzanares y, en los albores, de “El Cordobés”. Camarón jugaba a torear, quizá como un sueño de aventura, o como una ilusión con que espantar la pobreza. Así exploraba los claros de La Medallona o, junto a su amigo Manuel el del lunar, convencía al apoderado Antonio Caraballo para que le dejase ensayar con los capotes del novillero de la Isla, Felipe Romero. A 19 de octubre de 1975, figuró en un cartel, junto con Miguel Mateo Miguelín, Curro Romero, José Antonio Galán, Juan Jiménez y Alfonso Galán. No volvió a pisar los ruedos más que para cantar.

¡Soñar el Flamenco es aún más hermoso que torear!. 


José Monge, Camarón de la Isla

De no haber sido cantaor, Camarón hubiera sido torero. De niño, jugaba a ser maletilla por los tentaderos, incluso participó en festivales hasta que un morlaco lo revoleó: “Me dieron una ocasión de salir a torear: se me quitó la afición”, evocaba Carlos Lencero. 

Dedicó unas bulerías, “Arte y majestad”, a su admirado Curro Romero: “Lo de Curro -decía- es lo que yo entiendo por torero bueno. Le he visto cuajar faenas de arte total, jugárselo todo cuando se tercian las cosas y no prestarse a apaños cuando se atraviesan. El mismo sentimiento y la misma verdad que yo busco en el cante”.

¡La pureza no se puede vender nunca cuando uno la lleva de verdad!.

Tras un primer disco con Antonio Arenas, en 1969 inicia la grabación de nueve álbunes históricos, con la colaboración especial de Paco de Lucía. Camarón sentó ahí las bases de una renovación del lenguaje musical del flamenco, partiendo de las raíces. En 1979, con el disco “La Leyenda del Tiempo”, producido por Ricardo Pachón, con Tomatito a la guitarra y un elenco de músicos de excepción, no sólo abrirá las puertas a otro público sino a un nuevo sentido del jondo y de la música popular en España. Hasta “Potro de rabia y miel”, todo en él será ya legendario. 

Monumento a Paco de Lucía "Entre Dos Aguas", en Algeciras

La leyenda del tiempo, una revolución para el flamenco

Recuerda Ricardo Pachón, productor musical de dicha grabación, que “Los gitanos viejos iban a las tiendas a devolver el disco diciendo que ese no era Camarón. Luego ha sido calificado en "Rock de Luxe", como el mejor álbum de pop de los últimos 25 años, después de “Veneno”. Con "Leyenda…", José Monge Cruz le dio permiso a su tribu para que se desmadraran en el arte”.

José Fernández, Tomatito

¡Tengo guardada con mucho cariño la guitarra con la que tocaba Camarón!. 

Camarón recordaba que, en una fiesta en Jerez, Paco de Lucía y Paco Cepero se negaban en broma a tocarle la guitarra y él mismo terminó haciéndolo, ante la sorpresa de dos de sus grandes tocaores, junto con Ramón de Algeciras y Tomatito. Camarón también interpretó otros instrumentos de cuerda como el sitar o la mandolina. Hoy sus familiares guardan un gran tesoro: una colección única de más de cien guitarras que Camarón atesoraba celosamente. Sonantas con historia, incluso una Torres, de valor incalculable, que le regalaron en su cumpleaños. 

Un guitarrista, Antonio Arenas, le empujó a tocar. Otro, Paco de Lucía, le acompañó hasta su último aliento. Y otro, Tomatito, se convirtió en su fiel compañero de aventuras. 

Pero Camarón de la Isla fue guitarrista antes que cantaor y dicen que fue un grande en el toque por bulerías. A pesar de no ser un guitarrista de excepción, tenía una gracia en el toque, un saber pulsar las cuerdas con tanta finura y duende, que le hacían ser muy solicitado en sus principios.


Dolores Montoya, La Chispa

Hablaba poco y bajito porque el ángel que tenía dentro era enorme.

“De chiquitita yo era mu menúa, mu chica, y no me estaba quieta, y cariñosamente me pusieron de apodo la Chispa, la Chispita. Pero tengo mucha fuerza, aunque otra mucha la perdí después de que José la perdiera y solo me queda la fuerza necesaria para hacer justicia con él y que de verdad sea reconocido mi marido como lo que fue”. 

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